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El día F

Esta fue la crónica con la que contamos la toma de posesión de Mauricio Funes como presidente de la república de El Salvador el 1 de junio de 2009. El día en que la alternacia ideológico-partidista se hizo realidad en El Salvador y se levantaron muchas expectativas, se soltaron varias promesas y se asumieron varios compromisos de cambio. Cuatro años después, sirva recordar para juzgar lo que la historia consignará.

Sábado, 1 de junio de 2013
Élmer L. Menjívar

1º de junio del año 2009. El sol debió salir a las 5 horas con 31 minutos de la mañana sobre El Salvador. A las 6 horas, el sol, en efecto, ya había salido y dejaba ver una ciudad borrosa —quizá niebla, quizá contaminación— y todo lucía como en un día cualquiera: sin signos mágicos, ni olores nuevos, ni luces de milagros. La Historia no se deja ver tan obviamente, y a veces recurre, por ejemplo, a la televisión para mostrarse, y ahí, antes que de costumbre, los noticieros tenían a sus periodistas transmitiendo en vivo desde el Centro de Ferias y Convenciones -Cifco-, en donde, a media mañana, un nuevo presidente hablaría a la nación, marcando con palabras este día: “El pueblo salvadoreño pidió un cambio y el cambio comienza ahora'.

El que dirá la frase es Carlos Mauricio Funes Cartagena, el octogésimo séptimo presidente de El Salvador, elegido en las urnas el pasado 15 de marzo, como abanderado del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional, el FMLN, que hace casi tres décadas nació como una guerrilla de izquierda que combatió contra el ejército durante 12 años en una guerra civil que costó, cuentan, 80 mil muertos. Pero desde 1992, por unos Acuerdos de Paz, el FMLN se convirtió en un partido político que, hasta este día, siempre había estado en la oposición.

Tres horas antes del discurso de Funes recorrí un tramo de San Salvador para llegar al lugar donde había quedado de encontrarme con mis compañeros, otros periodistas, para luego trasladarnos al lugar de los hechos. Pasé frente al Estadio Cuscatlán, donde se preparaba para la celebración popular del inicio del primero gobierno de izquierda en la historia de esta nación. En los alrededores del estadio los vendedores de “souvenires” rojos se disputaban el espacio con los vendedores de “souvenires” de la selección nacional de fútbol. Unos policías mediaban y daban instrucciones que nadie obedecía. Los buses empezaban a tomarse las calles próximas y el tráfico se iba haciendo difícil en ese nudo urbano. Al alejarse del Estadio el tráfico se volvía calmo y ágil, se cruzaban de pronto carros con banderas rojas, y alguno que otro peatón luciendo el color del día.

El horario, y la experiencia con los protocolos, nos dio tiempo para desayunar comentando las últimas filtraciones sobre el gabinete de Funes, las sorpresas, las audacias y las decepciones. Hoy terminaría la incertidumbre del “cómo sería”, para empezar a ser. Decidimos caminar hacía el Cifco, estábamos a unos 500 metros, y entrar en la zona en vehículo era una locura. Frente a la Feria se formaba una larga fila de personas y personajes que esperaban de pie bajo el sol. Ahí se veían en fila empresarios de todo tamaño, gerentes de periódicos, políticos, líderes de opinión, todos esperando en iguales condiciones, como en un avance vivencial de lo que Funes prometería al país minutos más tarde: “Derechos sí, para todos. Privilegios no, para nadie”.

Los que teníamos un carnet de prensa sí tuvimos el privilegio de una fila de no más de 4 personas. Luego tuvimos que soportar a los perros oliendo nuestras pertenencias y el evidente y justificado mal humor del personal encargado de entregar los “pases” de colores para poder entrar al recinto. La presencia desordenada de casi mil periodistas nacionales y extranjeros provocó un pequeño caos agravado por la insuficiencia de “pases” para todos. Logramos obtener nuestros pases, pero a muchos otros les tocó quedarse en el centro de prensa a escuchar y ver en pantallas de televisión lo que ocurría a unos 20 metros de distancia.

Cuando cruzamos el último portón que nos dejaba frente al anfiteatro fuimos libres de ir donde quisiéramos, o donde cupiéramos. Nos apostamos en el extremo derecho de las graderías. Durante la espera, hubo saludos y charlas con conocidos, colegas y amigos, con alguno que otro funcionario entrante, o miembros del equipo organizador. Vimos de cerca la entrada de algunos personajes y pasábamos revista ciudadana a la guardia de honor que recibía a los honorables, una guardia sin duda simpática, nada que ver con las estatuas humanas que ve uno en la televisión, esas de otros países, que se mueven en forma robótica y precisa y parece que no tienen vida sin la orden a gritos de un superior. Los nuestros no, todos jóvenes sonrientes, inquietos y platicones, que se quitan la quepis por el calor, miran a las muchachas con descaro y juegan con sus armas de honor mientras no hay un grito ordenándoles firmeza, que miren a la izquierda, y hagan sus solemnes piruetas que presuntamente honran a los que pasan frente a ellos.

