Guatemala vive un momento histórico. El juicio contra el exdictador Efraín Ríos Montt y su jefe de inteligencia, acusados de genocidio, está convulsionando el sistema político y jurídico de ese país.
Ello es normal, habida cuenta de que se trata de un proceso en el que no solo está en juego una sentencia contra los acusados de genocidio y crímenes contra la humanidad, sino, a través suyo, de una revisión a toda la estructura del poder y de la sociedad guatemalteca.
El intento de una jueza por anular el juicio entero, basado en un tecnicismo judicial, se une a las diversas voces que emanan de sectores preocupados por las consecuencias que este juicio puede tener; no para los acusados, sino para la nación entera. Algunas de estas preocupaciones son más comprensibles que otras.
En el terreno judicial, es posible que la estrategia de la defensa tenga éxito en conseguir la declaración de nulidad del juicio y, en caso de que no lo logre, y de que sus representados sean encontrados culpables, seguramente apelará la sentencia.
Pero un tecnicismo judicial no anula los testimonios ni los peritajes ni los enormes cambios que este juicio ya está emprendiendo en Guatemala. Nadie ha sido capaz de negar, más allá de argumentaciones propagandísticas, lo que ya concluyó la Comisión de Esclarecimiento Histórico, el informe de la Recuperación de la Memoria Histórica y algunos de los más respetables académicos que han investigado las masacres contra el pueblo ixil: allí se cometieron graves crímenes de lesa humanidad con rasgos genocidas.
Un reciente comunicado, firmado por doce eminentes ciudadanos guatemaltecos entre los que hay negociadores de los Acuerdos de Paz, expresa su preocupación seria porque este juicio puede poner en peligro el proceso de reconciliación iniciado por los Acuerdos e incluso provocar que la violencia política reaparezca. Los firmantes, pues, se oponen al juicio por sus posibles consecuencias y no cuestionan ni la legitimidad del mismo ni las aspiraciones de los ixiles de obtener justicia.
Los ixiles, pues, han conseguido, a través de las instituciones guatemaltecas, ser primero reconocidos como sujetos de derecho como el resto de los ciudadanos y exigir justicia. Y segundo, han ganado ya moralmente el juicio a todos los que se han opuesto al mismo, ayudando a restaurar su dignidad.
No es a los ixiles a los que los guatemaltecos preocupados por las consecuencias de este juicio temen, sino a los ex militares y ex patrulleros que pueden sentirse perseguidos y desatar de nuevo una campaña de violencia política; esto significa, en realidad, que Guatemala no ha logrado garantizar la sujeción del Ejército guatemalteco al Estado de Derecho, y es esto, sobre todo, lo que ahora deberán enfrentar.
Lo otro, el temor oculto del que pocos hablan en público, es la tierra. El temor a que las víctimas exijan resarcimientos, que se les devuelvan las tierras de las que fueron desplazadas, que son tierras mineras, tierras fértiles, tierras codiciadas.
Quienes hoy hablan de los logros de los Acuerdos de Paz para intentar detener el juicio, en el fondo hablan del fracaso institucional de Guatemala. Si el Estado de Derecho funcionara no habría nada que temer. Los ixiles, pues, le han hecho otro gran favor a Guatemala: están obligando a sus tomadores de decisiones a hablar, incluso si hoy se hace desde la urgencia y la trinchera, sobre el país que han construido, sobre las múltiples tareas pendientes, sobre sus desigualdades, la marginación de la mayor parte de su población y la imposibilidad de avanzar si no se les incluye. Y esto parte, justamente, por reconocer su derecho a buscar pronta y debida justicia.
Pero no se trata solo de justicia para los ixiles. Cuando los sistemas judiciales son capaces de dar atención a las víctimas es cuando de verdad comienza una transición hacia la verdadera reconciliación.
El que unos indígenas que han sido históricamente reprimidos y considerados prácticamente como una casta inferior tengan hoy en el banquillo de los acusados a un expresidente, acusado de genocidio, es un enorme avance para toda Guatemala.
Ese es el gran triunfo de los ixiles. Independientemente de cómo termine este litigio. Sus voces han entrado, por fin, en la historia oficial guatemalteca.