En primera persona
Yo soy mujer. Soy salvadoreña. Soy actriz. Soy dramaturga. Soy alguien que disfruta de la infancia, de las cosas simples, maravillosas, las cosas que nos sorprenden. Soy alguien que se asombra y que juega, pero también soy alguien que se compromete, que se asume. Soy una mamá (y murmurando lo repite), soy una mamá. Tengo muy pocos amigos y amigas, pero soy amiga. Soy alguien que ama mucho a este país. Soy eso, creo.Roque Dalton, Claribel Alegría, Manlio Argeta y Mario Lungo, aparte de la nacionalidad y el oficio, tienen en común con Jorgelina Cerritos una cosa más: el prestigio internacional que da un premio Casa de las Américas, de Cuba. Los dos primeros lo ganaron en poesía, el tercero en novela y el cuarto en ensayo. Cerritos agregó dramaturgia a la cartelera del prestigio internacional de las letras salvadoreñas en la edición de 2010. “Al otro lado del mar”, la obra galardonada en esa casa frente al malecón de La Habana, es la misma que había perdido antes, sometida a consideración de un jurado salvadoreño en los Juegos Florales de San Miguel. “No entendimos la obra”, le confesó a Jorgelina uno de los jurados, meses después. Pero en realidad le hicieron un favor: si hubiera ganado, la pieza que la autora reconoció como la mejor que ha escrito hasta ahora, no hubiera cruzado el mar Caribe y, con dificultades, cualquiera de las fronteras salvadoreñas.
Así fue como el nombre de Jorgelina Cerritos se dio a conocer entre salvadoreños y extranjeros bajo el título de dramaturga. Jorgelina se dedica profesionalmente al teatro desde 1996, como actriz. Y cuando le pedimos que nos aclare su epíteto profesional, pone por delante a la actriz, aunque lejos de un escenario no lo parece: no tiene las poses prototípicas, ni los manierismos, ni las extravagancias, ni el discurso victimista que uno espera de una actriz en un país en el que hacer teatro es siempre una cuesta arriba. Al contrario, habla como una economista, una abogada, una ama de casa, una periodista, una profesora. Está enterada de lo que pasa en El Salvador y en el mundo, y no solo lo sabe, sino que también le preocupa: será madre de una niña dentro de poco y no es precisamente una optimista, pero tampoco es apocalíptica y sabe que puede ofrecerle a su hija un mundo en el cual sobrevivir y desarrollarse.
Iniciamos esta plática recreando las primeras escenas de cualquiera de sus días. Y sonó el despertador.
¿Qué es lo primero que haces cuando suena el despertador?
[Silencio prolongado y luego repite la pregunta como tratando de encontrar la respuesta] Hago esto [mueve los globos oculares de izquierda a derecha y viceversa], mientras me pregunto: ¿me suenan los ojos? Y cuando me suenan sé que ese día mi estado de salud no va a ser el que debería ser... [un silencio para tratar de entender, que se ve interrumpido por risas nerviosas]
¿?
Ja ja ja ja ¡Ya ven que solo yo me entiendo eso! Es que de un tiempo para acá, desafortunadamente, he estado aprendiendo a vivir con una situación de salud un poquito delicada, no es nada grave, no es nada mortal, gracias a Dios. Es una lesión del nervio otovestibular.
¿Ajá?
¡Ay, Dios mío, en lo que nos metimos! Es una inflamación del nervio auditivo, que es el que nos manda la información espacial de equilibrio al cerebro, entonces, en algún momento tuve una inflamación en ese nervio, algo que ni te das cuenta, solo te empezás a sentir tremendamente mareada... ja ja ja... Pude haberles contestado que lo primero que hago al despertarme era otra cosa que no fuera que me suenan los ojos, je je je...
Ja ja ja… ¿y después de que compruebas si te suenan los ojos?
Bueno, independientemente me suenen o no, arreglo mi cama, me voy a bañar.
Es de las que arregla su cama antes y después de levantarse.
