Opinión /

Democracia y revolución


Lunes, 19 de diciembre de 2011
Roberto Turcios

Creció ante las cámaras de televisión y cayó frente a ellas en su último día, cuando él hablaba sobre la transparencia y la corrupción. Héctor Silva se crecía en la televisión; también lo hacía en privado y entre la gente cercana. Entonces, mostraba toda su personalidad: su sencillez y su agudeza, junto a la sonrisa distendida. 

Héctor era más que su simpatía en la televisión. Su sentido político procedía de una vertiente compleja donde se juntaban la democracia y la revolución. Era demócrata desde la década de 1970, cuando esa convicción significaba asumir que te podían someter a torturas y abrirte el cuello a balazos. 

Héctor Silva ostentaba una participación temprana en la competencia electoral. En la década de 1960, se había vuelto frecuente el triunfo opositor en alcaldías y diputaciones. Los militares, amos y señores del Gobierno, aceptaban esos hechos desagradables como un prerrequisito de su modelo de crecimiento y desarrollo. Pero una cosa eran las alcaldías y diputaciones y otra la presidencia, donde no había disputa posible. Sin embargo, las corrientes democráticas y revolucionarias compitieron por el cargo y lograron una victoria excepcional. “Nada de eso puede ser así”, dijeron quienes mandaban en la política. A las mujeres y los hombres como Héctor, los que gobernaban les enviaron un mensaje contundente: “Aquí nosotros ganamos siempre, aunque perdamos”. Era 1972. Ese año, los opositores triunfaron en las elecciones presidenciales, pero los oficialistas se declararon victoriosos; además, unos meses después, ellos mandaron la tropa a que ocupara la Universidad y reprimiera sin piedad a los hombres y las mujeres de la oposición. 

Entre 1969 y 1972 hubo virajes pronunciados, que dejaban atrás la apertura electoral de la década de 1960. Desde 1964 los partidos opositores no pararon de crecer en el conteo de votos, lo hicieron en las elecciones legislativas y municipales de 1966 y 1968, y en las presidenciales de 1967. Pero, a partir de 1969, después de la guerra contra Honduras, todo cambió. El resultado del enfrentamiento militar con el país vecino no pudo ser peor. De repente, decenas de miles de familias que vivían en Honduras llegaron al país y los acuerdos integracionistas del Mercado Común Centroamericano se mandaron a un lugar cercano al olvido. El modelo estaba en crisis; más cuando una coalición opositora inédita, integrada por socialdemócratas, socialcristianos y marxistas, se presentó a competir por la presidencia. Entonces, la cúpula político militar dominante no dudó en virar hacia el fraude y las nuevas formas de represión, alineadas con la doctrina de seguridad nacional. Sobre esa base se gestaron las andanzas políticas posteriores de Héctor Silva y su corriente, la mayoría de veces empecinados en una alianza democrático revolucionaria. 

Silva era un joven médico que, en 1972, se había doctorado en la Universidad de El Salvador. En los tiempos de su graduación, la política oficial ya estaba doctorada en las peores mañas electorales, represivas y autoritarias. El candidato oficial podía perder, pero con una serie de triquiñuelas e imposiciones podía ganar con el reconocimiento de los medios de comunicación. 

Héctor se fue a estudiar ginecología a los Estados Unidos, entre 1973 y 1975, haciendo el residentado en el hospital Oakwood, en Dearborn, Michigan. Regresó al país y trabajo en la región oriental, el lugar de sus querencias. Para entonces, el país ya había entrado a un ciclo de años terribles. Silva mantenía sus contactos políticos, aunque estaba lejos de las cámaras de televisión, entonces dedicadas casi por completo a difundir el discurso oficial. 

La corriente política de Héctor Silva (no su generación), en medio del descrédito electoral autoritario y el ascenso de las movilizaciones revolucionarias, se ubicó entre las izquierdas. Y no se apartó de esa posición. Desde los acontecimientos tempranos de 1970, el robo electoral y la intervención militar en la Universidad de El Salvador, en 1972, entre los principales, Héctor asumió las opciones democráticas de izquierdas. También la revolución. Esa corriente presenta varias características; destaco dos sobresalientes: una, el propósito de forjar una vía que sintetizara las opciones democráticas y las revolucionarias; una segunda, el afán permanente de construir, sobre esa base, una identidad propia. A Héctor y sus colegas el último propósito les resultó difícil, en especial, ante las derechas, desde donde tendió a considerárseles, ayer y ahora, por lo menos, como “tontos útiles”.

