Nacionales / Impunidad

“La Iglesia salvadoreña revisó la vida de Romero para que fuera tragable por el Vaticano”

A Monseñor Romero lo asesinó la ultraderecha y el informe de la Comisión de la Verdad señala como responsable a Roberto D’Aubuisson, fundador de Arena y aún hoy su líder espiritual. Nadie ha sido juzgado, pero en la conciencia colectiva la autoría es una verdad inamovible. Quizá por eso resulte más interesante evaluar el papel de los grupos armados de extrema izquierda ante Romero, y para ello, qué mejor que entrevistar a uno de los curas más activos de la llamada Iglesia Popular.


Lunes, 20 de mayo de 2013
Roberto Valencia

Plazido Erdozain, uno de los sacerdotes más activos de la Coordinadora Nacional de la Iglesia Popular en la década de los 70, reside en la actualidad en Aoiz, en Navarra. Foto Roberto Valencia.
Plazido Erdozain, uno de los sacerdotes más activos de la Coordinadora Nacional de la Iglesia Popular en la década de los 70, reside en la actualidad en Aoiz, en Navarra. Foto Roberto Valencia.

Si hacemos a un lado a Monseñor Romero, el padre Plazido Erdozain (escrito con ‘z’ y sin tildes, como se escribe en euskera, la lengua de Euskadi, su tierra de origen) seguramente sea el religioso que más relevancia pública alcanzó en los setenta en El Salvador. A finales de 1968 se comenzó a emitir en el Canal 2 de la Telecorporación Salvadoreña un programa de televisión de reflexiones bíblicas llamado El minuto de Dios. El programa, que duraba una media hora y se emitió cada domingo durante más de una década, convirtió al padre Plazido en uno de los curas más populares.

En alguna ocasión Monseñor Romero se refirió a El minuto de Dios en sus homilías. En la del 3 de diciembre de 1978, por ejemplo, felicitó con efusividad al padre Plazido por cumplir 10 años al aire y aprovechó para bromear sobre el horario de retransmisión, que prácticamente coincidía con las multitudinarias homilías de catedral: “El otro día el padre Plazido me decía que yo le he hecho una competencia desleal, pero creo que él tiene siempre mucho auditorio. El bien que se hace es grande, yo me alegro, le doy gracias al Señor y felicito al sacerdote”.

El programa se interrumpió de forma abrupta a finales de enero de 1979, cuando el régimen del general Humberto Romero detuvo al padre Plazido y lo entregó a la embajada de España para su deportación inmediata. Fue expulsado a México justo en los días en los que se celebraba en Puebla la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, un evento marcado por el brillo de Monseñor Romero, entonces un firme candidato al Premio Nobel de la Paz. Apenas se vieron, el arzobispo le sugirió que se afeitara la barba que cargaba en los últimos meses, porque habían detectado la presencia de muchos orejas en el evento.

Había razones para la preocupación. Apenas unos días antes del encuentro, el 21 de enero, la Guardia Nacional había asesinado cerca de la iglesia de San Antonio Abad al padre Octavio Ortiz y a cuatro de sus colaboradores, en el que sin duda fue uno de los golpes más duros y directos contra las comunidades eclesiales de base, con las que el padre Plazido colaboraba activamente desde hacía años.

El padre Plazido llegó a ser un miembro prominente de la Coordinadora Nacional de la Iglesia Popular (Conip), conocida como la Nacional, una agrupación de sacerdotes y seminaristas surgida a finales de los 60 en el Seminario Mayor San José de la Montaña, que llegó a tener mucho peso en el movimiento popular organizado que plantó cara a los gobiernos del coronel Arturo Armando Molina, primero, y del general Humberto Romero después.

¿Qué le ha parecido el anuncio papal del desbloqueo de la causa de canonización de Monseñor Romero?
Desde que nombraron a este Papa, ha habido algunas señales de cambio positivas, pero yo siempre creí que serían las obras las que hablarían; pues bien, reabrir el proceso de Monseñor Romero sí es una señal importante.

¿Qué tan importante?
En lo personal, no me importa tanto si lo canonizan o no. Una canción de Piquín (se refiere al cantautor Guillermo Joaquín Cuéllar) ya dice que a Monseñor hay que hacerlo santo siguiendo su camino. La idea de hacer santos para que quede en los archivos a mí no me gusta tanto, pero sí es una buena señal de cambio, sin duda, porque uno de los hechos que interfirieron en la imagen de Monseñor Romero fue la voluntad de hacerlo santo. La Iglesia salvadoreña puso al frente de su causa de canonización a Monseñor Delgado (Jesús Delgado), quien está convencido de que los enemigos de Monseñor Romero somos nosotros, las comunidades de base.

