Vanessa tiene una plática veloz, responde rápido y dice mucho en poco tiempo. Ha hecho suyos los modismos del español guatemalteco. El celeste grisáceo de sus pupilas destaca por contraste en su tez bronceada. Usa el pelo muy corto, no es muy alta y luce esbelta, se nota inquieta, sube y baja los pies de la silla mientras nos platica que una muestra de sus cuentos será incluida en una antología de la Editorial Alfaguara pronta a salir y que también ha sido incluida en otra antología en España y publicada en una revista colombiana. “Mi literatura no ha sido difundida en El Salvador, pese a que cuando se presentó mi primera novela la Revista Dominical, en La Prensa Gráfica, y en El Diario de Hoy, me dieron espacio”. Considera que en El Salvador no hay un lugar donde un escritor pueda pararse para ser visto, a las ferias de libro locales nunca la invitan, “y eso que estoy bien cerquita”, dice entre risas, con un deje de sarcasmo. Donde sí la invitan es a dar conferencias magistrales en universidades en Guadalajara y México D.F. En Guatemala vive de su cátedra de literatura en la maestría de letras de la Universidad Landívar y la Universidad del Valle, y de trabajos independientes relacionados con el texto. “Yo soy más conocida en Guadalajara que en mi país”, dice, y en esa ciudad es donde la conocimos para presentársela a nuestros lectores.
¿Cuál sería tu diagnóstico sobre el lector salvadoreño respecto de los autores salvadoreños?
Pues yo creo que hay mucha gente ávida de leer. El problema es que no encuentran los libros, porque las librerías en El Salvador no distribuyen libros de autores salvadoreños... bueno, sí los de autores que son publicados en El Salvador, pero ahorita, por ejemplo, con Raúl Figueroa, editor de F&G, estamos tratando de meter mis libros, sobre todo esta novela “Dios tenía miedo”, que es sobre la guerra en El Salvador, y nos ha costado un montón.
¿Naciste en El Salvador?
Sí, yo soy salvadoreña 100%, nací en San Salvador, en el Centro Ginecológico, para más datos (risas). Viví en El Salvador hasta 2001, estudié en la UCA, soy abogada.
¿Por qué te fuiste?
Lo que pasa es que el ambiente no es muy propicio para escribir. Fue hasta que yo ya salí de El Salvador que me fui primero a vivir a Chile medio año, y luego me vine para Guatemala, que ya empecé en serio y a trabajar mucho más el arte, ya como oficio. Y fue una suerte estar en Guatemala.
¿Creés que si te hubieras quedado en El Salvador no hubieses buscado el camino de la literatura?
Pues no lo sé, fijate. A lo mejor sí, porque ves que hay tanta gente publicando en El Salvador y que tienen éxito.
¿Quién creés que ha tenido éxito en El Salvador?
Creo que Manlio Argueta es un autor muy importante, conocido, y es uno de los grande autores. Jacinta Escudos también. Pero Jacinta tampoco vivió en El Salvador, estuvo un tiempo fuera, pero sí creo que ha tenido éxito. Aunque el éxito es fregado, porque si lo medís en cuanto a lectores, no tengo idea. También está Claudia Hernández, que es una autora importantísima de El Salvador. ¿Quién más te podría decir yo, de los que conozco?... Bueno, Horacio Castellanos Moya, pero ya no está tampoco en El Salvador. Pero autores que viviendo en el país hayan podido difundir su literatura ahí, no se me ocurren muchos. Es que no hay un sistema sobre el cual darse a conocer. Un autor lo que espera es que su libro sea leído, y que se genere un debate sobre sus ideas. Y eso no lo hay, no existe.
Para muchos, tener un libro impreso ya representa un éxito. ¿Cuál fue tu recorrido para llegar a eso?
Pues mirá, lo primero es escribir. Tener una obra que presentar. Y luego, como te digo, tuve la suerte de estar en Guatemala, de conocer a Raúl Figueroa, a quien yo le presenté mi manuscrito y le gustó, y entonces me lo publicó. Pero fue porque tenía acceso adonde se estaba publicando, adonde había una editorial que sí tenía una visión de lo que era la literatura; y no solamente es el hecho de sacar el libro, sino además difundirlo, distribuirlo, darlo a conocer. Yo creo que esa fue para mí una bendición que no todo el mundo puede tener.
