Año tras año, la oferta del Teatro Luis Poma (TLP) ha vendido un promedio de 160 mil boletos desde su inauguración en junio de 2003. Los salvadoreños que llegan a reír a carcajadas, a entrar en comunión con sus demonios y los de la sociedad en que vive, e incluso a reflexionar, han ocupado tres de cada cuatro sillas disponibles -del total de 227 butacas de la sala- en unas instalaciones que nacieron con pretensiones dinamizadoras y que poco a poco se fue convirtiendo en una especie de oasis para la comunidad teatral y sus seguidores.
Con la infraestructura de las salas de teatro dañada por los terremotos de 2001, Roberto Salomón abanderó, como director artístico, la iniciativa de que la opción de ir al teatro se igualara a la del cine, expectante, claro, a la reacción del público. “No podría asegurar todavía nada... Este es un experimento...”, alegaba, ansioso, en la inauguración, el 11 de junio de 2003. Pasados los tres meses que se habían pactado, la demanda permitió que esa primera temporada se ampliara a seis.
Ese 11 de junio de 2003 un cuarto oscuro de pronto fue tiñéndose con las desafiantes historias que una prostituta cuenta a la imagen de un Cristo. Ese fue el primer pincelazo que permitió al público vislumbrar el tipo de producciones que vería desfilar en las tablas. El espacio estaba restaurado y listo para inaugurarse, aunque la puesta en escena no era ajena al lugar. De hecho, la obra se había estrenado ahí mismo en 1986.
Al cabo de una década y con 133 espectáculos programados, sin contar repeticiones y estrictamente presentaciones de teatro -porque también ha habido música, lectura de poesía y otros-, el Teatro Luis Poma ha acogido al equivalente a una población de 160 mil espectadores que, promediados por función han ocupado en un 72 % la sala. Incluso, en los últimos años la gente ha empezado a “comprar alfombra”, ante el agotamiento de boletos en taquilla.
Si esos 160 mil boletos se tradujeran en espectadores únicos -muchos asiduos del Poma se repiten de función en función-, harían una población equivalente a toda la que el departamento de San Vicente registraba en 2007. El registro es por boletos y con la información disponible no hay forma de saber cuántas veces alguien ha ido más de una vez al Poma en estos 10 años. Por ejemplo, Raquel Bonilla es una de las hinchas más recientes y desde que en 2009 se dio cita por primera vez para ver Tartufo, ha pasado de la compra esporádica para obras recomendadas a reservar el asiento A101 en las presentaciones de las últimas dos temporadas. “Hoy ir al teatro está de moda. Eso me alegra mucho, aunque tenga que comprar mis entradas con más anticipación', bromea.
El Poma ha tenido a su favor no solo un espacio privilegiado en uno de los centros comerciales con los alquileres más caros en el país, sino también el cobro invariable de los boletos, excepto cuando se trata de espectáculos internacionales. Esta estabilidad en los precios le ha permitido irse formando de alguna manera un público, en cuanto a que, independientemente de que sea su amigo, familiar o conocido el que saldrá a escena, están dispuestos a pagar entre tres y cinco dólares. Que esto sea posible, explica Salomón, es debido a la subvención del mecenas detrás del telón: la Fundación Poma y el Grupo Roble, entidades que cubren con los costos de operación y la contratación de una agencia de publicidad para la adecuada difusión de los espectáculos. En cuanto a lo recolectado en taquilla, según el número de actores que conformen el elenco, la administración reparte entre el 70 % y el 60 % de lo recaudado a los actores. La repartición, explica César Pineda, director de Escena X Teatro, es una especie de trueque por el uso de las instalaciones. Y agrega que, en el Teatro Nacional, en cambio, se presta el lugar sin ningún monto y recogen íntegramente el total de la taquilla, pero a cambio de las funciones de jueves a domingo, deben de brindar seis en las sedes del proyecto Vive la Cultura.
Tania Escobar se declara poco fanática de los centros comerciales, pero desde hace cuatros años pasa por alto su desagrado para atender a los espectáculos que pasan por esta sala. Confiesa, incluso, que aunque se ha quedado sin boletos para ver algunas obras, no duda en repetir las que en años anteriores la han impresionado: 'Los precios son accesibles, tomando en cuenta el talento humano, el montaje y todo lo que se necesita para brindar una presentación de calidad'.
