'Ahí en Apanteos puede ocurrir una masacre en cualquier momento. Solo estamos esperando a ver qué pasa. ¿Y saben qué es lo peor? Que con nuestros recursos no podemos evitarlo”. Lo dijo en aquella reunión ante los cuatro periodistas que lo rodeábamos. Ya lo había insinuado antes, pero esta vez completó la frase. Y la remató tras la última pregunta, antes de despedirnos, de pie, cerca de la puerta de su despacho: “¿Y eso lo podemos citar?” “Claro, es que de lo que no puedo evitar no puedo ser responsable”.
Lo normal es que un funcionario, sobre todo si es de la rama de seguridad del país más violento del continente, enrolle los argumentos, matice, relativice... suavice, ese es el verbo. La usanza es que argumente desconocimiento, que se escabulla, que se excuse... rehúya, ese es el otro verbo.
Aquella tarde en su oficina, Douglas Moreno, el director de Centros Penales, no hizo uso de los verbos básicos del botiquín de un funcionario. Cuando eso pasa, cuando uno espera lo contrario, las palabras suenan con más fuerza, con más entonación, sobre todo en el caso de una tan potente: ma-sa-cre.
Sí, una masacre en Apanteos. Eso es lo que en aquella charla a inicios de septiembre de 2010 auguró el director del sistema de centros penales para la cárcel de Santa Ana. Una matanza entre los 3 mil 700 internos apiñados en ese espacio diseñado para un máximo de mil 800 seres humanos. Una carnicería en aquel recinto que alberga a mil 900 presos más de los que le caben.
Mi duda era si el pronóstico de Moreno era producto de la inteligencia dentro de centros penales, del conocimiento profundo de lo que tras sus barrotes se cuece o si, por el contrario, era una amenaza perceptible para cualquiera que estuviera cerca de Apanteos. Cualquier familiar, cualquier abogado, cualquier representante de reos, cualquier reo.
El siguiente día me reuní en el centro de San Salvador con alguien muy cercano a los reos comunes del país, 'los civiles', los que no son pandilleros ni ex policías ni ex militares. Mi contacto es un ex reo, como casi todos los que aquí afuera representan a los que están allá adentro. Es alguien que les conecta abogados, que conoce a muchas de las familias de los presos, que sabe sus apodos y que tiene sus números de celular, esos que los presos contestan dentro de las cárceles.
Aquel restaurante, aunque se anunciara como tal, de chino solo tenía las letras y algún adorno en forma de gato. Pedí pollo frito y mi contacto pidió carne frita. Ambos pedimos horchata. Era la tercera reunión que teníamos, pero la primera tras haber escuchado lo que Moreno dijo. Fuimos al grano.
-Entonces, ¿todos están esperando la masacre en Apanteos?
-Pues sí, yo te dije que ahí lo que tienen es una bomba de tiempo que va a estallar de un solo vergazo, pues.
-Pero algo se podrá hacer.
-Separarlos, eso es todo. Si el clavo que tienen allá adentro es que no les ha gustado que lleven a los muchachos de la mara.
A principios de junio, más de 100 mujeres de la Mara Salvatrucha habían llegado al sector 1 de Apanteos, una cárcel en el occidente del país que en teoría es exclusiva para reos comunes. Entonces, las alertas se empezaron a encender en los sectores 5, 6, 7 y 8. Uno tras otro, varios reos se desvelaron como miembros activos de la Mara Salvatrucha y otros como simpatizantes: familiares de pandilleros, habitantes de sus barrios, compañeros de historias. Simpatizantes. Aquellos personajes de los que un marero bien podría decir: “los dejamos caminar con nosotros”.
La llegada de las jainas de la MS desató un efecto dominó que ni siquiera la dirección del penal se esperaba. De un día para otro resultó que cinco de los 11 sectores de Apanteos pertenecían a la MS. Hombres que se habían declarado civiles, que sabían que eso determinaría si serían recluidos en un penal de la mara o en uno como Apanteos, ahora cambiaban el guion.
-Y eso no gustó –me dijo mi informante en el restaurante de las letras chinas.
Me pregunté a quién con exactitud no le gustó, pero en los platos ya no había pollo ni carne frita y en los vasos solo quedaba la base espesa de la horchata y la conversación tenía que terminar y yo acostumbrarme a la regla de quien pregunta por lo que pasa en las cárceles: hay otra pregunta más importante detrás de tu pregunta. Hay un hecho oculto detrás de ese hecho. Hay una historia que explica esta historia. Hubo otras masacres antes de esta masacre. En resumen: el iceberg tiene base, y vos estás parado en la cima.
