Opinión /

Indignación, curiosidad y esperanzas


Jueves, 27 de octubre de 2011
Carlos Dada

Este es el discurso que el director editorial de El Faro, Carlos Dada, pronunció la noche de este miércoles en la Universidad de Columbia, Nueva York, durante la ceremonia de entrega del premio María Moors Cabot:

'Es un honor estar aquí esta noche, en un lugar que ha visto a gente extraordinaria hablar después de recibir una distinción como el premio Maria Moors Cabot.

Vengo de un pequeño país centroamericano -que nosotros hemos hecho nuestro propio centro del universo-, que solía estar en las primeras planas de todo el mundo durante los años ochentas, cuando sufrimos una cruenta guerra civil que para algunos historiadores marcó la última batalla de la Guerra Fría. Toda una generación de periodistas de Estados Unidos y Europa comenzó su carrera en El Salvador, pero entonces, desde luego, lo que pasaba en América Central le importaba a una gran parte del mundo.

Dos décadas han pasado desde entonces, y ustedes ya no escuchan mucho sobre nosotros. Déjenme decirles brevemente qué está sucediendo allá: Pasamos de vivir con violencia política a vivir con una violencia social y criminal. Ahora, oficialmente, se supone que vivimos en paz. Pero en realidad América Central es la región más violenta del mundo, con instituciones débiles, una gran brecha de desigualdad, muchas armas, una corrupción rampante y la penetración rápida y generalizada de otra forma de crimen organizado: los cárteles de la droga. Desde luego, hay otra forma de ver esta situación: es un lugar lleno de historias. De historias que merecen ser contadas.

Hace casi 14 años, Jorge Simán y yo nos embarcamos en una aventura. Queríamos ofrecer un periodismo independiente y tratar a nuestros lectores como personas inteligentes. Pero en 1998 era, a lo sumo, una aventura nada más, y no una muy prometedora. Nacimos en internet en un país en el que menos del dos por ciento de la población tenía acceso a la red en ese momento. Ni siquiera en nuestras mejores proyecciones podíamos imaginar que yo estaría aquí esta noche. Y no estaría aquí, de no ser por los sacrificios, el compromiso y la pasión de un grupo de periodistas y técnicos talentosos que han caminado conmigo hasta donde estamos ahora. Un grupo de personas que compartimos la visión de que el periodismo independiente es importante, y que han demostrado su disposición a sacrificar muchas cosas para mantener viva esta visión.

Mi trabajo, nuestro trabajo, surge de la indignación, de la curiosidad y de la esperanza. Indignación ante la pobreza, la corrupción, la violencia, los abusos de poder, la desigualdad, la impunidad… Curiosidad para comprender; y esperanzas de que nuestro mundo puede ser un mejor lugar para todos.

Vale la pena notar que, aun cuando somos los decanos del periodismo online en América Latina, somos lo que somos por nuestro contenido, porque practicamos periodismo de la manera clásica. Los debates en nuestra redacción lidian mucho más con fuentes, confirmación de datos, precisión y justicia en una historia que con ninguna otra cosa. La tecnología es el medio, pero el contenido es el significado.

El periodismo independiente no es, desde luego, una práctica bienvenida por todo el mundo. Algunos políticos y empresarios nos ven como una incómoda banda de tipos extraños que simplemente no entienden cómo funciona el sistema. Y aún peor que eso, estamos de hecho intentando entender cómo funciona.

En una sociedad frágil como la nuestra, con tanta violencia, corrupción y pobreza, nuestra esperanza es que el buen periodismo puede ayudar a nuestros lectores a tomar mejores decisiones en sus vidas y en la vida pública, empoderar a los ciudadanos y empujarlos a convertirse en agentes de cambio hacia una sociedad más justa, más pacífica y más feliz.

Probablemente en nuestras páginas no encuentran quién fue asesinado ayer; pero a lo mejor, si nos dan un poco de tiempo, podríamos ser capaces de decirles por qué tanta gente está siendo asesinada en nuestra parte del mundo. O explicarles cómo los cárteles de narcotráfico están penetrando nuestros países, cómo se aprovechan de instituciones y funcionarios corruptos, cómo construyen las escuelas y las clínicas que un Estado sin recursos no puede construir.

O cómo tierras de reservas naturales terminaron en manos de funcionarios públicos; o cómo las pandillas se transformaron de los chicos del barrio en organizaciones criminales complejas.

Quiero agradecer a la Universidad de Columbia, a su Escuela de Periodismo y al Comité de los Premios María Moors Cabot por alentarnos, mediante esta alta distinción, a continuar este viaje.

A nuestros amigos y a las organizaciones que nos han mantenido vivos, espero, esta noche, que este reconocimiento confirme que no se equivocaron.

Para nuestras familias, que pagan el precio más alto por lo que nosotros hacemos, espero que esto ayude a convencerlos de que su sacrificio vale la pena.

Y a nuestros lectores, déjenme enviarles hoy un mensaje: no nos vamos a detener. Muchas gracias.'

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