Sí, arreglo la cama antes... Si estoy en un proceso escritural fuerte ni arreglo la cama ni me voy a bañar, ja ja ja, sino que me voy directo a la computadora, y mis compañeros de grupo me molestan: “No te vayas a quitar la pijama si ya te la vas a volver a poner”.
¿Y en un día en que no estás en un proceso escritural fuerte?
Pongo el despertador a las 8 de la mañana porque normalmente me acuesto a la 1 o a las 2 [de la madrugada], a las 12 lo más temprano. Soy más de noche, trabajo más de noche. Luego voy a mi trabajo con Los del Quinto Piso, que es mi grupo de teatro, y entramos a las 9 de la mañana y salimos a las 2 de la tarde, de lunes a viernes. Empiezo el día justo con el tiempo necesario para salir de la cama y llegar al lugar de ensayo.
¿Tu trabajo formal es con Los del Quinto Piso?
A eso me dedico. Me dedico 100 % al teatro dividido entre Los del Quinto Piso, lo que yo estoy escribiendo y las clases, o proyectos, o capacitaciones que estén en relación siempre con el teatro.
¿En qué consiste la mañana laboral de una actriz y dramaturga?
Por ahora, en proceso de montaje, llegamos, hacemos un entrenamiento actoral sicofísico, leemos el texto que estamos escribiendo para comprender cosas, analizamos cosas, leemos cosas aledañas acordes al tema del que vamos a hablar en nuestro próximo espectáculo, probamos cosas en escena, aunque no estamos aún en un proceso de ensayo-montaje, sino de ensayo-investigación. Cuando tenemos presentaciones cambia un poco la dinámica, pero como acá no se logra tener temporada continua larga, nos vamos acomodando a eso.
Eso es con el grupo, ¿ya en plano individual?
Toda la actividad individual de Jorgelina Cerritos la asumimos como grupo, como parte de nuestros mismos procesos.
¿Y desde cuándo están juntos Los del Quinto Piso?
Desde 2007, en enero empezamos a alquilar un local y a trabajar juntos. Estrenamos en octubre de ese año. Víctor Candray, que es mi compañero, es el director del grupo, y con él tenemos de estar juntos desde 1996 haciendo teatro, desde el momento en que él también dijo “yo me quiero dedicar al teatro”, porque la que llegó al teatro primero fui yo.
¿Cómo llegaste al teatro? ¿Como un hobby?
Casi como un hobby, el teatro en el tiempo libre, pero afortunadamente llegué a la escuela Arte del Actor, con Filander Funes. Era un proyecto de Concultura, con fondos internacionales, nuestra sede era el Teatro Nacional. Fue un proyecto que duró tres años de escuela formal…
¿De qué años estamos hablando?
Del 98 al 2000. Ahí Filander empieza a hablarnos de esa otra profesionalización del teatro, un poco alejada de como yo lo concebía. Filander quería dar formación más sólida a gente que ya veníamos haciendo teatro en teatros universitarios o de grupos independientes. Así es como llegamos esta generación en la que están Enrique Valencia, Dinora Alfaro, Alicia Chong, César Pineda, Víctor Candray, todos nosotros.
Cuando tú dices “hacer teatro”, ¿a qué te refieres en tu caso particular?
Actuaba. En algún momento me metieron a dirigir y esas cosas, pero básicamente actuar, pertenecer a un grupo, llegar a unos ensayos. Hoy lo veo y reparo en que no había procesos de investigación, más que todo eran procesos de montaje. Todos los integrantes del grupo tenían trabajo remunerado y fijo en otros lugares. Cuando llegué a lo de Filander me empecé a dar cuenta de que yo no quiero un hobby, yo no quiero hacer teatro en mi tiempo libre, yo quiero hacer teatro con todo lo que implica y no podía hacer tiempo completo dos cosas a la vez, y no estaba dispuesta a dejar el teatro.
¿Y para qué sirve el teatro, para qué sirve lo que haces?
Si pienso para qué sirve en El Salvador lo que hace Jorgelina Cerritos, pareciera que para muy poco. Ni siquiera tenemos espacios de formación, ni aunque sea un técnico en teatro. Si lo veo desde ahí, pareciera que no sirve para nada.
