Opinión /

Carta a la jefa de la policía de Nicaragua


Domingo, 21 de julio de 2013
Luciana Chamorro

Estimada Primera Comisionada Aminta Granera: 

Le escribo en carácter personal porque me rehúso a creer que una mujer como usted, que ha demostrado tener los intereses de su pueblo como prioridad, no se ha pronunciado al respecto de la violencia que vivió un grupo de ciudadanos nicaragüenses el 22 de junio. Imagino que su silencio se debe a que no se habrá enterado bien de lo que pasó. Mi hermano y yo estábamos ahí junto con otros 52 jóvenes y 35 ancianos. Si a eso le sumamos los vecinos que nos dieron refugio y los trabajadores de la gasolinera, se hacen cientos de testigos que también vieron y vivieron el terror de esa noche. A continuación le relato los hechos:

El lunes 17 de Junio me comprometí a apoyar a los adultos mayores en la restitución de su derecho a una pensión reducida. Llegué al INSS con víveres recolectados entre amigos, respondiendo al llamado que hizo la UNAM, que pedía que el pueblo se solidarizara con su lucha.

El martes 18 me enteré que la Policía ya no dejaba pasar más los alimentos y el agua. El argumento de los policías: que estaban resguardando el edificio del INSS. Comprendo la importancia de resguardar un edificio público. Sin embargo, pedíamos que la policía misma les pasara los víveres a los ancianos. Se negaron.

El miércoles 19 decidimos hacer una vigilia hasta el amanecer. Estuvimos concentrados en el costado sur por razones de seguridad: si un joven se encontraba caminando en los alrededores del INSS, era capturado, golpeado y llevado preso. Ese día la Policía Nacional se llevó presos a siete jóvenes.

A las 3 a.m. nos enteramos que los ancianos que acompañábamos habían sido desalojados por otra entrada y llevados contra su voluntad a sus casas. Ellos regresaron indignados en la mañana, y juntos, nos mantuvimos en el costado sur. Esa tarde fueron detenidos otros ocho jóvenes que pasaron 67 horas en la cárcel (hasta las 5:30 a.m. del sábado) sin un cargo que justificara su detención.

El plantón se mantuvo. Se construyó un puesto médico, comisiones para organizar los víveres, y contratar a un sonidista. La espontaneidad se comenzaba a organizar en un apoyo sostenido. El viernes 21 se sumaron artistas nacionales. Llegó Perrozompopo, Momotombo, la Cuneta son Machin, Danilo Norori, y otros músicos, a dedicarle canciones a “los abuelitos”.

Yo presencié cuando alrededor de la 1 a.m. al terminar el concierto los policías de tránsito que llevaban 5 días en las entradas de la calle se fueron. Presencié cómo el cordón policial se hizo más fino. Presencié la llegada de un Comisionado Mayor que dio órdenes a los policías que permanecían. Contó a los manifestantes.

A las 4:10 a.m yo estaba sentada a dos metros del cordón policial. Una amiga tenía una guitarra y cantábamos una canción de Manu Chao. De repente vino un chavalo corriendo y gritó: ¡Tírense al suelo!

Detrás de él venían cientos de encapuchados con camisetas blancas. Yo, que ya estaba sentada en el suelo, gateé hacia los policías. Mi instinto fue pedirles auxilio, o que me dejaran pasar detrás de ellos. Los policías fortalecieron el cordón. Uno me pateó en el estómago. Yo levanté la cara y le intenté preguntar que si no iba a hacer nada. Me dijo que mantuviera la mirada en el piso. Ahí permanecí. Escuchaba los gritos de horror de las personas que una por una, eran levantadas del piso, golpeadas y amenazadas. Un tipo pasó a mi lado y dijo, “a ésta la voy a violar”. Se rió. Permanecí inmóvil hasta que llegó un encapuchado y me jaló del brazo. Tenía la cara tapada con una camiseta amarrada, pero podía verle parte del rostro. Llevaba una camisa del gobierno volteada al revés; se notaba el diseño con sus colores característicos. Me volteé y me dí cuenta que no quedaba nadie más en el piso, sólo un mar de manchas blancas corriendo descontroladas, golpes y gritos.

Mi agresor me hizo caminar con él hacia donde estaban parqueados dos camiones de la Alcaldía de Managua. Nos faltaba una cuadra para llegar cuando llegó otro tipo y le dio órdenes de que me quitaran todo. El tipo me bolseó, y yo le dije que se calmara que yo le iba a entregar todo. Le di mi bolso en el que tenía mi celular, billetera, identificaciones, y una agenda personal. Agarró mis cosas y salió corriendo en dirección opuesta. En eso reconocí un muchacho que me agarró de la mano y me jaló a una casa donde me escondí. Ahí estábamos 7 jóvenes y 1 adulto mayor.

¿Cómo describir el terror? Los llantos incontrolables de una chavala que estaba al lado mío, la sangre que corría por la cara del chavalo que me había salvado, y la cara de horror de la dueña de la pulpería que nos resguardó.