¿Cómo llegaste a esta FIL de Guadalajara?
He estado tres veces. La primera vez vine por cuenta propia, solo a ver. Vine como público, a conocer.
¿Cuándo viniste ya como autora?
La segunda vez ya venimos a presentar. Tuve la suerte de que me presentara Ana Gloria Moya, quien ganó el Premio Sor Juana Inés de la Cruz en 2004, si no me equivoco. Y ella fue la que me impulsó, la que me dijo que tenía que presentar la obra aquí. Fue la primera vez que Raúl Figueroa presentó un libro aquí en Guadalajara, y así fue como comenzamos. Pero era un campo totalmente desconocido para nosotros, no sabíamos qué iba a pasar. Y tuvimos una gran afluencia de público, fijate. Y esta segunda vez presentando esta otra novela me doy cuenta de que la gente que en aquel momento se interesó por mí también estuvo en esta presentación.
¿Cómo lográs captar la atención de los medios en un evento como la FIL? ¿Cuáles son las estrategias que sigue un escritor que está empezando para lograr captar atención?
Pues es súper, súper complicado. Pero, por ejemplo, en El Informador me sacaron una nota hace dos días sobre la novela.
¿Cómo lograste esa nota?
Porque el periodista se interesó en la novela, y resultó que era amigo de otro periodista que era amigo mío, que le consultó y entonces me lo contactó, llegó a la presentación, hizo una nota bien bonita. Sobre todo porque esta FIL ha sido muy política, y esta novela es también muy política. Habla mucho de la política de El Salvador. Creo que eso fue lo que les llamó la atención. Depende del tema, depende de los contactos que tengás, de la gente que conozcás... y que les interese. Además, Centroamérica ha tenido relevancia en esta FIL particularmente.
¿Creés que gente como Horacio Castellanos Moya, que ya lleva siete libros publicados con Tusquets, que se agotan, sirva como un precedente que abre las puertas para otros autores centroamericanos?
Pues es un tema bastante polémico. Hay gente que dice que el que un autor se dé a conocer, va a halar a los demás. No estoy tan segura de que sea así. Porque no es que vayan a buscar toda la literatura salvadoreña porque uno de los autores les gustó. Posiblemente los críticos literarios se empiecen a interesar, la academia se empiece a interesar.
¿Entonces?
Lo que pasa es que hay ciertos temas que les podrían llamar la atención de Centroamérica. Ya ves que la literatura posguerra llamó muchísimo la atención en su momento, y por eso se dio a conocer. Pero no estoy tan segura de que el que un autor sobresalga haga que los demás sobresalgamos.
¿Creés en las literaturas nacionales, que son una buena forma de clasificar a los autores?
Lo que pasa es que esta clasificación fue inventada también por los académicos. Creo que circunscribir una literatura a un país te puede servir desde el punto de vista académico, para un manejo más sencillo de un objeto de estudio. Pero en realidad la literatura debería ser universal. Es como clasificar la literatura de mujeres; la gente dice 'entonces ya no la leo, porque solo va a hablar de los temas de la casa, y las florecitas, y cosas eróticas'. Creo que eso de lo nacional a los autores en algún momento nos puede beneficiar, pero también puede ser muy perjudicial. Porque la gente puede decir 'en El Salvador no hay literatura', entonces ya nadie se interesa.
¿Vos vivís de la literatura?
No. Definitivamente no. No vivo de mis libros. Los libros no son para mí una forma de manutención. Vivo de mis talleres, de las clases... bueno, uno hace de todo.
O sea, vivís de la literatura pero no de escribir.
Exactamente. En nuestros países no se ha llegado al punto de que escribís y de eso te podés mantener por regalías de derechos de autor o cosas así.
Jacinta Escudos decía en su presentación que en El Salvador ha habido una obsesión de algunos autores por buscar la gran novela de la guerra o por meterse con las maras, por ejemplo, y que se ha visto muy poco la intimidad.
