En la calle, son los responsables de perseguir asaltantes, sicarios, violadores, narcotraficantes, homicidas... Pero ahora están en el salón de clases, recibiendo capacitación. Esposas al cinto, botas negras, pistola a la cintura, los agentes policiales miran atentos hacia una pantalla blanca que se despliega en la pared. Las láminas se suceden y muestran fotografías de chicas y chicos adolescentes con el flequillo tapándoles los ojos, usando ropa de colores pasteles, maquillados con un fuerte delineador negro y con pantalones ajustados al tobillo. Sí, la policía también tiene en la mira a los emos.
Estos policías pertenecen a la División de Servicios Juveniles y de Familia e intentan aprender a reconocer a esos chicos de suéteres negros o rayitas que muestran una actitud de desprotección y un dejo de tristeza y ternura.
La subcomisionada Nery Salles justifica la preocupación que la Policía Nacional Civil ha puesto en estos grupos y no oculta que los ven como caldo de cultivo para potenciales delincuentes. “Con el tiempo se han venido dando grupos que se han vuelto criminales como las pandillas y estos grupos que han salido ahora como son los emos, los que andan en patinetas, los que andan pintando paredes, una cantidad de nombres, metálicos, otros que les llaman rockeros y que en algún momento pueden volverse violentos pero no es la norma”, sostiene.
La subcomisionada admite la carencia de información en la División sobre los emos y otras agrupaciones urbanas. No saben distinguir quien es quien y dado que tampoco son sicólogos, se las ven a palitos cuando de prevención de emos se trata. Eso sí, asegura, en la calle, la Policía solo los revisa o detiene cuando realizan transgresiones a la ley y no es una política perseguirlos. Los emos, en cambio, opinan lo contrario y varios se quejan de acoso policial.
Los policías salvadoreños no son los únicos que no saben con certeza qué es un emo. Algunas personas de a pie admiten que nunca en su vida han visto uno. ¿Dónde están los emos? ¿Quiénes son y qué hacen? ¿Es cierto que quieren morir? Son de las primeras preguntas que salen al paso. Pero hay quienes van un poco más a fondo. ¿Qué aportan?, se pregunta un profesional extranjero que trabaja para una ONG en pro del ambiente.
La era del mechón sobre los ojos
Hace menos de cinco años, en municipios como San Salvador, Apopa, Mejicanos, Soyapango, San Marcos y San Miguel, empezaron a aparecer muchachos que llamaban la atención por su forma extravagante de vestir y por su corte de pelo.
No era una cuestión de género ni de clase, aunque la mayoría de sus integrantes proviene de barrios populosos y familias disfuncionales, con padres ausentes o simplemente indiferentes. Sin embargo, los centros comerciales de zonas exclusivas también se convirtieron en pasarelas para el desfile de estos grupos que, a secas, llamaban la atención por su estética, y porque veían al mundo con los ojos detrás de un flequillo.
Las hojas de los periódicos y revistas se llenaron de artículos. Mucho se ha escrito sobre ellos. Son parte regular de las páginas de espectáculos.
Más adelante, el canal 2 de televisión hizo un reportaje sobre ellos, en el que con música tétrica de fondo y adosado con un locutor de voz dramática, dio el pincelazo brutal: los emos buscaban suicidarse.
Desde entonces, una desesperada preocupación corrió entre los padres de familia y maestros, la gente empezó a gritarles en la calle “basuras”, rechazando su forma habitual de andar por el mundo, y se fue estableciendo en el lenguaje de uso común que estar triste o deprimido era sinónimo de emo.
Mientras, en contra de los estigmas que les colocaban, cientos de adolescentes salvadoreños se agruparon alrededor de esta tendencia, aprendieron a acuerparse, a defenderse y a escabullirse de los periodistas para evitar ser reconocidos en televisión o en periódicos por sus familiares que les critican su forma de vida.
Uno de los grupos que surgió en esa época fue el de Toky. Este joven de 17 años vive en Mejicanos y es líder natural de los emos que se reúnen semanalmente en un pequeño parque que solo cuenta con una cancha de básquetbol. A la sombra de viejos árboles ornamentales, descansan en las bancas enfrente de las escuelas de noveles conductores, a un costado de una de las avenidas principales de la ciudad.
