El Ágora /

Una mujer que canta para exorcizar la guerra

Incendios, el montaje de Roberto Salomón para la temporada de teatro 2012, es una reflexión sobre la guerra y sus secuelas. Es también la expresión del director en el vigésimo aniversario de los Acuerdos de Paz; y una obra que será referente en el teatro salvadoreño. 


Miércoles, 21 de noviembre de 2012
Carlos Dada

Las guerras necesitan exorcismos. Las guerras requieren ser contadas y cantadas en su terrible dimensión; recordadas y repetidas. Entre las memorias de Primo Levi y los juicios de La Haya contra criminales de la ex Yugoslavia se pasea el mismo espectro macabro de la guerra que en los testimonios de los sobrevivientes de Marzabotto. O Sabra y Chatila. O El Mozote. Para la temporada de teatro 2012, el director Roberto Salomón escogió una obra sobre una guerra. Sobre todas las guerras.

Incendios, del autor canadiense-libanés Wajdi Mouawad, narra la historia de Nawal Marwan (Naara Salomón, Nawal adulta; e Isabel Guzmán, Nawal joven), una extranjera que al morir deja a sus dos hijos unas cartas para ser entregadas 'a su padre y a su hermano', perdidos en el inframundo de una guerra que los hijos desconocen.

Incendios
Teatro Luis Poma
Funciones: del 8 al 25 de noviembre.
Jueves, viernes y sábado: 8:00P.M.
Domingo: 5:00P.M.

A Nawal esa guerra le mató a su esposo y le arrancó a su hijo, el primero, de un pasado del que no quiso volver a hablar. Y ahora son sus hijos quienes van en busca de su propia identidad, a encontrar a su madre, conocida en las cárceles de su viejo mundo en llamas como 'La Mujer que Canta', prisionera por haber asesinado a uno de los señores de la guerra.

Para la temporada de teatro 2012, Roberto Salomón montó una obra sobre la guerra para conmemorar los 20 años de la firma de los Acuerdos de Paz.

'Vi la obra en Ginebra y me pareció importante hacerla en El Salvador', dice Salomón. 'Son los 20 años de la paz y hablamos mucho de la paz, pero no de las secuelas de la guerra'. Estas secuelas, dice, son el caos, la violencia, las pandillas. 'El fin de la guerra nos da la democracia pero no hemos enfrentado las secuelas. No digo que no hay que voltear la página de la guerra, pero no hay que olvidarla'.

En escena se representa un conflicto en un país árabe, pero las cuestiones más brutales de la guerra son universales: el dolor, la muerte, la desesperanza, la locura, la maldad del hombre. Todo lo demás, lo que las provoca, es meramente circunstancial. Las guerras son todas la misma. Hay una parte en la obra en que uno de los personajes pregunta por qué comenzó esta guerra, y la cadena de hechos que recibe como respuesta es interminable y banal.

Nawal, el personaje principal, es hecha prisionera. Sometida a torturas, Nawal canta todo el día una canción de cuna. Y por eso la conocen como La Mujer que Canta.

Naara Salomón, esposa y musa del director, buscó en Ginebra quién le diera clases de dicción en árabe para pronunciar correctamente la canción de cuna y saber qué significaban aquellas palabras: 'Quien te ame te cubrirá de besos. Quien te odie quedará prisionero de su odio'.

Su profesora, una libanesa residente en Ginebra, le dijo: '¿Quieres conocer a la mujer que canta? Vive aquí, en Ginebra'. Días después conoció a Souha Bechara, libanesa. Militante de la resistencia que a los 21 años atentó contra uno de los señores de la guerra del Ejército del Sur de Líbano y terminó presa en la prisión de Khifa. Fue liberada años después. En parte, el personaje de Nawal y la obra están basados en la vida de Bechara. 'Le dije que íbamos a montar esta obra en El Salvador y se interesó mucho. Le pregunté cómo estaba de salud. Me contestó que las secuelas físicas de la tortura ya no se ven después de unos años. Que las secuelas de adentro, esas no se borran siempre'.

