El Ágora /

La Luna y los 90 en dos textos de Horacio Castellanos Moya

Dos décadas han pasado desde que Horacio Castellanos Moya publicó estos dos textos, 'La otra Luna' y 'Novedades de la vida cotidiana', en los que daba cuenta como periodista del nacimiento de La Luna y del contexto de El Salvador de la inmediata posguerra. Castellanos Moya es actualmente el escritor salvadoreño con más proyección internacional, y fue parte de aquellos primeros lunáticos.

Jueves, 27 de septiembre de 2012
Horacio Castellanos Moya

La otra Luna

[Publicado en Diario Latino, el 7 de diciembre de 1991]

Hace unos días, una amiga académica extranjera, con varias estadías de trabajo en nuestro país, luego de enumerar la bondades y atractivos de estas tierras, se refirió a las tres grandes ausencias que, según ella, le impedían sentirse completamente a gusto, fuera de los rigores de la guerra. Primero, dijo, hace falta un «periódico». Segundo, afirmó, hace falta una «librería», en la cual una pueda surtirse de los libros de actualidad en lengua castellana. Y tercero, agregó, hace falta un «café», un sitio donde gracias al clima intelectual y artístico, el parroquiano pueda llegar a leer, escribir o pasar el rato, sin sufrir las chabacanerías de los antros cerveceros o de las pastelerías para niñas ricas.

Las opiniones de mi amiga académica, claro está, podrían resultar alevosamente provocadoras: San Salvador no es París, Nueva York ni México. “Cada ciudad tiene los periódicos, las librerías y los cafés que se merece”, diría un viejo rezongón, quien me odiaría de por vida si sólo sugiriera sus iniciales.

Estos prolegómenos, sin embargo, vienen a cuento no por ánimo de discutir las controvertidas opiniones de mi amiga, sino para referirme a una idea, que luego se hizo proyecto y ahora tiene nombre, Barca-Fé La Luna, y apellido, Casa y Arte. Un grupo de artistas, jóvenes la gran mayoría, con obra reconocida algunos, se propusieron crear un espacio diferente, un ambiente propicio para el desarrollo de la imaginación, donde se puedan conjugar las distintas manifestaciones del arte, a través de exposiciones, espectáculos, talleres, recitales. Un espacio para que fluyan nuevas corrientes creativas para que despierte otra sensibilidad; también una apuesta al futuro, sobre todo por medio de los talleres artísticos para niños.

Lunas veloces de frente obstinada, dice un viejo verso de Octavio Paz. Y precisamente esa velocidad, que quisiera sinónimo de audacia, y esa “frente obstinada”, entendida como voluntad de jalar hacia adelante, podrían marcar el ritmo de crecimiento de esta iniciativa, de esta aventura, que trasluce los enredados tiempos actuales, cuando lo apenas concebido se roza con lo vetusto.

La Luna ya tuvo su primera experiencia en el Pabellón de las Artes, durante la primera quincena de noviembre pasado, donde se presentaron grupos musicales y teatrales. Ahora, en su propio local, la “banda lunática” enfrenta el reto de echar a andar una empresa cultural de nuevo tipo, cuya característica sea un equilibrio dinámico entre los aspectos puramente empresariales, la promoción artística y el fomento de la creación. Equilibrar negocios con honradez intelectual y artística, ni más ni menos.

Quien sabe qué cosas ilumina ese rayo de luna/con esa luz tan dulce, dice un poema de ese italiano melancólico llamado Cesare Pavese. Ojalá que este rayo de luna ilumine otras zonas de la salvadoreñidad. O, como diría un viejo fan de Pink Floyd, ojalá que el “lado oscuro de la luna” nos revele espacios insospechados, ánimos reconfortantes. Suerte en la travesía, lunáticas y lunáticos.


 

Novedades de la vida cotidiana

[Publicado en Pensamiento Propio, en noviembre de 1992, Managua]

Luego de ocho meses de paz, ¿qué ha cambiado en El Salvador? La pregunta puede parecer superflua: ya no hay guerra, el espectro institucional se ha ensanchado con la incorporación del FMLN, el sistema político experimenta transformaciones que algunos consideran “revolucionarias”, en fin, la desmilitarización y la transición a la democracia estarían en camino. Pero, y en la cotidianeidad, ¿cómo se manifiestan estos cambios?, ¿qué es en realidad lo nuevo?

