La casa
La obra dramática que Federico García Lorca estrenó en 1936 ha tenido también en El Salvador, como en todo el mundo del teatro, montajes que son referencia. Roberto Salomón hizo un montaje clave en 1975, con una solemne Gilda Lewin liderando; Santiago Nogales hizo su tropicalización en 2001, con Isabel Dada en el protagónico; y en noviembre de 2010, De la Ossa y Valencia (de aquí en adelante “los directores”) nos traen su versión, con Ana Ruth Aragón como Bernarda.
Con este montaje, Aragón cierra un círculo privilegiado reservado para pocas actrices: Aragón, veinteañera, fue Adela en el montaje de Salomón; 26 años después, Aragón fue Magdalena en el montaje de Nogales; y hoy, Aragón es la terrible señora de esa casa. Pocas actrices han tenido la oportunidad de conocer una obra desde tantas perspectivas: desde varias edades, varios contextos, varios personajes, varios directores y varias intenciones. Me atrevo a decir que por eso, y sin lugar a dudas, Aragón es lo espectacular de este montaje.
Esta versión de “La casa de Bernarda Alba” goza de salud y virtudes, y puedo decirlo a pesar de haberla visto en un hostil Teatro de las Ruinas, que por muy bien intencionado que sea el espíritu de este espacio, no cuenta aún con las condiciones idóneas: calor insoportable, asientos incómodos, iluminación precaria y pésima acústica. Pero entre las ruinas, se impuso el arte del teatro.
Vale decir que tener momentos con más de 20 personajes en tablas es un reto escénico, y los directores logran superarlo ofreciendo composiciones estéticas destacables. Esto se consigue gracias al inteligente y elaborado trabajo de vestuario que se luce en una escenografía impecable. Hay que tener un claro concepto de espacio escénico y lenguaje de planos para conseguirlo aun sin el apoyo de iluminación profesiona.
Hacer una versión de una obra como esta requiere del dominio de la idea de totalidad. Con “La casa de Bernarda Alba” García Lorca abrió una puerta en el encierro del teatro clásico hispano (dominado por Jacinto Benavente y compañía), pero esa puerta no era para salirse, sino para dejar entrar innovaciones formales, sobre todo en el texto. García Lorca se negó al “verso” en el diálogo, pero impuso la poesía de lo cotidiano en poderosas frases cortas enfrentadas en ágiles y penetrantes diálogos. Y es precisamente el protagonismo del texto lo que ha hecho a esta obra accesible para todo tipo de interpretación escénica y adaptación léxica.
Prueba de lo dicho es que El Salvador ha visto a Salomón rompiendo el paradigma local del clasicismo de Edmundo Barbero al introducir las técnicas viscerales de Stanislavski, y años después al español Nogales en una atrevida salvadoreñización lingüística. Que este proyecto sea el primer montaje de la iniciativa Suchitoto-Stratford ES ARTES podría explicar el sutil halo shakespeareano del montaje, y no solo por los cuidados recursos escenográficos y de vestuario, sino también por la grandilocuencia épica de algunos episodios, como por ejemplo la introducción y el final.
Bernarda
La Bernarda de Aragón comanda un elenco sólido de 11 actrices estelares y 11 de jóvenes figurantes. La obra también recarga peso en los personajes de las cinco hijas. De hecho, hay adaptaciones y películas en donde el protagónico lo lleva Adela, el símbolo de la rebeldía extrema y sus consecuencias. Sin embargo, en la versión que nos ocupa hay dificultades para encontrar a Adela. Alejandra Nolasco, como Adela, explota muy bien los momentos en que asoma la oportunidad, pero dejó la energía que la caracteriza en manos de los directores, y ellos, en el mejor de los casos, decidieron esconderla un poco y, en el peor de los casos, no lograron desarrollar el personaje en todo lo que da.
Patricia Rodríguez reclama para su Angustias una fuerte presencia, mucho más fuerte de la que se espera del personaje. La lectura habla de una Angustias en crescendo, que va sacando las uñas agobiada por la desesperación ante la inminente amenaza de repetir el patrón materno y no por los celos, como parece sugerir esta versión.
Las otras hermanas son personajes correctamente representados por Dinora Alfaro, como Magdalena; Claudia Palacios, como Martirio; y Marlene Huezo, como Amelia. Son personajes de soporte a los que no se les saca mucho brillo. Las hijas- hermanas forman parte de una dinámica colectiva planteada por García Lorca de manera ambigua, por lo natural y lo incorrecta. En esta versión cuesta descifrar las intenciones de la dirección, pero sabemos que es muy difícil manejar un coro de personajes para mantenerlos en dosis adecuadas para conseguir hacer legibles las relaciones.
Hay un personaje muy importante, porque es el que hace contrapeso a Bernarda. Se trata de Poncia, la criada, acaso el ama de llaves, interpretada por Rubidia Contreras, quien hace a Bernarda humana, porque la revela en sus fisuras, escondidas para sus hijas. Contreras ha sido una actriz muy natural y versátil, este personaje lo calza bien, y a pesar de sus tropiezos en algunas líneas, podemos hablar de solvencia, es decir, de haber cumplido con la exigencia de hacer existir a una Poncia.
Xiomara Lemus, como la abuela, Blanca Contreras, como una de las criadas y Didine Ángel en su doble papel de criada y señora, aportan a la totalidad, pero ninguno de sus personajes pasa la línea de lo mínimo. Esto sorprende con la Abuela, que en ciertas versiones representa otro contrapeso importante para Bernarda, pero aquí los directores tomaron otro camino.
Lo cierto es que a sus 75 años, el personaje de Bernarda tiene una fuerza indiscutible, es un símbolo, y necesita actrices que logren levantar símbolos. Bernarda es el símbolo de lo terrible, de un alma severa e inquebrantable, pero que difícilmente cabe en la maldad. Las actrices que la encarnan deben resistir la tentación de hacer una Bernarda mala, y tienen la dura labor de construir una Bernarda real, es decir, social, una fuerza centrífuga que devuelve con rabia inerte lo que recibe de un sistema cultural opresivo. Bernarda, a sus 75 años de existencia literaria, es capaz de irradiar verdad en la medida en que las actrices y los directores encuentren a la mujer sobreviviente que solo cree en lo que ha vivido, que tienen un concepto perverso del amor, pero que con él ama y con él quiere que sus hijas también sobrevivan.
Ana Ruth Aragón encontró para el público a esta Bernarda, y la está desarrollando muy bien. Si la dinámica de nuestra realidad teatral permitiera largas temporadas tendríamos la oportunidad de ver crecer personajes como este hasta el grado de la perfección, sin embargo, sabemos que aquí un montaje difícilmente supera las 20 funciones, pero hay ocasiones, como esta, en que se inicia con todo a su favor. Esta es sin duda la oportunidad de redescubrir a Ana Ruth Aragón, quien durante los últimos años había flotado en cierta inercia entre papeles que no le exigían demasiado, y en los que se había limitado a ser más ella que a crear.
Como ya se dijo, Bernarda Alba es un símbolo de lo terrible, y su casa un hogar a su semejanza, y en conseguir la verdad escénica de lo terrible se juega cualquier montaje, en cualquier tiempo y en cualquier lugar. ¿Es esta Bernarda lo terrible? Yo pienso que sí.
NOVIEMBRE, 2010.