Yo creo que tiene razón. Hemos visto siempre la violencia que ejerce el Estado sobre el individuo, pero ¿y la violencia que se ejerce intrafamiliarmente? ¿La violencia de una mamá sobre sus hijos? No le damos importancia, pareciera ser como que esas cosas se remiten a lo privado. Pero lo privado explica mucho lo público, también. ¿Y sabés qué pasa? La crítica literaria también ha tenido mucho que ver en eso. Se le da mucha relevancia a las novelas que son políticas, a las que cuentan un hecho histórico, o que están relacionados, por ejemplo, con el suceso político reciente más importante de El Salvador, que es la guerra, pero no se interesa en cómo se manejan otros temas. En el caso de Jacinta, que escribe de estos temas tan adentro de las familias, creo que hace una literatura importantísima que rescata temas de los que otra gente no habla. O la literatura, por ejemplo, de Claudia Hernández, que es tan bien hecha, con tanto oficio, tan importante y reconocida a nivel internacional, y en nuestro país la gente no la conoce.
¿Y cómo es tu relación personal y profesional con los escritores salvadoreños y centroamericanos?
Pues mirá, como siempre, hay de todo. Hay escritores con los que tenés más afinidad; hay escritores a los que no llegás a conocer porque no te encontrás con ellos. Relación en cuanto a la obra sí la tengo, yo estoy muy pendiente de lo que se publica en El Salvador. Doy clases de literatura centroamericana, soy súper lectora de los autores salvadoreños y trato de enterarme de lo que pasa en el resto de Centroamérica. Pero no nos conocemos, fijate. Es muy difícil. Estamos tan cerca y no nos conocemos porque no hay una red de comunicación entre nosotros.
Ya que sos profesora de literatura centroamericana, si te pido que le recomendés a los lectores de El Faro cinco novelas salvadoreñas, ¿cuáles recomendarías?
Yo siempre recomiendo a Claudia Hernández. Su literatura llega a niveles de profesionalización que creo que en El Salvador pocas veces se han visto. Su libro titulado “Mediodía de frontera”, que creo que lo publicaron con Piedra Santa, tiene cuentos preciosos. Y también sus libros “Olvida uno”, y “La canción del mar”. Este último es uno de los libros más lindos que se han publicado en El Salvador. Se publicó dentro de un suplemento de La Prensa Gráfica, si no me equivoco, y por eso mismo pasó inadvertido. Es una obra lindísima que debería ser publicada en libro.
Va una autora, aunque no publica novelas... ¿qué otros nos recomendás?
De Jacinta Escudos, “El desencanto”, “Cuentos sucios”. De hecho, yo hice un postgrado de feminismo en la UNAM, y mi tesis fue sobre sus cuentos.
Más cuentos... ¿Y novelas?
Manlio Argueta, por supuesto. Su novela “Un día en la vida”, que es una novela importantísima para El Salvador. De Claribel Alegría, “Cenizas de Izalco”, que es una novela súper importante para entender El Salvador. Bueno, a Álvaro Menén Desleal, sus cuentos son súper bien logrados. Y si nos vamos para atrás, Salarrué, obviamente. La gente siempre habla de “Cuentos de cipotes”, pero “El Cristo Negro” es una novela lindísima que siempre recomiendo. De hecho, hablé de ella ahora en la Universidad de Guadalajara.
¿Hay interés en la literatura centroamericana por aquí?
Fijate que estoy viendo con la Universidad de Guadalajara la posibilidad de venir a dar un curso de literatura centroamericana, porque me interesa que se conozca. Hay tanta obra importante que se quedó perdida porque en su momento no tuvo apoyo, o porque no la volvieron a imprimir.
Y con tu nueva novela, en las ventas, ¿cómo te ha ido?
Pues fijate que “Dios tenía miedo” fue una novela que se vendió en Guatemala en los primeros seis meses la primera impresión, ni siquiera nos dio tiempo de hacer una segunda edición, sino que hubo que hacer una reimpresión. Tuvo una gran aceptación. Pienso que era un tema bien novedoso para Centroamérica, porque lo que estoy contando son las historias que yo, como salvadoreña, viví. Pero no era una novela de guerra, sino una novela sicológica, de una familia de clase media-alta, que son cosas que casi nunca se cuentan. Si tú lees la novela, te das cuenta de que está situada en la colonia Flor Blanca. Habla de cómo nos educan a nosotras las mujeres, que las mujeres tienen que ser modositas, calladitas, no decir malas palabras. Entonces la chava se encuentra en una situación de tanta desesperación por una serie de cosas que pasan en su casa, que decide literalmente hacerse loca. Y se enloquece. La locura es su salida de escape. Y yo me he encontrado con mucha gente que se ha sentido identificada con esto.