Probablemente ese encuentro ayudó mucho a que Naara Salomón construyera un personaje con tanta fuerza. Un personaje que se hace en el camino junto a María Ángel Velis que, interpretando a Sawda, la mujer que desde joven acompaña a Nawal en su aventura, muestra una actuación admirable construyendo exitosamente un personaje muy difícil que evoluciona de la inocencia a la dureza y la desesperación a la que la guerra va llevando.

Incendios también le sirvió a Salomón para saldar, de alguna manera, la deuda de intentar sacudirnos hablando de nuestros propios demonios. Algo que marcó sus inicios y lo catapultó como enfant terrible del teatro salvadoreño. Ahora confiesa: 'También es producto de todos estos años de trabajo con César (Pineda, uno de sus actores de reparto). Me decía constantemente que dónde había quedado el director de Marat-Sade, el de El Rey Lear. Y esas cosas te van pegando. Es lo que he hecho toda mi vida', dice. 'Así que hoy decidí montar esta'.

Hay un sello de autor en los montajes de Roberto Salomón. Distintos planos de espacio y tiempo, normalmente separados por 'pantallas' hechas de cortinas y luces; la actuación conviviendo con la danza; la interacción de los personajes con el público y, desde luego, su característica presentación al inicio de cada función en la que 'recuerda' a los espectadores encender sus teléfonos al terminar la función.

Incendios, como es de suponerse, no es la excepción. Salomón mete un coro griego a la Woody Allen para discutir el desarrollo de los acontecimientos. Uno que no está en el libreto original. Y en esta combinación de elementos nos muestra a Nawal joven (Isabel Guzmán) relacionándose con Wahab, su primer amor, a través de la danza -o expresión corporal, como prefiere llamar a su trabajo la responsable de los movimientos de los actores, Eunice Payés-.

Regina Cañas, otra de las constantes en los repartos de Salomón en los últimos años, vuelve a cumplirle al director con un trabajo muy limpio, en la interpretación de Hermilia Lebel, la abogada encargada de ejecutar el testamento de Nawal. Pero Lebel, al igual que Simón el hijo de Nawal (Rodrigo Calderón), son más caricaturas que personajes complejos como Nawal o Sauda o Nihad el criminal de guerra (que merece un abordaje aparte). Son caricaturas cuya convivencia con estos otros personajes más complejos, en los que está también Julia, la hija (Liliana Andrade), crean un contraste cómico, a veces liberador en el desarrollo de una temática como la guerra; a veces discordante porque frena la creación de una atmósfera que facilite la reflexión. Nihad, el criminal de guerra, es acaso el más complejo de los personajes de esta obra. Su irrupción en escena vestido con casacas militares y un AK-47, su cinismo y su candidez en distintos momentos; su crueldad y su locura refieren a los criminales de guerra de la exYugoslavia que fueron desfilando la década pasada por los tribunales de La Haya. Es un personaje sin posibilidades de redimirse pero al que necesitamos encontrarle alguna explicación. Es una pesadilla que no se irá cuando se enciendan las luces y se terminen los aplausos.

Pineda se roba una obra que no le competía y termina convertido en el centro de todas las reflexiones que nos provoca Salomón. En el clímax de la obra, Nawal dice frente a él: 'Cada tierra es responsable de sus héroes y de sus torturadores. Hicimos la guerra y fuimos violentos. Lo único que nos queda, lo único que podemos salvar, es la dignidad'. Parece una lección de moral, dicha en San Salvador, una tierra también de héroes y torturadores de los que nadie se quiere hacer responsable, 20 años después de firmada la paz.

Pero la dignidad es eso, un término estrechamente ligado con la moral. ('En el reino de los fines -dice Kant- todo tiene un precio o una dignidad…"). Es aquello que no puede ser sustituido. Es aquello que nos eleva, que nos hace dignos. Que nos merece majestad. Es lo que conservan las víctimas y lo que estamos obligados moralmente a preservar y restituir: su majestad violentada por los victimarios. Su dignidad. Lo único que puede salvar un ser humano que ha perdido todo lo demás.

De Incendios se hablará durante mucho tiempo. Es un montaje referencial en la obra de Salomón y en la del teatro salvadoreño. Como aquel Marat-Sade. 'Ahora hay que reconstruir la historia', concluye Nawal. 'Nuestra historia está en pedazos. Con suavidad, alivio. Cada recuerdo. Con suavidad'.

 

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