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Diario de campo 16

De enero a agosto del año pasado, el joven antropólogo salvadoreño Juan Martínez convivió en el día a día de una colonia dominada por la Mara Salvatrucha en el Área Metropolitana de San Salvador. Durante su insistente investigación de campo escribió, en código de realismo etnográfico, este diario de campo que La Sala Negra presenta a manera de miniserie escrita, de pequeños retratos que forman un panorama. Cada lunes y jueves, con extensión variable, los lectores encontrarán los diarios que se escribieron allá en La última comunidad de la colina.

Lunes, 14 de marzo de 2011
Juan Martínez

El Camino tuvo un sueño. Se vio a sí mismo sentado en el asiento de un bus enorme que se metía por callejoncitos oscuros. Iba rápido y rozaba las paredes al meterse en los pasajes angostos. Los otros pasajeros no le hablaban. Lo miraban con asco.

Él preguntaba al motorista a dónde iban, a dónde lo llevaba, pero este no podía hablar. Solo lo miraba y seguía manejando. Se sentía como una vaca hacia el matadero.

Una señora lo miró y le preguntó.

-¿Hijo, y usted de qué mara es?  Hágale con las manos, quiero ver de qué mara es.

 ¡De esta, de esta!

Le gritaba El Camino y dibujaba con las manos la garra salvatrucha.  La mujer lo miró con lastima.

- Aquí todos los bichos son 18, hijo. Todos.

Se bajó corriendo y se encontró rodeado de paredes que confirmaban las palabras de la mujer: aquí manda y controla el Big Barrio 18. De pronto aparecieron cientos de pandilleros del Barrio 18. Salían de todos los pasajes, de todas partes, de los techos, de las puertas, del suelo. El Camino aullaba de miedo y corría para todos lados, pero a donde sea que él se dirigiera se encontraba de frente con un horrible enemigo. Gritó y gritó, y de tanto gritar todo se fue desvaneciendo poco a poco y él apareció en un cuarto con mucha luz, entre los pechos húmedos de una mujer blanca. Cuando se despertó eran ya las cuatro de la mañana y estaba solo. Ese fue el sueño de El Camino.

En el día a día de la última comunidad de la colina, la guerra se está volviendo más intensa y la olla de presión de este municipio ha terminado por volar en pedazos. El reto del Barrio 18 fue aceptado por la Mara Salvatrucha, y la muerte de Trompo ha sido vengada con saña.  Ya no es solo la Bravos Locos Salvatrucha la que pelea. Otras clicas del municipio se han aliado con ellos y juntos  hacen la guerra.

Ayer, en la colonia El Millón, dominio del Barrio 18, cerca de las dos de la tarde, varias personas se apiñaban alrededor de un televisor. Veían un partido de la liga española de fútbol. El Real Madrid recibía en casa  a su archienemigo catalán. La televisión estaba en un pasaje, afuera de la casa. La señal es cara, casi impagable en lugares como este, y el aparato atrajo a los jóvenes como un cadáver a las moscas.

Antes de que Messi le marcara el primer gol al Real Madrid dos tipos bajaron de un vehículo, caminaron disimulados hasta estar cerca del grupo, sacaron sus armas y las hicieron tronar.  Dispararon varias veces hasta terminar las balas. Luego salieron del pasaje, dieron algunos gritos y se fueron. 

Luego del atentado, un grupo de gente se arrastraba por el suelo en charcos de sangre. Eran 11 en total  Entre ellos dos niñas y una anciana de ochenta años. En la tele, Messi corría estirando su camiseta y gritando desaforado hacia la parte roja de las graderías del Santiago Bernabeú, y, en las cercanías de esa colonia, los tiros pasaron por cohetes para todos los que los escuchamos.

 Todos los heridos están en el hospital ahora. Sorprendentemente ninguno ha muerto.  Sin embargo, uno de los heridos tiene las balas en los pulmones, cerca del corazón y, según los médicos, morirá pronto.  Es un pandillero del Barrio 18, se llama Carlos y varios de los que están baleados son sus familiares. Hay otros cinco hombres en estado crítico, todos de esa pandilla.

En la última comunidad de la colina, en el centro juvenil, El Camino tiene compañía. Es Isaías, su hijo mayor. Lo ha mandado a traer desde hace varios días. Cree que es más seguro para el niño estar con su padre, dentro de uno de los bastiones de la Mara Salvatrucha, en los dominios de la clica que él mismo fundó, y no en El Millón, rodeado de enemigos ansiosos de venganza.

La clica protege a El Camino, lo cuidan. Puede que haya perdido poder al dedicarse a montar la panadería y negarse a timonear la clica de los Bravos. Sin embargo, es un pandillero reconocido dentro de la MS. Compartió celda con los altos mandos y se jugó la vida en las batallas carcelarias más brutales. Además, sigue siendo el contador de historias. Es la panadería el lugar donde Little Man envía a los más jóvenes a escuchar la historia de la Mara. Es El Camino quien los sigue tatuando a todos. Con su máquina hechiza, con tinta de lapicero. Puede que los Bravos Locos Salvatrucha ya no le obedezcan como antes y que lo hayan excluido de la guerra, sin embargo, aún lo veneran. A fin de cuentas saben que fue de los primeros hombres en llevar esas dos letras en el cuerpo.

Little Man ha ordenado que lleven un televisor a la panadería para que Isaías se entretenga. El niño no estudia, se la pasa con su padre, viéndolo hacer pan.  Si alguno de los dos quiere salir es escoltado por alguno de los Bravos. Saben que si algo llega a sucederle a él, ellos serían recriminados por cientos de clicas de la MS-13 que les reclamarían furiosos por haber dejado morir al legendario El Camino.

La gente en la comunidad  está nerviosa. El intento de masacre en El Millón gobierna las portadas de todos los periódicos, y por aquí se rumoran cosas. Tristes augurios de guerra. Dicen que el Barrio 18 ha atacado a otras clica de la MS-13 cercanas, en un embate desenfrenado por recuperar la delantera. Dicen que han jurado “bajar a los MS de ese puto cerro”.

La Policía patrulla como siempre, de arriba a abajo de la colina, sin lograr capturar a nadie. Hacen posta en el pasaje donde ocurrió el atentado y, en general, se pasean por todo el municipio con sus gorros pasamontaña y sus armas automáticas.  

La lógica de la guerra se vuelve cada vez más evidente. Son invitaciones, retos de bravura. Consiste en golpear y esperar la respuesta. Cada vez más fuerte. Cada golpe trae consigo su revés.

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