Opinión /

Fraseario XXVIII


Domingo, 23 de mayo de 2010
Federico Hernández Aguilar

 Con mucha frecuencia, la incertidumbre y el desánimo —así como sus más conocidos vástagos: la depresión y el conformismo— son resultado de conductas y actitudes que determinan, además de su aparecimiento, su repentina fosilización y, lo que es peor, su masivo contagio. Esto significa que si bien abundan las personas que se creen “dignas” de obtener el éxito, no siempre estas personas mantienen a lo largo de su vida la sana postura que les permite tomar «distancia mental» del fracaso.

 

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¿Comprobamos a cada paso que la gente es egoísta e ingrata? ¿Nos parece que hacer el bien no produce réditos? ¿Encontramos que las personas suelen ser incapaces de reconocer el verdadero mérito y, por el contrario, parecen estar dispuestas a aplaudir la frivolidad y elogiar la mediocridad? Pues entonces hay una manera muy práctica para combatir la frustración: no busquemos ni el elogio ni el aplauso del mundo. Sin dejar de perseguir la verdad y la excelencia, hagámonos el favor de evitar poner nuestra felicidad en la valoración que hagan los demás de nuestras acciones.

 

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Hay recompensas más duraderas que el efímero aplauso del mundo y retribuciones más decisivas que el voluble elogio de la gente. Quien lo entienda así, aunque no consiga sus objetivos, jamás se sentirá vencido.

 

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Hace bastante poco por nosotros la obra de arte que nos ofrece, a cambio de nuestra atención, la vanidad de sus autores.

 

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Asegurar que la vida termina con la muerte es afirmar, sin perogrulladas, que la muerte termina con la vida.

 

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La persistencia en el bien es la única vía para lograr que la persistencia en el mal carezca de sentido.

 

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El oficio del cuerpo es morir. El oficio del alma es crecer. El oficio del tiempo es nacer.

 

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Hay peces que se hunden en el estanque por exceso de agallas.

 

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Un hombre que detuvo su marcha, ¿detuvo su camino?

 

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Parados delante de un remanso, diremos que el agua parece tranquila. De pie frente a un río desbordado, diremos que el agua luce indómita. En cualquiera de los dos casos, sin embargo, nuestro juicio sobre el agua será parcial y aventurado.

 

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La piel también es un reloj: lo mismo puede indicarte cuánta vida llevas como señalarte cuánta muerte resta.

 

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Desde luego hay artificio, claro, pero también cierto grado de honestidad en la ponderación masiva de la virtud. A veces sólo llegamos a apreciar de verdad aquello que nos creemos incapaces de cultivar.

 

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Condénate al asombro… y serás feliz.

 

 

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