Opinión / Política

Túnez


Lunes, 24 de enero de 2011
Luis Fernando Valero

La revuelta de Túnez es la primera revolución democrática de los países árabes. Las que acontecieron antes o iban acompañadas de golpes de Estado, en donde los militares jugaban un papel esencial como el caso de Nasser en Egipto o Irak en 1958 y Libia en 1969.

En los años sesenta los Gobiernos nacionalistas árabes entronizaron un poder autoritario que ha tendido a perpetuarse y ya son más bien  monarquías “republicanas”: Hafez el Assad, Hosni Mubarak, Muammar Gadafi.

Túnez es una isla este mundo árabe, donde la democracia es un aún un bien desconocido, y más si es laica. Burguiba tuvo el acierto de llevar la democracia a Túnez; el declive de su poder elevó a Ben Ali, para preservar la democracia, pero la realidad se ha traducido en un autócrata dictador y ladrón que ha llevado al hartazgo al pueblo tunecino, que con una fuerza y una dignidad enormes ha demostrado que se puede vencer a la opresión. Si el pueblo presiona adecuadamente. Ahora afrontan una transición difícil hacia un sistema democrático y republicano que añoraba de tiempos mejores.

El estallido de la revuelta fue el sacrificio de un joven de 23 años, Mohammed Bouazizi, que se inmoló en Sidi Bouzid por su desesperación ante las injusticias. Ello provocó una ola de indignación que derivó en una marea de protestas en las que los pobres han jugado un papel esencial.

El poder de Ben Ali tenía  tres pilares.. Uno, las clases medias, que han ido observando cómo se degradaba su nivel por el pavoroso ambiente de corrupción que imponían los especuladores que medraban al lado de los familiares de la segunda esposa de Ben Ali. Otro pilar estaba formado por los dirigentes y militantes del RCD, el partido oficialista, que controlaba absolutamente los engranajes y la corrupción en el país.

El tercer pilar curiosamente lo formaba la policía y la guardia nacional (la gendarmería), que Ben Ali, ex ministro del Interior, controlaba. El ejercito había sido apartado del reparto pues el ex autócrata siempre le tuvo prevención.

Túnez se parece a la Polonia donde jugó un papel el sindicato Solidaridad: en Túnez el sindicato de la policía y la Unión General Tunecina del Trabajo (UGTT), sobre todo los mandos medios regionales, se negaron a obedecer al poder, se abrazaron al pueblo en vez de reprimirlo y solo entonces Ben Alí comprendió que había perdido el poder.

Lo triste ha sido la actuación de los países democráticos occidentales, Europa y sobre todo Francia, con el que el pueblo de Túnez tenía una conexión especial, ha demostrado una ceguera pavorosa para ver los acontecimientos, hasta el momento de la huida del dictador, Francia se ofrecía a mandar material para reprimir las manifestaciones y medios para “formar” a su policía.

Los acontecimientos se suceden con una velocidad de vértigo y los tunecinos no quieren  que se haya marchado el dictador y perviva la dictadura con la trampa de un gobierno de concertación nacional de todos, incluido el RCD del ex presidente. Ya el partido por presión popular sea disuelto.

Lo interesante de Túnez es el efecto de contagio que pueda tener en todo el norte de África, en el espacio denominado El Magreb, una revolución laica y democrática enfrente del avance islámico fuertemente influenciado por el dogmatismo de Al Quaeda.

La rebelión de Túnez demuestra la gran fragilidad de los sistemas políticos norteafricanos, Argelia, Egipto cuyos rasgos, de con la excepción de Libia, son bastante similares. Lo curioso es que todos ellos tienen un ciego apoyo de Europa, liderada por Francia, la principal antigua potencia colonial, y con el pleno respaldo de España e Italia. Y ello guste o no es un mal ejemplo para la democracia, acordémonos de los “gobiernos democráticos” de ibero América apoyados por los Estados Unidos, que preferían dictaduras criminales y sátrapas antes de que gobernaran partidos de izquierda moderada, recordemos a  Arbenz  o a Allende.

Europa, al igual que los EE.UU. en su zona, no movió un dedo para pedir a Ben Ali que flexibilizara su régimen. Su estrecha relación con la UE no le impidió dar nuevas vueltas de tuerca hasta el hartazgo final. Los demócratas miraban para otro lado.

A finales de 1995, el presidente Felipe González viajó a Túnez, en plena represión de los socialdemócratas tunecinos, para firmar el tratado de amistad y cooperación bilateral.

Esperemos que el clamor de Túnez no se quede sólo de nuevo por una mala entendida realpolitik, y ojalá que las monarquías autócratas de la zona se den cuenta de que no es buen camino la represión de las masas y sobre todo mantener a los jóvenes en estados de necesidad que les obligan a emigrar o a tener que rebelarse para poder tener futuro.

Lo que más ha impresionado del levantamiento tunecino, verlo por la televisión, es lo parecidos que son sus jóvenes a cualquier país de su entorno europeo y es que en la sociedad global y del conocimiento es imposible no ver, oír y sentir.

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