¿Es valiente el gesto del papa Francisco?
Es una ruptura con el esquema que han mantenido los dos papas anteriores, y hasta la Iglesia salvadoreña, porque sí, promovieron hacerlo santo, pero todo lo que han escrito sobre Monseñor Romero es solo para espiritualizarlo, pero no en el sentido verdadero, imbuirlo del espíritu de Cristo, sino hacerlo espiritualista.

Si se ha desbloqueado la causa, significa que antes estaba bloqueada.
Estaba bloqueada, y eso que la Iglesia salvadoreña se esforzó por revisar su vida, para que fuera tragable por el Vaticano.

Pero aún así, incluso ese Romero que usted presenta como edulcorado, sigue siendo inaceptable para una amplio sector de la derecha salvadoreña.
Yo fui amigo de D’Aubuisson.

Plazido Erdozain casó en 1967 a Yolanda Munguía con Roberto D
Plazido Erdozain casó en 1967 a Yolanda Munguía con Roberto D'Aubuisson, integrante de la Guardia Nacional. A ambos los conoció en los 'cursillos de cristiandad' que realizaba la Iglesia católica entre las clases dominantes de la sociedad.

¿Amigo amigo?
Sí, muy amigo. Lo conocí cuando él estaba como cadete en Usulután, yo lo llevé a cursillos de cristiandad, y yo lo casé con Yolanda. Eran otros tiempos. D’Aubuisson se llevaba mucho con los Hándal, con la madre de Schafik; la visitaba mucho y tomaban café. Roberto y yo fuimos por un tiempo muy amigos, hasta que un día vino a decirme que no podía seguir siendo cristiano porque, para ser un buen guardia nacional, tenía que matar. Eso fue después de la guerra de Honduras.

***

La vida del padre Plazido está llena de aparentes contradicciones. A El Salvador llegó en 1964, con apenas 29 años y miembro de la Orden de los Agustinos Recoletos. No tardó en ser asignado a los Cursillos de Cristiandad, un movimiento apostólico dirigido a las familias más adineradas, con un marcado tono clasista. “Ahí llegaban todas las familias ricas y los militares”, dice. En estos cursillos conoció al padre Óscar Arnulfo Romero, en su etapa más conservadora, y también le sirvieron para relacionarse con buena parte de las familias más influyentes del país.

Uno de los hombres que asistió a cursillos fue Boris Eserski, el magnate de la televisión. Los cursillos le sirvieron para reconstruir su familia, y la esposa e hijos quedaron agradecidos con el padre Plazido. “Un día Boris me dijo: ‘Los curas me están pidiendo un tiempo en la televisión, y yo, si no lo haces tú, no lo doy’ . Así surgió El minuto de Dios”, dice.

Durante varios años el padre Plazido comió rico y abundante en las mesas de algunas de las familias más poderosas de El Salvador. Una década antes, sin embargo, durante su estancia como estudiante en la Universidad Gregoriana de Roma, había trabajado junto al obispo belga Joseph Cardijn, considerado el padre de la JOC, la Juventud Obrera Cristiana.

El acercamiento a la Nacional fue todo un proceso que daría para un libro, pero lo cierto es que para cuando Monseñor Romero fue nombrado arzobispo a inicios de 1977, el padre Plazido ya era una de las voces más respetadas dentro de los sacerdotes progresistas.

Una de las principales razones por las que El Faro lo buscó fue para conocer sus opiniones sobre el papel de la izquierda en los últimos meses de vida de Romero, sobre todo en los inmediatamente posteriores al golpe de Estado de 1979, que instauró una Junta Revolucionaria de Gobierno (JRG) de corte progresista, pero que desde su mismo nacimiento fue boicoteada por organizaciones como el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), dos de las cinco que a la postre conformarían el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN).

¿Cómo fue recibido por los curas de la Nacional el triunfo de la Revolución sandinista en julio de 1979?
Contentos, muy contentos. Lo sentimos como un triunfo de todos.

¿Surgió la esperanza de…
… de que se repitiera en El Salvador? ¡Claro!

En su pequeño libro sobre Monseñor Romero usted llama “Junta Contrarrevolucionaria de Gobierno” al gobierno surgido del golpe.
¿Así lo publiqué? Lo pensaba, claro, pero no recordaba si lo había publicado.

