Opinión /

El mes más corto


Domingo, 24 de febrero de 2013
Ricardo Ribera

El mes más corto del calendario occidental está por terminar, por fin, y yo me alegro. Ya se me estaba haciendo demasiado largo. Y es que en este año 2013 febrero ha venido lleno de sorpresas. Pero varias de ellas no se confirmarán sino hasta marzo. Sorpresas y también sustos, algunos ya acontecidos.

Han sido cuatro escasas semanas especiales, inusuales incluso desde el punto de vista cósmico. Hubo manchas solares excepcionalmente activas, con llamaradas en las que cabía la Tierra varias veces y con alteraciones en el campo magnético de tal magnitud, que estoy pensando si no serán la explicación de tantos repentinos cambios de humor y cierta histeria que observo a mi alrededor. También el paso del asteroide (y no “esteroide” como algún periodista católico confundió) que no alcanzó a chocar pero sí “rozó”, nos dicen, al planeta. Coincidentemente ese mismo día (y por si no fueran ya suficientes las “señales”, al decir de varios pastores apocalípticos a sus aterrorizadas y bien “diezmadas” ovejas) la caída de un enorme meteorito en las lejanas y ateas tierras rusas, para terror de ex-comunistas y demócratas rusos de dudosas credenciales.

Erupción volcánica del Etna y terremoto político en Italia por la amenaza hecha por Silvio Berlusconi de regresar a la política, tan aburrida sin sus orgías “privadas” y su capacidad infinita de darle un toque de obscenidad a todo lo que emprende este hombre (“il cavaliere” lo apodan los medios de los que él mismo es propietario). Un similar olor a podrido en la madre patria (madrastra, más bien) donde “corruppción” se escribe con doble p desde que al Partido Popular, PP, lo persiguen los escándalos de tramas corruptas, sobresueldos sin declarar y ex- tesoreros con cuentas secretas en Suiza. La marea ciudadana de indignación resulta imparable cuando, al igual que en Grecia, la crisis hace estragos entre la población trabajadora pero buena parte de la clase política exhibe sin impudicia sus miserias morales y sus riquezas malhabidas.

Nada que ver, desde luego, con los acontecimientos en El Salvador, donde la “sorpresa” de que el ex-presidente Elías Antonio Saca participará en las presidenciales de 2014 (mejor dicho, “que lo está considerando” y proclamará su decisión el próximo mes) ha levantado todo tipo de comentarios. Otro “caballero” que no se resigna a abandonar la política (¿por qué habría de hacerlo si le fue tan bien?). No tiene partido, pero dicen que pisto sí tiene.

Los otros, que dieron la sorpresa completando por fin la fórmula (que de tan secreta ya parecía emular a la de la Coca Cola), están igual pero al revés: ellos tienen partido pero están sin pisto. Los únicos que parecen tener ambas cosas, pisto y partido (y por ello mismo una buena ventaja) son los de la buena estrella, en un cielo tachonado que se ilumina al llegar el alba. Los de las dos letras, los pobres, sin pisto y sin partido, ya están como decía alguien, hablando mal de la selecta: si nunca van a ganar, sólo por participar, tal vez mejor se dedicaran a otra cosa.

Pero de todas las grandes noticias de febrero, la más enorme vino “del más allá”: el Espíritu Santo ha decidido ya no seguir iluminando (o tal vez, por el contrario, decidió finalmente y por una vez iluminar) al máximo jerarca de la Iglesia católica. “El Papa anuncia renuncia”. Así tituló un importante medio que, evidentemente conmocionado, no pudo evitar la rima. Sorpresa enorme y casi inmediata reacción sospechosamente unánime en los grandes medios: decisión valiente, humilde, sabia, digna. Justificable por su edad, su salud y su falta de fuerzas. Y digo yo: es plausible pero discutible.

De manera parecida se hubiera podido razonar hace ocho años cuando asumió, en el sentido de que el cónclave de cardenales estaba eligiendo el pasado y, desde luego, a un Papa transitorio, de cerca de ochenta años, con poco futuro por delante. Mas pocas voces se alzaron en tal sentido en aquel momento. Quien fuera la mano derecha de Juan Pablo II, su ideólogo y teórico, su Gran Inquisidor (el rotweiler del Papa, llegó a decirse de él), perseguidor de teólogos de la liberación, amigo de ultraconservadores, aceptó el cargo y la carga, en claro intento de prolongar el legado antimodernizador y conservador del pontífice anterior. Tal vez pueda todavía influir en el nombramiento de su sucesor, al desarrollarse el cónclave que debe elegirlo estando él vivo, retirado pero vivo, ausente pero presente. Además, la mayoría de cardenales electores fueron nombrados por Juan Pablo II o por él mismo. Probablemente pueda repetir lo que de manera equivocada pronunció el dictador Franco en su lecho de muerte: “Lo dejo todo atado y bien atado”.

Ojalá no sea así y que el humo blanco anuncie esta vez la elección de un pontífice diferente, dispuesto a emprender la modernización de la Iglesia católica y ponerla en sintonía con los tiempos. Un Papa abierto a un diálogo y acercamiento con las otras grandes religiones que hay en el mundo, desde una vocación ecuménica sin dogmas ni equivocados dogmatismos, sin posturas de posesión de toda la verdad, tampoco de insolente tolerancia a quienes profesan otras confesiones. Un pastor que sea capaz de entender las tribulaciones de sus ovejas que viven en el mundo real, de impulsar los cambios para que sus sacerdotes, sin la arbitraria exigencia del celibato, puedan estar más cerca de sus feligreses y comprender en mejor forma los problemas que viven en las familias. Capaz también de abrirse a la posibilidad de que no se prive de realizar su vocación a las mujeres que desearían poder optar por el sacramento sacerdotal.

Un jerarca eclesial que honre el título que recibirá de Su Santidad limpiando su propia casa: de los malos manejos de las finanzas y el uso indebido del poder y la corrupción, del escándalo de curas pederastas y del mayor escándalo del encubrimiento y de la protección que éstos han venido recibiendo de parte de sus superiores. Si en la Edad Media la Iglesia se equivocó al usar su poder temporal para convertir los pecados en delitos, torturando y ajusticiando a quienes consideraba pecadores (o herejes, brujas o endemoniados), no es aceptable que incurra en nuestra época en la equivocación contraria: pretender convertir los delitos en simples pecados. Si hay delincuentes en su seno, debe la Iglesia colaborar en ponerlos en manos de la justicia; si ha procedido al revés en los últimos dos pontificados ha de corregir eso de manera clara e inmediata.

En definitiva, un nuevo Papa que en lugar de entender que su misión es ser el ancla que no permite a la Iglesia ser arrastrada por las corrientes del mundo, mejor entienda su papel como el de ser timón para, una vez levantadas las áncoras, conducir la barca de Pedro en dirección al Reino de Dios. Eso significa no tenerle miedo al mundo, sino ir a su encuentro. Sólo así podrá la Iglesia aspirar a entenderlo, para después ayudar a redimirlo. Significa tomar partido a favor de las víctimas, de los perdedores, de los que hay que bajar de la cruz porque, al igual que Jesús, han sido crucificados.

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