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Se busca fiscal para atender asuntos relacionados con el Cártel de Texis

Por segunda ocasión, en el proceso en contra del exconcejal de Metapán Jesús Sanabria, vinculado por las autoridades al Cártel de Texis, la Fiscalía no se presentó y la audiencia tuvo que ser reprogramada. Sanabria y otros hombres están acusados de tráfico ilícito de drogas.

Lunes, 22 de abril de 2013
Daniel Valencia Caravantes

Cuando el fiscal Wilfredo Flamenco entró a la Secretaría del Juzgado faltaban 10 minutos para que arrancara la audiencia contra ocho acusados de tráfico de drogas. Flamenco sabía que había llegado a tiempo y sin prisas, incluso con algunos minutos para acicalarse y ordenar las ideas. Por eso entró por la puerta con la calma de alguien que se sabe puntual en una cita.

El fornido fiscal Flamenco saludó al secretario Pedro Santos, un joven de cara cuadrada y buenas maneras, y le dijo que necesitaba ordenar un legajo de documentos relacionados con el caso contra los ocho acusados por narcotráfico. Santos le ofreció una silla, pero Flamenco prefirió seguir de pie, mientras ordenaba los papeles sobre una larga mesa de madera. Esos papeles eran complementos a las pruebas con las cuales la Fiscalía pretende una condena contra los ocho acusados. Las principales pruebas, entre las cuales se encuentran cinco paquetes con cocaína, valorados en 122 mil dólares, ya estaban en poder del tribunal desde hace medio año.

10 minutos después de la llegada del fiscal Flamenco, un camión se estacionó frente al portón del juzgado. Venía custodiado. Del juzgado salieron dos policías, fuertemente armados y ataviados con chalecos antibalas, para reforzar la seguridad en la esquina más próxima de la cuadra. Ahí detuvieron el tráfico. A las 10 de la mañana, en el centro de la ciudad de Santa Ana, en el occidente el país, circulan muchos vehículos.

Del camión se bajaron ocho hombres, divididos en parejas. Iban encadenados, con esposas en las manos y con cadenas en los tobillos. Las de los tobillos eran lo suficientemente largas –entre tobillo y tobillo- para que no se enredaran con sus propios pasos y suficientemente cortas para que caminaran lento, con un vaivén bastante torpe, a pasitos cortos.

Al otro lado de la acera, 18 personas, entre hombres, ancianas, mujeres y niños, familiares de todos esos hombres, les gritaron palabras de aliento, mientras estos bajaban y se perdían adentro del juzgado: ¡Ánimo! ¡Aquí estamos! ¡Todo va a salir bien!

La última pareja en bajar del camión estaba compuesta por un moreno joven que no llegaba a la treintena de años, y un exconcejal de la Alcaldía de Metapán, municipio al norte de Santa Ana y fronterizo con Guatemala.

Cuando aparecieron estos dos hombres se reveló la trama de este libreto, en el que los custodios y policías intervienen solo para dejar de último, en las procesiones del juicio, a uno de ellos. Es como si quisieran que el misterio se centre alrededor de la figura de ese hombre: Jesús Sanabria, el exconcejal. Jesús Sanabria es un calvo y fornido hombre, dueño de una mirada seria y de unas cejas que, al juntarse, en el ceño fruncido, se vuelven furiosas.

Por él, sin ningún lugar a dudas, esta es una audiencia importante. Por eso han venido desde San Salvador, la capital, los camarógrafos, los fotoperiodistas y los reporteros de televisión.

En los siguientes 15 minutos, mientras se pasa lista a los acusados y se les retiene en una sala de espera -aún no en la sala de audiencias-, los flashes de las cámaras habrán logrado, en todo el recorrido desde un piso bajo hacia un piso alto, su principal objetivo: capturar la imagen del hombre de las cejas furiosas.

El exconcejal habrá intentado mimetizarse entre los otros acusados, sentándose detrás del grupo. Pero entonces el libreto hará que los policías intervengan y lo saquen del anonimato, sentándolo al frente, en la primera silla de la primera fila.

Y entonces se dispararán los flashes. Y entonces, después de cada flashazo, las cejas se le pondrán furiosas.

***

La sala de audiencias del Juzgado Especializado de Instrucción de Santa Ana tiene mucho que envidiar a las cortes que dramatiza Hollywood. Es un rectángulo angosto, en el que con mucha dificultad caben 25 personas.