Esa primera junta estaba integrada por gente como Román Mayorga, Guillermo Ungo, Enrique Álvarez Córdoba, Mario y Rubén Zamora, Héctor Dada Hirezi…
El golpe militar y la proclama del 15 de octubre tenían el espíritu de Ignacio Ellacuría.

Y el respaldo de Monseñor Romero.
Pero esa proclama era solo palabras.

Quizá, pero eso no se sabía el 15 de octubre, y la izquierda radical se alzó en armas.
En San Marcos, en Mejicanos… se levantaron los grupos armados afines a los partidos que habían participado con la UNO (Unión Nacional Opositora) en las elecciones fraudulentas de 1977. Pero las FPL estuvieron al margen, ni siquiera pidieron el voto por la UNO, porque se creía en el concepto de la guerra popular prolongada, y las elecciones no sumaban como acumulación de fuerzas. ¿Sabes lo que hicieron las FPL tras el golpe? Recoger las armas que estaban repartiendo entre la gente los otros.

¿Quiénes estaban repartiendo armas?
Fundamentalmente el ERP.

¿Por qué los grupos armados no dejaron respirar a la JRG?
Para algunos estaba claro que el golpe era una trama del ejército para seguir mandando y matando.

¿Y todos esos nombres que respaldaron la junta? ¿Incluso Monseñor Romero?
Se aprovecharon de su buena voluntad. Todos entraron con estupenda voluntad, eso no se puede negar. Pero la represión no cesó, y ya se vio lo que pasó después.

¿La posibilidad de replicar en El Salvador lo que había sucedido en Nicaragua no cegó a los grupos insurgentes?
No a todos. Las FPL, por ejemplo, no participaron en esos levantamientos.

Pero las FPL también se opusieron a la junta: siguieron ocupando fábricas, tomando la catedral…
Las FPL siguieron en su ruta, claro. Haciendo manifestaciones cuando había que hacerlas y denunciando lo que había que denunciar. Pero no participó en el levantamiento militar contra el golpe.

Ahora en la izquierda hay quien quiere olvidarse de esos meses, pero muchos llamaron a Monseñor Romero traidor.
¿Por apoyar a la junta? Ten en cuenta que Monseñor tenía hilo directo con los militares jóvenes que protagonizaron el golpe; entonces, creyó que había gente buena en la junta y deseó que fuera una salida. El problema fue que él no tenía una visión política del hecho, sino que se fiaba de algunos personajes de la junta que eran de su confianza, y sí, dio su apoyo, hasta que se descubrió lo que era realmente la junta, que estaba controlada por los militares más represivos, como el coronel (José Guillermo) García.

Entre los que se opusieron a la junta, y por extensión se situaron frente a Romero, estaban los escuadroneros, la oligarquía… y el ERP y las FPL.
Así fue, pero cada uno por sus motivos.

Con lo que pasó después, ¿no hubiera sido más sensato permitir respirar a la JRG para ver si llevaban a cabo las reformas?
Las FPL, que eran el principal grupo, no dio ninguna importancia al golpe; siguió adelante con su planteamiento como si nada hubiera ocurrido. Pero no creyó en la junta, claro.

La proclama del 15 de octubre hablaba de reforma agraria, de derechos humanos, de desmantelar ORDEN…
Lo que a mí me extraña es que esos hombres de la junta creyeran que realmente podían hacer eso que estaba en la proclama. Estaba claro que era una maniobra. Si se quiere hacer un movimiento de unidad a favor del pueblo, lo primero que hay que preguntarse es: ¿alrededor de qué? Porque la unidad no es solo amontonar gente. La unidad es determinar un núcleo generador de todo lo demás.

¿No merecía esa junta cierta confianza sabiendo que la alternativa era una guerra civil que dejó 75,000 muertos?
Pensar ahora si esos 75,000 muertos se podían haber evitado es especular. Eso nadie lo sabe.

Eso es lo triste, que no lo sabemos.
Estamos hablando de posibilidades. No sabemos lo que hubiera pasado. Lo único que era cierto, al menos en la mentalidad de las FPL, es que la junta no podía aglutinar a la gente alrededor de sus intereses fundamentales. La junta era una maniobra.

Analicemos el papel de los curas de la Nacional. El 19 de diciembre de 1979 el ERP ocupa el arzobispado y toma rehenes.
Pero eso no fue una acción de la Nacional.

En su diario, Romero sospecha que hay curas involucrados, cita al padre Rogelio Ponselle, y también menciona la toma de catedral por las FPL.
Pero ya ves que son dos mentalidades diferentes: el ERP y las FPL. Las FPL se tomaron muchas veces catedral, no solo después del golpe.

