El Ágora /

Todos los rumores del mundo en 56 nuevos poemas de Kijadurías

Alfonso Kijadurías presentó 'Fragmentos del azar', un avance de su último libro, como parte de la Coleccción Revuelta, un proyecto editorial del Centro Cultural de España liderado por Miguel Huezo Mixco. Aquí un acercamiento al poeta, a sus amigos y al libro mismo.

Lunes, 19 de noviembre de 2012
Por Élmer L. Menjívar

Son 72 años y una vida en la que las palabras claves podrían ser mariguana, LSD, viajes, exilio, revolución, El Salvador, guerrilla, hippie, cuba, compromiso, leyendas, palabras, poetas, poemas, poesía y más poesía. Hablan de un hombre que nació en 1940 como Alfonso Quijada Urías, y nació en La Libertad, el departamento que alberga al municipio de Quezaltepeque, ambos dentro del pequeño y torrencial El Salvador.

Alfonso Kijadurías, durante la presentación de
Alfonso Kijadurías, durante la presentación de 'Retazos del azar'.

La fusión fonética de sus apellidos le dieron un mote que se imprimió en la historia literaria latinoamericana: Kijadurías. La vida lo rodeó de libros, propios y ajenos, también de amigos envidiables. La vida le dio una plática llena de anécdotas increíbles pero ciertas, también le dio un carácter huidizo y modesto que se confunde con timidez, pero solo es un hombre que opta por el impulso del retiro:

Retirado, solitario, ocupado en trabajos sin esperanza,

vivo así, sin perder de vista a mi gente.

Nada tengo en común con ella. Nada en común conmigo mismo.

tranquilo en mi rincón vivo contento con poder respirar.

A veces siento el impulso de meterlo a todos en el mismo baúl

y apretarlo bien, hasta la consumación.


El jueves 15 de noviembre de 2012, Alfonso Kijadurías presentó en sociedad “Fragmentos del azar”, parte de un libro que lleva el título de “Todos los rumores del mundo”, un libro que el poeta etiqueta con un “Work in Progress” y explica su proceso: “Voy continuando este libro por los años que me quedan de vida, con morosidad, no tengo prisa, nunca la he tenido”. Este avance se trata de una selección de 56 poemas realizada por Miguel Huezo Mixco para publicarlos como el volumen número 5 de la Colección Revuelta, editada con el auspicio del Centro Cultural de España en El Salvador.

Esa tarde, a Kijadurías lo acompañó su historia, es decir sus amigos, tres de ellos. Y sus amigos saltaron sin dificultades las vallas de pudor para recordar así, sin pudor.

Habló Ricardo Aguilar, pintor y poeta, quien presumió de compartir “inquietudes esotéricas” con Kijadurías desde finales de los años 60, recordó también que luego de algunos sucesos históricos locales –la huelga de Andes– y de otros países –el 68 de Tlatelolco y de París–, todos querían buscar otros horizontes. Así recrea sus visitas juveniles a la finca Siete Joyas, de Miriam Interiano, en San Vicente, sede de una comunidad de artistas esotéricos que experimentaban con el LSD, hongos, mariguana para inciarse en esos viajes trascendentales en los que buscaban el estado ideal para la creación. “Con Alfonso visitamos los infiernos, y salimos quemados”. También viajaron físicamente, se fueron a Cuzco y vivieron ahí una temporada, “ese viaje es una novela”.

Junto con Aguilar, Kijadurías fundó un taller de artesanía en la colonia Shangrilá del que vivieron algunos años. En esa época fueron cercanos a Salarrué y Claudia Lars, las mentes más iluminadas de la época. Lars los inició en la teosofía y los metió a la Logia de Ayutuxtepeque presentándole a los teósofos, entre ellos Salarrué. “Luego llegaron los días de la pólvora” y Kijadurías se “organizó” con la Resistencia Nacional, la RN, y se distanciaron y hasta tuvieron que desconocerse. Se reencontraron exiliados en México en una ocasión y luego en Nicaragua, el día que Aguilar salía y Kijadurías entraba a la cárcel de Palo Alto, por sospechosos e indocumentados.