En 2012 una casa encuestadora presentaba a El Salvador como uno de los tres países más felices del mundo. Si un investigador quisiera ampliar sobre esa tesis, los totales de la taquilla del Poma bien podrían funcionar como una suerte de barómetro, o por lo menos arrojaría matices del porqué: durante estos 10 años, desde que se abrió el telón el 11 de junio de 2003, el público salvadoreño ha preferido las comedias a los dramas o tragedias. Incluso, ha posicionado entre las más taquilleras a una misma obra durante varios años. 'Las tragedias y los dramas siempre llenan menos que las comedias, ese es un hecho universal', explica Salomón, y aunque en varias ocasiones la cartelera ha sido calificada por algunos como teatro comercial, el director añade que está supeditado a lo que el medio produce y que incluso en las comedias incluye elementos reflexivos para hacer pensar al público. Las estadísticas hablan por sí solas. Aunque la programación de obras por género es competencia únicamente de la administración, el informe de boletería refleja que, salvo Diatriba de Amor, en la primera temporada, las comedias han tenido mayor promedio de boletos comprados. Incluso, las repeticiones de algunas de ellas es lo que las ha colocado entre las más taquilleras de estos 10 años.
Esta preferencia de géneros ha sido otra de las líneas de debate respecto al funcionamiento del Poma. En abril de este año, el director y actor René Lovo inauguró la discusión con el artículo 'Del canon a la libertad'. En él, explicaba sobre este punto que 'no podrán quitarse la etiqueta de teatro superficial y complaciente', y redondeaba la idea: 'hay un notado desinterés por el lenguaje, lo poético y lo artístico'. El Faro buscó a Lovo para que ampliara su versión sobre el proyecto en el que participó durante seis años, pero dijo que no le interesaba formar parte de un reportaje que hablara exclusivamente del Teatro Luis Poma, alegando motivos de preferencia mediática. Otra de las voces con un discurso similar es la de Baltazar López, exdirector del Teatro Nacional. Los peros de López van desde su objeción con que la sala lleve el nombre del mecenas detrás del proyecto, hasta la calidad, dudable según él, de los espectáculos que ahí se presentan. Está consciente, sin embargo, de que el nivel de lo puesto en escena va más allá de las responsabilidades de quienes dirigen la sala y pasa la factura a la falta de políticas y 'una verdadera escuela de enseñanza teatral'.
Así como hay detractores y críticos, hay quienes ven en esta sala un parteaguas para la escena cultural salvadoreña. Para el director español Santiago Nogales, a la cabeza de MobyDick Teatro, el Poma ha significado una vitrina importante para construir su público; otros, como Tatiana de la Ossa, prefieren ser más neutrales: 'Es una sala que nos ha permitido el encuentro permanente con el público, fortaleciendo la investigación de los lenguajes. Pero independientemente de si sigue existiendo o no la gente va a seguir trabajando en teatro'.
Si bien el Luis Poma nació como un elemento que buscaba revitalizar la escena teatral salvadoreña, que poco a poco fue perdiendo otras ventanas, como el Festival Internacional de Teatro y la Muestra Nacional de Teatro, también se ha convertido en una especie de productora. Anualmente pone en escena una obra escogida por Salomón, quien asegura no estar casado con un género en específico, porque 'uno no sabe de qué depende el éxito de una obra'. No obstante, aunque algunas iniciativas como el teatro para niños no han rendido los frutos esperados, las expectativas para los próximos años es abrir el espacio para formar actores y abarcar más géneros, entre ellos el musical.
Pese a que durante este tiempo no ha habido un plan formativo, hay actores que han visto en Salomón y en la sala que dirige una escuela. Así lo describe Regina Cañas, la actriz que por su participación en 254 funciones sobre las tablas es posiblemente quien más aplausos ha acumulado. 'Yo puedo decir que estoy en teatro porque existe el Luis Poma. No pertenezco ni he pertenecido a ninguna compañía de teatro, y desde que Roby me llamó para participar en La señorita de Tacna no nos hemos separado'. Para Cañas la mayor satisfacción no coincide con el número de veces que ha estado sobre el escenario, sino que cada interpretación le ha ayudado a desligarse poco a poco de su personaje más conocido: La Tía Bubu.
Si bien las producciones del Poma suelen reunir a los mismos actores, existen otros, como Alejandra Nolasco, que este año celebra su primera década como actriz, que nunca han sido dirigidos por Salomón. Nolasco ha participado prácticamente en todas las temporadas en proyectos con Fernando Umaña, Enrique Valencia y Tatiana de la Ossa. Hizo su primera aparición en Mirandolina, en 2003, y desde entonces adoptó esta sala como un segundo hogar. 'Me encanta actuar en el Poma por la intimidad que propicia el espacio, por la constancia en que he estado ahí y la periodicidad de las funciones. Para mí llegar al Poma es como estar en casa'.