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Diario de campo 15

De enero a agosto del año pasado, el joven antropólogo salvadoreño Juan Martínez convivió en el día a día de una colonia dominada por la Mara Salvatrucha en el Área Metropolitana de San Salvador. Durante su insistente investigación de campo escribió, en código de realismo etnográfico, este diario de campo que La Sala Negra presenta a manera de miniserie escrita, de pequeños retratos que forman un panorama. Cada lunes y jueves, con extensión variable, los lectores encontrarán los diarios que se escribieron allá en La última comunidad de la colina.

Miércoles, 9 de marzo de 2011
Juan Martínez

Nos acercamos a la mitad del año y las lluvias han llegado. Caen por la noche en cantaradas y se anuncian por el día en bocanadas de calor que se roban el aliento y hacen sudar a chorros. El país comienza a tornarse verde y frondoso y los cerros que rodean a la comunidad están cambiando de desérticos volcancillos a praderas llenas de vegetación.

Subir por la colina es una verdadera odisea. La calle es un bache fangoso en sí misma, y los  paredones de tierra amenazan con desmoronarse sobre los que transitamos por única calle que llega hasta acá.

En la comunidad otro tipo de tormentas son las preocupan a los Bravos Locos Salvatrucha. El golpe de Little Man no quedó impune. El Barrio 18 pegó su revés con fuerza. Asesinaron por la noche a Trompo, amigo y colaborador de la clica, y además un hombre muy querido en la colina. Era motorista de la ruta de busetas que tiene su punto dentro de la comunidad. Anoche, mientras hacía su último viaje, dos pasajeros se levantaron y sacaron dos pistolas. Mientras uno lo guiaba hacia una de las comunidades del Barrio 18, el otro apuntaba a los demás pasajeros. Cuando llegaron a un pasaje ya los estaba esperando un puñado de pandilleros con armas largas. Antes de meterle a Trompo dos tiros en la cabeza uno de ellos le  dijo:

-Bueno, pues, ¿van a pagar la renta o cómo gran putas, pues?

Luego disparó.

Se robaron el dinero de la cajita de madera donde Trompo echaba las monedas. También el dinero que la gente llevaba encima. A los hombres los obligaron a levantarse la camisa en busca de tatuajes de la MS-13. Luego los hicieron bajar. Un pandillero se subió, roció un poco de gasolina al cadáver de Trompo, le tiro un cerillo y se fueron. Por suerte, el cobrador, que se había camuflado entre la gente, logró apagar el cuerpo y el incendio no prosperó. Dentro de la buseta viajaba también uno de los Bravos Locos Salvatrucha. Logró esconder sus tatuajes y por eso está vivo. Fue él quien contó los hechos.

Entre esta ruta de busetas y la clica de los Bravos hay una especie de alianza que probablemente no podría llamarse extorsión. La cuestión es simple: la ruta paga a la clica y esta no solo garantiza que ningún MS los asalte, sino que garantiza que nadie más , incluyendo el Barrio 18, se meta con ellos. Con el tiempo han terminado por generar ciertos lazos de amistad y la caseta de la ruta luce un enorme mural de la pandilla, quizá el más grande de la comunidad. Ahí los pandilleros se reúnen a jugar naipes con los motoristas y cobradores. Viajan en las busetas cuando necesitan bajar de la colina. Las busetas son, en pocas palabras, el trasporte de los Bravos.

El golpe es duro, no solo para la clica sino que para toda la comunidad. Trompo tenía varios hijos pequeños. La gente está indignada y le han exigido a los padres que la vela sea aquí, en la casa comunal, ya que ellos viven en una colonia del centro de Soyapango, territorio prohibido para la gente de la comunidad por ser bastión del Barrio 18.

Algunos habitantes se han ido de la colina, han abandonado sus casas por temor a la guerra. Gustavo, el encargado del centro juvenil, ha huido también. El refuerzo escolar se ha cerrado para siempre y El Camino será ahora el encargado de los proyectos de la institución, los cuales se reducen a la pequeña panadería. Reina el caos y el miedo en la comunidad, la gente no habla más que de la guerra.

Desde las faldas se ven patrullas de la PNC y grupos de soldados que caminan en pequeñas columnas. Los pick up suben y bajan de la comunidad y, salvo por los enormes placazos (murales),  no se ve por ningún lado la presencia de la pandilla.

En el centro juvenil está El Camino. Hace pan como si nada hubiera pasado, aunque fue precisamente él quien me llamó anoche para informarme de la muerte de Trompo. En el teléfono sonaba bastante más indignado que en persona.