De pronto, la voz inconfundible de casa presidencial, es decir de Aída Mancía — ¿seguirá siendo la voz? —, dio por iniciada la ceremonia a las 8:55 de la mañana, como una sesión especial extraordinaria de la Asamblea Legislativa. Entraron los diputados encabezados por su selecta junta directiva, era imposible no querer encontrar emociones en los rostros de estos políticos de oficio en ese su tránsito del oficialismo a la oposición y viceversa. Las encontramos, en algunos más pronunciadas que en otros.

Foto de visita que hizo en 2009 el recién ganador de las elecciones, Mauricio Funes, al entonces presidente Antonio Saca en Casa Presidencial. Foto Archivo El Faro
Foto de visita que hizo en 2009 el recién ganador de las elecciones, Mauricio Funes, al entonces presidente Antonio Saca en Casa Presidencial. Foto Archivo El Faro

La escalinata hacia la banda

A las 9:19 el presidente de Belice fue el primero en entrar al recinto ceremonial, le siguió Esteban Lazo Hernández, Vicepresidente del Consejo de Estado del gobierno Cubano, quien fue recibido, como era esperarse, con aplausos y vítores, y que minutos más tarde agradecería de pie el anuncio de Funes de reanudar las relaciones diplomáticas con la isla rebelde. En total, 16 delegaciones presidenciales bajaron la escalinata de honor, y los aplausos se encendían con la entrada del jet set de la izquierda continental, con especial intensidad para Ignacio Luda Da Silva, a quién el presidente hizo mención especial más tarde.

También Rafael Correas, de Ecuador y Fernando Lugo, de Paraguay, recibieron halagos de manos batientes. Las manos sólo derechas despertaron ante la entrada de Álvaro Uribe. Ante otro Álvaro, Colom, de Guatemala, hubo un aplauso dubitativo. Desfilaron también los príncipes de Asturias, en representación de España. Después de que entró Manuel Zelaya, de Honduras, hubo una pausa como de suspenso: ni Hugo Chávez, de Venezuela, ni Evo Morales, de Ecuador, ni Daniel Ortega, de Nicaragua, aparecieron, y hasta esta hora no hay explicaciones oficiales concluyentes. Faltará la foto “oficial” del recién bautizado, desde Washington, “eje del mal” latinoamericano.

Una vez instalados en sus sitios protocolares todos los jefes y jefas de Estado, entró Antonio Saca y su esposa, los aplausos vinieron más fuertes del ala derecha del recinto, donde se ubicaba la fracción legislativa de su partido.

A las 9:35 Mauricio Funes y su esposa, la brasileña, Vanda Pignato, bajaron la escalinata en medio de la euforia de la concurrencia de graderías y un coro que gritaba insistente “¡Sí se pudo!”. Esta vez en el ala derecha, la fracción de ARENA no aplaudió, mientras en la otra ala, empezó repentinamente la consigna que no podía faltar, pese a cualquier cálculo protocolar, “¡El pueblo unido jamás será vencido!”.

Como parte de la agenda, el arzobispo de la iglesia católica de San Salvador, José Luis Escobar Alas, hizo la invocación religiosa a las 9:45. Al terminarla, un asistente llenó el vacío que Escobar dejó en su intervención con un grito: “¡Viva monseñor Romero!”, “¡Viva!”, fue la respuesta buscada y encontrada.

Inmediatamente después, inició la parte de la toma de protesta, y la simbólica puesta de la banda presidencial. Ciro Cruz Zepeda, como presidente de la Asamblea Legislativa, toma la protesta, y a las 9:54, Funes recibe de las manos de Antonio Saca la banda que lo oficializa como del nuevo Presidente Constitucional y Comandante en Jefe de la Fuerza Armada de El Salvador. Las consignas de batalla de la izquierda vuelven a sonar entre gran parte del público, y a las 10 a.m., el ex comandante guerrillero Salvador Sánchez Cerén dice 'sí, protesto', y toma posesión del cargo de vicepresidente de la nación.

El mensaje sin medida

Todo, hasta este momento, parecía una película de ficción política salvadoreña, que había tenido una larguísima y tortuosa promoción, entre campañas, elecciones y transición. Todos los conflictos reales y especulados ahora tenían poco peso, porque estaba empezando a verse la realidad andante, en pleno cambio, en plena crisis.

Y fue la crisis la que abrió el primer discurso de Funes como presidente, quien aún llama “colegas”, a los periodistas. “Vamos a gobernar en medio de una crisis. El Estado de la administración pública que se hereda no es de ningún modo satisfactorio”, dijo, y luego empezó por repartir culpas en un tono mucho menos medido de lo que hasta ese momento se le había escuchado. “Evitar el error es evitar lo que algunos hicieron en este país.... gobernar para pocos” y siguió disparando contra los privilegios y haciendo referencia directa a la corrupción, padrinazgos y favores, que según su visión, caracterizaron a los último cuatro gobiernos areneros.

