En varios puntos del Gran San Salvador ha aparecido un grafiti que muestra la imagen del poeta Roque Dalton luciendo un penacho de cabello propio de los grupos punks, acompañado de la frase “Roke not Dead” (Roque no ha muerto). La pintada también incluye sus versos: “Hace frío sin ti pero se vive”, que podrían entenderse, en sentido literal, como el lamento del poeta ante la pérdida de la amada. Me atrevo a pensar, sin embargo, que es una manera de decir que a Dalton se le echa de menos. Se echan en falta su ironía, sus sarcasmos contra el poder y su irreverencia hacia los símbolos sagrados, cívicos o religiosos. Si Dalton viviera, suele decirse...
Pero, este grafiti, ¿es un manifiesto político o es solamente una expresión literaria escrita en un muro? ¿Una mezcla de ambas? ¿Ninguna de las dos? ¿Un embuste publicitario? No lo sé. Hasta donde lo veo, el grafiti que nos ocupa es una típica intervención urbana realizada de manera subrepticia y a toda velocidad. La figura del poeta está hecha con un “esténcil”, o plantilla, sobre la cual se aplica la pintura en aerosol, que se complementa con una “pinta” --la consigna y los versos-- realizada a mano alzada. Como es frecuente, sus autores son anónimos.
Desconozco las motivaciones de sus autores, pero a mí este grafiti me sugiere que Dalton está presente en el pensamiento y la cultura política de algunas “tribus” juveniles que pueblan nuestras ciudades. Esta tribus, que se reconocen como “punks”, “emos”, “cosplayers”, “regguetoneros” y “metaleros”, para citar algunas, y que por pereza e ignorancia suelen ser consideradas como parte de las pandillas. Hasta ahora existe una lectura bastante simplista sobre esas identidades juveniles que no son ni pandillas, ni chicos o chicas “Blur”.
Como dice Rossana Reguillo, los grafitis urbanos, la búsqueda de nuevas maneras de representación pública (vestimentas, cortes de cabello, uso de maquillaje) y los consumos culturales (determinada música, videojuegos y lecturas) deben entenderse como formas de actuación política no institucionalizada, y no como simples prácticas de una bola de inadaptados.
El grafiti me hace pensar que Dalton goza de simpatía al menos entre el mundo punk. El penacho que luce Dalton, como se ha dicho, es representativo del movimiento punk. En términos generales, los miembros de esa corriente discrepan de los estilos de vida, la estética y la educación convencionales. Los autores del grafiti muestran afinidad con el “anarquismo”. Prueba de ello es la letra A encerrada en un círculo, que aparece en la palabra “DEAD”. Esa A es el símbolo universal del anarquismo, que encontramos tanto en pintas callejeras de Bogotá, como en las banderas de los indignados en Wall Street y hasta en una línea de zapatos Converse All Star.
Pero que nadie se asuste. El anarquismo del que hablamos no tiene nada que ver con los atentados con bombas, sino más bien con una conciencia de tipo filosófico que hace crítica social y cultural. De acuerdo con los testimonios recogidos por Lauri García en su libro “Tribus urbanas” (2011), los punks salvadoreños suelen ser estudiantes y artistas, o jóvenes que hacen trabajos informales, como el 43% de la población salvadoreña en edad de trabajar (PNUD, 2010), pero que rechazan los dogmas, la imposición de las modas y las opiniones hegemónicas de los medios de comunicación.
Dicho lo anterior, la pregunta que se impone es: ¿qué es lo que sigue vivo de Dalton entre estos jóvenes punks? Desde luego, no tengo una respuesta. Me atrevo a decir, sin embargo, que es su rebeldía la que permanece viva.
Dalton encarna la figura del poeta lanzado al asalto del cielo. Como los herederos del romanticismo, para usar una imagen de Albert Camus, Dalton “divinizó la blasfemia y transformó la poesía en experiencia y en un medio de acción”. El suyo es un ardor que resulta completamente ajeno a esta época donde los rebeldes de ayer han aprendido a dominar las artes del poder, y todo parece terminar en desencanto.
Mi lectura final se apoya en otra frase de Camus según la cual “cada genio es a la vez extraño y trivial”. Y Dalton no es la excepción. En el grafiti veo, sobre todo, un gesto de romanticismo, pero de un tipo diferente al mencionado. Nótese que nuestros anónimos artistas del aerosol no manchan paredes escribiendo versos de Roque incitando a la violencia, que los tiene, y abundantes, sino unos que expresan al Dalton dulce y, si me permiten la expresión, más cursi. Son esos hermosos poemas suyos, como “Y sin embargo, amor”, de donde están tomas los versos que ahora vemos escritos en los muros, los que muchachos y muchachas, no solo de El Salvador, aprenden y susurran al oído de sus amantes, universitarios y punkis por igual.
Por todas las razones indicadas, y otras más que por ahora no alcanzo a ver, Dalton se ha convertido en un ícono de la cultura popular. Su figura se une a la de Salvador Dalí, Frida Kahlo, Nelson Mandela, James Dean y Jim Morrison, que los grafiteros de Barcelona, Chicago, Ciudad de México y Tokyo estampan en las calles para hablar de la locura, la belleza, el coraje y la rebelión.
De la mano de los artistas grafiteros Dalton ha saltado de los estantes de libros a las calles. Grafiti: poesía eres tú.
* Escritor salvadoreño. Colaborador de El Faro. Coautor del blog Talpajocote