El Ágora /

Gracias a la gracia de los ancestros

Rafael Lara-Martínez recibió el Premio Nacional de Cultura de El Salvador el pasado 3 de noviembre de 2011, en Casa Presidencial. Aquí compartimos el discurso que pronunció.

Lunes, 7 de noviembre de 2011
Rafael Lara-Martínez

Rafael Lara Martínez con el pergamino del Premio Nacional de Cultura 2011 / Foto de José Carlos Reyes
Rafael Lara Martínez con el pergamino del Premio Nacional de Cultura 2011 / Foto de José Carlos Reyes

 

En los cinco-macuil minutos que se me concede la palabra sólo pronuncio una palabra en singular y en plural.  Gracia y gracias; gracias a la gracia.  Gracias por la gracia que me dispensan los Tepehuas, Divinidades náhuat-pipiles en el olvido.  A la encomienda que me encargan de sustituir las armas por las letras y por el arte.  Disemino símbolos en gala, recuerdos de los ancestros, como gotas de agua a lo largo del Taltikpak.  Los disemino hacia toda la superficie de la Tierra como si fueran talleres de arte para que la cultura sustituya la violencia.  Con donaire acarreo emblemas en matatas agujereadas hasta que la palabra “memoria-salvadoreña” se desgrane a los cuatro rumbos del Universo.  Se esparza hacia el espacio que recorro a diario en el pensar, en el leer y en el escribir.  La predico en el hablar de la utopía que abona el renacer de lo nuestro.  El anhelo solicita que la recordación salvadoreña, indígena y florida, fructifique a la luz del rocío extranjero hasta reconocerla como propia.  Gracias a quienes me nominan a este Premio Nacional de Cultura.  Simpatía suprema al Comité que me elige.  A las personas que me lo otorgan quienes harán de la cultura nacional su brújula en el pensar y en el actuar.  Gracia espléndida a las editoriales que en cosecha paciente colectan mis escritos: Fundación Escalón, Dirección de Publicaciones e Impresos, Universidad Don Bosco, Colatino-Tres Mil, Contracultura, El Monstruo Editores, etc.  Ingenio de mis alumnos que prosiguen los pasos de la investigación y de la escritura.  Gracia del tiempo agraciado que me otorga mi universidad para reflexionar y anotar letras ennegrecidas en la blancura impoluta del páramo.  Gracia de las estaciones repetitivas y cambiantes en el desierto de Aztlán cuyo ciclo anual remoja las oraciones.  Conjuga la contrariedad.  La polvosa primavera retoña en textos de cacao más verdes y esperanzados que el terruño.  El verano los calcifica en prosa estricta de piedra y huesos labrados.  El otoño los humedece bajo la hojarasca huraña de poesía entrañable para que el invierno los olvide.  Para que en el eterno retorno el presente imite el pasado que aborrece y olvida.  Las estaciones me enseñan la re-volución sinódica en la cual somos una identidad nacional disgregada por el mundo.  De Aztlán a Cuzcatlán, viceversa, de Cuzcatlán a Aztlán.  Me demuestran la utopía revivida de una nueva juntura del recuerdo y del olvido, en la unión de los opuestos.  Gracia de la literatura salvadoreña y de su historiografía en rúbrica desteñida.  Gracias a los nopales de quienes plagio la crítica espinosa.  No hay memoria que no sea punzante en su escalofrío, hermana gemela del olvido.  Gracia del desierto polvoriento y solitario.  Gala del exilio grávido de documentos salvadoreños sin recuerdo, como polvo flotando en el aire.  Como polvo que nadie refina.  Gracias a todos Uds. por reconocer mi gracia.  Por apoyar que prosiga diseminando la Nación, esparciendo la disemi-Nación de la “memoria-salvadoreña” por el Mundo.  Gracias a la gracia de los Tepehuas que se cierne hoy sobre todos nosotros en lealtad a su propia cultura.  Al amor de una ninfa con quien me encuentro al cruzar la “selva oscura”.  Su clarividencia me enseña el malestar que afecta a los salvadoreños que rompemos el cordón umbilical del trópico húmedo: “la nostalgia de los guanacos” o la “guanacolía” que padezco, declama ella.  Gratitud sublime a los ancestros multilingües náhuat-pipiles, españoles, sefarad, al-andalús y otros que me visitan a diario en Comala.  Ofrenda a todos los vivos y a los muertos insolentes en su compromiso discorde a diestra y siniestra.  Salarrué junto al general teósofo, Roque Dalton en la “pureza” guerrillera que lo empaña, etc.  Al equilibrarlos vivo en la gracia aquilatada del extremo centro.  Quien no recibe justicia regresa mutilado como fantasma.  Nuestra Madre, Tunantzin, La Mujer-Nación en Fragmentos, La Descarnada.  Gracias a Uds. por acompañarme en este instante de júbilo.  En este instante infinito que lo calcula una mano extendida, macuil, cuyos hijos-pipil-dedos hechos de mazorca alcanzan las estrellas distantes.  La utopía náhuat-pipil ocupa no una simple plaza al centro de una ciudad indignada.  Ocupa el universo entero, un cuerpo vivo y escrito que en voluntad política proyecta la integridad de la nacionalidad salvadoreña, ahora dispersa por el Mundo.  Gracias al florecimiento, al renacimiento primaveral de lo indígena en El Salvador que se avecina.  Se avecina la utopía en la cual la cultura conduce la política al sublimar la violencia actual en escuelas de creación artesanal, artísticas, musicales y literarias.  Muchas gracias a Uds. por escucharme en gracia desde El Salvador siempre…


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