Con 31.50 dólares una persona en la capital salvadoreña puede comprar una bolsa de leche en polvo de 2,500 gramos. A una persona en el campo le alcanza para medio saco de abono granulado para su milpa, y a otra persona le alcanzaría para comprar dos bases de maquillaje y un pintalabios. En un recóndito cantón de Panchimalco, donde no llegan buses ni microbuses por el mal estado de la calle y donde sus habitantes ganan menos del salario mínimo cuando trabajan en las fincas, con 31.50 dólares la maestra Emelly Navarro debe comprar el material didáctico, reparar unas lámparas, pagar recibos de agua y contratar el transporte de alimentos para los primeros cinco meses del año escolar. Esos 31.50 dólares constituyen el primer desembolso del presupuesto escolar que el Ministerio de Educación (Mined) le dio para el funcionamiento básico de la escuela del cantón El Cedro.
Emelly Navarro es la directora del Centro Escolar El Cedro. La escuela está ubicada siete kilómetros al sur de La Puerta del Diablo y ahí estudian 584 niños, cuyas familias sobreviven del cultivo del maíz y de la poda y abono de cafetos. La mañana del 25 de enero de 2013, la maestra Emelly viajó hasta la oficina departamental del Mined, en las cercanías de la Universidad de El Salvador, para retirar los dos recibos del primer desembolso del presupuesto escolar. Miró las cifras y sintió angustia. Antes de guardar aquellos documentos dentro de un folder, preguntó a los burócratas del Mined: ¿Y yo qué voy a hacer con 31 dólares?
La escuela que recibió 31.50 dólares de presupuesto para “Operación y Funcionamiento Básico” está a la mitad de un cerro con abundante vegetación y con abundantes familias que no tienen un trabajo formal. Para llegar ahí hay que recorrer una maltrecha calle, polvorienta durante la época seca, fangosa durante la de lluvias. Ahora que es tiempo de lluvia, la corriente ha erosionado, hundido algunos tramos que obligan a los tres pick ups blancos que prestan el servicio de transporte en ese lugar a circular despacio. A lo largo de esa calle que serpentea en el cerro hay dispersas casas de bahareque y mixtas con techos de teja y lámina. Y también caminan campesinos que, con sus corvos en mano, camisas desabrochadas y botas de hule, se dirigen hacia las milpas; y también transitan mujeres que regresan del río y sobre sus cabezas cargan pesados huacales llenos de ropa mojada recién lavada.
En el cantón El Cedro no hay tiendas grandes, ni cibercafé, ni comedor, ni taller de reparación de vehículos, ni farmacia. Frente a la escuela está un terreno cultivado de maíz y, unos 30 metros abajo, una casa sobre un bordo. En la entrada, sobre un cerco de púas, hay un derruido letrero: “se venden sorbetes”. Y en el patio de tierra blanca juegan cuatro niños y deambulan unas gallinas. En ese lugar, Cecilia Guzmán vende sorbetes, gaseosas y churros. Ella, y otros habitantes, explican que el motor económico del cantón está en tres grandes fincas de café de la zona: El Carmen, Campo de Oro y la finca de don Guillermo. Casi a fin de año cortan el café, luego cortan la maleza, después podan los cafetos y por último abonan el café y las naranjas. “Eso de andar abonando es triste. Siente como que un químico le come la piel”. El pago quincenal por ese trabajo es de 50 dólares.
¿Y qué hacen aquellas personas que no trabajan en una finca? Juana Carrillo, una mujer morena y sonriente de 42 años, madre de seis hijos, dice que cuando su esposo no encuentra trabajo de albañil, se esfuerzan para conseguir 10 dólares para alquilar un terreno y sembrar la milpa. El maíz, en este caso, es como una especie de seguro a futuro. Si Juana tiene que cubrir algún gasto imprevisto en la educación de sus hijos, entonces venderá a sus parientes o vecinos 16 libras de maíz, que le garantizará un ingreso de tres dólares.
En los hogares del cantón El Cedro hay una atmósfera de precariedad, pero la escuela parece alejada de ese ambiente de penurias. Decir escuela en el cantón El Cedro es hablar de nueve aulas de adoquín pintadas de azul y blanco, con techo de duralita; decir escuela en el cantón El Cedro es una oscura cocina de leña que está cerca del portón negro metálico de la entrada, y de dos patios enladrillados donde hay unas bancas de hierro y madera. Decir escuela en el cantón El Cedro es hablar de 18 computadoras, una laptop, un cañón para proyecciones y una fotocopiadora. Decir escuela en ese cantón es hablar de una panadería donde se enseña a los niños qué es un emprendedor.