Para algunos analistas, lo verdaderamente nuevo es la participación legal y pacífica de la izquierda en la vida nacional, un hecho que en términos generales no afectaría el acontecer cotidiano de la ciudadanía, sino que estaría constreñido al ámbito de la clase política. Esta visión implicaría que los cambios generados por el proceso de negociación apuntarían únicamente a una modificación paulatina del acontecer político, y no tanto a profundas transformaciones culturales.

De tal manera que la novedad se restringiría a que, gracias a las reformas institucionales, los líderes del FMLN tienen una participación más activa en el quehacer político cotidiano y, en general, a que la agrupación exguerrillera cuenta con nuevos espacios, posibilidades y retos para su desarrollo.

Otros estudiosos sostienen, por el contrario, que los cambios a todos los niveles en el sistema político afectan al conjunto de la vida de la nación y, por lo mismo, implican una “refundación de país”. El problema será que la transición no tiene sentido épico, no tiene heroísmo. Es como un período gris, en lo que hace a las motivaciones heroicas y la generación de grandes climas y emociones colectivas. El proceso de transición no provoca euforia, tal como sostiene el politólogo chileno Luis Maira en un reciente libro sobre las dificultades para la izquierda latinoamericana en la actualidad.

Más allá de este debate, empero, la vida en El Salvador no es la misma.

Por ejemplo, a mediados de septiembre último, para sorpresa de muchos simpatizantes de izquierda, Joaquín Villalobos, otrora comandante guerrillero, apareció apoyando una campaña vial del ultraderechista El Diario de hoy, periódico que en su editorial del 6 de octubre aún sostenía que “el comunismo se derrumbó y no hay grupos políticos que se identifiquen con él, exceptuando, como es de esperarse, a Fidel Castro, el FMLN y a Sendero Luminoso.

Y es que los gestos aquí significan mucho. Por debilidad, por necesidad o por sabiduría, el debate se está abriendo en la izquierda. Algo de aire comienza a circular. El forcejeo en Radio Venceremos es un ejemplo de ello: más allá de la voluntad de las partes, la discusión se hizo pública, sobre todo desde las páginas del Diario Latino. Se trató del primer debate público de posguerra dentro de la izquierda exguerrillera. ¿Qué debatieron? Las relaciones de la radio con el partido, la línea informativa y los métodos de conducción, cuando menos. Hubo definiciones y cinco despedidos.

En un comunicado, los cinco despedidos criticaron a Villalobos por ordenar personalmente una purga en un medio de comunicación, lo que “pone en juego la credibilidad de todo el proceso de cambio democrático”. También arremetieron contra “la línea de estabilidad social definida por Villalobos”. Y explicaron que “el verdadero trasfondo” del problema es la “intención del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) de privatizar la radio”, a fin de que pase a manos “de un grupo reducido de miembros de la dirección del ERP”.

Las discusión de fondo, pues, se estaría dando entre quienes se aferran a una visión contestataria, y quienes tienen prisa por acomodarse en el nuevo status quo. Para ciertos militantes izquierdistas, la dirección del FMLN estaría derechizando algunas de sus posiciones. Otros se refieren a un “exceso de pragmatismo”. El diputado social cristiano, Jorge Villacorta, lo explicó de otra manera: lo que se produce es un “movimiento natural” de inserción.

Nueva vida nocturna

Tener una doble moral es mejor que no tener ninguna”, dice un graffiti escrito en una pared del urinario del bar La Luna, un bar-café abierto hace casi un año, y en el que se puede percibir el nuevo ambiente de reconciliación que tiende a prevalecer en el país.

Junto a «niños bien» procedentes de la exclusiva Zona Rosa, en este bar se encuentran con frecuencia dirigentes exguerrilleros recientemente desmovilizados. Una noche toca un grupo de rock favorito entre la juventud clasemediera y la siguiente noche es el turno de Los Torogoces, un grupo formado por excombatientes que durante la guerra amenizaban las fiestas en los campamentos guerrilleros del norte de Morazán.

El fenómeno de La Luna no es único. Otro bar denominado El Quinto Sol también ha abierto sus puertas recientemente con una atracción principal: La Banda Tepehuani, un grupo musical que sirvió al FMLN para conseguir fondos de la solidaridad internacional durante la guerra.

La novedad de estos lugares es la ruptura del esquematismo, la mezcla, los asomos de despolarización: por ejemplo, el viernes 9 de octubre, mientras tocaba el grupo de rock Vive, en una de las mesas de La Luna disfrutaba sus whiskies el comandante Facundo Guardado, uno de los principales estrategas militares durante la ofensiva del FMLN en San Salvador en noviembre de 1989.

