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Diario de campo 11

De enero a agosto del año pasado, el joven antropólogo salvadoreño Juan Martínez convivió en el día a día de una colonia dominada por la Mara Salvatrucha en el Área Metropolitana de San Salvador. Durante su insistente investigación de campo escribió, en código de realismo etnográfico, este diario de campo que La Sala Negra presenta a manera de miniserie escrita, de pequeños retratos que forman un panorama. Cada lunes y jueves, con extensión variable, los lectores encontrarán los diarios que se escribieron allá en La última comunidad de la colina.

Domingo, 20 de febrero de 2011
Juan Martínez

Falta poco para las tres de la tarde y la casa comunal zumba como una gran colmena por el sonido de los niños. En la calle, Moxy  maneja mi moto a gran velocidad hacia la cima de la colina, da pequeños saltos cuando pasa por encima de las piedras y casi se estrella contra un carro estacionado por echarle una mirada a un par de jovencitas. Da la vuelta y se pierde colina abajo, hacia el territorio del Barrio 18. Moxy tenía varios días pidiéndome que le dejara manejar mi moto. Puso cara de niño bueno y me prometió que no haría nada malo. Siempre busqué evasivas para no hacerlo. Le dije que la dirección estaba mal, que casi no tenía gasolina, que, que...  Las miradas de por si no son amigables conmigo en terreno 18 y no quiero que identifiquen mi moto con la MS. Con el tiempo esto puede ser peligroso. Sin embargo hoy se me terminaron las excusas y no tuve más remedio que poner en las manos del muchacho las llaves de mi corcel.

Moxy ha llegado casi al lindero del territorio MS, el cual está marcado por un enorme árbol de amate, de ahí para abajo es terreno hostil para los Bravos Locos Salvatrucha. La temeridad de Moxy no llega a tanto y pronto reaparece en la comunidad dando saltos y haciendo crujir la moto a cada bache.  Mira el reloj y de mala gana estaciona la moto frente a la casa comunal. Me da las llaves y sale corriendo.

Adentro, en la casa comunal, todo marcha mejor que la vez anterior. Los niños están más tranquilos y tenemos ayuda extra. Cristal es una muchacha de la comunidad que se ha ofrecido como voluntaria en este proyecto. Tiene dieciséis años y sabe tratar con los niños.  Es una Claudia Schiffer versión adolescente, y los Bravos Locos Salvatrucha están locos por ella.  En estas comunidades, y a la edad de Cristal,  los pandilleros constituyen una especie de “rebelde perfecto”. Todo mundo habla de ellos, son quienes visten mejor, son a quienes todos respetan, son, en pocas palabras, los protagonistas de la película. De pronto asoma El Noche por la puerta, le hecha una mirada de pies a cabeza a la muchacha y sigue su camino. Cristal se vuelve un tomate y comienza un frenético movimiento para arreglarse el pelo y acomodarse la minifalda.

En la entrada del centro juvenil, está Karla, la hermana de Hugo.  Habla con La Seca, una de las mujeres que vienen mes a mes a pedirle dinero a El Camino. La mitad de la cara de Karla está deformada por un enorme hematoma color violeta que La Seca acaricia con cuidado.

 -¿Qué te paso en la cara, Karla?

Le pregunto al verla, y quien me responde es su amiga.

-Nada, no le paso nada.

-¡El hombre me dio verga¡

Me dice la niña con tono irreverente, y entonces La Seca la aconseja:

-Mirá, si ser mujer de estos locos es difícil, es una vida bien dura, se sufre. Vaya, vos estás pequeña todavía, no sabes lo que te queda por vivir. Mirá, aprovechá ahorita que lo tenés aquí, porque cuando caen presos… Eso es duro, mirá, la gran viajadera a verlo y la gran madrugadera. Vaya, y eso que yo a veces voy con las cuatro cipotías hasta Ciudad Barrios, tres horas de viaje y unas grandes colas.

Las cuatro cipotías de las que habla revolotean a su alrededor, y Karla  la mira en silencio con el único ojo que puede abrir. La escena es extraña, pareciera como si La Seca fuera su reflejo en el espejo de los augurios.

-Es que bien paloma, porque ni trabajar puede una porque ya dicen que buscando hombre anda una. Vaya, a mí me había salido un trabajo en el centro, con una amiga, pero el ya salió con que: ¡a pisar vas a esa mierda! ¿Vea, cerota? Y, puta, al final nada puede hacer una.

Dice la niña. Hace una pausa para ver a todos lados y continúa:

-Mejor me voy, porque él ya me dijo que si me mira por aquí me va a montar verga. 

-Es porque vos le tenés miedo. Si, mirá, yo, cuando  aquel  me verguiaba, yo me le oponía, chis, ve, yo no le tenía miedo, aunque me caían mis penquiadas a veces, pero yo no le demostraba miedo.

Dice La Seca.

De pronto, como una mala broma, al frente de un grupo de muchachos, aparece Little Man. Pasa en medio de las dos mujeres con pasos rápidos, casi empujándolas, y su tropa hace lo mismo. Desde hace algunos días parece haber tomado las riendas del grupo de los más jovencitos. Lo siguen a todas partes. Entre ellos va Moxy y Bernardo. Hugo aun se resiste a despegarse de El Camino, quien por ahora se encuentra ocupado instalando un horno de pan que una congregación religiosa ha hecho llegar hasta aquí.

Las dos mujeres se levantan con la cara pálida y se van. Karla se interna en uno de los pasajes y La Seca se marcha, colina abajo, con su aureola de niñas.

Los pandilleros entran a la casa y son recibidos a patadas e insultos por Hugo, quien inmediatamente recibe una dosis de su propia medicina. Little Man le ensarta dos patadas en las costillas y lo manda, chillando, a la vera de El Camino, quien mira al hechor con fuego en los ojos, pero sin decir palabra. Los recién llegados están nerviosos. Se empinan la botella de agua con ganas y sudan. Han estado abajo de la colina.

Bernardo está más animado que de costumbre. A gran velocidad, va dejando de ser el muchacho tímido de hace unos meses. Ya tiene celular, Little Man se lo ha dado.  Ya mató a su primer hombre. Fue el carpintero de hace unos días. La orden vino desde el penal de Ciudad Barrios. El delito del carpintero fue acostarse con la mujer de uno de los Bravos Locos Salvatrucha que esta en prisión. Este mandó la orden y la clica dispuso que fuera Bernardo quien se encargara de matarlo. Esto no es información privilegiada, todos acá arriba lo saben, varios vieron cuando Bernardo le deshacía la cara a balazos, y todos han decidido callar. Nuevamente, la Mara Salvatrucha vuelve a imponer su ley: ver, oír y callar… o vos seguís.

Comienza a oscurecer y en toda la colina suenan los primeros cánticos de los evangélicos. Me despido de todos y me voy. En la bajada distingo a Cristal caminando en el fondo de un pasaje, escoltada, cada vez más de cerca, por la mirada de buitre de El Noche.

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