¿Recuerdas alguna ocasión en que hayas sentido que servía lo que haces?
El jueves tuvimos una presentación en Chalatenango, dentro de la Muestra Nacional de Teatro, en la Universidad Monseñor Romero. Al final de la presentación tuvimos un encuentro con los jóvenes del grupo de teatro de ahí, muchachos de 18, 20 o 24 años que te preguntan cuál es el futuro que se puede tener acá como actor o como actriz, ¿qué les decís?
Ajá, ¿qué les dices?
Que depende de qué entendás por futuro, porque si el futuro lo medimos en términos económicos, de cómo vas a escalar y tener cosas, les decimos que un carro, al menos uno caro, no lo van a tener, quizás uno chiquito, si acaso; una gran casa no la vas a tener. Entonces depende de qué concibas como futuro. Para mí, les decía yo, el futuro es verme realizada como mujer, realizada como persona, realizada como artista, porque estoy contenta con lo que hago, porque me veo hablando con ellos en ese momento y les veo la pasión que yo he tenido.
¿Para ti la opción por el teatro es una especie de voto de pobreza?
No, no, no. No es una opción por la pobreza, creo que la pobreza no puede ser una opción para nadie y desde ningún punto de vista. Pero creo que al momento que decidís tomar el teatro sabés que hay ciertas cosas que no van a ser. No es una opción por ser pobre, pero en el contexto salvadoreño...
¿Una renuncia?...
Es una renuncia a ciertas cosas, o no, si realmente esas cosas no te preocupan. Porque creo que tenemos esa libertad, ¿no? Mi preocupación es tener cubierta mi vida en un nivel básico, saber que no me va a hacer falta la comida, pero tampoco otras cosas, y quiero que el día que tenga a mi hija también ella tenga lo básico.
¿Esperas una hija?
Voy a adoptar una niña. Ya estamos en proceso, y no es que yo esté diciendo “ahi que vea qué va a comer”, o sea, sé que hoy será velar por nosotras, no por solo mí.
Pareces una persona muy consciente de lo que conlleva su trabajo y de lo que implica vivir en este país: violencia e inseguridad, restricciones para acceder a educación, no hay prestaciones sociales para un artista... ¿De dónde sacas el optimismo para adoptar una niña?
Adoptar una niña con todo y ese panorama gris y árido es darle una oportunidad, una posibilidad que la misma sociedad le quitó. Yo no tengo un pensamiento religioso pero me he llegado a decir: “Bueno, si una de las razones por las cuales voy a estar en este mundo es para darle a una niña que ya está en el mundo la posibilidad de que su mundo pueda ser un poquito mejor, lo voy a hacer”. Decidí niña y no niño porque las niñas la tenemos más jodida, siempre.
Contundente... sigamos hablando de teatro, sobre tu faceta de escritora de teatro, de dramaturga, una especie minoritaria en el mundo de la literatura.
… Es la niña rara de la literatura y es la hija despreciada del teatro. Ayer lo decía en un foro: la literatura dice que el teatro no es literatura, y la gente del teatro dice: “No, nosotros no necesitamos de la dramaturgia”, entonces quedás así en un limbo donde no sabés a quién le pertenecés, no sabés cuál es tu utilidad, otra vez... Ja ja ja...
¿Para quién escriben los dramaturgos? ¿Para los directores en busca del montaje de la obra?
[Silencio dramático] … No te puedo decir que escribo para un director, es decir, no escribo diciendo “¡ay, ojalá un día monten esta obra!”, pero sí escribo diciendo “cuando la gente vea esta obra voy a poder dialogar con esas personas”. Parece que es lo mismo, pero no lo es. Si yo solo quisiera quedarme en que la lean, escribiría narrativa, pero el teatro debe lograr llegar hasta la escena. Sin embargo, puesto que existe como literatura también es aspiración del dramaturgo que lean su obra.
¿Qué diferencia el proceso creativo de un dramaturgo y el de un novelista?
