Opinión / Cultura

Alrededor de Faramundo


Lunes, 2 de abril de 2012
Álvaro Rivera Larios

Acercamiento 1: Últimamente se nos habla con insistencia sobre la amistad teosófica de Salvador Salazar Arrué con el Gral. Maximiliano Hernández Martínez. Se nos dice, con pruebas textuales en la mano, que aquella relación tuvo además una vertiente política. Pero habría que preguntarse cómo dialogan esos datos con la evidencia que también certifica que Salazar Arrué sintió aprecio por Agustín Farabundo Martí ¿De qué forma se armonizan tan contradictorios afectos? ¿Qué nos dicen de la mente del ciudadano Salazar?

Acercamiento 2: La familiaridad con que vemos su rostro suele ocultar un hecho: sabemos muy poco de Agustín Farabundo Martí. Es un destino paradójico, para un hombre cuyas palabras conspiraron tanto,  que el dibujo de sus rasgos ahora se presente como una pintura escaza de voz. La memoria popular le atribuye un par de frases marmóreas y, por eso mismo, dudosas.  Sí, resulta extraño que un personaje habituado a comunicar ideas no dejase un significativo rastro escrito. Al parecer, su magisterio ideológico fue oral. Dicen que se crecía en los diálogos personales y que su verbo se tornaba gris delante de las masas. Entre aquellos que escucharon su mensaje, y luego sobrevivieron a la gran persecución, no cundió la idea de proteger la voz de Farabundo frente a la amenaza que suponía una segunda muerte, esa que provoca el olvido. Para dar con la palabra de Martí no hay más remedio que leer sus actos o buscar aproximaciones indirectas por puentes maltrechos.

Gracias al meritorio trabajo de Don Jorge Arias Gómez, creemos saber más de Martí de lo que realmente sabemos. Aunque sean escasos, los datos que recolectó Arias Gómez son la puerta de entrada a un territorio, el de Faramundo, que todavía no hemos explorado. Entre las múltiples escenas de su vida, hay dos que reclaman una mejor indagación: en una de ellas, Farabundo dialoga con Salvador Salazar Arrué. Según el testimonio de Quino Caso, Martí  frecuentaba un café del centro de San Salvador donde se reunían artistas y literatos. Tal dato revela que al agitador también le interesaba la cultura y que a los artistas y a los literatos no les resultaba extraña la política. Las vidas de Salvador Salazar y de Farabundo quizás se cruzaron ahí, entre vasos de refresco y colillas de cigarro, en un café cercano al teatro nacional, un día cualquiera de una década –la de los años veinte del siglo XX– que sería crucial para la historia del mundo y la de este país. 

Hasta ahora, nadie se ha preguntado qué dijo, en aquel encuentro,  el hombre de  piel soleada y rostro de beato colonial; nadie, tampoco, se ha imaginado qué le pudo responder el hombre alto de ojos azules. Quizás solo fue una simple contingencia, quizás no. Ahí donde la historia no deja impreso su murmullo, hay que imaginarlo. Platón no fue testigo de todos los diálogos de Sócrates: algunos, forzosamente, tuvo que re-construirlos por medio de una imaginación aliada con la verosimilitud (la mimesis es también la memoria de aquello que fue y no dejó constancia) ¿Qué opinaba  Martí de las primeras “acuarelas costumbristas” de Salarrué? y, lo más importante ¿qué lugar le concedía a la cultura dentro de su proyecto revolucionario? Si pudiéramos intuir una respuesta, nos acercaría un poco a la actitud que pudo asumir Farabundo frente a la narrativa indigenista y su proyecto latente de nación. Resulta difícil creer que tales asuntos le fueran extraños por completo. 

Cabe la posibilidad de que Martí no fuese Mariátegui. Quizás esperamos mucho del malogrado líder de una organización joven que fue golpeada con brutalidad antes de que comenzase a extender las redes de su influencia en aquellos medios donde se podía gestar una visión estratégica del poder de “la cultura” en una sociedad como la salvadoreña; quizás. 