Andaban afuera todavía. Amenazaban y se reían. Celebraban. Apagamos las luces. Nos escondimos detrás de un sofá. Caí en cuenta de que mi hermano no estaba ahí. No lo había visto. Entré en pánico y pregunté por él. Me decían que la última vez que lo habían visto lo tenían entre cuatro y lo golpeaban y lo desnudaban. Se lo llevaron para el otro lado. ¿Y mi mejor amiga Laura?. Llevada al cementerio. Escuchamos cuatro balazos. Tres primero, y un cuarto cerca de la casa.

Llamé a mi papá con el teléfono de la dueña de la casa. No me imagino el dolor de un padre de recibir semejante llamada de su hija. “Papá vinieron y nos golpearon, no sé donde estoy, no sé donde está mi hermano. Se lo llevaron.” Esa madrugada decenas de padres de familia recibieron esa misma clase de mensajes desesperados.

Media hora después logramos salir y llegar hasta la gasolinera Puma de la rotonda Plaza Inter. Ahí a las 4:45 a.m. ví llegar a mi hermano vapuleado, sin zapatos, sin camisa. A él y otros muchachos los persiguieron hasta la Asamblea Nacional.

Los testimonios que le pueden contar cada uno de nosotros completan la historia. A mi amiga Laura la tiraron contra el suelo luego de lanzarla contra un muro. Le decían “tenés 10 segundos para correr o te matamos”. A otros los golpearon con palos y martillos. Los estudiantes de medicina le pueden contar cómo golpearon a los ancianitos, cómo le echaron gasolina al puesto médico. Los vecinos le pueden contar de qué sector vinieron los agresores, cómo se ejecutó el operativo, y de qué manera se retiraron del lugar.

Desaparecieron siete vehículos, cuatro motocicletas, veintisiete celulares, veinticinco billeteras, nueve cámaras digitales, tres computadoras, tres relojes, dos guitarras y un cajón peruano.

Tenemos diez horas de filmación desde distintos puntos de vista de la gasolinera Puma que recoge: la llegada en camiones de la alcaldía de los encapuchados, la llegada de jóvenes siendo perseguidos por los encapuchados que portaban bates y otras armas, los jóvenes sangrando y vomitando sangre dentro de la gasolinera, entre otros eventos.

También tenemos cuatro videos grabados por un vecino donde se muestran los carros siendo desmantelados y empujados hacia el parqueo del INSS. En ese video se muestra la presencia policial en el lugar mientras esto ocurría.

Si le interesa le puedo hacer llegar estos videos y las fotografías de los golpeados, nuestras copias de los dictámenes de medicina legal, y toda la evidencia que tenemos que respalda los testimonios de los jóvenes que han puesto una denuncia al Ministerio Público. También la puedo llevar personalmente a la vivienda donde yo estuve para que hable directamente con los vecinos que le pueden contar cómo los encapuchados repartieron el botín, y se volvieron a montar en camiones de la alcaldía que los llevaron a los planteles de esa institución.

Pero volviendo al grano, ¿por qué le escribo Comisionada Granera? Por dos razones. La primera es preguntarle, ¿que pasó con el actuar de la policía esa noche? Los oficiales vieron el robo masivo y la violencia contra de 52 chavalos y 35 ancianos y no hicieron nada. Yo personalmente recibí golpes de parte de un oficial. Tengo una fotografía de la cadena de policías 10 minutos antes del atraco, y puedo identificar al que me agredió.

La segunda pregunta es, ¿por qué la policía, y usted, como Primera Comisionada no se ha pronunciado ante este acto de terror? El único comunicado público al respecto dice que las fotografías son extranjeras, y que las denuncias responden a intereses oscuros para desprestigiar a la Policía. Nosotros somos jóvenes nicaragüenses, y ese comunicado es indignante. Todos nuestros testimonios y nuestros nombres son públicos. No tenemos por qué escondernos, porque no somos delincuentes. En lo personal pienso que lo sucedido es tan grave, que ya nada puede justificar su silencio. No se puede proteger a nadie callando estos delitos.

Yo me enorgullecía de la Policía Nacional; una policía que supo ser coherente con los valores sandinistas bajo los cuales fue fundada y se puso al servicio de toda la población al momento de la transición en los 90. Sin embargo, lo que viví el 22 de Junio me convence que la policía que está a su mando únicamente se encuentra al servicio de una cúpula partidaria.

Miles de nicaragüenses, entre ellos mi abuelo Pedro Joaquín Chamorro, dieron su vida para que en nuestra Nicaragua no se volviera a vivir represión por ejercer el derecho ciudadano a la libre expresión y la manifestación. Yo apelo a la memoria de nuestro pasado colectivo, y a su conciencia, para que me demuestre con hechos que mi análisis es errado.

Hay tiempo para que reivindique la confianza que tantos hemos depositado en la policía. Yo espero que usted sea capaz de ponerse al frente de su institución, y asumir la responsabilidad que tiene frente a los hechos del 22 de Junio. Si usted no se cree capaz de esto, si la presión es demasiado grande, entonces es hora de presentar una renuncia moral. Comisionada Granera, llegó la hora de dejar de lavarle el rostro al régimen represivo bajo el cuál vivimos, y darle el ejemplo a miles de otros que siguen órdenes por temor a desafiar el poder, aunque sus convicciones morales les llamen a hacer lo contrario.

*Este artículo fue publicado originalmente en Confidencial de Nicaragua.

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