Los muertos de Tamaulipas son un grito, parte de un coro reiterado que por fin llegó a los oídos de todos. No es el primer crimen de este tipo; sino el más reciente de un largo eslabón de secuestros y asesinatos de migrantes por parte de grupos de crimen organizado en México.
En las páginas de este periódico se ha repetido constantemente desde 2008. Es un fenómeno tan patente y tan sistemático que desde 2007, cuando iniciamos el diseño del proyecto En El Camino para cubrir la ruta de los migrantes, decidimos hacerlo desde la perspectiva de la migración y la crisis de seguridad en México, porque desde entonces ya sabíamos que los migrantes son las víctimas más indefensas en México. Porque a nadie le importan.
Desde entonces, también, comenzamos a decir desde este espacio que las autoridades mexicanas estaban coludidas en los crímenes contra los migrantes y que los gobiernos centroamericanos no hacían nada por sus ciudadanos. Que el doble rasero de la política migratoria mexicana (defender los derechos de los migrantes ante Estados Unidos pero mirar para el otro lado en su frontera sur) debía ser atajado con fuertes demandas de parte de los gobiernos centroamericanos.
Ahora por fin, después de esta masacre, el canciller Hugo Martínez ha dicho públicamente que están listos para exigirle a México. Es tarde, pero es mejor que nunca. Ojalá esas palabras del canciller se conviertan en un esfuerzo conjunto, deliberado y claro de todos los gobiernos de países emigrantes (principalmente Guatemala, El Salvador, Honduras y Nicaragua) y en un verdadero emplazamiento a México.
El presidente Funes ha solicitado a su contraparte mexicana una reunión bilateral para abordar el asunto y ha ofrecido trabajar de manera conjunta en el combate al crimen. Es un esfuerzo loable pero insuficiente si sigue reposando en la voluntad del gobierno mexicano una verdadera salida a la actual situación. Porque las autoridades mexicanas, después de esta masacre, han demostrado incompetencia, hipocresía y nula disposición a asumir su propia responsabilidad.
Después de lo de Tamaulipas, ya nadie puede pretender que todo siga igual. Si el gobierno mexicano no está dispuesto a hacer un verdadero esfuerzo en la limpieza de sus cuerpos de seguridad y en la protección a los migrantes, eso debería ser respondido con medidas concretas de parte de Centroamérica. Denuncias ante la comunidad internacional o condicionamiento en algunas negociaciones. Debe ser una de las prioridades de la política exterior centroamericana.
Ahora que México celebra el bicentenario, es menester recordar que terminamos juntos el proceso independentista, y que ahora, en territorio mexicano, los migrantes centroamericanos son tratados como los seres humanos de más baja estirpe. Como escoria de la cual todos abusan. Oalá que la sangre de los migrantes acumulada hasta hoy a un promedio de decenas de muertos diarios no termine otra vez convertida en una fría cifra en alguna carpeta ministerial, sino en el principal y sonoro argumento para decir ya basta.