Sobre la segunda escena podemos decir que fue simbólica y representa el diálogo político entre Martí y Feliciano Ama. Ya sabemos lo que dijo el Partido Comunista Salvadoreño sobre dicha conversación y casi nadie ignora que su punto de vista sobre ella ha sido recusado. Pero ni siquiera las mejores objeciones al papel decisivo que presuntamente jugó el PCS en la rebelión indígena de 1932 pueden negar el hecho de que hubo un encuentro simbólico entre Feliciano y Farabundo y que a resultas del acuerdo al que llegaron  ambos terminarían perdiendo la vida ¿qué valor metafórico le podemos atribuir a la conjunción de sus sangres? Es posible que la imagen que Martí se hizo de Ama fuese errónea, pero el hecho es que murió junto a él y que ese gesto es un texto que todavía no hemos analizado bien. El mismo verdugo emparentó sus muertes y las ató con las mismas palabras, pero ¿hasta qué punto eran idénticas sus derrotas? 

A lo que sucedió en 1932 hay que buscarle un nombre. No es fiel a complejidad de los hechos quien habla de “levantamiento comunista, pero tampoco acierta quien bautiza los sucesos como “rebelión indígena”. Si existe una dificultad terminológica es porque el fenómeno no se ajusta a las teorizaciones simplistas.

Acercamiento a los acercamientos  Muchos filósofos y científicos sociales aspiran a dar con la verdad concluyente, esa verdad donde terminan todas las búsquedas. Por supuesto que necesitamos certezas para apoyar el pie en la palabra más sólida, de mayor confianza. Sin embargo, dado que no somos dioses, nuestra mejor certeza es siempre limitada y a lo largo de la vida y de la historia se verá corregida, ampliada o desechada. Algunos seres humanos, cuando conquistan ciertas verdades se quedan a vivir en ellas y se niegan a proseguir el viaje. Hacen de la ciencia una religión con su templo, sus curas y sus libros sagrados. Otros comprenden que el mejor saber es limitado y por ello asumen la intemperie y la inevitabilidad del viaje. Rafael Lara Martínez, con sus investigaciones sobre el Martinato nos ha demostrado que la historia salvadoreña del siglo XX es un territorio aun por explorar. Las palabras de Lara son un buen acercamiento a pesar de que también son limitadas. La tarea de acercarse a 1932 apenas ha comenzado.

Acercamiento 3: A veces, para desmontar al héroe mítico se muestra la crudeza o la vulgaridad de los hechos del hombre, y eso tiene importancia cuando se confunde al mito con la persona. Sin embargo, nos equivocamos al creer que la simple des-mitificación nos ahorra el esfuerzo de comprender y explicar la intrincada historia social de un mito como el de Salarrué. Se equivocan quienes creen que “Salarrué” era simplemente Salvador Salazar, ese ciudadano que apreciaba a Farabundo Martí y que terminó dándole su apoyo al Gral. Martínez.

4: Cada una de las palabras que utilízanos para diseccionar este problema es una encrucijada donde pelean diferentes valores y significados. Indigenismo, nación, cultura, etnia, clase social, martinato y fascismo son términos que no remiten a un referente de fronteras apacibles. Quien intenta precisar los límites de sus distintas acepciones no tiene más remedio que enfrentarse a otras cartografías y a otros cartógrafos. De tal combate y sus incertidumbres no se salvan los personajes que protagonizan este drama.

Acercamiento 5: ¿Hasta qué punto los fenómenos colectivos le pertenecen a a alguien? ¿Hasta qué punto podemos hablar, sin falsear la historia, del indigenismo y de la política cultural “de” Martínez?

Un acercamiento más: Sin que él se lo propusiera, Emiliano Zapata terminó convirtiéndose en uno de los padres políticos del indigenismo mexicano. Para que el indígena fuese un objeto digno de análisis y de comprensión estatal, antes tuvo que ser un problema político grave. Hecho que las historias del indigenismo –tan académicas y neutras ellas– no suelen abordar. Una de las paradojas de ésta fábula es que los herederos intelectuales de los asesinos de Zapata contribuyeron a establecer el indigenismo como un enfoque antropológico y una política del Estado burgués integrador.