El fenómeno de La Luna y El Quinto Sol ha despertado, incluso, la curiosidad de la prensa internacional. En una edición dominical de finales de septiembre, el periódico Los Angeles Times dedicó una plana entera a un reportaje sobre la nueva vida nocturna de San Salvador, en el que destacaba que en el mismo bar se podía encontrar al hijo del presidente Alfredo Cristinani y a un exguerrillero recién bajado de las montañas.

Delincuencia y desmilitarización

San Salvador ha cambiado también en otros aspectos. La militarización de las calles ha desaparecido. Sin clima de guerra, la violencia ahora se expresa a través del incremento desmesurado de la delincuencia. Diferentes encuestas de opinión difundidas por instituciones universitarias coinciden en señalar que la delincuencia y el alto costo de la vida constituyen los puntos de mayor preocupación para la ciudadanía.

Las bandas de delincuentes operan como comandos altamente especializados. Los atracos alcanzan linderos de audacia solamente explicables por la práctica de la guerra. El acuartelamiento de las tropas gubernamentales y la lentitud en el proceso de formación de la nuevo Policía Nacional Civil (PNC) ha creado un vacío en términos de seguridad pública.

Para muestra un botón: en una de las principales pupuserías de San Salvador, ubicada unas seis cuadras al poniente del Hotel Camino Real, a la hora y el día de mayor concurrencia, media docena de asaltantes armados con fusiles FAL y granadas de fragmentación, se tomaron el tiempo para despojar de sus pertenencias a cada uno de los más de 70 clientes. Este tipo de asalto masivo se repite con frecuencia en distintas zonas de la capital. Las carreteras del interior del país también son escenario diariamente de atracos perpetrados —según las denuncias— por bandas integradas por exsoldados o exguerrilleros.

Más allá del incremento de la delincuencia, el hecho es que la finalización de la guerra ha conllevado una evidente desmilitarización no sólo de San Salvador, sino de la mayor parte del territorio nacional. Este fenómeno, ya convertido en rutina para la población local, llama la atención de observadores y estudiosos foráneos, algunos de los cuales se preguntan sobre el impacto que este proceso de desmilitarización podría tener sobre la sociedad civil en el mediano y largo plazo. Se trataría de una probable mutación cultural que incidiría también en el perfil de la instituciones políticas.

No obstante, en lo inmediato, una pregunta que pesa en el ambiente es hasta dónde perderá sus privilegios la casta militar. Pese a que el informe confidencial de la Comisión Ad-hoc —encargada de evaluar a la oficialidad castrense— ya fue entregado al secretario general de la ONU y al presidente Cristiani, quizás aún sea demasiado pronto para responder a tal interrogante. Muchos consideran que los militares aceptan los acuerdos y se contienen no por un cambio de mentalidad, sino por la presión internacional y la presencia de la Misión de Observadores de las Naciones Unidas (ONUSAL). Y a propósito de ONUSAL, los integrantes de este contingente ya forman parte del nuevo paisaje cotidiano y son llamados, con el típico humor salvadoreño, los de Vacaciones Unidas.

¿Otra cultura?

“El Salvador vive una mutación cultural. El país se encuentra en un período trascendental de cambios que están configurando su perfil para el próximo siglo. No se trata de los resultados de una insurrección triunfante, ni de un golpe militar, ni de una invasión extranjera, cada uno de los cuales cambia abruptamente —a su manera— la arquitectura de un país. Se trata de una mutación cultural, de un transformación muy rápida”.

Este enfoque, extraído de un artículo de la académica Breny Cuenca, publicado en el último número de la revista Tendencias, no es compartido, sin embargo, por otros analistas, quienes sostienen que la ausencia de un proyecto cultural de izquierda determina que la única mutación cultural real que se haya producido hasta ahora sea la adopción de los patrones culturales conservadores dominantes por parte de la izquierda.

Significativamente, la mayoría de observadores y estudiosos centran su atención en las modificaciones experimentadas por el FMLN luego del inicio del cese de fuego, en tanto que apenas se fijan en los cambios en la conducta de las fuerzas de derecha.

El segundo fin de semana de octubre pasado fue revelador de la nueva dinámica que vive El Salvador: el sábado 10, el FMLN hizo su primer esfuerzo de movilización a nivel nacional para conmemorar el 12 aniversario de su fundación; un día después, el domingo 11, la gubernamental Alianza Republicana Nacionalista (Arena) realizó su Convención Nacional para celebrar sus 11 años de existencia.

Un proceso de cambio en la cultura política del país resulta, pues, innegable. Las potencialidades de este cambio, su irreversibilidad, su naturaleza, son motivo de un debate que en el fondo apunta a la eventual construcción de una nueva nación.

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