Opinión /

Guayaberas


Domingo, 18 de noviembre de 2012
Héctor Lindo

Aunque parezca incongruente, las fotos de la nominación de Salvador Sánchez Cerén y Oscar Ortiz me recordaron a Anastasio Somoza y Arturo Armando Molina. Esta asociación mental tiene que ver con las blancas guayaberas iguales que usaron los señores candidatos (¿Insinúan que no hay ninguna diferencia, ninguna, entre los dos?). Para mi generación el uso de guayaberas recuerda el lado populista de los regímenes autoritario-tropicales de mediados del siglo XX. Trujillo, Somoza, Stroessner y Molina tenían guayaberas listas para salir a los pueblos a estrechar manos sudorosas y besar criaturas lacrimosas.  ¿Alguien se acuerda del gobierno móvil del Coronel Molina?

A lo que voy es que las experiencias definitorias de la juventud influyen en nuestra comprensión del presente. Este fenómeno se observa tanto en cosas triviales (como la asociación de guayaberas con regímenes autoritarios), como en preferencias políticas.  Un ejemplo claro son las diferencias generacionales en las preferencias de voto.

Cada generación de ciudadanos llega a las urnas con un bagaje de experiencias. Burdas extrapolaciones del censo del 2007 nos permiten obtener una idea aproximada de las generaciones que irán a las urnas en 2014.
Una proporción minúscula de los votantes, tal vez dos por ciento,  acudió a los comicios por primera vez en la elección presidencial de 1950, el año que las mujeres lograron el derecho a voto. Estos electores tienen alguna memoria del movimiento de 1944 que derrocó a Maximiliano Hernández Martínez. Otro cinco por ciento cumplió dieciocho años durante la época de Osorio y Lemus. Si vivían en las principales ciudades fueron testigos de la instauración del Instituto Salvadoreño del Seguro Social y vieron la construcción de las flamantes colonias del Instituto de Vivienda Urbana. Si vivían en el campo su contacto con la modernidad tenía más que ver con aviones fumigando algodonales de forma indiscriminada que con escuelas.

Al menos una décima parte de los votantes empezó a ejercer el derecho pleno a la ciudadanía durante la década de los sesenta. Esta cohorte fue influenciada por la novedad (o amenaza) de la revolución  cubana, el breve período de la Junta Revolucionaria de Gobierno y el Directorio Cívico Militar, las elecciones sin oposición de Julio Rivera, la formación del PCN y ORDEN, la Alianza para el Progreso, la guerra con Honduras y los comienzos del movimiento urbano con las huelgas de Acero S. A. y ANDES.

El grupo que votó por primera vez en 1972 sufrió las frustraciones del torpe fraude electoral que impidió la llegada al poder del Ing. Napoleón Duarte, uno de los puntos de inflexión que encarriló al país hacia la polarización política. Estos votantes vivieron en el contexto de las primeras actividades de los grupos guerrilleros y la presencia cada vez más agresiva de ORDEN en el campo. El gobierno veía cualquier tipo de oposición como resultado de la conspiración comunista. La izquierda consideraba que cualquier acción gubernamental tenía como único propósito favorecer a la “oligarquía criolla”. Para los más radicales cualquier propuesta de reforma impedía que se profundizaran las contradicciones que iban a llevar a la revolución liberadora. Uno de cada veinte abrió los ojos a la política en este contexto.

Al llegar las elecciones de 1977 la polarización política estaba tomando el cariz de violencia descontrolada. La generación que votó por primera vez este año vivió  un fraude electoral no ya tosco sino descarado.  Después del rápido paso de la primera junta de 1979 se archivó cualquier idea de moderación bajo la letra “c” en el rubro “curiosidades inútiles”. Basta con mencionar el asesinato de Monseñor Romero para evocar el horror de estos años. Estos votantes no llegan al diez por ciento del total.

Los votantes primerizos en las elecciones de 1984 se iniciaron en la experiencia ciudadana en un mundo de guerra en el que la prensa y los pronunciamientos partidarios impedían ver seres humanos multidimensionales. Solamente se percibían comunistas manipulados desde La Habana y Moscú u oligarcas escuadroneros rodeados por seguidores con falsa conciencia de clase. La masacre de El Mozote, los asesinatos de la UCA, 70,000 civiles, nos recuerdan … mejor dejemos de recordar. A esta generación de guerra pertenecen aproximadamente uno de cada seis de quienes votarán en 2014.

Dadas sus historias de vida, una parte sustancial de los ciudadanos en estos grupos (a los que pertenecen los candidatos a la primera magistratura) todavía es susceptible a mensajes políticos polarizados. Los filtros de percepción que quedaron de un pasado traumático los hacen susceptibles a aceptar la propaganda que busca equiparar las torpezas de populistas bombásticos e irresponsables con los enormes crímenes de Mao y Stalin. El mismo fenómeno lleva a otros a ver el mundo desde las perspectivas paranoicas de años en la clandestinidad. Pero estos ciudadanos son la minoría.

Más de la mitad de quienes votarán en 2014  empezaron a prestar atención a la cuestión pública cuando el FMLN era ya partido político, la Unión Soviética no existía y Cuba se hundía en la pobreza. 

Los que empezaron a votar en 1994 de una manera u otra sufrieron las consecuencias del crecimiento de las maras y el crimen organizado. Vieron el corto circuito del sistema de equilibrio de los poderes del estado. El partido en el poder compraba el voto de diputados, manipulaba a la Corte Suprema de Justicia y colocaba a individuos poco idóneos al frente de la Corte de Cuentas y la Fiscalía General de la República. Afortunadamente los principales medios de comunicación criticaron con gallardía el irrespeto a la institucionalidad de la nueva democracia. [Solicitamos paciencia, estamos experimentando dificultades técnicas; la oración anterior no pertenece a este párrafo sino al siguiente].

Los que empezaron a votar en 2009 vieron que era posible la alternabilidad en el poder sin que se cayera el mundo. Unas cosas cambiaron y otras no. Al igual que en las presidencias pasadas, estos votantes vieron el corto circuito del sistema de equilibrio de los poderes del estado. El partido en el poder compraba el voto de diputados, manipulaba a la Corte Suprema de Justicia y colocaba a individuos poco idóneos al frente de la Corte de Cuentas y la Fiscalía General de la República. Afortunadamente los principales medios de comunicación criticaron con gallardía el irrespeto a la institucionalidad de la nueva democracia. [Agradecemos su paciencia, la oración anterior sí pertenece a este párrafo].

El largo y arduo camino de la polarización al cinismo no debe descorazonarnos. La campaña presidencial todavía no ha empezado en serio. Las viejas estrategias no funcionarán con las nuevas generaciones de votantes. Los partidos no pueden contar ni con el “voto duro” de una ciudadanía totalmente polarizada ni con el éxito de técnicas manipulativas anacrónicas. Una posibilidad es que los partidos decidan simplemente buscar nuevas estrategias para engañar a los votantes, atizar emociones, explotar prejuicios, esparcir rumores, descartar razones.  (Karl Rove está desempleado, por si les interesa). Propongo como alternativa: 1) que los candidatos eduquen a los salvadoreños sobre la complejidad de los problemas que enfrentamos, propongan soluciones plausibles y muestren respeto por nuestra inteligencia y por la institucionalidad del estado; y 2) que los medios de comunicación muestren más compromiso con las instituciones de la democracia que con sus preferencias partidarias.

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