Una pregunta hecha, salvando las distancias: ¿De quién estaba más cerca Farabundo Martí? ¿de Zapata o de los asesinos de Zapata? 

Acercamiento 7: Martí, como personaje literario, sería un quebradero de cabeza para cualquier novelista ¿Qué hacer con una figura que se mueve por tantos escenarios y que interactúa con seres que pertenecen a distintos niveles sociales? Ese hombre destinado a ejercer una profesión liberal y que eligió entregar su vida a la causa de los pobres, parece, en su renuncia, una persona de vocación religiosa, pero no, su estirpe es otra y es moderna como la aquel hijo de carpintero que  nació demasiado tarde para intervenir en las proezas humanas que sin ayuda de dios trastornaron al mundo en la Francia de principios del siglo XIX.  

Años después, más al sur, un joven médico hizo en moto un viaje semejante al que Farabundo realizó por Mesoamérica.

Propuesta recusable para una pintura moderna de A.F.M.: Nada de pintarlo en camiseta, por favor, ni lamiendo un sorbete. Esas formas de la desacralización pos-moderna se han vuelto triviales, carecen de ingenio. Nada de pintarlo, tampoco, como a un general que acaba de bajarse del caballo. La pintura sobre A.F.M. tendría que el eludir el busto patricio y la ironía fácil. Tiene que haber una tercera o cuarta forma de mirarlo que lo sitúen cono un hombre con todos sus rostros en la tierra. Los detalles del cuadro no serían meros accesorios de una esencia simbólica.

El Martí de Salarrué: Una serie de rasgos positivos (idealismo, entereza, renunciación, “inegoismo”, sencillez, amor a los sufridores) se contraponen a otros más problemáticos (tozudez de toro, parcialidad instintiva, ingenuidad, odio inamovible). La pintura que hace Salarrué tiene claros y oscuros. Admira mucho la calidad ética del retratado (lo considera un prócer), pero no acepta sus razones y su empecinamiento. En todo retrato se pone de manifiesto la mente y la visión del retratista. En el que Salarrué hace de Martí se pone también de manifiesto la relación que pudo haber entre ambos: dos personajes muy atentos a los principios, pero ubicados en filosofías y sensibilidades distintas. A pesar de sus diferencias, hubo cierto mutuo reconocimiento. Ese tiempo de caballeros murió en 1932. 

Serafín Quiteño dijo que Farabundo era un romántico con vocación de mártir. Se podría sustituir el término “romántico” por el de “idealista” y así coincidirían los juicios de Quiteño y Salarrué. Ahora bien, cómo calza ese rasgo –el idealismo– en un hombre que, según Salvador Salazar, “no veía más allá de los engañosos hechos”. Los últimos diez años de la vida de Martí fueron una muestra rotunda de su inconformidad con los hechos y de su vocación imperiosa de transformarlos, y los años posteriores a 1932 ahora nos revelan que Salarrué carecía de una visión profunda de las apariencias materiales. Dada su ignorancia filosófica y su falta de sutileza política, el espiritualismo de Salazar era el equivalente idealista del materialismo vulgar. A pesar de sus claros y oscuros, a pesar de su intento de ponderación, el retrato que Salarrué hizo de Farabundo nos muestra las limitaciones ideológicas del mismo retratista. Salvador Salazar, el profundo, le reprocha a su amigo muerto que no hubiera comprendido que “los ricos también lloran”.  

