La puerta giratoria no hace distinciones. A sus barrotes y sus aspas de metal negro oxidado no les importa si por ella cruzan ricos, pobres, clase media, hombres, niños, jóvenes, mujeres... A diferencia de la puerta giratoria, a los guardias de seguridad que la custodian –y que son capaces de impedir el paso a cualquiera- sí les importa quién entra por ahí. Ellos protegen al edificio de 12 pisos al que no se puede ingresar con armas. Es el edificio del Ministerio de Gobernación. Los guardias, cuando uno pasa por la puerta giratoria, hacen la revisión de rutina. A los hombres les cachean la cintura, el morral, los maletines... “Gracias, pase”. A las mujeres las revisa una guardia mujer, pero no las toca y solo les revisa bolsos o carteras. ¿Y si quien cruza la puerta giratoria es una persona transgénero o un travesti?
Esta mañana de jueves –“histórico” dicen las chicas trans- por la puerta y por los guardias pasaron unas invitadas especiales. Iban maquilladas, hermosas, derrochando frescura y alegría a su paso. Las más atrevidas llevaban tacones, diminutos shorts y escotadas blusas, que tallaban las nalgas, los muslos y unas pantorrillas que lucían firmes como rocas. Las más recatadas llevaban puestos unos jeans azules y unas camisas vistosas, que se tambaleaban al compás de un repique de campana, de un lado al otro. Tan, tan, tan. Unas más vestían unos ajustados jeans color blanco y una camisa negra con un rótulo: “No a la transfobia”. Entiéndase: miedo o rechazo a las chicas trans. Con los dos guardias de la entrada, sin embargo, fracasaron. A ellos los pusieron en aprietos. ¿Quién de los dos las requisaría? ¿El guardia o la guardia?
Con un grupo de transgénero -estas personas que se sienten y viven como del género opuesto, sin modificar su cuerpo, como sí hacen las transexuales- el asunto se decidió así: la mujer guardia observó al hombre, le levantó la cara y simultáneamente las cejas, como diciendo “dale, vos”. El hombre resolvió el problema dejando pasar a cada una de las chicas, sin revisarles la cintura o las carteras. “¡Pase!” Sin tocarlas. “¡Pase!”. Sin siquiera mirarlas a los ojos. “Pase”. Para la mujer guardia eran poco menos que una mujer ese hombre que cruzó la puerta giratoria, para el guardia no eran dignos de ser tocados por un hombre.
Aquel guardia, mientras las dejaba entrar, estaba como hipnotizado por las aspas de la puerta giratoria y no por quienes las movían, cada vez que entraban. El guardia hombre no despegó la vista de esas aspas, que giraron y giraron dando paso a las chicas trans. Hubo algo capaz de desconcertar al más aguerrido hombre con pistola al cinto, haciéndolo olvidar su misión, su rutina. El guardia solo volvió a ver a las chicas cuando estas cruzaron su territorio, cuando ya iban de espaladas y no alcanzaron a ver que él las despedía con una risa burlona.
Las chicas siguieron su rumbo, hacia el auditorio. Este jueves 22 era su estreno, su mañana de gala. Este jueves, las trans se tomaron Gobernación para pedir apoyo, para pedir que se respeten sus derechos. Y Gobernación, esa institución que durante más de 10 años las rechazó, negándoles la personería jurídica, las recibió con las puertas abiertas.
“¡Bienvenidas a Gobernación, chicas!”, les dijo la rubia y menuda “Maybeline” al grupo que recién había pasado por la puerta giratoria. Cada una de este grupo, antes de entrar al auditorio, firmó la asistencia y recogió su kit de condones, lubricantes y un folleto sobre el documental que iban a presenciar.
Me acerqué a Maybeline para hacer las preguntas básicas.
-¿Cuál es su nombre?
-Póngame como usted quiera -me respondió, juguetona.
Translatina
En toda Latinoamérica, la discriminación contra las chicas transgénero se disfraza de guardia de seguridad o de policía o de doctor o de maestro o de cura o de grupos fóbicos que no solo las humillan con rechazos y palabras. Los más radicales salen a las calles a cazarlas, de noche, como búhos sanguinarios que las apuñalan, mutilan, asesinan. Eso plantea el documental “Translatina”, un filme independiente auspiciado por
“En Centroamérica, en el último año, se han registrado más de 50 asesinatos en la comunidad transgénero”, dice la directora de
En El Salvador, solo en 2009, 23 asesinatos fueron reportados por la comunidad LGBT (Lesbianas, gay, bisexuales y transexuales). 14 de los casos eran chicas trans. Dos de los casos más emblemáticos fueron los de Katherine y Tania, declaradas desaparecidas el 9 de junio. Un día después, el cuerpo de Katherine fue encontrado en la finca El Espino. Fue estrangulada. Tres días más tarde, el 13, encontraron también el cuerpo de Tania en la misma finca. Le destrozaron el cráneo a golpes.
¿Hasta dónde es capaz de llegar la discriminación? Algunos de los asesinatos de 2009 sucedieron en el contexto de los debates legislativos sobre la reforma a los artículos de
“En una sociedad machista y particularmente discriminativa”, define a la sociedad salvadoreña el viceministro de Salud, Eduardo Espinoza. La convivencia abierta para la comunidad gay es problemática. Un caos. Una barrera. Una puerta giratoria con cientos de miles de guardias fóbicos custodiándola. No se diga para la comunidad trans, que este jueves se tomó el auditorio del Ministerio de Gobernación, bajo la mirada sorprendida e inquisitiva de los empleados que entraban a las instalaciones y se topaban con ellas.
“¡Vaya, te buscan!”, le dijo un empleado hombre a otro compañero mientras iban caminando por el parqueo. Ellos no entraron a ver el documental, como tampoco lo hizo el ministro Humberto Centeno ni ningún otro alto funcionario de Gobernación.
El viceministro Espinoza dice que el problema con este tipo de materiales es que lo llegan a ver los mismos de siempre: aquellos que ya dicen estar conscientes del problema: el PNUD,
Mónica Hernández, directora de ASPIDH –Arcoiris- Trans (Asociación Solidaria para Impulsar el Desarrollo Humano), dijo este jueves, antes del presentar el documental, que estaban felices porque tenían casa llena. Se equivocó. El auditorio de Gobernación tenía un 50% de sus butacas vacías. Y la mitad del público eran chicas trans. Sin embargo, a Mónica y sus compañeras ese vacío no las desanima. Ellas comprobaron que esa puerta giratoria que se les cerró durante tanto tiempo no es impenetrable y no hace distinciones.
ASPIDH es el nombre legal de “El Nombre de