La visita del presidente Barack Obama a la tumba de Monseñor Romero fue la más simbólica de sus actividades en el país. En el libro de visitas, Obama escribió que el legado de Monseñor era fuente de inspiración universal.
Ese legado, que vemos como la defensa de los más desprotegidos; la denuncia de la injusticia; y la condena a la violencia y el atropello a los derechos humanos, mantiene hoy una vigencia patente, pero con una proyección mucho mayor en todo el mundo.
Monseñor Romero es un símbolo universal de estos valores. Es una voz que ha trascendido no solo las fronteras de este, su país, sino incluso a su iglesia, la católica, desde donde ejerció una pastoral comprometida con los más pobres hasta el punto del martirio.
Es aquí, en su propia tierra, donde se obstaculiza su ascenso a la santidad por grupos radicales de ultraderecha que continúan negando su legado, con el fin de evitar que, con el reconocimiento universal de su vida, se hable inevitablemente de su muerte, perpetrada por grupos paramilitares encabezados por el fundador de ARENA y el hijo del ex presidente Molina, y financiados por grandes empresarios salvadoreños, cuyas acciones continúan impunes.
La polarización del sistema político salvadoreño, base fundamental de su dinámica desde los acuerdos de paz, tiene entre sus reglas básicas que hablar mal de uno de los polos implica necesariamente favorecer al otro. Así, las campañas políticas durante todos estos años se limitaron a señalar al polo opuesto como principal razón para votar por el emisor del mensaje. Es lógico, pues, adivinar las razones por las cuales el gobierno y algunos medios de comunicación masivos minimizaron durante tres décadas la figura de Romero e intentaron desvanecer todo señalamiento que involucrara a los fundadores de ARENA en el asesinato. Estas divisiones alcanzaron incluso a la curia salvadoreña, de la que fue imposible obtener unanimidad respecto a la trascendencia y el legado del arzobispo hasta hace muy poco tiempo.
En todos estos años, sin embargo, la figura de Monseñor se impuso al silencio oficial, incluso de la iglesia católica, y el pueblo lo confirmó como su líder espiritual reclamando su herencia cada 24 de marzo.
Hoy las dinámicas políticas han cambiado. La inefectividad y obsolescencia de los mensajes polarizantes, evidenciados en la elección de 2009, transformaron todo el sistema político y permitieron, por primera vez, las celebraciones oficiales alrededor de la figura de Monseñor.
Hoy el más universal de los salvadoreños tiene ya reservado un día en el calendario oficial de Naciones Unidas y es, efectivamente, fuente de inspiración en todo el mundo. Hoy Romero simboliza lo más noble de esta tierra, y es ejemplo por su capacidad de sacrificio en la defensa de los más necesitados. Hoy, en esta tierra amenazada por la violencia, la impunidad y la pobreza, el mensaje de monseñor Romero tiene una patente vigencia, y su figura se erige con fuerza como guía para todos los que aspiran a transformar esta sociedad enferma en pos de una vida más digna, más solidaria y más justa para todos.
Poco antes de su muerte, Monseñor Romero reclamó en una carta abierta al presidente de Estados Unidos por la ayuda militar al ejército salvadoreño. En la carta, el arzobispo de San Salvador recriminaba que esa ayuda serviría solo para alimentar la represión de los cuerpos de seguridad contra la población más indefensa.
Treinta años después, la visita del presidente de Estados Unidos a su tumba para rendirle homenaje reafirma la trascendencia histórica y el carácter universal de Óscar Arnulfo Romero, acaso el mayor aporte de este pedazo de tierra al resto de la humanidad.