¿Vos no tenés una postura política?
Obviamente, uno siempre tiene. Pero la novela no pretende hacer un rescate de una postura. Nunca se ha hablado de cómo la clase media-alta vivió la guerra en El Salvador. Y esta es una novela que por primera vez trata de contar eso. Cómo nosotros sentíamos que no teníamos nada que ver con la guerra; no nos importaba la guerra y creíamos que la guerra no nos estaba tocando y nunca nos iba a tocar. Hasta que fue la ofensiva del 89, en que nos dimos cuenta de que sí había guerra, en que vimos a los guerrilleros, la cosa sí nos conmovió. Trato de rescatar un poco estos hechos.
¿Esos hechos son parte de tu vida?
Fijate que sí, a veces nosotros nos queríamos ir a meter a (la discoteca) Mario's, y la gran tragedia era cuando explotaba la famosa “bomba del viernes”, a las 6 de la tarde. Y la preocupación en mi sector, mía y de mis amigos –no estoy tratando de hablar en nombre de todos los salvadoreños– era 'y hoy ya no vamos a poder ir porque se fue la luz'. Entonces esta chava empieza poco a poco a despertar, a ver una realidad que le había sido escondida siempre. Eso es lo que mucha gente no sabe, que hubo un sector de la sociedad al que se le escondió la realidad. Y no era simplemente gente que sabía lo que pasaba y no le importaba; era gente que verdaderamente se creía lo que los medios publicaban.
Las novelas siempre tienen algo autobiográfico, pero hay también autobiografías. ¿La tuya es una autobiografía?
No, ninguna de las dos obras. Es una novela. La historia es de esta chava, que vive como una salvadoreña común en los 80, y le interesa la música en inglés, ha sido influida por la cultura pop y el estilo de vida de Estados Unidos. Su sorpresa es darse cuenta, al terminarse la guerra, que toda su familia estuvo involucrada de alguna forma en ella. Tenía, por ejemplo, un tío que pertenecía a los escuadrones de la muerte, y ella no lo sabía. Cuando empieza a tratar de investigarlo con la familia, ellos le dicen que es mejor no hablar de eso, que las cosas que se dicen del tío son mentiras, que él era un patriota. Estoy tratando de contar la historia de los que nos plegamos al discurso oficial, sobre todo en el período de Cristiani. Yo hablo de Cristiani; de este tipo que era guapo, que tenía una sonrisa casi de artista, que estaban fascinados porque la Margarita aparecía en la revista Cosmopolitan como una de las mujeres mejor vestidas. Es una historia que no se ha contado. Puede sonar banal, pero creo que es válido porque es un sector que nunca ha contado su historia.
Además, en El Salvador nadie se mete en la vida privada de los políticos. Ni siquiera hay prensa rosa bien hecha, por ejemplo, y menos novelas ni biografías que retraten a los personajes públicos.
Yo creo que hay que humanizar a los políticos. Ellos también tienen una vida privada, también están influenciados por sus intereses personales, por su familia y por su condición social. Es que mirá, lo que te define en el mundo es tu género y tu posición social. Entonces yo trato de escribir a partir de eso. Estoy tratando de rescatar el discurso de un sector de la sociedad salvadoreño que nunca habla, porque no le interesa contar sus intimidades. Yo trato de rescatar las leyendas urbanas que se hablaban de los políticos. ¿Te acordás que decían que a D'Aubuisson, a Duarte y a Ungo los había matado Estados Unidos envenenándolos para que a todos les diera cáncer?
¿Usás los nombres reales de estas personas? De Alfredo Cristiani, por ejemplo.
Sí, menciono los nombres.
¿Y nunca ha habido reacciones?
Es que la novela va a salir hasta ahora en El Salvador.
No sabés si la ha leído.
