Opinión /

La maternidad


Miércoles, 23 de mayo de 2012
Laura Aguirre

Ya que mayo es el mes alusivo a la madre, he querido aprovechar para reflexionar sobre el marco legal salvadoreño que reconoce y protege la vida desde el momento de la concepción. Estoy conciente de que este tema puede abordarse desde múltiples perspectivas y puntos. Yo lo haré desde la cuestión del derecho a la vida. 

Para hacerlo propongo un ejercicio para todos. Uno en el que las reglas son ejercer nuestra solidaridad con las futuras mamás. Y con solidaridad me refiero a intentar identificarnos con esas futuras madres, ponernos en sus zapatos y tener la capacidad de imaginarnos los detalles de su vida, la que tenían antes del embarazo, la que tienen durante, las incertidumbres, los miedos, los riesgos. 

Entonces estamos embarazadas (os). Nos imaginaremos dentro de un marco sociológico estable, es decir dentro de una familia (nuclear, extendida, disfuncional, del tipo que sea). Por lo tanto, en el mejor de los casos. En nuestro cuerpo un óvulo y un espermatozoide se unieron y formaron un embrión. Este embrión, desde 1998, está reconocido por la ley en El Salvador como vida. De esta manera, este ser que depende de nosotros para llegar a ser humano, tiene garantizado por el estado el derecho fundamental a la vida. No existe ninguna circunstancia que permita la interrupción, ni la tentativa de interrupción de nuestro embarazo. 

Como estamos imaginando el mejor de lo casos, vamos a decir que deseamos a esa pequeña futura persona y la esperamos con toda ilusión. Sin embargo, por azares del destino, cosas inexplicables que pasan, el embrión no llegó a donde tenía que llegar, se quedó en las trompas de Falopio y nunca podrá crecer (embarazo ectópico); o de repente nuestra presión arterial sube, se llena de agua nuestro cuerpo, la orina tiene proteína y en cuestión de horas estamos frente a un riesgo de muerte (preclampsia); o… muchas otras posibles complicaciones. 

No es que entonces nos encontremos ante un dilema, porque no hay posibilidad de elección. Nos encontraríamos ante una balanza que no se movería hacia nuestro lado. Por lo tanto, lo más probable es que, en una de estas situaciones, terminemos perdiendo nuestra vida. Por supuesto que estas probabilidades aumentaran si cambiamos el escenario y a nuestra condición de mujeres embarazadas le sumamos variables sociales desfavorables: sin familia, escasos recursos económicos o sin acceso a los servicios de salud. Consecuencias posibles más obvias: 1) ni madre ni hijo (a); 2) recién nacido sin madre; 3) recién nacido e hijos anteriores huérfanos. Sin mencionar la pérdida que experimentarían nuestra pareja, padres, hermanos, amigos, etc.

Esta situación imaginaria, pero real para muchas mujeres en nuestro país, puede ayudarnos a dilucidar el desbalance de derechos y lo incongruente que resulta nuestra ley para proteger lo que precisamente pretende. 

Si el estado salvadoreño protege la vida desde el momento de la concepción, ¿por qué las mujeres perdemos ese derecho en el momento en que nos convertimos en futuras mamás? Los grupos “¿pro-vida?” y la iglesia católica dicen que no se puede sacrificar una vida para salvar otra ¿por qué entonces impulsan y apoyan con tanta vehemencia una ley que determinantemente privilegia una vida sobre otra?

Los discursos conservadores alrededor del tema se contentan con plantear la cuestión en términos de: vida vrs. asesinato; mujer mala vrs.mujer buena; hijo vrs. madre. Sé que este tipo de simplificaciones no nos exigen mucho razonamiento, pero no intentar ir más allá de ellas, es lo que precisamente ha generado que la ley plantee la problemática del aborto como blanca o negra. No se trata tampoco de ver la cuestión en términos de qué vida vale más o menos. Se trata de exigir que este marco legal se siga discutiendo hasta llegar a una ley justa que no contradiga internamente sus postulados, y dentro de la cual la vida de las mujeres embarazadas también esté protegida. 

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