Todos llevamos por el mundo una pequeña mitología personal, la que componen los sucesos y personas que de alguna forma nos han definido. Esas huellas, grandes o modestas, nosotros las evocamos a la hora de juntar los pasajes dispersos de nuestra vida. En la mía, allá por el año de 1975, asomó una muchacha delgada que, dijera lo que dijera, revelaba tener ideas propias. Esa muchacha, como ustedes ya deben imaginar, era Julia Evelyn Martínez. Evelyn me descubrió a Joan Manuel Serrat, a Procol Harum y también me dijo un par de frases que 35 años después todavía recuerdo. Por todo esto me cuesta identificarla con la última funcionaria que Mauricio Funes ha despedido de forma fulminante.
Muy pronto, quienes saben descubrir el talento supieron que la inteligencia de Julia Evelyn la destinaba a cumplir un gran papel en el mundo de las ciencias sociales y de la política en nuestro país. Evelyn llevaba más de la mitad de su vida preparándose para este momento, el momento en que la izquierda tuviera el poder y necesitase a personas como ella. Es una lástima que cuando dicha oportunidad se ha presentado no haya tenido una conjunción feliz.
No sé si Julia Evelyn estaba preparada para sobrevivir en un mundo como el de la política salvadoreña. Sus principales virtudes (tener personalidad, principios y opinión propia) han podido ser vistas (desde la perspectiva del poder) como sus principales defectos. Como quiera que sea, su despido es una mala noticia para la izquierda salvadoreña y debería trascender su naturaleza anecdótica para convertirse en un tema serio de reflexión. Se mire como se mire, el despido de personalidades como Breny Cuenca y Julia Evelyn Martínez debe analizarse como un fracaso de la coordinación gubernamental entre las diferentes sensibilidades que buscan el cambio.
A Evelyn es la primera vez que la despiden de un alto cargo político; en cambio, el equipo de Mauricio Funes es la segunda intelectual prestigiosa a la que despoja de sus funciones sin el más mínimo tacto. Algo no debe hacer bien dicho equipo, dada su reincidencia, y dado que resulta difícil creer que toda la culpa, en la mala gestión de estos desacuerdos, sea de Cuenca y de Martínez.
Estamos presenciando un período de aprendizaje dentro de la izquierda. Nunca hasta ahora, sus cuadros habían gestionado una estructura política y administrativa tan vasta y nunca habíamos tenido tampoco un gobierno en el cual convergieran las diferentes sensibilidades de la izquierda y su distinta visión del ritmo y alcance que deben tener los cambios.
Está el principio de la realidad (la correlación de fuerzas, etcétera) y está la realidad de los principios. El choque entre ambos (entre la política como cálculo y la política de acuerdo a valores) no lo están resolviendo con éxito la izquierda radical y la moderada porque su alianza no fue precedida por un amplio debate social en torno a la táctica, la estrategia y el programa común de cambio. Hay desajustes entre las diferentes expectativas que habrían podido armonizarse si la filosofía que posibilitó el acuerdo entre Funes y el Frente se hubiese explicado con claridad a las bases y a la población de izquierda. Este fallo comunicativo, típico de quienes hacen política en las alturas, lo comparten por igual Funes y el FMLN.
De cualquier manera, incluso una política moderada y realista tiene que ser valiente: lo que firmó Julia Evelyn merecía firmarse. Lástima que detrás de ella hubiese un gobierno que confunde la moderación con la tibieza.
El despido de Breny Cuenca y Evelyn Martínez debe evaluarse como un fracaso en la gestión organizativa de Mauricio Funes y su equipo directivo. El talento y la buena formación en la izquierda no son tan abundantes como para que podamos permitirnos el lujo de prescindir del trabajo de mujeres como Cuenca y Martínez.
Julia Evelyn se preparó durante años para desempeñar el cargo del cual acaban de despedirla ¿Cuánto trabajo debe hacerse para que haya espacios políticos donde pueda eclosionar y aprovecharse el largo esfuerzo formativo de personas como ella?
Por mucho que los intelectuales tengan una visión compleja sobre la realidad social, entre las ideas y los mundos concretos de la política hay una distancia muy difícil de cruzar. Entre la academia y el foro político no hay una vía de comunicación directa y ausente de problemas, una y otro son campos donde se dan distintas reglas de juego y formas de racionalidad que no resulta fácil conciliar. Esto ya lo sabían los griegos, para incidir sobre las decisiones en la asamblea hace falta algo más que la verdad y no me refiero a la fuerza sino que a la voluntad de persuadir, de transmitir la razón con sabiduría discursiva y pedagogía política.
Quien considera que sus planteamientos en el ágora están fundamentados “científicamente” puede sentir la tentación de ahorrarse los trámites del diálogo, el debate y de la persuasión que caracterizarían a la democracia. Una razón que ignora los protocolos y realidades de la asamblea popular puede convertirse en una razón impaciente, vertical e ingenua desde el punto de vista práctico. Tal como expuso Aristóteles: en la comunicación política no basta con tener la verdad, hay que aprender a utilizar en favor de la filosofía aquello que sabe el sofista (la Retórica es una toma de conciencia a ese respecto).
Que un intelectual comprometido salga magullado por culpa de las discordias con sus aliados políticos es una noticia triste que revela una vez más las tensas relaciones entre la inteligencia y los juegos y realidades del poder. Ojalá que aquí vayamos más allá de la anécdota y pensemos en lo injusto y burdo que es valorar la trayectoria de una persona como Julia Evelyn Martínez a partir de un caso como el de las cachiporristas.
Ni siquiera cuando teníamos quince años ella y yo nos pusimos de acuerdo; sobra decir que aunque ahora sucede lo mismo, jamás pondría en cuestión algo que Julia Evelyn ya tenía entonces: elegancia natural, talante reflexivo y preocupaciones éticas. Así era, así ha sido, así es. En pocas palabras: una mujer inteligente y digna.