La dramaturgia nace para la escena, al escribir me estoy imaginando una historia que está pasando. Por ejemplo, si nosotros fuéramos una historia para teatro que yo estoy escribiendo diría: “Un muchacho está tomando fotos mientras dos muchachos conversan con una muchacha que se está tomando un café...”, lo escribís siempre en un “ahora”, en un “este momento”; el teatro te hace imaginar en presente para poderlos imaginar ahí y escucharlos ahí.
¿Te gusta esa Dorotea de carne y huesos [personaje de 'Al otro lado del mar'] que ves en el escenario del Luis Poma?
De cierta manera sí es como la concebí, pero no es totalmente lo que yo tengo acá en la cabeza. Creo que lo que tenés acá [señala su cabeza] nunca lo vas a ver ahí en escena, eso lo he comprendido ahora que veo mi obra en el escenario.
¿Cuántas Doroteas has visto?
He visto dos Doroteas, la Dorotea de Mercy Flores y la Dorotea de Karina Noble, que la acaba de montar un grupo internacional [Cuba, República Dominicana, El Salvador], la acabo de ver en Brasil. Hay una similitud entre Dorotea-Mercy y Dorotea-Karina, y una similitud también con Dorotea a secas, la que nace aquí [señala su cabeza]. Las veo y digo: “¡Cuánta coincidencia!”, pero al mismo tiempo digo: “¡Cuánta diferencia!” Pero creo yo que más que si Dorotea y Pescador se parecen a lo que yo tengo en mi ser, más que eso es si “Al otro lado del mar” es en esencia lo que yo he escrito, lo que yo quiero decir. Lo más difícil de lograr en el teatro es hacer ver lo que está por debajo de la piel de estos personajes, la esencia de lo que Jorgelina Cerritos quiere decir con “Al otro lado del mar”...
¿Dorotea se parece a alguien que conoces o nació de una combinación de personajes?
He atravesado diferentes procesos en cada obra. “Al otro lado del mar” no me recuerda a nadie, es decir, estos personajes no los he visto afuera, estos dos personajes nacen de una Dorotea y un Pescador que está acá dentro [señala su cabeza]. Cuando escribo “Vértigo 824”, que es otra obra, la acción dramática se desarrolla en un avión: tres personajes, un hombre, una mujer joven y una mujer más adulta, que vienen sentados hablando. Y ese universo nace de un vuelo en el que yo venía a principios del año pasado en donde venimos un hombre, una joven y yo, y nace la conversación de estas dos personas en la que me empezaron a involucrar. Acá, a diferencia de Dorotea, puedo decir que conozco a ese hombre, a esa joven y a esta mujer.
¿Esa obra es exactamente esa situación que viviste?
Mmm... no. Cuando se termina todo el proceso ya no veo a aquellos seres que le dieron origen a estos tres personajes, pero sí parten de una conversación real. Tengo una obra de teatro corta, que se llama “Sala de espera”, y es toda mi experiencia en el Hospital de Maternidad. Ha sido bien distinto en cada obra.
¿Sirven tus estudios en sicología para crear personajes creíbles con los que la gente se pueda identificar?
Yo podría decir que a lo mejor sí, puede ser, pero de lo que yo me valgo es de mi formación como actriz. Muchas veces estoy escribiendo y de repente tengo que leer y casi que actuar lo que estoy escribiendo y me doy cuenta de que nadie habla así en la vida, que no funciona en el teatro. Esas cosas las percibo al pasarme los textos por mí misma como actriz durante muchos años antes de sentarme a escribir.
Los diálogos de “Al otro lado del mar” son textos muy difíciles para los actores, muy largos, complejos, muy poéticos, líricos. ¿Al crear un personaje calculas el reto que le impones a un actor?