También estaba Jorge Dalton, el hijo cineasta de Roque Dalton, quien de alguna manera heredó la amistad de Kijadurías. Actualmente son “casi vecinos”, pero desde hace años han compartido una serie de aventuras revolucionarias. “Yo conocí a Alfonso en una Habana aún esplendorosa, no recuerdo en qué calle”, empieza Dalton recordando estar siempre rodeado de muchos creadores fundamentales, entre ellos Eliseo Diego, Manuel Sorto, Guillermo Rodríguez Rivera, llenando la Plaza de la Revolución, viendo bailar a Antonio Gades y escuchando en vivo a Milton Nacimento. Kijadurías recuerda que llegó a Cuba por disciplina: “De la RN me mandaron a Cuba, y uno tenía que obedecer”. Sin embargo, explica que Cuba no era extraña para él, y se remonta a su infancia, desde los tiempos del presidente José María Lemus (1956-1960), “un estudioso de Martí”, recuerda, y describe aquellos tiempos en que los mejores libros y revistas venían de la isla (Carteles, Bohemia): “Cuba ya estaba en mi mente”. Luego da una lección de memoria a Dalton: “Le voy a recordar a Jorge donde nos conocimos: en la casa de Víctor Casáus, poeta y gran amigo, ahí llegaba Silvio Rodríguez algunas noches, también Rogelio Nogueras, un poeta experimental que murió muy joven, eran unas veladas muy divertidas”. Así salieron por su boca de aquellas reuniones en la Habana con los que llegarían a ser personajes de la cultura universal: Julio Cortázar, Lezama Lima, Chino López.

De las anécdotas habaneras saltaron en el tiempo a la otra revolución. Dalton recordó cuando años después en Nicaragua se reencontró con Kijadurías y su revolución. “La revolución de Kijadurías me gustó mucho más”, confiesa el cineasta mientras cuenta entre risas que en Managua él vivía en una “casa de seguridad” a cargo de Miguel Huezo Mixco, él “era el jefe” explica, y el encargado de mantener el orden y la seriedad propia del revolucionario que el movimiento exigía: nada de alcohol, nada de drogas, nada de fiestas. “Una noche después de un evento, no sé como, terminamos en la casa donde vivía Alfonso, y ahí había traguito, había roncitos y otras cosas”, cuenta Dalton para dejar claro porque la versión revolucionaria del poeta le resultó más atractiva y luego ya no quería regresar a la otra revolución que era más rígida y estricta. Huezo Mixco, guerrillero poeta entonces, replicó en la primera oportunidad que tuvo, “Quiero aclarar Jorge tuvo mucho suerte, esa “casa de seguridad” donde vivíamos tenía la fama de ser la más indisciplinada. Mis jefes la miraban con desconfianza”, reivindicando así su rebeldía de revolucionario. En lo que coinciden Dalton y Huezo Mixco es en que Kijadurías ha sido desde siempre un hombre con versiones propias de muchas cosas, un gran conversador que compartía con generosidad lo que sabía y lo que hacía.

Huezo Mixco entra a la biografía anecdótica de Kijadurías como poeta, y rememora sus propios inicios literarios cuando recién se graduaba de bachiller. “En esos días Alfonso había publicado “Estados sobrenaturales y otros poemas” (1971), Alfonso era parte del grupo de escritores de la Universidad de El Salvador, donde estaba con Manlio Argueta, José Roberto Cea, Tirso Canales, y esa publicación fue una referencia obligada para mi generación, a la que pertenece Roger Lindo y Horacio Castellanos Moya”, y detalla cómo desde entonce le guarda profunda admiración a él y a su obra. 

Curiosamente, Kijadurías evita protagonizar sus anécdotas, siempre habla de lo vivido por otros y prefiere que sea su poesía la que cuente sus intimidades.

Mala Hierba

Familia,

Quién sino yo el extranjero. Oveja negra del rebaño.

Mala hierba. ¿Negado cuántas veces?

Aunque afile mi lengua no existe la palabra que te absuelva o me absuelva.

Ninguno, sin embargo, podrá darte el aliento con que froto tu lámpara.

Familia,

Yo te saqué los ojos. Desde entonces extraño, extranjero,

me miras de reojo y no me reconoces.

De indiferencia y envidia está envuelto tu odio. De mala fe y rencor.

De allí los dones de mi cólera, de mi desvío o desamor.

 

No dejar huella

Todas las bibliotecas se disputarán tus obras,

En todas partes celebrarán homenajes a tu nombre.

En lugares privilegiados se alzarán monumentos

que honrarán tu memoria.