Nadie ha nombrado a Toky como jefe de la tribu, pero todos se dirigen a él cuando tienen que ponerse de acuerdo sobre lo que harán cada una de tantas tardes lúdicas. Es él el que indica dónde ir y quien, desde su teléfono celular, contacta al grupo para señalar el lugar de reunión. Es él el que conoce los detalles más privados de las vidas de los miembros y ex miembros del grupo, incluyendo depresiones amorosas o problemas familiares. Es él el quie decide si abandonar el lugar ante la presencia policial o de sus acérrimos enemigos. Es él quien toma decisiones cuando las provisiones merman. Es él la cabeza de un grupo aparentemente acéfalo que funciona basado en la espontaneidad del placer y no sigue un orden jerárquico.
“Fue hace… digamos tres años cuando empezamos a salir a las calles, reclutando gente, para que vieran qué era lo que venía, supuestamente moda, pero para mí no es moda, es un estilo de vida”, dice Toky.
Sonia, de 16, explica algo en lo que coincidió la mayoría de emos consultados: el clic de la imagen para ingresar al movimiento. “Pues yo llevo en esto desde hace dos años, me metí porque me llegó su forma de vestirse, el peinado, los colores, las extravagancias, por eso me llamó la atención, también la música, después me fui metiendo más a fondo, el emo core, el screamo, el screamo electro, varias ondas así. Somos una familia”, dice.
Familia que se reúne todos los días a la misma hora, que solo deposita confianza entre las más allegadas, que huye de extraños que se acercan, escucha la misma música, intercambia mensajes y confidencias, caricias, guiños y peinados, y coopera cuando alguna no tiene para el pasaje.
La mejor amiga de Sonia es Mati, de 15 años, quien asegura que lo que hace distintos a los emos es el pegamento que los une: “Somos como cualquier persona, lo único que cambia es la gran unidad que hay entre nosotros, el amor y el respeto”.
Unidad es lo que se observa en estas emos de la pasarela del Instituto Morazán, en San Salvador, que cada mediodía se reúnen para recostarse sobre una pared o sentarse en los escalones. Bajan la mirada si un personaje externo circunda su territorio, hablan en voz baja entre ellas y se disuelven ante cualquier posible intruso. Estallan en carcajadas frenéticas ante el chiste más nimio.
Son como cualquier adolescente y no, porque no todas las adolescentes cubren su cara con un fleco, se deprimen tan constantemente o son capaces de defender su territorio y sus amistades sobre cualquier cosa. No cualquier adolescente soporta henchida y rabiosa los gritos que les dedican en la calle, por traer un pelo más lacio y tijereado que el resto de los mortales y por parecer más tristes que lo habitual.
-Me mojaste en el recreo -reclama una.
-Ja, ja, ja -suelta la otra una carcajada-. Sí, ¿Y qué? -responde, triunfal.
Si alguna tiene un problema, las demás la rodean, la escuchan. Cuchichean, se miran, vuelven a disolverse. Son pocos los minutos libres que comparten a la salida del Instituto, pero los celan como un tesoro brillante escondido ante cualquier invasor, protegido con miradas esquivas ante cualquiera que no sea emo. Aunque socializan con sus compañeras de clase, solo mantienen lazos de amistad fuertes entre la tribu. Es decir, llamadas, citas, secretos amorosos. La confidencia no se le regala a cualquiera.
-Más que todo cuando nos sentimos mal, vamos con nuestros amigos porque sabemos que su apoyo siempre lo vamos a tener en las buenas y en las malas -dice Mati.
Ser emo es sin duda cuestión de grupo: Toky y Sonia no se conocen, aunque tienen una amiga en común. Si eres emo, al final, formas parte de una minoría y los lazos de amistad se tienden independientemente de la zona donde vives. Hay pequeños grupos que se forman sobre todo en los centros escolares, que solo se conocen entre sí, pero algunos logran relacionarse más ampliamente con otros grupos en los centros comerciales, en las reuniones en los parques o por amigos comunes. Sin embargo, los emos prefieren relacionarse con sus congéneres más inmediatos, y penetrar al terreno grupal por medio del messenger y páginas web sociales.
Toky y Sonia decidieron desoír la voz de sus respectivos grupos, que les pedían que no hablaran con periodistas. En general se muestran resentidos con la prensa debido a lo que se ha publicado sobre ellos. Creen que los periodistas no han sido del todo justos y precisos y no han reflejado lo hondo de su vida cotidiana, más allá del estereotipo de suicidas.
-¿Y qué es lo que más les gusta hacer? -pregunto.
-Salir a vacilar -responde Sonia.
El vacil en los emos puede ser de dos tipos: el primero, simplemente de convivencia, y el segundo, cuando intervienen ciertas sustancias.