En el universo de “Al otro lado del mar” sí. En ese universo los personajes se escinden: están Dorotea y Pescador, que hablan cotidianamente el uno con el otro, pero están también los personajes que se van para adentro de ellos y que están recordando, que están imaginando y entonces la palabra poética funciona de una manera diferente. Cuando ellos dialogan o se confrontan no usan la palabra poética, pero él es capaz de pararse y ver el horizonte y decir “me gusta la tarde y la sal, el sabor a sal, ese sol que está saliendo”, y la gran pregunta es: ¿de verdad lo está diciendo? Quizá no lo está diciendo, quizá está pasando en ese otro espacio-tiempo con el que podemos jugar en la escena. En “Vértigo 824” pasa totalmente lo contrario, el único monólogo largo es hasta el final, pero el resto son acciones acotadas, acciones sin texto, más bien. Entonces es como ir calculando en qué casos la poesía sí te funciona, en qué casos la imagen no te funciona, el texto, la acción sin texto, la misma obra te lo va dictando.
¿Qué etiqueta prefieres que te pongamos en la entrevista? ¿Actriz o dramaturga?
Actriz y dramaturga, ja ja ja... Yo lo pongo así, en ese orden si vamos a hablar de Jorgelina como un todo.
¿Te consideras mejor actriz que dramaturga?
¡Ay, creo que empatamos! Ja ja ja ja
¿Hay una competencia interna?
Hasta ahorita no, o sea, yo no digo que soy mejor actriz, o que soy mejor dramaturga, solo siento que soy actriz y dramaturga. Con Los del Quinto Piso ha sido bien complicado porque a parte de hacer de actriz, a parte de hacer de dramaturga, yo actúo personajes que yo misma he escrito, y eso es bien interesante, porque me doy cuenta de que los personajes también tienen características que a la hora de escribirlos no me di cuenta, y es como actriz que lo estoy descubriendo en este momento, entonces te da una cosa extraña, como que te desdoblás, no sé.
Tenemos entendido que “Al otro lado del mar” perdió aquí los Juegos Florales de dramaturgia de San Miguel y luego ganó el premio Casa de las Américas, el más prestigioso de Latinoamérica. ¿Cómo se puede explicar eso?
Voy a hablar de dos momentos: cómo lo vi en aquel momento y qué pienso ahora. En El Salvador no hay incentivos para la producción literaria más que el de los premios de los Juegos Florales. En estos Juegos Florales son jurados locales: si el certamen es en San Vicente, entonces llamamos a los profesores de San Vicente y la percepción del jurado sigue siendo muy local, y a veces al jurado local de poesía se enfrenta con la obra de un poeta como Roberto Laínez, por mencionar a alguien súper formado, a ese jurado local le va a quedar grande la poesía de Roberto Laínez. Esto ha pasado a lo largo del tiempo, incluso cuando nosotros nos prestamos a ser jurados. Yo he tenido experiencias como jurado que me han hecho cuestionarme, porque uno mismo dice: “¡Ay, pero si son los Juegos Florales, una media lectura voy a dar!”… Y somos los mismos escritores los que nos quejamos de que aquí no hay premios de nada, ¡pero nosotros mismos le estamos restando validez!
¿Crees que eso le pasó a tu obra en San Miguel?
Mirá, si alguna vez yo he tenido en mi vida la certeza de que he mandado una obra que va a ganar, fue esa vez, en 2009. Porque cuando terminé “Al otro lado del mar” yo sentía que había trascendido. En ese momento leí la obra y yo decía “esta es la mejor obra que he escrito”, entonces la mandé con la certeza de que iba a ganar y que iba a granjearme el Gran Maestre en Dramaturgia (título que se otorga cuando se ganan tres veces los mismos Juegos Florales), ya tengo el Gran Maestre de Teatro Infantil de los Florales de Santa Tecla… Pues yo decía ya soy Gran Maestre en Dramaturgia también, y no lo decía por ínfulas, sino con la sensación de que tenía frente a mí una cosa superior a lo que yo había estado escribiendo antes. Entonces, cuando mi predicción falla me quedé con cara de “¿qué pasó?”… A veces me he llegado a preguntar cómo se me ocurrió la locura de mandarla después a Casa de las Américas si acababa de perder aquí adentro, ja ja ja…
¿Y cómo te decidiste a enviarla a Casa de las Américas?
