Opinión /

Convulsa fecundidad


Sábado, 11 de junio de 2011
Carlos Calles

Hemos estado transitando en el laberinto conformado por la confrontación entre el cómo se deben hacer las cosas, por un lado, y, por otro lado, por el cómo se hacen; y para amolar la vaina, un tercero en discordia: cómo deseo que sean las cosas. Y como no hay pureza absoluta, no podemos dejar fuera del tintero el reconocer que la real constitución de esa laberíntica realidad salvadoreña, en la que estamos siendo formados como ciudadanos, está determinada por las posibles combinaciones de esos tres componentes y sus diversos grados de combinación.

Ha primado la mixtura -del cómo se hacen las cosas con cómo deseo que sean las cosas- que es determinada por lo consuetudinario en la práctica política, no podría ser de otra forma; es el cómo estamos acostumbrados a actuar ante los acontecimientos que superan nuestro entendimiento y aparecen para llegar a determinar las relaciones políticas de convivencia y madurez de la asociación de intereses diversos.

Contamos con el avance, entre otras cosas, de que ya no hay el uso ignominioso de las mangueras de bomberos para lavar las sangrientas evidencias de la lucha del pueblo; contamos con que ahora el precio a disentir ya no es la vida misma; contamos, también, con la reducida presencia de esa campaña ideologizada anticomunista para desprestigiar y estigmatizar al oponente político. Ahora bien, debemos llegar a contar con el logro de que la ley escrita no sea más liturgia sin contenido; escritos asumidos para no ser marginados de una corriente de pensamiento; escritos asumidos, simplemente escritos, como mampara de encubrimiento a orientaciones políticas que privilegian la exclusión, la marginalidad y la inhabilitación de grandes contingentes de población. Tenemos que contar con la comprensión de que la ley escrita tiene un espíritu que la sustenta, un ánimo inmanente que le define su carácter y su  temporalidad.

Sin ambages, lo que ha motivado el accionar de la Sala de lo Constitucional es preñar de espíritu a una letra, es darle sustento a una Ley General para que pueda regir en términos generales a la Nación que estamos construyendo. Es dar vida al Título I, Capítulo Único, Art. 1 de la Constitución. Sin ambages podemos, también, asumir que los desaciertos no provienen como Magistrados, provienen de su ser ciudadano, de su ser político, provienen de ser personas comprometidas con el que hacer de la Nación; son personas determinadas por los acontecimientos nacionales. ¿Cómo se puede disociar la esencia de un ser racional y consiente? ¿Cómo puede separarse género y política?

No es lo mismo hablar de la guardia que estar hablando con la guardia en la guardia; con ello quiero resaltar que lo aprendido en el ejercicio teórico es de compleja aplicación en el terreno de la realidad política. Ahora, después de muchísimo tiempo de haber sido decretados, los tres poderes constitutivos de la República han dado el primer paso para dimensionar una real separación de poderes, para dar contenido a esa trillada y memorizada máxima de los pesos y contrapesos.  Ahora se inicia la cimentación de que la ley depende de lo político y no necesariamente de lo partidario, el espíritu de la ley refleja esa convivencia política. Asumir una comprensión y actuación política por lo democrático es asumir ese proceso de aprendizaje del cómo se hacen las cosas; una concepción política para la búsqueda del consenso (no la unanimidad) es la plataforma del bien común; de ese tan esquivo bien estar.

Tengamos presente que hemos existido en un régimen autocrático militar-empresarial, régimen en el cual no hubo necesidades de debate, régimen en el cual los tres poderes de la República se mimetizaron en los intereses económicos y políticos de los ostentadores de los designios.

Comparto la descripción que hace de la actualidad David Escobar Galindo: “Hay que reconocer que aún estamos en transición”, tomo el siguiente párrafo completo pues me parece muy aleccionador y nos permitirá tener dominios de las pasiones para arribar a escenarios prospectivos de convivencia y pertenencia “El autoritarismo se desmontó formalmente como estructura política vigente allá a fines de los años setenta y principios de los años ochenta de la pasada centuria, al darse el colapso del régimen de gerencia militar que venía dominando desde los años treinta; pero sus reflejos en la conducta institucional han seguido presentes, con mayor o menor incidencia, según las circunstancias y los momentos sucesivos del proceso nacional. Dicha supervivencia de reflejos condicionados es lo que más obstruye el avance de la fluidez democratizadora. Tales reflejos detonan prejuicios, desatan anticuerpos y derivan en una permanente resistencia al cambio natural. Todo esto lo sentimos, lo vemos y lo padecemos en el día a día, con todos los disfraces y disimulos aprendidos en la larga práctica de las distorsiones históricas.”

Los límites de los tres órganos del Estado –tal como dice Fabio Castillo- se perfilarán en ese proceso en marcha de diálogo-concertación entre el Legislativo y el Judicial. Nuestra vida política está convulsa, es una madeja de transiciones, una madeja de negociaciones, una madeja de aciertos y perversidades; que ello no nos agobie ni impaciente, lo bueno de ello es que es ese proceso de construcción de caminos hacia la implantación de un Estado de Derecho Social.

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