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Los emos: más allá del juego de morir

Aunque lo más conocido sobre los emos es esa supuesta tendencia suicida, algunos de ellos aseguran que no hay ninguna exigencia ni siquiera de cortarse las muñecas para poder ingresar a un grupo emo. Y parece ser un mito su afición a la muerte.

Domingo, 15 de agosto de 2010
Lauri García Dueñas / Fotos: Fréderick Meza

 

La pasarela

A la salida del Instituto Nacional General Francisco Morazán se encumbra sobre el abundante tráfico vehicular una vieja pasarela roja, de estructura metálica y redondeada. Cuando se acerca el mediodía, la actividad a su alrededor empieza a cambiar. Chicos bien peinados y de tenis relucientes esperan que suene el timbre de las 11.40 a.m.
En la reja del Instituto, las niñas están impacientes por salir. Afuera, una anciana encorvada prepara una pequeña cesta con ganchos para el pelo, colas y aretes. Al abrir la puerta, las chicas de uniforme blanco se dispersan. Algunas buscan con la mirada y ubican a quien las espera. Se van, contentas, de la mano de alguno de los chicos de tenis relucientes y bien peinados. La anciana hace su agosto: las niñas se abalanzan sobre su cesta y le compran su bisutería.

Salen Sonia y otras siete chicas. Solo dejan fotografiar los bolsos y sus adminículos emos. Nada de rostros. Se resisten y mencionan el reportaje del canal 2 y el hecho de que ahora todos las tratan como unas suicidas. Sonia dice que el grupo decidirá si dan declaraciones. Tienen que consultar a los demás, pues no pueden hablar sin permiso.

Mati, de 15 años, accede a hablar acompañada de Sonia, de 16.

-¿Por qué estás en los emos, Mati?

-Porque encontré algo que no había encontrado en ningún otro lugar.

El tiempo debajo de la pasarela pasa rápido, las chicas no suelen estar más de una hora a su sombra. Las parejas de novios van alejándose, y la señora que hace su agosto vendiendo ganchitos recoge sus bártulos cuando las últimas muchachas se han despedido.

-Somos como cualquier persona, todo mundo tiene depresiones alguna vez, no necesariamente tenés que ser emo, también no saben por los problemas que pasamos como adolescentes y que la gente incrementa con la discriminación que están haciendo, porque nos hacen sentir mal de una u otra manera -añade Mati. Y se lamenta de las ilusiones que se rompen con el tiempo-. Cuando era pequeña yo tenía la idea de una vida perfecta, pero lo que más me marcó fue cuando mis papás se separaron, eso sí me dolió bastante.

Los padres de Sonia también se separaron y ella vive sola, según dice, aunque no quiere dar detalles.

-¿Qué es lo más duro que te ha sucedido?

-¿Lo más duro que me ha pasado? La verdad es cuando mi papá se separó de mi mamá. He crecido sola prácticamente, porque no tengo comunicación con mi papá, esa onda me ha marcado definitivamente, siento como si sola me independizo, no he tenido realmente unos padres. Entonces en nosotros, en los emos, hemos encontrado una familia, podemos desahogarnos, compartir ondas que quizás no compartimos con los padres.

Llega la hora de hablar de los novios.

-No tenemos -dice Sonia-. Sí hemos tenido, pero es que ahorita, por la misma onda que estoy viviendo es como que si tengo un novio, no siento que me vaya a llenar, como que el amor lo he perdido, porque como que sí me ha marcado lo de mi papá… casi no pienso un noviazgo, se me ha ido esa onda.

Sonia ha repetido un año y otro lo dejó de estudiar. A su edad debería de estar en bachillerato pero todavía está en octavo grado. Acaba de salir de exámenes de Ciencias y Lenguaje, pero cuando se le pregunta cuán bien le fue, una mueca de indiferencia es toda su respuesta.

-¿Preferirían un novio emo o uno no emo?

-Depende de las personas, hay cheros que lo agarran así como broma, y otros que sí lo agarran en serio, con los que lo agarran en serio es una relación más cariñosa, más amorosa, más centrada -dice Mati.

De regreso al parque

Son las 3 de la tarde y se han reunido unos 20 chicos frente a una heladería, cerca del parque donde el otro día los emos se encontraron con los punks. Ahí están Toky, Joshy, Doggy, el Crazy y las chicas.

Los ritos se suceden en orden. Ellos coquetean a las chicas, pero ellas están más alejadas del grupo. Parece que no les interesa más que lo que hablan entre sí.

El Crazy comienza a recoger el dinero para el vodka. Solo después de largos minutos logra recoger suficientes monedas para comprar la botella. Las muchachas no contribuyen a la causa.

Se van al parque, que está sucio, lleno de desperdicios de plástico y ropa vieja. Una familia llega a jugar básquetbol y el grupo la observa desde las bancas, con tedio. El tiempo pasa despacio. Es la hora de la siesta y es domingo. El aburrimiento hace mella en el grupo.

Ahora les acompañan dos chicos que son ex emos, de la camarilla fundadora de este crew (grupo). Tienen 21 años y una terrible resaca. Se les antoja una sopa o algo de comer. Un tercero se lamenta y asegura que le duele el hígado de tanto tomar. Está encorvado, le ofrecen un trago y dice no.

Toky comenta que la depresión crónica de uno de sus amigos que ya no llega al parque puede ser originada por su extremo abuso del alcohol. “Toma todos los días”, asegura.

Ahora les acompaña también una de las chicas del Instituto, quien luce sus tenis all stars altos con cintas de colores fluorescentes, un agregado de tela rosa en forma de corazón en sus jeans y un maquillaje lleno de brillantina. Aquella tarde, esta chica era la que más lucía y la que menos hablaba. Estaba absolutamente concentrada en arreglarle el pelo a una compañera y las demás del grupo participaban silenciosas. Parecían unas geishas pop.

Aparece el Gordo con un morete en uno de sus ojos. Dice que se lo hizo un skate de la colonia Metrópolis. Toky refuta la versión porque cree que, si en realidad le hubieran dado con una patineta, le hubiesen sacado el ojo.

Aparecen los punks pero ni eso rompe el tedio. El sonriente emo Colocho, de 15, conoce a los antagonistas. Se saludan. Nadie arremete contra nadie.

El Colocho tiene el pelo rizado, como su apodo lo indica, pero se alisa el fleco para no quedarse atrás de la estética grupal. Sus compañeros le dicen “freak” (raro) pero se nota que siendo el más pequeño de estatura, es el que despierta más simpatía.

Osiris, de 20 años, del grupo punk del mismo parque, aclara que muchas veces los emos creen que van a ser atacados por los punks, cuando estos últimos ni siquiera lo están pensando. Paranoia, dice. Sin embargo, otro punk, Mario, de 15, admite que con sus amigos han atacado emos para robarles dinero y comprar alcohol y marihuana.

Hay un vídeo de un grupo musical emo salvadoreño llamado “Los Depres”. Uno de los chicos del parque critica que solo “son unos chavos tocando delante de un muro”. ¿Son buenos? “No”, dice.

En el escenario musical salvadoreño, los grupos emos han pasado a denominarse indie. Entre los más representativos del género está “El sueño de Camila”. Julio Ramírez, promotor musical, explica que los grupos emos han cambiado su mote a indie para huir de la calificación de “losers” (perdedores) que se habían ganado.

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