Se habrá así hecho justicia a tus noches y días

de soledad y angustia.

Mejor hubiera sido no ser nadie,

o en el mejor de los casos

haber ganado la suprema perfección que exige

no dejar huella.

 

 

Pero Alfonso Kijadurías le faltó esa perfección que exige no dejar huella. Recibió en 2009 el Premio Nacional de Cultura, el máximo reconocimiento estatal para un artista. Su obra empezó a ser reconocida con galardones desde 1962, cuando compartió un segundo lugar con David Escobar Galindo en el Certamen Cultural de la Asociación de Estudiantes de Humanidades de la Universidad de El Salvador. En los años que siguieron figuró entre los favorecidos por los jurados de varios Juegos Florales locales –Zacatecoluca (1963), Usulután (1965) y Nueva San Salvador (1966). En 1967 gana los Juegos Florales de Quetzaltenango (Guatemala). Su primera publicación fue colectiva y se llamó “De aquí en adelante”, publicado por él, Manlio Argueta, Roberto Armijo, Tirso Canales y José Roberto Cea.

En 1969 y 1970 logró menciones honoríficas en el Premio Casa de las Américas (La Habana, Cuba) con “Sagradas escrituras” y “El otro infierno”. En 1971 ganó la primera Bienal de Poesía Latinoamericana realizada en Panamá.

Su bibliografía se reparte entre su obra poéticas y narrativa. En poesía, “Poemas” (1967), “Los estados sobrenaturales y otros poemas” (1971), “Reunión” (1992), “Obscuro” (1997), “Gotas sobre una hoja de loto” (1997), “La esfera imaginaria” (1997), “Es cara musa” (1997) y “Toda razón dispersa” (1998) que se integra con los poemarios “De este tiempo” (1994) y “Alteración del orden” (1996), y otros poemas escritos entre 1967 y 1993.

Como narrador ha firmado “Cuentos” (1971), “Otras historias famosas” (1974), “La fama infame del famoso a(pá)trida” (1979), “Para mirarte mejor” (1987), “Gravísima, altisonante, mínima, dulce e imaginada historia 1967-1991” (1993) y la novela Lujuria tropical (1996).

*** 

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“Fragmentos de azar” es poesía confesional, una conversación íntima en clave de confidencia. El poeta ha dicho que es un libro en progreso que terminará cuando ya no haya poeta que lo continúe, y tiene precisamente ese tono de larga despedida, de últimas palabras desde un lecho mortal atemporal, sin agonía, sin remordimientos, sin tragedia. Es más, es un canto de optimismo retrospectivo.

¿A dónde vamos realmente? Siempre a casa.

Este camino no tiene fin. Por más que se avance nunca se llega.

Aquí arde más vivo el pensamiento. En este descanso uno se cansa,

en este cansancio uno descansa.

También es un recuento de idilios. Deja citados a varios autores –Mallarmé, Whitman, Wittin, Longfellow, Oliver Wendell Holmes, Melville, Blake, Poe, Flaubert, Milton y más–, muchos en un solo poema –“Datos para una elegía”– con su opinión experta de cada uno de ellos, una opinión de amigo y no de crítico. También desfilan nombres presuntamente cotidianos, un “él” que quizá es él en su distancia. Odas a sus cosas, poetiza la tecnología, se divierte jugando con los comandos informáticos, una sátira en memoria de su Olivetti.

En verso libre con léxico de acceso inmediato, se vale la sonoridad de cada palabra, los acentos y la puntuación para conseguir ese ritmo misterioso que se intuye como la poesía dentro de los poemas, ese ritmo que también es mensaje, que también es ánimo, ánima y anima a terminar cada propuesta.

Un pequeño libro, cómodo, para llevar y traer, un libro que tendrá secuelas para por fin completar todos los rumores del mundo que solo buscan responder la gran pregunta.

¿Dónde será?

¿En la casa aquella vieja y solariega o en la cantina

donde llegan a liar sus negocios los vendedores de ganado?

¿O en un hotel donde los viejos conspiran contra el tiempo hablando del pasado?

¿O será en la librería mientras ojeas un cuerpo hermoso?

¿O quizás en la calle mientras aguardas el taxi que te devuelva a casa?

¿O en una esquina oscura iluminada por el brillo del cuchillo?

¿Quién sabe?

Como la seda o el oscuro terciopelo son los pasos de la muerte.


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