La escuela escapa a ese ambiente de penurias gracias al presupuesto anual del Mined y a donaciones de la alcaldía y de oenegés. Al igual que la pequeña unidad de salud, la escuela es una de las pocas joyas de la infraestructura estatal que hay en ese cantón de gente joven. De 3,288 personas que vivían en este lugar en 2007, cuando se hizo el último censo, la mitad (1,633) tenían menos de 17 años.
La escuela de El Cedro reporta que cada año, en promedio, 30 jóvenes terminan su estudio de noveno grado. El lugar más cercano para que los estudiantes continúen con el bachillerato es el Instituto Bertha Fidelia Cañas, en los Planes de Renderos. Ese instituto, que está a 10 kilómetros de distancia, reporta que del cantón El Cedro se han matriculado 24 muchachos y ocho muchachas. Eso significa que si en los últimos tres años, 90 estudiantes han concluido el noveno grado, un 33 % ha continuado sus estudios en el instituto más cercano. Los profesores dicen que muchos no siguen sus estudios y, en una combinación de cultura y escasos recursos económicos, cambian los libros por el cultivo de la tierra.
Ahora, la escuela El Cedro tiene matriculados 584 alumnos y la belleza de esa joya está opacada por el primer desembolso de presupuesto que le hizo el Mined. La maestra Emelly anunció a los docentes y padres de familia que se avecinaba un huracán de carencias porque los 31.50 dólares no alcanzarían ni para pagar el recibo de agua mensual. Con ese dinero tampoco se podía contratar a un pick up para ir a traer hasta Panchimalco el arroz, los frijoles, el aceite, la leche, el azúcar y las bebidas fortificadas que el Gobierno da a cada centro escolar. Por recorrer aquella calle maltrecha, el pick up cobra 35 dólares.
Y si el cobijo financiero no alcanzaba para cubrir necesidades básicas como el agua y el transporte de alimentos, menos se podría destinar ese dinero para otros gastos de lujo en la escala de necesidades del centro escolar. ¿Quién en su sano juicio se atrevería a gastar ese tóner de la fotocopiadora que sobró del año pasado? Esa máquina solo debe usarse para casos de urgencia. La escuela no puede darse el lujo de fotocopiar los exámenes de los alumnos porque entonces vendrá la incómoda pregunta a la mente de los maestros: ¿De dónde sacamos 60 dólares para comprar un nuevo tóner?
¿Y qué decir de las lámparas? Esas lámparas de dos cilindros de cristal blanco que cuelgan del techo y que se niegan a encender. Esas lámparas que se extrañan, sobre todo, cuando la neblina comienza a caer sobre ese cerro y los otros que rondan los 920 metros sobre el nivel del mar. El vigilante y unos docentes las quitaron, las limpiaron y las volvieron a poner con la esperanza de que vuelva la luz en el salón de informática y de noveno grado, pero nada… siguen sin encender. La maestra Emelly sospecha que no son las lámparas sino los dados, esas piezas de metal a las que los electricistas llaman condensadores, los que están fallando. Un electricista ya ofreció sus servicios: cobra 20 dólares solo por la inspección. Entonces, por la época de vacas flacas, esa inspección no se ha contratado.
El recibo del agua, el pago del transporte de alimentos, el tóner de la fotocopiadora y la reparación de las lámparas son algunas de las cosas que no se pueden pagar con los 31 dólares del primer desembolso del presupuesto.
Lo que la administración de la escuela sí pudo hacer con 31.50 dólares fue comprar dos cajas de plumones para los docentes. En total, eran 30 plumones negros, de esos que cuestan un dólar por unidad. A cada uno de los 11 docentes se les entregó un plumón, con la esperanza de que el tuvieran una vida útil de más de un mes. En caso de que los marcadores fallecieran antes de ese tiempo, cada docente debería comprar un nuevo plumón con su propio dinero. Y eso así sucedió. Lo cuenta Juan Carlos Juárez, el profesor de séptimo grado: “Nos hemos quedado a lo que alcance porque ahora hasta los plumones, los pilots que le llamamos nosotros, hasta eso nos han recortado. Antes para cada mes nos daban dos o tres, ahora nos queda uno. Nos hemos quedado a trabajar con lo que se puede, a veces nos toca comprar esas cuestiones”.