¿En esa coyuntura era una herramienta de presión para…
… para crear conciencia? Sí. Porque la junta no servía.

La junta tendría mil peros, pero…
No es cuestión de peros. Era una maniobra.

¿Cómo lo tiene tan claro?
Lo tengo clarísimo. Era una maniobra del imperialismo.

Suena a dogma.
Pero tú también lo sabes.

No, yo no lo sé. Creo que si el ERP y las FPL hubieran dado aire a la junta…
¿Pero cómo vas a dar aire a una maniobra del enemigo? Era la proclama de Ellacuría, quien aún confiaba en que la Fuerza Armada cambiaría, algo que no ocurrió. No es tan simple. El punto fundamental es que en aquellas circunstancias concretas de organización del poder, ¿qué significaba un acto como ese golpe de Estado? No se trata solo de ver los nombres y concluir que era gente en verdad estupenda, comprometidos, casi todos buenos amigos míos. Es algo más complejo.

Monseñor Romero el 19 de diciembre dice que distintos sectores de la izquierda lo acusan de “haber dado una vuelta de 180 grados” por apoyar el golpe.
Eso no te lo puedo contestar porque no sé cómo pasó. Para diciembre de 1979 ya me habían expulsado de El Salvador.

Quizá ahora hayamos perdido la perspectiva. ¿Qué tan grande era la figura de Monseñor Romero a finales de los 70?
Inmensa, inmensa… Cuando la reunión en Puebla (México) de la Celam (Consejo Episcopal Latinoamericano), en enero de 1979, era el centro de atención de todos. Monseñor Romero fue el eje, su voz fue la más escuchada. Ya era un personaje.

¿Y en El Salvador?
Igual o más. La comunidad religiosa de la que yo formaba parte estaba integrada por un montón de jóvenes, todos muy comprometidos con él.

¿Incluso después del golpe?
Lo que ocurre es que para ese entonces nuestra comunidad estaba deshecha, y la Conip ya estaba también deshecha; a la inmensa mayoría de los curas de la Conip los habían matado o habían huido. La represión fue brutal.

***

En la actualidad el padre Plazido Erdozain vive en un pequeño pueblo navarro llamado Aoiz, adonde de vez en cuando llegan a visitarlo viejos amigos que conoció en El Salvador, México o Nicaragua, muchos de ellos exintegrantes de las FPL. Sigue siendo sacerdote, aunque sin parroquia asignada por sus 78 años. Ayuda a los tres curas que atienden Aoiz y otras poblaciones menores repartidas por los valles de los alrededores. Sigue oficiando misa, y donde más la disfruta, dice, en la pequeña pero vieja iglesia de Ekai-Longida, un pueblito cercano.

Plazido, ¿por qué seguimos hablando de Romero tres décadas después de su muerte?
Porque su figura va mucho más allá de la Iglesia Católica; ya sabrás que la Iglesia Anglicana colocó su escultura en la galería de los mártires del siglo XX, en la abadía de Westminster.

¿Cree que su figura y su peso van en aumento en el mundo?
No, yo no lo creo. Fuera de El Salvador, cuando hablo con gente mayor, incluso con personas con cierta sensibilidad social, siento que muy pocos conocen a Monseñor Romero.

Pero hay otras señales: la ONU designó los 24 de marzo día del derecho a la verdad, Obama visitó su tumba, el desbloqueo papal…
Detrás de muchas de esas decisiones hay políticos dispuestos a hacer cualquier cosa por votos. El papa Juan Pablo II visitó la tumba de Monseñor Romero, pero fue quien dio la orden de no hablar de él cuando lo asesinaron.

El presidente salvadoreño, Mauricio Funes, llama “guía espiritual de la nación” a Monseñor Romero.
No sabía. Así es nuestro mundo. Todo se compra y se vende. Es la ley del mercado. Mira, si yo estuviera ahora en El Salvador, comenzaría de nuevo todo: empezaría con un proyecto de concienciación de la gente, de evangelización liberadora, crear grupos y movimientos… pero todo desde abajo. Como lo hicieron los dos únicos personajes de la historia reciente de El Salvador que cambiaron la conciencia de la gente: Monseñor Romero y Salvador Cayetano Carpio.

Usted vive en Europa, donde también hace falta una profunda regeneración social.
Pero estas sociedades están podridas, basta ir a un bar y escuchar hablar a la gente; aquí ya no hay esperanza. En El Salvador creo que sí se puede hacer algo: aquí, no.

Plazido Erdozain. Foto Roberto Valencia.
Plazido Erdozain. Foto Roberto Valencia.

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