Como no podés mandar una obra a dos lugares al mismo tiempo y el más cercano era el de San Miguel, que lo fallan en agosto o septiembre... en Cuba se cerraba el plazo el último de octubre. Tengo que admitir que perder el de San Miguel me dolió mucho y luego solo quería esconderme con mi obra, ja ja ja… Pero me animé a último momento a mandarlo a Cuba. Si hubiera ganado en San Miguel no lo hubiera podido mandar a Cuba porque no podés mandar obras ya premiadas en otro concurso.
¡O sea que te hicieron un favor!
Sí, sí… Entonces eso fue lo que dijimos, y luego dijimos: “Bueno, mandémosla a ver qué pasa”. Y era la primera vez que mandaba un trabajo tan lejos, porque lo más lejos que había mandado era a Quetzaltenango, en Guatemala.
¿Sabes quiénes fueron los jurados en San Miguel?
En ese año supe que estaba de jurado Juan Ramón Galeas, que es actor, y que los otros dos jurados eran maestros locales, no son gente de teatro, no son escritores de teatro. En una oportunidad se me acercó un señor que yo no conocía y me empezó a hacer preguntas de “Al otro lado del mar” y me dijo que él era uno de los maestros que había sido jurado, y que desde que había pasado lo de Casa (de las Américas) él se había quedado un poco…
¿Avergonzado?
Ja ja ja, no sé si avergonzado, no creo… La cosa es que me contó que solo Juan Ramón votaba por mi obra, pero que por mayoría se premió otra. Yo le dije: “Solo le quiero hacer una pregunta'. '¿Ajá?”, me dijo. “¿Por qué perdió?” Esa era mi pregunta que la traía aquí (en la garganta) y se la hice viéndolo para arriba porque es un señor bien alto… Él se puso muy serio, casi solemne, y me dijo: “Porque no la entendimos”. Y yo ante esa respuesta ya no tuve más nada que decir.
¿Y quiénes fueron jurados en Casa de las Américas?
Ese año estuvo conformado por un director y dramaturgo ecuatoriano que se llama Peki Andino, una directora y dramaturga peruana, Sara Jofré, y un director de teatro, Raúl Martín, que es el que la ha montado en República Dominicana.
¿Qué proyección te ha dado el Casa de las Américas?
Aquí voy a citar al maestro André Guttfreund cuando dice: “Yo no hubiera querido ganar el Óscar con mi primera película, porque después ya nada es tan fuerte…” Es algo parecido porque si Casa de las Américas no hubiese pasado por mi vida, cuando gané el “George Woodyard” en 2011 (de la Universidad de Connecticut, Estados Unidos) pues sería la gran noticia que una salvadoreña que gana en los Estados Unidos este premio, pero como hay antes un premio Casa de las Américas ya no es tanta la noticia porque sos un escritor de la talla de Casa de las Américas y es lógico que tengas otros premios internacionales.
¡Te queda el Nobel todavía!
¡Puuuu… ja ja ja...!
Vaya, hoy hablemos mal de ti. Si te tocara hablar mal de Jorgelina Cerritos, ¿qué dirías?
Que soy alguien que se angustia por la muerte, a veces me han dicho que de más, no sé, pero no lo puedo evitar. Por naturaleza no soy impulsiva, de manera que cuando lo soy, me molesto mucho de ser impulsiva cuando me doy cuenta. No me gusta perder la razón. Creo que a veces soy más agresiva de lo que me doy cuenta.
¿Y cómo te posicionas frente al Estado, qué piensas sobre la política cultural?
Desde el punto de vista como profesional, independientemente de un estudio académico y formal, yo creo que la situación tiene que cambiar, se ha venido diciendo que se tiene que cambiar y que se tiene que seguir diciendo... la nación tendría primero que tener más conciencia del aporte social del arte, en cualquiera de sus ramas. Esa conciencia tendría que ser producto de una claridad de lo que entendemos por cultura.
¿Lees los periódicos a menudo?
Eventualmente.
Y a partir de lo que lees o de lo que sabes de la situación del país, ¿cómo es el futuro que ves?