Acercamiento 8: ¿Qué relación existe entre Farabundo Martí y Alberto Masferrer y el mito de la caverna platónica? Mi pregunta no es un malabarismo cultista que busca enlazar –en una sola pirueta– lo lejano (y tremendamente ajeno) y lo cercano (y aun misterioso). Salarrué, el intuitivo, comprendió que Farabundo era la otra cara de Masferrer y que tanto el uno como el otro pertenecían a la estirpe de los hombres que una vez que han escapado de la sombra cavernaria retornan a ella para abrir los ojos de la masa sin rostro. Acceder a la luz del conocimiento, y a la libertad que implica, no es, en Platón, un mero proceso de salvación individual, porque el saber y la libertad no significan nada sino suponen que toda la ciudad se abra al sol. El mito de la caverna es un mito civil que ha tenido un éxito enorme: los filósofos de la ilustración se rencontraron con él en una nueva circunstancia. Rousseau, salvando diferencias y discontinuidades, era un tatataranieto igualitario del antiguo pensador griego; y Masferrer y Martí, salvando las distancias, eran descendientes tropicales de Rousseau. Tanto el uno como el otro hicieron su particular viaje de ida a la luz y de retorno a la batalla contra la sombra en el seno de la caverna salvadoreña. 

Para Martí y Masferrer, que encarnaban las caras opuestas del intelectual ilustrado, acercarse al pueblo no habría sido posible sin una comprensión moderna de la política y sin ese juego de la imaginación moral –la empatía– que les hizo ponerse en el lugar de los otros. Ambos dejaron a un lado las prerrogativas de sus intereses personales, pero quizás fue Martí quien se impuso mayores desprendimientos. Cuando elige caminar junto a los seres más humildes de la sociedad salvadoreña, el líder comunista renuncia por completo a una vida relativamente cómoda de abogado. Salarrué, el intuitivo, advirtió la dimensión ética que había en el gran empeño de Faramundo.

Lo del mito del eterno retorno es una redundancia, todos los mitos muestran una cara distinta del eterno reaparecer. Hasta la más humilde palabra confía en la previsión de que ciertos referentes volverán. Ahora bien ¿Por qué se reitera, por qué retorna el mito de la caverna platónica? De acuerdo, ya se ha denunciado que en la danza liberadora de su luz se nos vendía la nada inocente idea del hombre ilustrado que lidera al pueblo con el supuesto objetivo de libertarlo. De acuerdo, pero eso no explica por qué el mito se reproduce y continúa funcionando; es tal su fuerza que incluso quienes lo impugnan no pueden dejar de ser creaturas suyas.  

Acercándose a una de las posibles moralejas: La trama social que permite a ciertos individuos inscribir a los de abajo en un relato liberador no ha sido un guion arbitrario. Las figuras secularizadas del intelectual y el pueblo fueron desarrollos posibles dentro del horizonte económico, cultural y político de unas sociedades muy determinadas. La relación jerárquica que se da entre la vanguardia liberadora y ese pueblo que ha de guiar a la libertad es el efecto complejo de las divisiones que constituyen a una formación social. Tal vez exagero y realzo peligrosamente las condiciones objetivas, pero lo hago para recordar que la voluntad y la inteligencia no flotan en el aire sino que se mueven dentro de una trama sociológica que ellas no han elegido. El subalterno, esa figura social encadenada y sin voz propia, ya aparece en el fondo de la caverna platónica y representa a la masa que será liberada por el filosofo. Podemos condenar el mito platónico y su elitismo ilustrado, pero tal rechazo no explica la aparición histórica de su esquema interpretativo ni el gran éxito que ha tenido después a lo largo de la historia.

¿Podía evitarse en 1929, en El Salvador, la figura del artista que “saqueaba” las formas populares y se hacía pasar por el vocero del alma rural? ¿Podía evitarse al líder de clase media que se tornaba teóricamente invisible al defender la alianza obrera y campesina? ¿Podemos reprochar a los marxistas y a los nacionalistas populares de aquel entonces que no tuvieran una lúcida conciencia pos-moderna?   La teoría que invoca, reclama y busca instituir, al margen de cualquier intermediación política homogeneizadora, las voces propias del indígena, el obrero y el campesino   tendría que explicar por qué motivo su foco de enunciación es académico y paradójicamente elitista y, antes que nada, no nacido de la garganta articulada del mismo subalterno. La lucidez y la conciencia moral no siempre nos salvan de participar en la ronda de las cartas marcadas y del inevitable viaje por ciertos desfiladeros.  

 

 

 

 

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