El único afortunado fue el profesor de matemáticas, al que le dieron dos plumones por considerar que escribe más que sus colegas. Con los niños que aún no llegan al tercer ciclo, el profesor debe escribir una y otra vez en la pizarra el signo + para sumar, el X para multiplicar, los círculos para explicar los conjuntos; y con los alumnos que pasan del séptimo grado tampoco puede ahorrar el uso del marcador porque debe escribir y explicar más de una vez sobre la pizarra acrílica blanca aquellas letras y aquellos números de las operaciones algebraicas.
Con el plumón negro como único armamento, los docentes iniciaron las clases hace ya cinco meses y, sobre el camino, han tenido que encontrar atajos para burlar la falta de dinero. Ahora que la maestra Emelly recuerda la compra de las dos cajas de plumones ríe, pero la sensación que sintió en los primeros días del año, cuando vio las cifras del primer desembolso, era otra: “Casi lloro cuando vi ese recibo”.
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Una letra puede modificar el sentido de una palabra y el cambio de dos puede cambiar el presupuesto de una escuela. Los maestros así explican el origen del recibo de 31.50 dólares: la escuela de El Cedro era administrada por una Asociación Comunal para la Educación (ACE) del sistema Educo. Educo era un sistema en el cual el Estado daba a los padres de familia dinero y ellos se encargaban del montaje de la escuela y de la contratación de maestros. Ese sistema desapareció hace tres años, el Estado contrató a los maestros y las escuelas etiquetadas como ACE se convirtieron en Consejos Directivos Escolares (CDE), el modelo de la zona urbana.
En el sistema Educo el Estado invertía aproximadamente 27 dólares por estudiante, pero cuando las escuelas pasaron a organizarse como CDE la inversión por estudiante se redujo a 13 dólares, según la maestra Emelly. “En enero, cuando recibieron los recibos de transferencia se dieron cuenta de que el Mined redujo en un 50 % el presupuesto. La excusa es que iban a cambiar las ACE por los CDE. La reducción del presupuesto es el común denominador de las escuelas que eran Educo, pero los maestros tienen temor a denunciar”, dice Daniel Rodríguez, del sindicato Simeduco. La directora de gestión departamental del Mined, Sandra Alas, rechaza esa reducción. Dice que solo existió un análisis para la equiparación de las cuotas, pero en un comunicado oficial del 30 de enero de 2013, el MINED informa de la unificación del presupuesto escolar. “No se han unificado las cuotas, están igual que antes. Sigue teniendo un incremento las escuelas Educo y estamos analizando cómo se puede responder a las cuotas, según las necesidades de cada centro escolar”.
Entre el cruce de declaraciones hay un hecho irrefutable: el 25 de enero de 2013, la escuela de El Cedro recibió dos recibos. El primero era por un monto de 3,245 dólares para el pago trimestral del personal administrativo y de docentes no contratados por el Mined. El otro recibo era por 31.50 dólares para la compra de material didáctico.
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Atrás de la oficina de la dirección de la escuela El Cedro hay una decena de botellas plásticas una sobre otra: una de Pepsi por aquí, una de Coca Cola por allá. También están unos hierros mohosos que en otro tiempo fueron marcos de pupitre. Lo que parece un promontorio de basura es, en realidad, una estrategia de sobrevivencia de la escuela: los maestros han pedido a sus alumnos que reúnan las botellas para venderlas a un pick up que compra chatarra y desperdicios. No es que sea un gran negocio, pero en el océano de necesidades de la escuela, los 10 dólares de ganancia por la venta es como un maná, como el pan que cae del cielo.