Aplausos y gritos interrumpían cada acometida que lanzaba el nuevo presidente a los oídos de una buena parte de los invitados. Los areneros, diputados y directivos del partido, incluyendo los 4 ex presidentes, escuchaban casi sin inmutarse, lo mismo que el sector empresarial representado en el lugar. Palabra audaces de un presidente que necesitará de su oposición política para legislar y gobernar según sus promesas, y que también necesita de la empresa privada para que el país no se hunda en el mar de la crisis financiera mundial.

A pesar de insistir en la eliminación del revanchismo y del victimismo, Funes fue enfático cuando habló de perseguir a los corruptos, consigna bajo la cual varios gobiernos de izquierda han aplicado una velada persecución política, antecedente que no deja de poner nerviosos a todos aquellos que, deban o no, por primera vez en la historia del país se ven fuera del halo protector de la afinidad gubernamental. “No tenemos el derecho de equivocarnos”, dijo, lo repitió enfáticamente, quizá con la intención de que se entendiera bien, pero sobre todo, en las mentes de los miembros de su propio partido, con quien se lanza a gobernar entre diferencias de estilo y presuntos pulsos de poder.

El discurso siguió con otro tipo de promesas, precisamente las más esperadas, y las que más guiños de incredulidad entre el exigente público provocaron. “Habrá una generación de 100 mil empleos directos en los próximos 18 meses […] La reparación y construcción de 11 mil viviendas […] Los hospitales públicos y las unidades de salud tendrán el cuadro básico de medicamentos […] Las maras no pueden seguir creciendo impunemente”, por citar algunas de los compromisos puntuales.

Atrás de Funes, en la mesa de honor, Antonio Saca y Ana Vilma de Escobar no paraban de escribir, y mantenían semblantes parcos y controlados.

El discurso siguió sin dedicar palabras a las medidas técnicas a tomar para financiar estas promesas, se limitó a justificarlas éticamente: “Necesitamos una revolución pacífica y democrática... precisamos hacer una revolución ética […] Revolución pacífica significa disminuir las desigualdades, mejorar la calidad de vida de la gente y recuperar la administración pública”.

Declaró su militancia activa por la unión latinoamericana, y anunció la reanudación de relaciones diplomáticas plenas con Cuba, acto seguido, dirigió palabra hacia el gobierno de Estados Unidos, representado por la Secretaria de Estado, Hilary Clinton, quien, valga mencionarlo, llegó vestida de rojo, enfatizando la intención de fortalecer y mejorar las relaciones con el pueblo y el gobierno de Barak Obama, a quien cito, junto a Da Silva, como uno de sus modelos durante su candidatura.

El momento más alto y emotivo de su mensaje fue cuando evocó a Monseñor Romero, revelando que fue a su tumba antes de llegar a la ceremonia, lo llamó su inspiración y su maestro, con lo que provocó la única ovación de pié de toda la concurrencia, incluyendo la de los jefes de Estado.

Funes se condujo al final de su discurso de 47 minutos haciendo gala de optimismo y empoderamiento, con un retoque de advertencia: “Nuestros desafíos son grandes pero así los hemos aceptado desde hace mucho tiempo […] Hemos decidido vivir mejor con todos y no solo con unos pocos”. Se despidió llamando al pueblo “amigas y amigos”, una forma simbólica de ampliar a los confines del país aquel minúsculo movimiento social que inició su camino hacia este su día.

Cierre y cuentas nuevas

La ceremonia había agotado su agenda, cuando se agregó un punto, que tomó por sorpresa incluso al protocolo. Una evocación religiosa más en la toma de posesión del Presidente de un Estado laico. Mario Vega, pastor general de la iglesia Elim, se extendió por 7 minutos en representación de las iglesias evangélicas en una oración que pidió fuera seguida por toda la concurrencia con el rostro agachado.

El cierre inició con el retiro del pabellón nacional, luego los representantes de los tres poderes. Funes subió la escalinata junto a su esposa y con su pequeño hijo en brazos. Era la escena perfecta para una foto que busca la esperanza y la empatía.

El desfile de jefes y jefas de estado, altezas reales y demás fue seguido por la prensa y por algunos curiosos. El desfile de salida del resto de invitados era más copioso y lleno de rostros que juntos componían el mosaico de las emociones humanas. Esperanza, incredulidad, desconfianza, fe.

Se ha dicho que una época está cerrándose y que otra empieza. Funes tuvo su día hoy, y ha logrado marcar con su inicial este 1º de junio de 2009. La victoria ya va quedando lejos, y la nueva cuenta empieza llenarse con los números que ya conocemos, y que no favorecen a la mayoría de salvadoreños. Lo que va a cambiar es la firma al final de la cuenta, el estilo y, ojalá, los resultados, que no son otra cosa que la vida de los salvadoreños y las salvadoreñas. Esa es la gran expectativa.

De momento, la tarde se va llenando de nubes, quizá haya lluvia, el sol de hoy tendría que ocultarse a las 18 horas con 24 minutos, la luna durará en el cielo hasta las cero horas con 51 minutos del día después, pero la Historia, mayúscula, seguirá imparable, expectante, vigilante e implacable.

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