Apanteos antes de los últimos muertos
Si se hiciera un casting televisivo para interpretar el papel de jefe de custodios de un penal salvadoreño, el jefe Molina tendría altas posibilidades de ganar si se presentara. Recio, compacto, bigotón, de hablar rápido y amañado por su medio. Él no te dice algo: te lo reporta; para él no es que no pase nada: es que no se registró novedad; él no se dirige a Juan o a Pedro: él le habla al custodio o al señor director o al señor periodista. El jefe Molina es el jefe de custodios de Apanteos y en mi primera visita a mediados de septiembre tuvo la amabilidad de 'darme parte” de la organización del “centro penitenciario”. A voz alzada, como quien pasa lista al regimiento:
-Sector 1, 176 féminas de la MS; sector 2, enfermos, delitos menores y viejitos; sector 3, reos con derecho a media pena; sector 4, penas largas y delitos graves, como secuestro u homicidio; sector 5, cumplimiento de más de dos tercios de pena; sector 6, fase de admisión y adaptación al centro; sector 7, penas de tres a 13 años; sector 8, penas de tres a 20 años, pero ahí tenemos ahorita a los mareros varones de la MS, a 269; sector 9, penas leves y procesados sin condena; sector 10, procesados sin condena por penas graves y condenados también; sector 11, es un sector especial, ahí tenemos a los internos inadaptados, desafiantes, que representan amenaza. Oiga usted, no a los malos, que aquí todos son malos, sino a los desafiantes.
Del sector 3 al 8 componen la galera, la nave central de cemento y hierro donde cada sector está dividido por muros y rejas, y los internos pueden insultarse o saludarse a través de los barrotes que dividen los bloques de celdas. Los sectores 9 y 10 están separados por poco de la galera y el 1 y el 11 lo están del todo.
La petición estaba cantada:
-Por favor, jefe Molina, déjeme hablar con el representante de los desafiantes, del sector 11.
Se quitó la gorra, se rascó la coronilla, se revolvió en la silla y llamó a su jefe, el director del penal. “Sí, sí, eso quiere... sí, le daré parte, jefe... sí, sí, como usted ordene”.
-Lo sacaremos, pero acuérdese de que esta gente es astuta y tiene tiempo para pensar en lo que dirán, y ponen caras visibles, amables, que no siempre son los verdaderos líderes, sino sus representantes.
Si lo que pretendían los del sector 11 era mostrar su cara más amable, habría que ver qué otras fisionomías hay allá adentro. Sale un tipo flaco, fibroso, tatuado desde los hombros hasta las muñecas, y con unas ojeras que le ensombrecen la mitad de su rostro de mapache. Es el representante de los “rebeldes”. Representante es un cargo informal que formalmente representa a su sector. Como me dijo un funcionario de cárceles: “Si el representante no avala que entrés al sector, solo la UMO puede ayudarte”.
El representante del 11, que prefiere que no publique su nombre, escuchó mi presentación y sin más se lanzó a hablar sobre las “inhumanas” condiciones que hay dentro de las prisiones. Me vi obligado, luego de cinco minutos de cortesía, a detenerlo y explicarle que no quería hablar de eso. No hace falta una investigación para saber que en un sistema apto para 8 mil 80 reos que alberga a 23 mil 48, las condiciones están a un abismo de distancia de ser óptimas. No hace falta quitarle tiempo a un reo para enterarse cuando el mismísimo director de centros penales lo reconoce y los directores de los penales cuentan anécdotas de reos que duermen parados, de olores fétidos hasta lo vomitivo, de reos que cazan gatos para hacer sopa, de enfermedades sin médicos ni medicinas, de extorsiones entre reos, de violaciones perpetradas con penes, botellas, garrotes y cuchillos, de algunos que han perdido la razón entre barrotes... No pocas, muchas anécdotas. “Allá adentro se violan derechos humanos que no han sido inventados”, ironizaba un colega que lleva meses inmerso en la dinámica de las cárceles.
El representante del 11 endureció el gesto.
-¿Entonces de qué querés hablar?
-Dicen que está por estallar una masacre aquí.
-Ajá, ¿y dicen que es nuestra culpa?
-No, dicen que hay inconformidad con los nuevos internos.
-Entonces la solución es bien fácil: sacá a esos nuevos internos, llevátelos a una de sus cárceles, a una de mareros. Sacá mañana a esos mareros del sector 8 y este penal se arregla. No podemos convivir con ellos, porque extorsionan, amenazan. No vamos a actividades deportivas porque no nos podemos encontrar, no salimos a la enfermería porque no nos podemos encontrar. Ni a programas, cine, nada, porque se nos avientan si nos ven.
-¿Les están disputando a ustedes el control del penal?
-¡No! Ya vas con lo mismo. Si aquí no es por control, es por tranquilidad que queremos que se vayan. Ellos sí quieren control, sacaron a 25 amigos nuestros del sector 8 hace unos días, se les tiraron encima. Acordate de que aquí hay quienes cumplen condena porque mataron a algún mierdoso allá afuera, y acordate que esos no se tientan para vengarse y acordate que aquí adentro uno arrastra sus clavos y todo se paga. Entonces, ¿por qué no se los llevan? Si saben que esto es una bomba de tiempo. ¿O ya no se acuerdan de la masacre de 2007?
El coordinador del 11 le llama mierdosos a los mareros. El coordinador del 11 lleva más de 10 años encerrado. El coordinador del 11 sabe que en las cárceles hay tiempo para cobrar las deudas, y lo recuerda de su última masacre.