A El Camino no le gusta hablar de la guerra. Evade el tema y se retira cuando alguien la menciona. Pero hoy parece más suelto.  Habla de  un antiguo pacto que acaba de romperse. Los Bravos locos Salvatrucha siempre  han menospreciado a las clicas cercanas del Barrio 18, las consideraban pandillas de chiquillos comparados con ellos. Sin embargo, habían establecido un acuerdo tácito en cuanto a los territorios, y establecieron un punto como frontera. Es un enorme árbol de amate que está en las faldas de la colina. De ahí para abajo todo pertenece al Barrio 18, y parra arriba a la Mara Salvatrucha. Esto incluye a las rutas de buses. Por años fue así. Los conflictos en todo caso se limitaban a matarse entre ellos en una especie de juego brutal, pero sin meterse a extorsionar en el territorio enemigo. A este tipo de pactos se les llama “pactos sur”, en alusión a una antigua alianza entre pandillas surgida en el sur de Los Ángeles, California, muchos años atrás. No está muy claro si en este lugar fue el Barrio 18 o la  MS-13 quien rompió el pacto, y poco importa ahora.

El Camino me cuenta que es frecuente que los pandilleros recurran a este tipo de alianzas o pactos en momentos críticos.

-Vaya, fíjese que mis hijos, viven con la abuela en una comunidad de chavalas (Barrio 18). Aquí cerca, en la colonia El Millón. La cosa es que yo antes vacilaba ahí. Me conocían, pues, y todo mundo sabe lo que yo soy. La cosa es que me los empezaron a joder. Ya vamos a matar a tu tata, me le decían a Isaías, el mayor. Hace poco, un cabrón hasta me le apago un cigarro en el brazo. A mí nada me costaba ir a hacer un gran desvergue. Si fuera con la mentalidad que tenía antes, ya ratos que me hubiera valido verga y los hubiera puesto quietos, pero yo ahora ya ando otra mente. Ya no ando haciendo eso. Entonces yo hablé con los meros meros de mi pandilla, con la mafia pues. Les dije lo que estaba pasando y ellos hablaron con los otros. Vaya, a los hijos de El Camino los están jodiendo y queremos que eso se termine, pues. y ahí acabó el problema.

El show del patrullaje policial es efímero. Luego de caminar por la comunidad como hormigas locas se van, y los pandilleros van aflorando. Salen de todos lados y son más que antes, muchos más. Han llego refuerzos de otras comunidades a apoyar a la Bravos Locos Salvatrucha.

Al centro juvenil llega Alicia. Es una de las mujeres con más poder dentro de la comunidad, de esas mujeres cuya lengua es un arma letal. Alicia es capaz de hacer correr un chisme por toda la colina en un solo día y así despedazar la integridad de quien desee. Cuando sus historias no son suficientes para destruir a sus enemigos recurre a un arma más poderosa: la MS-13.  Les dice que tal o cual persona baja a las comunidades del Barrio 18 o que se ha burlado de la pandilla. Y la pandilla suele castigar a esas personas. Es una mujer temida en la colina. Hoy ha venido a quejarse. Le pregunta a El Camino si  se quedaran con los brazos cruzados en cuanto a la muerte de Trompo.

-O sea que de balde están aquí ustedes…. Nombre, así sí está jodida la cosa, muchachos. Todo mundo anda preguntando si así va a quedar la cosa.

Los compañeros de Trompo también han recurrido a la pandilla para exigir la seguridad por la cual pagan todos los meses. No solo los Bravos son parte de la guerra, los habitantes en general están furiosos con el Barrio 18 y quieren que pague por lo que han hecho.

Frente a la casa comunal, y a pesar de ser temprano, Jazmín está cerrando su venta de frescos. Me cuenta que previendo la avalancha de violencia que se avecina ha internado a Hugo.

-Fíjese que me lo llevé a Izalco a un internado que tiene un cura. Aquí ya no se puede vivir usted. ¡Usssh!.. Me va a hacer falta, pero es que aquí se me estaba perdiendo ese niño.

Me dice casi gritando, para luego decirme en voz bajita:

- En la Unión está ese internado, pero no quiero que nadie se entere porque me da miedo que el hombre ese (Little Man) lo vaya a ir a sacar.

Hugo jamás hubiese ido de buena gana. Jazmín tuvo que engañarlo. Le dijo que lo llevaría a la playa y que ahí jugarían en la arena y nadarían en el mar, que le compraría un enorme pescado. Ambas cosas, el pescado y el mar, Hugo solo las había visto en la televisión. A las cinco de la madrugada, el niño jaloneaba a su madre colina abajo para aprovechar el sol de la playa a la que nunca llegó.

Horas más tarde, cuando los primeros candados tronaron, el niño comprendió en dónde estaba. Lloró, gritó y amenazó a su madre con ya no quererla más, pero Jazmín estaba decidida.

- Mire, ya perdí a la Karla. Ella, después de que se me fue de la casa… Ahora hasta presa me dicen que ha estado, que ahí ha andado robando cerca de la escuela que está debajo de la colina.  Así que este niño yo no quiero que se me pierda.

Ahora, Karla vive con Little Man, y este, observando la obsesiva lógica territorial de los pandilleros, la ha marcado para siempre. Sobre el omóplato de la niña hay un tatuaje que reza, en letras góticas: Little Man.

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