Me veo frente a la realidad y no veo que esté próxima a cambiar. Los esfuerzos que se hacen son puntuales y débiles para toda la historia que nos antecede. Muchas veces me he visto diciendo: “Es que yo no entiendo cómo podríamos salir de esto”. Pero hablando específicamente en el ámbito cultura, ¿cómo vamos a salir de esto? ¿Cómo vamos a hacer que este país se convierta en otra cosa? Después de la gran filosofada concluís que es estructural, es el sistema, y entonces volvés a preguntarte: ¿cómo cambio eso estructural? ¿Cómo cambio ese sistema?
¿Y qué te respondes? ¿Que no se puede?
No se puede decir que no se puede, pero no sé cómo se puede, ese es el problema, que no sé cómo. Volviendo específicamente al teatro, veo, leo o me enfrento en otros países a una tradición teatral sólida, a una formación especializada...
Pero en todos los países te dicen que lo de teatro está mal...
Pero hay de mal a mal [alza la voz], ¡y nosotros estamos en este mal [gritado], en el más malo, casi el peor! ¿Qué hay que hacer? ¿Qué es lo que necesitaríamos? ¿Abrir una carrera universitaria? ¿Seguro Social para los artistas? Sí, ayudaría, pero no es solo eso, tiene que ser una concepción desde el seno de donde todo parte…
Como artista, ¿tenías expectativas de que la cultura recibiera mejor atención por este gobierno?
Yo tenía la expectativa de que un gobierno de izquierda iba a cambiar la realidad no solo en el arte sino en muchas cosas, pero tuvimos que ir despertando… En el camino nos fuimos dando cuenta de que hay muchas cosas estructurales, la realidad social, económica y política de este país sigue igual, y creo que sigue más fuerte que antes. Ahora me voy a remitir a situaciones bien de nuestro gremio: les servimos las noticias a El Diario de Hoy como a ellos les conviene, porque nosotros estamos diciendo que este gobierno no hace nada por el artista y El Diario de Hoy dice “claro que voy a cubrir la noticia”, y eso lo vemos como un logro, y yo me pregunto qué tipo de logro es esto. Y subrayo: a El Diario de Hoy o a TCS, que les conviene poner al ojo público lo malo y adornarlo y agregarle más. Y sí, quizá las cosas no son como uno ingenuamente se las imaginaba. Pero también siento que hay mucha realidad manipulada y se nos han hecho ver las falla más grandes que en lo que en realidad son.
¿Te sientes representada por este gobierno de izquierda?
Quizá no puedo hablar de representatividad, pero sí puedo decir que se han hecho cosas con las que yo me siento bien, por ejemplo, con que los niños desayunen en la escuela, que no lo hacían antes, que los niños tengan uniformes, que no lo tenían antes. Y no estoy hablando de activismo, quisiera creer que son cosas de pensamiento, de estructura y de decir sí, necesitamos fortalecer esto...
¿Crees que se podría hacer mejor?
Es lo que te iba a decir. No es que no podamos criticar, yo creo que debemos ser muy críticos y manifestar postura, pero manifestarla de una forma que yo sin querer me esté prestando para una manipulación, porque al final de cuentas mi opinión, si la manipula un medio de comunicación, llega a un montón de gente y de esa manera yo no estaría contribuyendo a que se realicen esos cambios mínimos que se puedan hacer.
¿Nunca te han ofrecido puesto en el gobierno?
No, nunca, nunca he tenido un ofrecimiento de puesto político o algo por el estilo.
¿Y te interesaría?
No, tampoco.
¿Estás afiliada a algún partido?
Ni estoy afiliada, ni me he puesto camisetas rojas, ni he ido a cuidar urnas, ni nada, nada, nada, nada, ja ja ja... Y creo que en la medida en que siga así, sin camiseta puesta, puedo seguir diciendo lo que pienso en bien o en mal, en pro o en contra de lo que esté sucediendo, siempre y cuando vaya con esa utopía que todavía tengo. A mí me duele mucho cuando dicen que estamos en el momento de la pérdida de las utopías. Si yo pierdo la utopía, ¿cómo me muevo?