Opinión /

Una filóloga a la Academia Salvadoreña


Lunes, 28 de marzo de 2011
Francisco Domínguez

Hace poco más de una semana, en el Salón de Actos Públicos de la Universidad Dr. José Matías Delgado, la Academia Salvadoreña de la Lengua (ASL) incorporaba a Ana María Nafría como una más de sus “académicos de número”. Según la tradición, a cada miembro recién electo le es asignado un sillón que tiene grabado en su respaldo una letra del alfabeto y que antes ha ocupado un colega que ya ha muerto; en este caso, Ana María sucede en el sillón C a la escritora Matilde Elena López, fallecida el año pasado y primera mujer —y única en mucho tiempo— en haber ingresado a esa docta casa, en 1997.

Desde el 2006, tiempo que David Escobar Galindo lleva al frente de la ASL, han sido nombradas académicas de número cuatro mujeres: Carmen Argüello (2006), Irma Lanzas (2008), Márgara de Simán (2009) y Ana María Nafría (2011). Si tomamos en cuenta que en los 136 años de vida de la institución, solamente Matilde Elena López había alcanzado tal distinción, es fácil deducir que desde entonces “algo” ha venido sucediendo. Y ese “algo” es relevante por al menos dos razones. En primer lugar, es notable que una entidad que históricamente ha ignorado a las mujeres como parte de su estructura intelectual ahora las tome en cuenta, pues siempre ha habido —antes menos, ahora más, es verdad— escritoras, maestras o pensadoras que han hecho de la palabra su modo de andar por el mundo y con el currículo suficiente para aportar ideas y haceres; en segundo lugar, es aún más importante que casi todas las nombradas hayan dedicado sus mejores esfuerzos a cultivar el idioma español en sus dimensiones de lengua o literatura, criterio demasiadas veces ignorado para seleccionar a los candidatos a los sillones académicos.

Pero con independencia de las justificadas razones para tales nombramientos nacionales, no hay que perder de vista la perspectiva internacional que les da sentido, pues lo anterior ocurre en el actual contexto de la producción, monumental e inédita, que la Real Academia Española (RAE) ha venido realizando durante los últimos tiempos: en el breve espacio de tres lustros, ha publicado lo que no había hecho en décadas, nada menos que una quincena obras académicas de altísima calidad en su conjunto (hay ilustrados detractores de textos específicos), la mayor parte de ellas primeras ediciones. He aquí una relación sucinta de las mismas: Gramática descriptiva de la lengua española (1999), Diccionario de la lengua española (22.ª edición, 2001), Diccionario del estudiante (2001), Nuevo tesoro lexicográfico de la lengua española (2001, en DVD), Diccionario panhispánico de dudas (2005), Diccionario esencial de la lengua española (2006), Diccionario práctico del estudiante (2007, de distribución exclusiva en América, habría que preguntar por qué), Diccionario de la lengua española (22.ª edición, 2008, en CD), Nueva gramática de la lengua española: morfología y sintaxis (2009), Diccionario de americanismos (2010), Nueva gramática de la lengua española. Manual (2010), Nueva gramática de la lengua española: fonética y fonología (2010, con DVD) y Ortografía de la lengua española (2010). Además, a las anteriores seguirán dentro de poco: Nueva gramática de la lengua española. Gramática básica (prometida para el verano de 2011) y Ortografía de la lengua española. Manual (también para este año). Para concluir, hará falta la última edición, la vigésima tercera, del Diccionario de la lengua española y cuyos “avances” han venido siendo publicados en la página web de la RAE desde abril del 2005, que aparecerá en el 2013, coincidiendo con el tercer centenario de la corporación académica.

Por tanto, el nombramiento de Ana María Nafría solo puede ser interpretado correctamente desde la necesidad que tiene la ASL de contar entre sus miembros con las personas mejor calificadas para participar en los esfuerzos cada vez mayores de las Academias americanas por ofrecer, cuando les son requeridos, estudios y materiales útiles y pertinentes a los proyectos de envergadura general liderados por la RAE. Esta, hermana mayor de la ASL, siempre ha desempeñado más el papel de madre por la razón fáctica de que muchas de las academias latinoamericanas no han acostumbrado incluir en sus filas a personas con la formación idónea para realizar dichas tareas. Si tenemos la curiosidad suficiente y navegamos por los archivos de la corporación salvadoreña, encontraremos entre sus antiguos miembros a diplomáticos, abogados u obispos, personas seguramente dignas pero poco competentes en las tareas gramaticales o lingüísticas, propias de quienes han colaborado en las publicaciones mencionadas. De ahí que esta nueva visión transformada en nombramientos es la mejor noticia para que la ASL sea por fin lo que siempre debió ser: la casa donde resuenen voces claras y autorizadas de verdaderos conocedores y cultivadores de la lengua que compartimos con más de cuatrocientos millones de personas en el planeta; el lugar desde donde personas cualificadas eleven en su momento a patrimonio global lo que por de pronto es solo acervo local.

Desde esta perspectiva debemos celebrar que una filóloga española graduada en la Universidad de Salamanca, profesora durante más de treinta años de lingüística y gramática en la Universidad Centroamericana (UCA), se siente en uno de los sillones reservados a quienes toca velar por la lengua que hemos heredado y por el uso que los salvadoreños hacemos de ella. Seguramente Ana María, junto con las otras colegas académicas, aportará lo mejor de sus conocimientos y esfuerzos para que la ASL se vaya situando, de una vez por todas, en el lugar que dentro de la cultura nacional le corresponde.

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