Los que aquí no alcanzan asientos, en el reducido espacio que hay al fondo del salón hacen contorsiones para no pisarse los pies o para no golpearse con los codos. Al frente de la sala, el estrado del juez sobresale porque en realidad es un escritorio recubierto por una división de madera -en la que han pegado un escudo de El Salvador- elevada unos cuantos centímetros sobre el nivel de la mesa. Hay que asomarse para ver lo que hay detrás de la división: un calendario sobre el escritorio, roto en sus esquinas, y un pequeño mazo de madera con su base, también de madera.

Aquí no hay estrados en alto ni lujosos acabados de madera ni jueces con toga, pero sí una digitadora, que se sienta a medio metro del juez, y hace chirriar el desgastado teclado de una envejecida computadora marca Lenovo. Frente a la digitadora hay una silla vieja; y a la par de la silla sobresale un micrófono sostenido en un pedestal. Ahí declaran los testigos, apretujados entre el espacio de la digitadora y el escritorio de la defensa. Si este fuera un set de la serie Law & Order, uno diría que es una serie con muy bajo presupuesto.

A esta sala, a las 10:15 de la mañana del jueves 11 de abril, entraron cinco abogados. Mientras esperaban que se asomara el juez, conversaban algo que a juzgar por las risas y las palmadas, era muy entretenido.

Un sexto abogado entró y se unió al grupo. Los otros cinco le habían dejado a él la primera silla de la primera fila. Era la representación perfecta de otro libreto: este hombre, vestido con un traje gris, era el abogado del exconcejal. El defensor. Cuando entró, otro de los abogados del grupo comentó que le llamaba la atención la presencia de los periodistas, y luego remató diciendo en voz alta su especulación:

—¡Estamos en el juicio del Cártel de Texis! –dijo.

El abogado del exconcejal terminó de saludarlos a todos, de reír con todos luego de la ocurrencia de su colega y, todavía de pie, añadió:

—¡Vos lo único que tenes que temer en Texis es a los talcigüines!

***

El 16 de mayo de 2011 El Faro publicó una extensa investigación sobre un cártel de narcotráfico salvadoreño. Se tituló El Cártel de Texis, y en la pieza se recoge tres informes de inteligencia de diversas instituciones del Estado, otros documentos y versiones de fuentes vivas de casi todo el espectro jerárquico del Estado, que revelaron la existencia de esa organización que opera en el noroccidente del país.

En el Cártel de Texis, según los documentos y las versiones de las otras fuentes, está vinculado un importante empresario hotelero aliado con diputados, policías, alcaldes y pandilleros. La organización mueve droga en El Salvador a través de una ruta conocida como El Caminito, el sendero que este país aporta al narcotráfico internacional para transportar cocaína entre Honduras y Guatemala. Uno de los puntos de ese camino está en el municipio de Texistepeque, un pequeño pueblo del noroccidente del país, cuna de varios de los miembros de la organización. De ahí proviene el nombre con el cual fue bautizado.

De ese cártel estaban hablando los abogados antes de iniciar el juicio.

Sobre el complemento a la broma que añadió el abogado del exconcejal, en el que adujo a 'los talcigüines', vamos a decir lo siguiente: en Texistepeque ocurre, cada año, desde hace muchos años, una de las fiestas más coloridas de la semana santa salvadoreña, el feriado religioso en el que el cristianismo conmemora la pasión y muerte del hijo de Dios. Es la fiesta de los “talcigüines”, unos diablos que -según la tradición del pueblo- son la representación coloquial del demonio que intentó tentar al Jesús de la Biblia que emprende un viaje asceta por el desierto.

Los talcigüines son representados por jóvenes del pueblo que se pasean vestidos con túnicas y gorros de color rojo, armados con un lazo con el cual intentan castigar a un Jesús gordo y barbudo, interpretado desde hace más de 10 años por el mismo lugareño. En realidad la batalla entre los talcigüines y ese Jesús de Texis es una danza que se repite en las esquinas del pueblo, alrededor de la plaza central. Un talcigüín intenta pegarle a Jesús en un costado, y Jesús, armado con una cruz de madera y una campanilla, salta hacia el otro. Entre salto y salto el demonio es vencido, cae derrotado, y Jesús lo pisa, victorioso.

