Opinión /

La mirada del beduino


Lunes, 18 de abril de 2011
Erik Flakoll Alegría

La primera vez que conocí a Gadafi fue en 1985, durante una visita que realizaba el Comandante sandinista Tomás Borge a pedir recursos. El chiste en ese entonces era que el saludo comunista era con el puño izquierdo en alto, el saludo fascista era con el brazo derecho, la mano tendida por encima de la cabeza con la palma hacia abajo. El saludo sandinista, sin embargo, era con cualquiera de las dos manos a nivel de la cintura, palma arriba como pidiendo una limosna.

La misión del Comandante Borge era my sencilla: “Andá allá, tendé la mano y volvé con plata”, le habían dicho sus compañeros de la Dirección Nacional del FSLN.

Al primero que vimos en esa ocasión fue a su entonces mano derecha y que se ocupaba de todos los movimientos guerrilleros y de izquierda en el mundo. El todo poderoso Moussa Koussa, o “Mucha Cosa” como le llamaba cariñosamente Tomás. Hoy Moussa Kossa parece haber abandonado a Gadafi y parece que Gadafi no lo entiende.

 

Cuando llegamos a Tripoli nos levaron en el Hotel Al Kabir y allí esperamos que Gadafi nos recibiera. Uno nunca sabía cuánto tiempo había que esperar para una audiencia, a veces días.

Como era su costumbre, Gadafi nos recibió en su tienda beduina, amplia y de muy buen gusto. Yo acompañaba al Comandante Borge como escolta e intérprete pero Gadafi muy rápidamente dijo que él tenía su propio intérprete y que mi presencia no era necesaria. Un poco adolorido me retiré al fondo de la tienda y entablé conversación con Yalud, el Jefe de Seguridad.

Estábamos platicando cuando Gadafi le lanza una mirada a Yalud y éste sale disparado de la tienda beduina. Un momento después llega con papel y un lapicero y se los entrega al dirigente Libio. Seguimos platicando y otra vez Gadafi nos interrumpe con su mirada y esta vez Yalud se ausenta un largo rato y vuelve con un mayordomo que trae tres tazas de té en una bandeja de plata labrada.

Cuando finaliza la reunión, me levanto para despedirme de Gadafi y me mira fijamente a los ojos mientras me aprieta la mano y me dice en un inglés perfecto pero con acento árabe marcado: “Veo que te has hecho muy amigo de mi Jefe de Seguridad”. “Si”, le respondí, “y me impresiona la forma que tienen de comunicarse ustedes dos.”

Gadafi sonrió y me dijo: “En el desierto tenemos un refrán y es que el que no entiende una mirada, tampoco es capaz de entender un largo discurso.” Me impresionó esa refrán tan lapidario.

Un año más tarde, volví a Tripoli con el Comandante Borge a un aniversario de la Jamahiriya y al entrar al Hotel Al Kabir me sorprendió ver a mi amigo Yalud detrás del mostrador de la recepción.

“¿Qué haces aquí?”, le pregunté.

Encogió los hombros y me dijo “Es que no entendí su mirada.”

Ahora con el pasar de los años, es Gadafi quien no entiende la mirada de su propio pueblo.

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