Me ha impactado mucho la destrucción del mural elaborado en mosaicos que mi colega, Fernando Llort, hizo para la inauguración de catedral, después de una larga lucha por su construcción que duró años, en medio de terremotos y tragedias políticas como los dolorosos sucesos, en tiempos de guerra, que sucedieron a la muerte de Monseñor Romero y durante su entierro.
Nuestra catedral metropolitana ha sido santuario y testigo de nuestra propia historia, tan convulsionada que parece eterna por sus propias características sociológicas , políticas y culturales, propias de una identidad discutida y poco recuperada, porque su dinamismo en el tiempo responde más a patrones foráneos, por que en el fondo nos da vergüenza y pena ser lo que, en el tiempo, ha sido más por el dominio del poder económico y político que por el pensamiento intelectual y espiritual de sus pocos pensadores.
Tengo bien presente la primer visita que nos hizo su santidad Juan Pablo II, allá por los años ochenta y recuerdo haber tenido la satisfacción de ver cómo el altar, la estola y todos los objetos rituales de la misa que ofreció el Santo Padre, eran diseños de nuestro artista Fernando Llort, dándole a la ceremonia un estilo tan propio y una identidad nacional, que a partir de ahí nos identificó y, a través del arte, fue capaz de unirnos en un solo concepto estético, producto de la lucha que Fernando había tenido en un pueblo remoto de nuestro país, La Palma, educando a través del arte y la cultura y al mismo tiempo mostrando, con su pintura, el amor a Dios y la paz. A partir de ese momento, Fernando Llort se convirtió en un símbolo de identidad que a la fecha trasciende también a través de la industria, como parte del desarrollo global del país, ya que en el exterior sus formas y diseños nos identifican como un arte salvadoreño.
¿Entonces qué significado tiene destruir un monumento inspirado por Dios y hecho por sus manos? Y me pregunto: ¿bajo qué criterios un comité eclesiástico decide ponerle fin a su obra, que, a través de la iglesia, había sido donado al pueblo de El Salvador?
Supongamos que la obra en sí ponía en peligro a la gente, por su deterioro, porque como dijo el arzobispo los pegamentos ya no eran apropiados y había que destruir la obra; pues Fernando Llort está vivo, y les pudo dar la mejor asesoría para que este mural se mantuviera con vida.
Creo que es importante discutir a fondo esta situación, porque si no queda claro y dejamos de sentar un precedente, a otro comité de sabios, bajo otro gobierno, se le va a ocurrir mandar a borrar el mural de Carlos Cañas que está en la cúpula del teatro nacional, aduciendo también deterioro y que la gente cuando mira para arriba le caen ' pedacitos de pintura en los ojos', cosa que nos es posible.
Es importante que las instituciones, sean estas nacionales o privadas, sepan que los artistas y gremios, afines al patrimonio de la cultura y el arte, estaremos atentos y críticos, para que estos abusos de autoritarismo, ignorancia y poder no se sigan dando. Con las respectivas disculpas al clero católico y porque me considero en la fe católica, porque yo también soy un artista que hoy experimenta el estar trabajando en la simbología divina, tengo pena y tristeza de que a mi colega Fernando Llort le suceda esto.
Yo no veo posible que en un país como México, por ejemplo, se les ocurra, borrar uno de los famosos murales de Diego Rivera, que están en el palacio de Bellas Artes, solo porque se está 'pelando' la pintura, cuando estamos viviendo en una época en la que la tecnología puede estar por encima de cualquier decisión compulsiva o que responda a intereses desconocidos, dentro de los cuales existan razones económicas o de otra índole. Yo seguiré muy de cerca lo que a futuro suceda en catedral, porque es mi derecho como ciudadano y como artista que soy.