No, no sé. Pero creo que en la presentación, los de derecha van a decir que soy de izquierda, y los de izquierda que soy de derecha. Porque ya ves que en El Salvador no hay chance de estar en medio. Pienso que en mi postura hay una crítica tanto hacia la guerrilla, como hacia el gobierno. Las posturas estuvieron tan distanciadas, que los que nos quedamos en medio no hallamos para dónde agarrar. Entonces lo único que nos quedó es plegarnos con el poder, y a la fecha todavía hay mucha gente que todavía cree que 'D'Aubuisson nos salvó de esta amenaza comunista que había, y no entendimos a nuestros hermanos salvadoreños que estaban tratando de cambiar el país. Y ahí sí va un poco de autobiografía.
¿Qué es lo autobiográfico?
Yo fui criada en un colegio privado. Estudié en la Escuela Alemana, donde Marx era un economista pasado de moda, que lo vimos a la carrera. Nunca leímos a Roque Dalton. Luego yo empecé a estudiar en la UCA, en contra de la voluntad de mi familia. Y entonces te empiezan a contar todas estas cosas de la guerra, y vos no terminás de entender.
¿En qué año comenzaste en la UCA?
Yo comencé en el 92, justamente después de la firma de los Acuerdos de Paz. José David Grimaldi era mi profesor, él era entonces el secretario general de la Procuradoría de Derechos Humanos, en el tiempo de la administración de la doctora Marina Velásquez de Avilés. Yo sacaba buenas notas, entonces él me invitó a trabajar en la Procuraduría de Derechos Humanos, y me daba cuenta de que mis compañeros en la Procuraduría eran gente con la que yo normalmente no había tratado, con posturas políticas diferentes. Y un día, yo quería comprar una perra dóberman, y buscando en el periódico encontré 'película sobre la guerra'. Y yo dije '¿bueno, y esta cosa?', y la compré. Cuando meto el VHS, estaban ahí todos mis compañeros de la Procuradoría, que habían participado en la ofensiva del 89. El licenciado no sé quién, la fulanita que trabajaba conmigo... Yo estuve sentada al lado de gente que me contaba haber participado en secuestros. Era algo a lo que yo nunca había estado expuesta. Pero no era porque yo era elitista, o porque no me quería llevar con esa gente; es que no entendíamos la realidad. Ahora, dentro del silencio fuimos cómplices. Eso es lo que yo trato de plantear en la novela. Que el silencio también es una forma de complicidad.
¿Y escribir te ayudó a entender esa realidad?
Vos no te imaginás cuánto. Yo me metí a escribir como una forma de ordenar mi pasado, mi realidad; sobre todo un país que ha estado silenciado, que no ha querido discutir. Cuando empecé a investigar, empecé a entrevistar a los vecinos. Todos los vecinos habían tenido algo que ver. Todos, todos tenían un pariente metido en la guerrilla, parientes secuestrados o torturados. Alguien me dijo una cosa: 'Nosotros no lo hablábamos, ¿para qué?, si cualquier cosa podía hacer peligrar nuestra vida'. Era gente que conocía de años, sin saber ni siquiera quiénes eran. Acordate que en esa época no se hablaba ni de política ni de religión. Y creo que sigue siendo así, todavía.
¿Y cuándo llegarás a El Salvador a presentar la novela?
Esperamos llegar en enero. No sabemos todavía a dónde, pero espero que la novela esté allá en este diciembre, para que la gente ya la haya leído. A mí lo que me interesa es abrir un debate. A estas alturas, yo no creo que sea válido acusar a una persona y decirles 'tú sos comunista'. Ya no ataquemos personas. Ya no debatamos sobre la calidad moral, o sobre quién tiene la razón. Debatamos ideas. Agarrémoslas y lleguemos a un consenso, porque el país lo necesita. Estamos en un momento en el que tenemos que fijar cuál fue la historia, y una posición a nivel nacional de qué es lo que vamos a entender por 'el conflicto armado', por 'acuerdos de paz', qué vamos a entender por 'futuro'. Mientras no lleguemos a ese consenso, El Salvador no va a salir de donde está.
La novela 'Dios tenía miedo' está disponible en Librerías La Ceiba y Clásicos Roxsil.
DESCARGUE AQUÍ los primers capítulos de 'Dios tenía miedo', por cortesía de la autora y F&G Editores.