Llegó el antes y el después en 1979. La democracia y la revolución tenían las mismas urgencias democráticas en octubre de ese año, pero presentaban contradicciones en los flancos revolucionarios. Ante los dilemas crecieron las derechas. Y cayó el gobierno democrático revolucionario, que ni siquiera alcanzó los cien días de duración.

Durante los primeros años de la década de 1980 la corriente de Silva, con la procedente de las organizaciones revolucionarias, creó un fenómeno político extraordinario: se llamó Frente Democrático Revolucionario. El nombre escondía formas organizativas novelescas: ahí cabían, por igual, la clandestinidad, el anonimato y las conferencias de prensa con la cara descubierta. 

Pocas veces el país había vivido años tan intensos. Desde 1972 las opciones electorales habían perdido vigor; en cambio, crecieron las político militares pregonadas por las organizaciones revolucionarias. Al mismo tiempo, una corriente democrática mantuvo su constancia junto a las revolucionarias. En medio de ese fragor con afán de síntesis se formó Héctor Silva y ahí moldeó su talante político. 

Cuando la corriente democrática se debatía, en medio de la guerra civil, entre una participación política propia y la actualización de su alianza con el FMLN, Héctor Silva fue de los primeros en venirse del exterior para explorar las opciones realistas que tenía su corriente aquí en el país. La primera vez vino en 1984, durante los funerales de su padre; la segunda, a mediados del año siguiente, para seguir explorando los márgenes de los democráticos; la tercera fue la definitiva. Héctor Silva llegó a finales de 1985 para vivir en El Salvador. 

Unos años después ocurrió algo que se ha visto pocas veces en América Latina. Las mujeres y los hombres que se presentaban como candidatos de la Convergencia, el partido de Silva, defendían, al mismo tiempo, sus banderas y la alianza con el FMLN, el partido revolucionario que dirigía la guerra. En ese tiempo azaroso, antes de que terminara la guerra, Héctor Silva fue diputado. 

Ya en tiempos de paz, Silva fue alcalde de San Salvador. Durante la campaña electoral para la Alcaldía, consciente de la diferencia de recursos que tenía con el candidato de ARENA, el partido entonces en el poder, Héctor le había puesto a las puertas de su carro carteles que respaldaban su candidatura. Era una vuelta histórica a la vía electoral con el respaldo del FMLN, también una especie de nuevo formato para la alianza de democracia y revolución. Más tarde, se presentó como aspirante presidencial ante ARENA y el FMLN,  y no le fue bien; después, en el primer gobierno de izquierdas durante la posguerra, ocupó la presidencia del FISDL. 

La vida política de Héctor Silva podría resumirse en un grupo de palabras políticas básicas: democracia, revolución, izquierdas. Debe sumarse otra: la honradez, porque siempre fue una aspiración de Héctor en la función pública, y lo siguió siendo hasta su último día.  

La apuesta política fundamental de Héctor Silva fue invariable a lo largo de los años; desde las izquierdas sostuvo las banderas de la democracia y la revolución. Se comprometió con la revolución y la democracia; mantuvo el compromiso, pensando quizá que la democracia es una revolución que sigue pendiente desde las izquierdas. 

logo-undefined
CAMINEMOS JUNTOS, OTROS 25 AÑOS
Si te parece valioso el trabajo de El Faro, apóyanos para seguir. Únete a nuestra comunidad de lectores y lectoras que con su membresía mensual, trimestral o anual garantizan nuestra sostenibilidad y hacen posible que nuestro equipo de periodistas continúen haciendo periodismo transparente, confiable y ético.
Apóyanos desde $3.75/mes. Cancela cuando quieras.

Edificio Centro Colón, 5to Piso, Oficina 5-7, San José, Costa Rica.
El Faro es apoyado por:
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
logo_footer
FUNDACIÓN PERIÓDICA (San José, Costa Rica). Todos los Derechos Reservados. Copyright© 1998 - 2023. Fundado el 25 de abril de 1998.