Esa tradición ha traspasado fronteras, gracias a las cadenas de noticias, más por la picardía de los talcigüines que por su significado religioso. Mientras los actores previamente seleccionados bailan con Jesús en las equinas de la plaza, un ejército de talcigüines, armado con látigos, se dedica a castigar a cualquiera que se cruce en su camino. Y mientras el latigazo impacta con más fuerza en las piernas, espalda o traseros de los habitantes de Texis –o de los turistas-, todos disfrutan más, carcajada incluida, esa tradición. Ya se han visto en Texistepeque casos de piernas con hematomas por culpa de un latigazo.

Por eso fue que el abogado del exconcejal dijo que lo único que hay que temer en ese pueblo es a unos diablos con látigo y no a un cártel de la droga.

***

A las 10:22 de la mañana entraron a la sala de audiencias, en orden de importancia, todos los acusados. Primero el hombre de las cejas furiosas y luego los otros siete. A Jesús Sanabria los policías lo sentaron en la primera silla detrás de los abogados.

El hombre de las cejas furiosas es, según una investigación de la Policía y la Fiscalía, miembro del Cártel de Texis. Dos investigadores encubiertos, que le conocían los nexos, querían hacerlo caer en una trampa para luego ir tras los principales objetivos: el alcalde de Metapán, Juan Umaña Samayoa, y el empresario José Adán Salazar, conocido como Chepe Diablo, y presunto líder del cártel. La trampa consistía en negociar con él un cargamento de droga para intentar llegar a los jefes de la organización.

Pero la investigación se detuvo porque el hombre de las cejas furiosas -para esa época también era dueño de un poderoso mostacho- había empezado a sospechar de los agentes encubiertos y a solicitar ciertas pruebas de confianza. La Policía y la Fiscalía creyeron que era hora de detener al pez pequeño antes de quedarse sin nada en la red. Sanabria fue detenido el 24 de enero de 2012 con cinco kilogramos de cocaína.

A él y a los otros siete sentados alrededor suyo, en la sala, se les acusó de tráfico de esa cocaína, valorada en 122 mil 587.26 dólares, según la información en poder del Juzgado Especializado de Instrucción.

El hombre de las cejas furiosas es, en los últimos 10 años en los que el cártel logró sobrevivir a las investigaciones de autoridades nacionales e internacionales, el primero que enfrenta un juicio por narcotráfico. Por eso, también, este caso es importante. Por eso los periodistas han venido a cubrirlo.

***

El juez Tomás Salinas es un hombre pequeño y moreno, dueño de una voz amable y unas palabras ordenadas que a uno le provocan sentirse cómodo. Para nada evoca a ese juez investigado por la Corte Suprema de Justicia, protagonista en un caso en el que un grupo de hombres, acusados de trata, fueron puestos en libertad porque el juez consideró que habían sido engañados por la víctima: una niña. Para nada evoca a ese juez contravenido por una cámara por dejar en libertad, en dos ocasiones, a un poderoso pandillero de la Mara Salvatrucha, vinculado al narcotráfico en el occidente del país. El juez Tomás Salinas, en persona, no evoca a esos otros jueces.

Más tarde, en su despacho, dirá que se siente perseguido por políticos, “sectores en la Policía y la Fiscalía” y por grupos del Órgano Judicial que han utilizado a El Faro para desprestigiarlo, para dañarle la moral. Más tarde dirá que él nada tiene que ver ni con narcotraficantes ni con pandilleros y que prueba de ello es este juicio, en contra del exconcejal Sanabria. Todo esto lo dirá el juez con esa su voz amable, sin enojarse, sin fruncir nunca el ceño.

Pero regresemos a la audiencia. Cuando el juez Tomás Salinas entró, el hombre de las cejas furiosas fue el primero que se puso de pie; y el juez fue a él a quien mencionó primero en la audiencia, dado que su nombre encabeza la lista de los acusados.

Cuando el juez entró, en la sala estaba todo mundo: acusados, defensa, periodistas, policías, asistentes, el juez... ¡momento! ¿Qué había pasado con el fornido fiscal Flamenco? La audiencia preliminar contra el exconcejal Jesús Sanabria había arrancado sin presencia de la Fiscalía. La audiencia en la que se decidirá si este caso por narcotráfico pasa a vista pública (es decir, si el caso reúne elementos como para que vaya a la fase en la que dictan sentencia) no tuvo a la Fiscalía.