En una de las aulas hay material para elaborar pan. Al mediodía del viernes 14 de junio, los estudiantes de noveno grado preparaban la masa, medían el agua, ponían azúcar, alistaban el fuego y horas más tarde venderían el pan entre sus compañeros de escuela. La panadería es un taller didáctico para que los estudiantes entiendan el verbo emprender. La escuela de El Cedro no tiene dinero para comprar materiales, ni para contratar un instructor que enseñe a los estudiantes. Para fortuna de ellos, la alcaldía les donó los materiales y el año pasado, cuando la escuela sí tenía dinero para pagar un instructor, una madre de familia aprendió la elaboración del pan y ahora ella enseña gratuitamente a los estudiantes. Los estudiantes, por su parte, hacen y venden el pan. El pasado febrero, de las ganancias de esa venta salieron los 35 dólares para contratar el pick up que fue hasta Panchimalco a traer los alimentos.
¿Por qué los niños deben reciclar botellas y vender pan para ayudar a sostener su escuela? La maestra Emelly lo explica así: los recibos de transferencia del primer desembolso del presupuesto escolar están fechados el 25 de enero de 2013, pero eso no significa que el dinero está en la cuenta bancaria de la escuela desde ese día. Al contrario, tuvieron que pasar días y meses para que los depósitos parciales, de 824 dólares, llegaran a la escuela. “Me han depositado así, por poquito”. Y ese dinero que ha llegado a cuentagotas se ha consumido en el salario del vigilante y del profesor de informática, quienes cobraron su sueldo correspondiente a enero y febrero hasta en marzo.
Los depósitos parciales del presupuesto ayudan poco a la escuela, pero si el Mined hubiera depositado de un solo golpe todo el dinero la situación no hubiera variado mucho porque hay que recordar que el monto destinado para operación y funcionamiento básico es de 31.50 dólares para el primer trimestre. Los documentos hablan del primer trimestre, pero en la práctica ese tiempo se alarga hasta los cinco meses por el atraso del depósito de los fondos. Esa realidad provocó que la administración escolar buscara otras formas de financiamiento, pero buscar dinero en esa zona acechada por la pobreza es como buscar agua en un desierto.
“Estamos ahorita en mayo, y no me pregunte cómo hemos sobrevivido de enero a… Bueno, lo que nunca hicimos: cobrar una libreta de notas, los niños dieron dos coras (dos monedas de 25 centavos de dólar) para comprar las libretas porque se cobró el papel aparte. Como los papás saben que no hay fondos dieron una cora, con toda esa cora compramos las 15 resmas de papel y sacamos las fotocopias. Para poder pedirles esa cora hay un acta y los papás firmaron que estaban de acuerdo”, cuenta la maestra Emelly.
Decir una cora (así se conoce popularmente la moneda de un cuarto de dólar, 'quarter') o decir un dólar puede sonar una cantidad insignificante, pero en ese cantón de 3,288 habitantes esas cantidades son importantes. “En una reunión nos dijeron de una cuota fija de dos dólares por alumno, pero algunos padres protestaron y querían que fuera por familia”, dice Cecilia Guzmán, madre de un estudiante. Los que se oponían eran aquellos padres que tenían tres y hasta cuatro hijos estudiando en la escuela y que, en lugar de dos, el presupuesto se les dispararía hasta seis u ocho dólares. Juana Carrillo, por ejemplo, tiene tres hijos que estudian en la escuela y, además, cada semana tiene la preocupación de conseguir 20 dólares para dárselos a su hijo que estudia bachillerato en San Marcos. La maestra Emelly está consciente de las grandes limitaciones para los padres de familia: “La cocinera la pagan los papás, dan un dólar mensual. Prácticamente la escuela está funcionando por los papás, dieron 1.50 dólares para la panadería, la comunidad es consciente, pero no puedo pedir más porque sé que la situación económica está difícil”.
Además del reciclaje de las botellas, de la venta de pan y de las cuotas voluntarias de los padres, el otro pilar que ha sostenido a la escuela en estos meses de crisis ha sido un pequeño chalé que atienden una señora y una adolescente. Ese negocio de venta de refrescos, de panes con escabeche, de gaseosas y golosinas paga 120 dólares mensuales a la escuela. En la última semana de mayo, la administración escolar esperaba con ansias ese pago porque de ahí saldrían los fondos para pagar la reparación de las lámparas eléctricas.
