Opinión /

Avances sobrios y retos monumentales


Miércoles, 22 de febrero de 2012
Rafael E. Góchez

El mismo año en que El Salvador firmaba el Acuerdo de Paz (1992), el mundo se reunía en Brasil para discutir el futuro del planeta. Veinte años después, El Salvador está enfrascado en otra espiral de violencia y la comunidad internacional no encuentra el camino hacia un mundo sostenible. Muchas palabras y pocas acciones. Avances sobrios y retos monumentales. 

Río + 20 es una Conferencia Mundial de Naciones Unidas para revisar y revitalizar la histórica Cumbre de la Tierra de 1992. Hay una mezcla de sentimientos: apatía y emoción. Hay indiferencia porque los países industrializados siguen sin comprometer los recursos tecnológicos y financieros requeridos para adoptar formas sostenibles de producción y consumo. Hay esperanza porque diariamente se constata la conveniencia de erradicar la pobreza y crear una institucionalidad para el desarrollo sostenible.

Naciones Unidas reconoce que la economía mundial se encuentra al borde de otra crisis. El crecimiento de la producción se ha desacelerado y para los años 2012-13 se prevé que el crecimiento será anémico. Las fragilidades existentes en el sistema financiero internacional están influyendo negativamente en la financiación para el desarrollo. Al mismo tiempo, la asistencia oficial al desarrollo (AOD) está deteriorándose por la austeridad fiscal y los problemas de la deuda soberana en los países desarrollados. 

En pocas palabras, Río+20 no le dará respuesta a los requerimientos de asistencia técnica y financiera de los países en desarrollo, para reducir su vulnerabilidad socioambiental y hacerle frente a los efectos del calentamiento global. Eso quiere decir, entre otras cosas, que es casi seguro que Río +20 será un duro revés para Naciones Unidas y aquellas organizaciones que han confiado en este tipo de gestiones internacionales. 

El Salvador logró terminar el conflicto bélico y mejoró varios indicadores económicos y sociales, pero a su vez se convirtió en uno de los países más violentos y vulnerables del mundo. Ello constata que El Salvador ha sido incapaz de aprovechar la multimillonaria ayuda internacional durante varios años, lo cual se confirma al no transitar de la “paz política” a la “paz social”. 

El Salvador es una sociedad que se desintegra y desangra. La corrupción e impunidad contribuyen a la expansión del crimen organizado. La exclusión social y la economía criminal potencian el accionar de la delincuencia y pandillas. Es decir, la violencia social es “el fruto de una semilla sembrada en la sociedad salvadoreña”. ¿Qué ha hecho o dejado de hacer el Estado salvadoreño para que exista tanta inseguridad en el país?

Los problemas estructurales de los países en desarrollo rebasan las capacidades de respuesta de los cooperantes internacionales (bilaterales y multilaterales). Esto significa que El Salvador debería accionar con base a un plan de nación y a políticas de Estado, y gestionar asistencia externa en función de prioridades nacionales de corto, mediano y largo plazo. Las cinco principales lecciones aprendidas en estos veinte años son las siguientes: (1) Para cambiar de rumbo hacia un desarrollo que sea sostenible, se requiere de una visión de país y un esfuerzo de largo aliento; (2) Para pasar de la teoría a la acción, se necesita una “masa crítica” (capital social) para impulsar decididamente dicho proceso; (3) Para viabilizar un nuevo modelo de desarrollo se necesita un pacto fiscal, con prioridades claramente establecidas y calendarizadas; (4) Para superar los obstáculos de la corrupción e impunidad, hay que fortalecer el sistema de justicia e institucionalizar la participación ciudadana; (5) Para reforzar el sentido de pertenencia e identidad, es preciso conservar los patrimonios natural y cultural, así como ampliar las oportunidades de empleo y emprendimiento a jóvenes y mujeres a nivel local.

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