Opinión /

¿Es momento de un Papa latinoamericano?


Martes, 5 de marzo de 2013
Luis Fernando Valero

La Iglesia Católica no pasa por un buen momento. Ha habido desde hace tiempo una significativa disminución de fieles en la comunidad religiosa, por motivos diversos según las zonas del mundo.

En Europa, Estados Unidos y Canadá el impacto de los abusos de pederastia por algunos sacerdotes y la falta de claridad en la respuesta han favorecido que muchos católicos hayan abandonado su iglesia. En Iberoamérica el trato dado a la Teología de la Liberación y el abandono de la línea apostólica del Vaticano II hizo que desertaran de las comunidades de base muchos cristianos católicos que sentían aquella teología más próxima a sus realidades que la línea oficial, impuesta por El Vaticano.

En otros países de Asia y África, el avance del islamismo sostenido por una predicación cargada de dinero y la necesidad de los pobres de sentirse apoyados por una comunidad que ofrece solución inmediata a sus problemas diarios, ha hecho que las misiones de la Iglesia Católica no puedan competir con la abundancia de fondos islámicos.

Aun así, quedan reservas abundantes en muchos países, a pesar de que en las sociedades llamadas desarrolladas el laicismo es una fuerza emergente; también no es menos cierto que en ese terreno a pesar de que la deserción ha sido sustantiva, los católicos que persisten tienen una fuerza social e intelectual indudable, aunque la iglesia siga enconada en ciertas tradiciones seculares que no le ayuda, ante realidades que en el mundo actual cobran fuerza, como es el trato a la mujer en el seno de la comunidad católica y la discriminación objetiva sobre algunos grupos, que cada día visualizan más sus derechos personales: homosexuales, lesbianas y travestis; los sufrimientos de las mujeres violadas y el derecho a interrumpir su embarazo fruto de una violencia con consecuencias no deseadas y nefastas, todo ello hace que la iglesia católica, en estos momentos, no esté en su mejor nivel.

A ello se unió el escándalo del mayordomo del Papa, las tensiones sobre las cuentas y la banca del Vaticano y otros sucesos de “grupos de presión” en El Vaticano, que hacen pensar que quizás Benedicto XVI haya decidido que tantos problemas no son para una persona de 86 años, con una salud precaria por más que el Espíritu Santo ilumine y la fuerza de la fe y la oración le sostengan.

El quid de la cuestión es quién sucederá al papa actual; cuando éste fue elegido, dada su edad y dada su cercanía a Juan Pablo II, se sabía que era un Papa de transición y en absoluto de rompimiento, aunque las personalidades de ambos fueran tan disímiles, uno fajado en la lucha contra el comunismo, atlético, deportista, vitalista y con un carisma personal indudable; el otro intelectual, tímido, con una salud precaria, estaba cantado que su papado sería tranquilo pero saltaron demasiados escándalos y algunos de ellos muy evidentes para que Benedicto XVI no se planteara su abdicación. Y lo ha hecho, ha tardado quizás más de lo que él mismo creía (se lo comentó a su hermano hace más de un año) pero al final ha sucedido, tomando a traspiés a toda la cristiandad y obligando a pensar que urge tener un Papa lo antes posible, aunque para ello haya que cambiar las normas de los tiempos de elección, ya que la urgencia es extrema.

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