Opinión /

Deseos de año nuevo


Lunes, 19 de diciembre de 2011
Héctor Lindo

Imágenes confusas de fin de año. Imagen número uno. Diputados y empresarios se esmeran en revolver las aguas lodosas del problema de los impuestos. Una diputada presenta datos del Ministerio de Hacienda que sugieren que las grandes empresas no pagan la cuota de impuestos que les corresponde. Luego varias empresas se defienden y presentan declaraciones de impuestos que contradicen las informaciones de la diputada, pero no todas las empresas incriminadas presentan sus datos. Organismos internacionales presentan datos sobre la naturaleza regresiva del sistema tributario salvadoreño. Eminencias del Instituto Cato nos dan lecciones sobre la conveniencia de hacer el sistema tributario más regresivo todavía. A la narrativa de un sector privilegiado acostumbrado a evadir impuestos se le contrapone la narrativa de empresas virtuosas que son el motor que produce los empleos que necesita el país. 

Imagen número dos. En Estados Unidos los defensores de los secretos de estado buscan la condena de un soldado que otros consideran héroe de la transparencia. Se trata del caso del soldado Bradley Manning, quien se encuentra en prisión por entregar a Wikileaks gigas y gigas de secretos de los Estados Unidos. Su nombre ha regresado a las noticias porque han empezado las audiencias preliminares a su juicio. Sus acusadores lo llaman traidor y dicen que puso en peligro la seguridad nacional. “Si el gobierno no puede comunicarse de forma confidencial, se va a paralizar la diplomacia”, dijo un comentarista cuando se reveló el caso en junio del año pasado. Sus defensores lo llaman héroe y señalan que lo único que puso en peligro fue el ego inflado de políticos y diplomáticos. A la narrativa de la información como arma del público para exigir la rendición de cuentas de autoridades arrogantes se contrapone la narrativa del secreto como instrumento necesario para enfrentar los problemas más delicados de la seguridad nacional.

Imagen número tres. Columnista de El Faro se confunde con respecto al significado del movimiento de ocupación de Wall Street. Esta es una confusión basada en una experiencia que tuve en una de mis visitas al Parque Zuccotti. Al salir del parque me llamó la atención un grupo pequeño que portaba un rótulo que decía “Apoyamos la separación entre la iglesia y el Estado”. El rótulo incongruente me motivó a acercarme. Esperaba encontrar a un grupo de excéntricos que me proporcionara citas chocantes e insensatas para divertir a los lectores de El Faro. Resultó que el líder del grupo era un sacerdote que había fundado una organización para apoyar a las víctimas de escándalo de abuso sexual que ha sacudido a la Iglesia Católica. ¿Qué tenía que ver este asunto con los indignados? Desde su punto de vista el desastre financiero que ha postrado a la economía mundial y los escándalos de la Iglesia tienen una raíz común en organizaciones poderosas, jerárquicas, controladas por minorías a quien nadie exige que rindan cuentas. A la narrativa de un movimiento populista, excéntrico y en última instancia nihilista se contrapone la narrativa de un movimiento de largo alcance que hace preguntas  profundas sobre la igualdad entre los humanos y la naturaleza de la democracia.

Los obvios temas comunes de estas viñetas son la dificultad de los poderosos de aceptar la transparencia, el daño que puede hacer la opacidad y lo poco que tienen que temer las personas de buena voluntad.

Veamos el caso del debate sobre los impuestos donde el caso ha dado un vuelco inesperado. Hasta donde yo me acuerdo es totalmente inaudito que organizaciones como el Grupo Calleja, la Compañía Azucarera Salvadoreña, y los ingenios El Ángel y La Cabaña envíen a un medio de comunicaciones sus declaraciones de impuestos firmadas y selladas. ¿Han sufrido consecuencias negativas? Por el contrario, por lo que parece su impulso de compartir información ha mejorado su imagen. ¿Qué ocurriría si todas las grandes empresas colocaran sus declaraciones de impuestos en sus páginas Web? Se que no va a ocurrir pero no creo que se acabe el mundo y las compañías responsables se distinguirían claramente de aquellas que realmente son culpables de grandes evasiones de impuestos. El efecto sobre el funcionamiento de la democracia sería positivo. Los votantes expresarían su opinión en las urnas teniendo información útil para comprender la problemática tributaria.

Pasando al tema de los secretos estadounidenses. ¿Se paralizó la diplomacia de Estados Unidos con la publicación de las Wikileaks? Parece que no. Uno de los grandes éxitos de la administración Obama ha sido la gestión de la Secretaría de Estado. La Sra. Clinton pasará a la historia gracias a su manejo del complejo problema de la primavera árabe. Las Wikileaks demostraron que los embajadores de Estados Unidos son mucho más astutos y mejor informados de lo que cree la gente. Ciertamente más de algún individuo (incluyendo salvadoreños) se sintió incómodo con las revelaciones, pero no se ha visto el daño pronosticado.

La información raramente es dañina para quienes han actuado de buena fe, pero la opacidad puede tener consecuencias nefastas. La tradicional falta de transparencia de la jerarquía de la Iglesia Católica, ejemplificada por su reacción a los casos de abusos sexuales, ha destrozado muchísimas infancias y ha hecho un daño enorme a la institución. Basta con seguir el caso de Irlanda, uno de los países más católicos del mundo, para medir el impacto negativo del escándalo en la actitud de los feligreses.

Deseo para el año nuevo: organizaciones y autoridades sin temor a la transparencia, y una ciudadanía que la exija.

Pero en qué estoy pensando. Una sociedad tan desigual como la nuestra, con élites políticas y económicas tan poco acostumbradas a rendir cuentas (“¿Y ahora qué quieren, que le de explicaciones a chinche y talepate?”) no va a producir una epifanía en este sentido.

Deseo corregido para el año nuevo: un movimiento interno equivalente a Wikileaks.

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