El Bicentenario del Primer Grito de Independencia es una oportunidad para aclarar qué es lo que conmemoramos en nuestra actualidad, en este nuevo momento desde el cual vemos el pasado con nuevos hallazgos de conocimiento histórico y reflexionamos sobre el futuro desde circunstancias inéditas.
Cuando los salvadoreños se aprestaban a conmemorar el primer centenario de los acontecimientos de 1811 la frase “Primer Grito de la Independencia” era practicamente desconocida. Durante el siglo XIX historiadores como Rafael Reyes y José Antonio Cevallos, personajes hoy casi ignorados por el gran público, se referían a los sucesos de forma ambigua sin darles el realce que ahora les damos. De hecho, la gran narrativa de la independencia de Centroamérica había sido construida por historiadores guatemaltecos entre los que se encontraban Manuel Montúfar y Alejandro Marure.
Para 1911 los líderes del país veían las décadas pasadas con nuevos ojos. Atrás habían quedado la Federación, las disputas entre liberales y conservadores. Las comunidades indígenas habían sido obligadas a privatizar sus tierras. El estado nacional tenía mayor control sobre las municipalidades y había consolidado su ascendencia sobre las autoridades eclesiásticas. El estado liberal imponía las reglas del juego. Los ingresos de la exportaciones proporcionaban recursos para financiar un ejército, un palacio nacional, caminos, ferrocarriles y monumentos varios. En 1911 se conmemoraba no solamente una efemérides centenaria sino también la consolidación de un estado más estable, más centralizado y orientado a reclamar un puesto en la comunidad de naciones.
En este contexto los historiadores salvadoreños empezaron a hablar del papel crucial de San Salvador en la puesta en marcha del proceso de independencia. Así nació la narrativa del Primer Grito que sitúa a la élite criolla y mestiza salvadoreña, inspirada por las ideas de la ilustración (base del credo liberal), como la verdadera promotora de la independencia de Centroamérica que sentó las bases de la república liberal. El año de 1811 era para estos historiadores el primer eslabón de una cadena de acontecimientos que culminaba con el triunfo de una república de corte liberal dominada por una élite agroexportadora que llevaba el progreso a todas las esquinas del país.
Hoy, ya en cuenta regresiva hacia el bicentenario, parece que en el país muchas instituciones y fuerzas sociales se encaminan a reproducir los discursos, las ceremonias y los símbolos del centenario. El contenido de las “páginas web patrióticas” del discurso medíatico de hoy en poco difiere de los panfletos amarillentos que nos describen las ceremonias y discursos de las celebraciones del centenario. Cabe preguntarse si vamos a conmemorar los complejos acontecimientos de la Intendencia de San Salvador durante el período de crisis de la corona española o la autoimagen del estado liberal circa 1911.
Como historiadores hacemos un llamado a reflexionar sobre la forma más apropiada de conmemorar el bicentenario. En los últimos cien años los historiadores han tenido acceso a fuentes históricas que no conocían nuestros colegas del pasado. Al igual que ellos no podemos pretender que lo sabemos todo y no podemos decir a ciencia cierta si no aparecerán en el futuro nuevos documentos o perspectivas que nos ayuden a repensar 1811. Pero sí podemos decir que lo que sabemos hoy es muy diferente a lo que tenían a su disposición nuestros colegas del pasado. El fortalecimiento de nuestras identidades, el sentido de pertenencia y de cohesión social debe hacerse sobre bases históricas más sustentadas, claras y de mayor objetividad.
En este sentido, consideremos lo siguiente:
- Los procesos judiciales que siguieron las autoridades españolas en contra de los agitadores, fuente crucial para comprender los acontecimientos, no se publicaron sino hasta después de 1911. Desafortunadamente, han sido poco usados para estudiar el proceso de independencia. Se sigue repitiendo la narrativa patriótica liberal.
- Los acontecimientos de 1811 se dieron en un contexto de crisis generalizada del imperio español en el que los actores no necesariamente pensaban en independencia tal como la concebimos hoy.
- Los documentos históricos muestran que las acciones en contra de las autoridades no se limitaron en forma exclusiva a San Salvador ni a las actividades de la élite.
- La Intendencia de San Salvador, en muchos de sus municipios, tenía una tradición de motines en contra de las autoridades que preceden a lo que ocurrió hace dos siglos. Este tipo de movilizaciones continuó a lo largo de los siglos XIX y XX.
- Los resentimientos en contra del sistema político y económico y de sus autoridades y, por ende, las demandas expresadas en 1811, eran tan diversos como los actores de las diferentes movilizaciones, fueran éstos hombres o mujeres; añileros o jornaleros; mestizos, indígenas o afrodescendientes; estuvieran en San Salvador, Santa Ana, Metapán, Usulután, Zacatecoluca o Santiago Nonualco, los principales sitios donde se produjeron acciones.
A esto le podemos añadir que el estado liberal de 1911, el estado que concebía a los acontecimientos de 1811 como iniciativa de un puñado de próceres de la élite de San Salvador, es el antecedente directo de la sociedad excluyente y autoritaria que entró en crisis a finales del siglo XX y en última instancia nos llevó a una cruenta guerra civil.
Sabiendo lo que ahora sabemos, ¿tiene sentido imitar mecánicamente las celebraciones de 1911? ¿No estaríamos celebrando al estado liberal? ¿No resulta más pertinente conmemorar a todos los actores de 1811 en lugar de un grupo reducido? Es mejor guía para el futuro reflexionar sobre un pasado complejo, diverso, que inventar o repetir simplifaciones. No podemos ignorar el papel histórico de una gran variedad de actores cuya participación está ampliamente documentada. Es anacrónico atribuir los mismos motivos, las mismas metas, a cada uno de los grupos de individuos que buscaban articular sus intereses y aspiraciones en una situación confusa que no se sabía en qué iba a terminar. Bien podríamos comenzar las conmemoraciones con publicaciones de trabajos rigurosos sobre la historia de El Salvador, poniendo al día programas y textos de enseñanza de la historia en las escuelas y otorgando a la reflexión histórica seria un lugar prominente en el debate nacional. Tenemos dos opciones, reproducir las trilladas mitologías y simplificaciones de la historia tradicional o buscar comprender la complejidad de nuestro pasado. Creemos que la segunda opción nos ofrece una ruta más confiable para evitar la repetición de las dolorosas experiencias del pasado.