***

Abajo, en el primer piso, mientras el juez Tomás Salinas informaba que la Fiscalía no iba a llegar al juicio, el fornido fiscal Flamenco seguía ordenando papeles, muy tranquilo y confiado en que había cumplido muy bien el papel que le habían pedido representar.

A las 10:50 de la mañana, ocho minutos después de que el juez suspendiera la audiencia, el fiscal Flamenco entregó todos los requerimientos al secretario, le agradeció la espera y se marchó con rumbo desconocido.

—¿Le dio alguna razón de por qué no se presentó a la audiencia? –preguntamos al secretario del juzgado.

—Es que cuando vinieron a avisar que la audiencia iba a iniciar, él dijo que no, que él no había llegado para participar de ella, que no iba a venir nadie y que el fiscal asignado al caso le había enviado para entregar un requerimiento.

—¿Explicó al menos por qué no vinieron los fiscales del caso?

—Solo dijo que tenían otras diligencias y que se disculpaban.

El fornido fiscal Flamenco no es el fiscal del caso. A él lo mandaron, le pidieron el favor (o le habrán dado la orden) de movilizarse al juzgado para excusar al verdadero fiscal del caso. El nombre de este último es Wilbert Martínez. Martínez le escribió al juez, informándole que no llegaba a la audiencia contra el exconcejal Sanabria y que, para evacuar las peticiones del juzgado, había tenido muchos contratiempos “porque la fotocopiadora ha estado dando problemas”. Dijo, además, que no llegaba porque tenía una diligencia, al parecer más importante, que el caso en cuestión.

El fiscal le informa al juez que él también está a cargo de otro proceso en contra de otro presunto narcotraficante, capturado en Guatemala -y luego deportado a El Salvador- en donde está siendo procesado por ser el líder de una red que trafica toneladas de cocaína. Su nombre es Ernesto Ulloa Sibrián, y entre sus posibles cómplices se encuentra un diputado suplente de la Asamblea Legislativa por la coalición de partidos CN/PDC.

Asimismo, una investigación de la Fiscalía muestra que una camioneta contaminada con cocaína establece un vínculo entre la red de Ulloa Sibrián y otro político, el empresario Herbert Saca, un operador político del expresidente Antonio Saca, candidato a un nuevo mandato para 2014.

Mientras el ministro de Seguridad, David Munguía Payés, asegura que en El Salvador no hay carteles de la droga (lo viene diciendo desde la segunda semana de enero de 2013), un fiscal antinarcotráfico tiene que hacer malabares para apostarle a unos casos en detrimento de los otros. 

“(..) Ya debe estar enterado de que es un caso complejo, y con una cantidad enorme de diligencias por realizar y testigos por entrevistar, uno de los cuales y que seguramente aportará muchísima información, está convocado para las 9 horas (de este día)”, escribió el fiscal Martínez, refiriéndose a ese otro caso.

En el proceso contra el exconcejal de las cejas furiosas, el fiscal Martínez es acuerpado por otra compañera, pero le explica al juez que ella tampoco llegará porque “el responsable y conocedor del caso es el suscrito”.

Antes de terminar la audiencia, y de reprogramarla hasta dentro de un mes, el juez Salinas se quejó de la Fiscalía. Dijo:

—Nos causa sorpresa que en dos oportunidades -porque no vinieron a la audiencia inicial, y ahora a esta audiencia preliminar- la representación fiscal no se aparezca. Es una falta de respeto y una irresponsabilidad de la Fiscalía.

A las 10:44, Iván López, el hombre de traje gris, el abogado del exconcejal Sanabria, dijo:

—Resulta bastante curioso que por segunda vez no aparezcan. Uno podría sospechar que entonces en este caso no tienen nada amarrado.

Pero en realidad, lo curioso es que según los documentos en poder del Juzgado, las principales pruebas con las cuales la Fiscalía intenta ganar el caso ya fueron incorporadas al proceso.

Al mediodía, el hombre de las cejas furiosas y los otros siete acusados se subieron al camión en el que llegaron. Iban esposados. Antes de que el conductor arrancara, una anciana del grupo de los familiares, que seguían esperándolos frente al juzgado, gritó: “¡¿Para el penal los llevan de regreso?!” Nadie le respondió nada.

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