Opinión /

Rápido y furioso


Miércoles, 4 de mayo de 2011
Miguel Huezo Mixco

En todas partes se queman demonios. La alegría de los estadounidenses la noche en que se puso fin a la vida de Osama Bin Laden, el responsable de los atentados del 11 de septiembre de 2001, me dejó algo enchibolado. Frente al televisor no pude evitar hacer una comparación entre la euforia en Times Square y las multitudes en Teherán, en 1979. Puedo entender sus sentimientos pero ello no me obliga a compartirlos.

Aunque no recuerdo con exactitud sus palabras, me quedé atónito cuando, esa misma noche, el presentador de CNN Luis Carlos Vélez sugería que los actos terroristas del 9-11 habían hecho posible que los huraños ciudadanos de Estados Unidos volvieran a su país un lugar más amigable. En medio de la euforia olvidó que los atentados hicieron reaparecer el espíritu fanático que Arthur Miller tan bien retrató en Las brujas de Salem, esta vez contra musulmanes y centroamericanos. De paso, pocos quieren recordar que la cólera de George W. Bush aprovechó aquellos eventos para validar el uso de la tortura y trapear con el derecho internacional.

La eliminación de Bin Laden fue un acto de guerra. No me considero un pacifista puro tampoco pero tampoco me identifico con aquellos que celebran el asesinato como un acto supremo de orgullo nacional. Aunque el Muro de Berlín se derrumbó en 1989, los acontecimientos mundiales -mírense Irak y Afganistán- parecen confirmar el viejo axioma marxista de que la violencia es la partera de la historia.

Vivo en un pequeño país colocado a los pies del mayor imperio de la historia universal. Trabajamos para los “americanos”. Hacemos el trabajo sucio dentro de sus casas, cultivamos sus naranjas, preparamos sus alimentos y cuidamos a sus ancianos. Nuestro parque automovilístico proviene, en gran parte, de lo que ellos desechan. Pocos países como este se miran tanto en el espejo del Big Brother del norte. Lo que hacen o dejan de hacer tiene una influencia inmediata en nuestra vida.

Conocí Estados Unidos hasta que finalizó la guerra interna. Gracias a una beca privada pude ir a una colonia de artistas enclavada entre las montañas de Saratoga Springs, Nueva York. Allá fui a enfrentarme con mis fantasmas e hice parte de mis duelos personales. Ese primer contacto me ayudó a entender un poco la diversidad de la cultura gringa.  

Aunque la elección en 2008 de Barack Obama como presidente de Estados Unidos renovó mi admiración por la cultura estadounidense, no dejó de entristecerme mirarlo actuar como uno de esos tipos duros, rápidos y furiosos. Tampoco termino de entender cómo el primer presidente afronorteamericano aceptó asociar el nombre del jefe apache Gerónimo al de uno de los mayores terroristas de la historia. Son los gajes del poder.

Walt Whitman, a partir de su experiencia como enfermero en la Guerra Civil de Estados Unidos, cantaba esto que bien podríamos repetir como una letanía: “Teje en sangre roja, teje músculos como sogas, teje los sentidos... No sabemos cuál será el uso... pero sabemos la obra, la necesidad sigue y debe seguir, la marcha de la paz, cubierta de muerte, igual que sigue la guerra”.

logo-undefined
CAMINEMOS JUNTOS, OTROS 25 AÑOS
Si te parece valioso el trabajo de El Faro, apóyanos para seguir. Únete a nuestra comunidad de lectores y lectoras que con su membresía mensual, trimestral o anual garantizan nuestra sostenibilidad y hacen posible que nuestro equipo de periodistas continúen haciendo periodismo transparente, confiable y ético.
Apóyanos desde $3.75/mes. Cancela cuando quieras.

Edificio Centro Colón, 5to Piso, Oficina 5-7, San José, Costa Rica.
El Faro es apoyado por:
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
FUNDACIÓN PERIÓDICA (San José, Costa Rica). Todos los Derechos Reservados. Copyright© 1998 - 2023. Fundado el 25 de abril de 1998.