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Roxana Miranda está bajo la sombra de un mango, a un lado de la calle de tierra, esperando un pick up que la lleve hasta Mil Cumbres, el caserío más cercano al cantón El Cedro. Ella tiene cuatro hijos, uno de los cuales estudia en la escuela del cantón. “En el primer trimestre dimos una cora por cada alumno. No entiendo por qué dicen que no hay dinero”. La explicación a la duda de Roxana está en la tercera planta de una oficina del Centro de Gobierno: “Usted sabe que ha habido algunas limitantes en el Ministerio de Hacienda que han sido, digamos, difíciles de enviar las provisiones de fondo en los tiempos que regularmente se hacen”, dice Sandra Alas, la directora nacional de gestión departamental del Mined.
Pero el atraso en la entrega del presupuesto no es un mal que afecte por igual a todas las instituciones del Estado. La Asamblea Legislativa ha tenido a tiempo el dinero para pagar los casi 10 mil dólares de viáticos por el viaje a España al que se autoinvitó el diputado Guillermo Gallegos. El presidente de la Asamblea Legislativa, Sigfrido Reyes, también tuvo a tiempo los 46,835 dólares para la compra de 350 corbatas de seda, whisky, vino y canastas navideñas que regaló a los diputados durante las pasadas fiestas de navidad y fin de año.
Los 7,453 dólares que Sigfrido Reyes gastó en las corbatas de seda superan el presupuesto anual destinado para el funcionamiento básico de la escuela del cantón El Cedro. Con ese dinero, los niños no hubieran tenido la necesidad de reciclar botellas para sostener su escuela y la maestra Emelly no hubiera tenido que andar suplicando a una organización no gubernamental que les construyera unos sanitarios porque la fosa séptica de la escuela había colapsado.
Pero la historia es que la Asamblea Legislativa tuvo a tiempo su presupuesto y pudo pagar viáticos a los diputados y comprar corbatas de seda; mientras que a la escuela del cantón El Cedro el dinero llegó tarde y los padres de familia tuvieron que colectar coras para comprar papelería. Pero el atraso en el depósito del primer desembolso del presupuesto escolar no es lo único que aqueja a la escuela. ¿Por qué ese centro escolar recibió solo 31.50 dólares para su funcionamiento básico?
Alas, la funcionaria del Mined, dice que desconoce el caso. Toma su teléfono celular y llama a uno de sus colegas.
—Y en el caso de Los Cedros sí, solo recibió lo que me está diciendo, el 31 y algo, verdad, en el primer desembolso, pero le quedan pendientes los seis mil, verdad, dice, al terminar la llamada telefónica.
La conversación entre Alas y el otro funcionario confirma que la escuela recibió solo 31.50 dólares para funcionamiento básico, pero inmediatamente ella agrega un matiz: “En el caso de El Cedro, el total del presupuesto anual es de 14,600 dólares que se transfiere en tres desembolsos. Para operaciones y funcionamiento, que es gasto de papelería, la parte pedagógica, es de 6,455 dólares”.
—Entonces, ¿por qué recibió solo 31.50 para el primer trimestre?
—Porque como hay un primer desembolso que ha sido para priorizar como le decía pago de salarios... por eso, probablemente, solo le ha llegado un pedacito, pero ya le va a llegar, ya está en trámite.
—¿Y qué deben hacer las escuelas mientras no llega ese dinero?
Lo que se hace, ya hay… lo que han hecho muchas escuelas es que tienen provisiones de los materiales que se hacen con la compra del último desembolso del año anterior. En otros casos hay materiales que llegan con el paquete escolar y también compras que hacen los docentes con pago a condición, se paga cuando llega el desembolso. Esas son las estrategias que se hacen para el funcionamiento.
En el caso de la escuela El Cedro, las estrategias de funcionamiento han ido por otro derrotero: el reciclaje de las botellas plásticas, las colaboraciones voluntarias de los padres de familia, la venta de pan… Esas estrategias desesperadas de sostenimiento financiero de la escuela terminaron el martes 18 de junio. Ese día, a las 11 de la mañana, El Faro preguntó al Mined sobre el caso de la escuela El Cedro. Cuatro horas más tarde, la voz alegre de la maestra Emelly sonaba al otro lado del teléfono: “Me avisaron del Ministerio que ya depositaron lo del presupuesto, ya solo hay que esperar unos tres días para poderlo cobrar en el banco”. Después de cinco meses de penurias, los 6,455 dólares fueron transferidos a la escuela y ahora ya pueden fotocopiar los exámenes de los niños sin temor a que se acabe el tóner de la fotocopiadora que compraron el año pasado.
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