Dos buenos amigos, dos hombres de bien, dos salvadoreños extraordinarios partieron al más allá sin llevarse, en palabras de San Francisco, nada de lo que recibieron en la tierra, solamente lo que dieron: “un corazón enriquecido por el servicio honesto, el amor, el sacrificio y el valor”.
Sí, Héctor Ricardo y Jorge Eduardo nos dejaron el jueves 8 de diciembre solamente con unas horas de diferencia, pero al partir a lo desconocido, seguramente ese tiempo se diluyó, uniendo a dos almas que en su paso por la tierra siempre pensaron en un país mejor. La búsqueda del bien común, la tolerancia, la lealtad, la honestidad, la caballerosidad, la ética, fueron valores compartidos que irradiaron a sus amigos y, no dudarlo, a sus adversarios, porque la nobleza fue también parte esencial en su existencia. Más que eso, lucharon sin desmayo para arraigarlos y hacer de ellos un credo, en una sociedad donde la memoria histórica se torna con frecuencia indiferente.
El Tocayo y Guayito tuvieron ese don muy especial mantener vigentes las esperanzas de los demás en base a la solidaridad, la sensatez, la prudencia y la tolerancia. Así, su vida al servicio de la sociedad estuvo marcada por un comportamiento que dignificó la política e hizo del ejercicio de la función pública, un ejemplo de ética al servicio de la democracia.
Con Héctor Ricardo y unos amigos empresarios fuimos “cómplices” en un proyecto político que no fue. Estoy convencido de que si se hubiera materializado, El Salvador de hoy sería sensiblemente distinto. Y cuando desde la silla edilicia hacía hasta lo indecible para llevar alivio a los más necesitados, junto a Mauricio –me lo recordaba éste durante la segunda visita que hice al lugar donde reposaban los restos de su querido hermano– casi subrepticiamente empezamos una labor de acercamiento con empresarios de la construcción para ayudar a familias que vivían en condiciones infrahumanas a la orilla de esas quebradas que sirven de muros naturales entre modernas y bellas residenciales.
Pero –supongo que en exceso– me opuse en su momento a la reforma impositiva que Héctor impulsaba como jefe edilicio. Si hice bien o mal, es algo que no puedo remediar. En cambio, asumí una posición beligerante frente a aquellos que pretendieron desprestigiarlo, cuando con visión de futuro emprendió el proyecto que ha liberado al Gran San Salvador de la contaminación a cielo abierto.
De Jorge Eduardo, igualmente solo conservo gratos recuerdos. Era un caballero andante, con la sonrisa siempre a flor de labios y una figura que como Héctor Ricardo, irradiaba simpatía, bondad, optimismo. Pocos con él, han prestado tantos servicios a la Patria desde los más altos cargos de la administración pública y la academia. También traté a su familia y, al calor del hogar, pude constatar que era un ser humano extraordinariamente auténtico.
Nunca olvidaré cuando, a propósito de uno de esos viajes que hicimos en grupos a Alemania para aprender de su sistema político, económico y social, un amigo y ex funcionario de la GTZ me invitó a viajar por tierra a la República Checa, extendiendo su cortesía a quienes yo considerara los dos mejores compañeros de viaje. Escogí a “Mingo” Méndez y a “Guayito” Tenorio, a la sazón Presidentes de la Corte Suprema de Justicia y del Consejo Nacional de la Judicatura. Cuando se los presenté a nuestro anfitrión, éste me dijo más o menos lo siguiente: Juan Héctor, tú sí tienes como amigos a grandes personalidades.
El viaje resultó de ensueño y lo anticipamos al nomás cruzar la frontera. Estoy seguro que con Mingo y mi amigo George Mull, recordaremos mientras vivamos el dulce despertar de Guayito. Puedo además contar, que arropados por el cielo esplendoroso de Praga y mientras nos degustábamos una Pilsen, Mingo empezó a bromear (creo que lo decía en serio) sobre su sucesor: los dos coincidimos en Jorge Eduardo y éste, impresionado por semejante privilegio, también bromeó y le sugirió empezaran “hacer ruido” para que yo llegara a la Corte de Cuentas.
Sin duda, por su ejemplar vida personal, su trayectoria política y su compromiso social, ambos amigos y salvadoreños ilustres dejan un gran vacío, en un momento en que nuestra Patria clama por la paz social, la justicia, la solidaridad con los pobres, la honestidad y la transparencia. Empero, nos reconforta pensar que lo que en vida sembraron Héctor Ricardo y Jorge Eduardo, algún día habrá de germinar. Descansen en paz.