“Me quedé en El Salvador porque sentí que aquí era urgente hacer teatro”
Pocas personas pueden producir cosas buenas y hasta bellas a partir de mucho sufrimiento. Egly Larreynaga es una actriz de teatro que de una historia de vida triste, hija de la guerra, con una niñez extraviada en cuatro países, halló en el teatro la forma de compartir un poco de la belleza del arte para azorar a los demás con la puesta en escena de la realidad que a diario viven los salvadoreños.
Lunes, 8 de julio de 2013
Patricia Carías, Sergio Arauz y Marcela Zamora / Fotos: Fred Ramos
Después de peregrinar por muchos países alrededor del mundo, Egly Larreynaga dice estar convencida de que su tarea es hacer teatro en El Salvador. Según esta actriz, este país no solo necesita que se produzca más y mejor teatro, sino que es un asunto de urgencia. La versión de teatro de esta actriz se fundamenta en una visión social, una que permite mostrar “ese El Salvador que no nos gusta mucho”.
Hace nueve años, Larreynaga decidió viajar junto a toda su familia a España. “Era para poder ser felices”, dice. Ella y su familia buscaron lejos una felicidad que la guerra civil, el desprendimiento familiar, el abuso sexual del que fue víctima y, en fin, la vida, le robaron en su niñez. Así llegó a España en 2004, después de haber comenzado su carrera como actriz de teatro bajo la dirección de algunos maestros en El Salvador. Cuando por fin encontró un poco de calma lejos de su país, una invitación del destino la trajo una vez más a hacer lo que más le gusta en este mismo país del que había huido. Larreynaga participó en el documental “El Espejo Roto”, de Marcela Zamora. La experiencia le permite concluir que aquí tiene más sentido hacer su trabajo.
Primero queremos que nos ayudés a ponerle una etiqueta a esta plática. ¿Esta es una conversación con quién? Yo principalmente soy actriz, he incursionado en la dirección, pero yo me veo como una actriz. Una que hace otras cosas, pero mi oficio principal es actuar. Lo que pasa es que ahora me llaman, por ejemplo, a Costa Rica y Guatemala, a dirigir. Entonces me llaman actriz y directora, aunque a veces creo que me queda grande. Me identifico más con lo de actriz. A mí me gusta actuar, de hecho aún cuando dirijo, me gusta actuar también.
Dudábamos de cómo etiquetarte porque sabemos que sos, además de actriz, una migrante, una mujer que hace teatro en un país como El Salvador y una hija de la guerra. Has andado por muchos lados, terminaste en España y de ahí decidiste regresar a tu país. La última vuelta, la de España a El Salvador, fue porque en 2009 el Centro Cultural de España invitó a la compañía Los perdidos Teatro, con la que yo trabajaba en Madrid, a presentar una obra. Nos invitaron con la obra “Debajo del Pellejo”, que era una con la que nos habíamos abierto campo en Madrid. En ese entonces yo tenía seis años de no actuar en El Salvador, también nos pidieron una obra infantil que querían que presentáramos en el ISNA, el lugar más triste donde hay niños. Yo hace seis años había dejado de un lado a El Salvador para poder llevarme a mi madre y mi familia a España y poder ser felices. Cuando yo vine y actuamos fue impactante. En España, todas las obras son como una obra más, hay danza, conciertos, teatro y entre tanta cosa, las obras son una cosa más. Pocas obras inciden. Pero aquí no fue así, la gente lo absorbía y parecía que incidíamos en la cuestión social.
Les importaba, básicamente . Sí. La obra infantil era la del Popol Vuh, esa obra la estrenamos en el Museo Nacional de Antropología de Madrid en un evento multicultural, frente a un grupo de niños españoles que eran en su mayoría hijos de migrantes. Cuando la presentamos en el ISNA, entró un grupo de niños bien tristes. Uno de ellos desde que entró no dejó de llorar toda la obra, lloraba con un gran sentimiento, todos los niños parecían estar tristes. Para nosotros era raro porque en esa obra los niños siempre participaban un montón. En el fondo de ese salón había un montón de niñas entre los nueve y los 13 años, embarazadas o dándoles de mamar a otros niños. Ese era el público que llegó a vernos actuar. Cuando terminamos, yo hablé con la directora Marielos Bonilla y le pregunté por qué no les daban talleres de educación sexual, de educación reproductiva a esos niños. Ella me explicó que esas niñas eras víctimas de trata, que habían abusado de ellas. Me contó que no tenían colchones, que se pasaban la sarna porque por la depresión no se querían bañar, tenían problemas con su cuerpo porque habían sido violadas. La cosa es que yo volví a España, otra vez, a vivir allá. Y una vez vi ahí por mi casa unos basureros donde había colchones y un montón de cosas, juguetes y muebles que la gente tira.
Basura chiva. Sí, y en ese momento sentí que le perdí el gusto a hacer teatro en Madrid. Después de eso, Marcela Zamora me invitó a participar en el documental El Espejo Roto, que duraba cuatro meses. Entonces, después de estar siete años viviendo fuera de El Salvador me fui a meter a La Vía de Jesús. Desde ese entonces ya no me volví a ir. Me quedé porque sentí que aquí era urgente hacer teatro, sentí que allá en España tenía otra función pero aquí era importante. Aquí le encontraba más sentido a mi trabajo. Mucha gente cree que me quedé por el tema de la crisis en España pero no, si aquí estamos en más crisis que la que hay allá.
Para mí es algo nuevo eso de imaginarme el teatro como una cuestión social, algo que te azora. ¿En qué momento comenzaste a ver el teatro como algo social y no solo lúdico? Pues eso tiene un poco que ver con lo que venía diciendo de las dramaturgias y lo que se necesita para realizar un teatro propio, no solo se trata de hacer teatro en El Salvador sino que la dramaturgia y la forma de hacer teatro tiene que pasar por nuestra historia y la visión del mundo que tenemos los salvadoreños que hacemos teatro. Cuando yo veía las obras españolas, aunque se tratara de una típica obra de amor, era la visión de amor de un español. Esto tiene que ver con lo que decía Jorgelina Cerritos, porque yo soy salvadoreña, aunque no escriba una obra de una temática social, seguramente, mi visión del mundo será lo que yo entiendo por amor, como salvadoreña. Se trata de que los clásicos pasen por nuestros filtros, que aquí los rompamos. O también hacer obras de otros lugares, con textos extranjeros, pero no puede ser que la cartelera esté llena de solo eso.
Hablando de Jorgelina Cerritos, nosotros le preguntábamos para qué sirve el teatro con este tipo de temáticas sociales. Pues voy a hablar en plural porque eso es lo que hemos convenido con mis compañeras del Teatro del Azoro: nosotras queremos hablar de esas cosas que no se quieren ver. Queremos mostrar a ese El Salvador que no nos gusta mucho. Eso sí que es una elección, además de hablar desde lo marginal. No significa que todo el teatro tiene que ser así, pero el que queremos hacer nosotras es así.
Nosotros comentábamos que quizás para vos el teatro sea una especie de terapia personal, es decir, que no lo hacés solo porque te gusta y que vivíss con pasión, sino porque te sirve para contarte a vos misma. Sí es así, aunque yo nunca he hecho teatro buscando una terapia, de hecho, cuando comencé en el teatro no sabía que esto podía ayudarme personalmente. Eso lo descubrí a medida que pasaron los años. En sí mismo me ayudó porque el teatro tiene herramientas que te ayudan a trabajar con el cuerpo y con las emociones. No lo tenés resuelto todo pero sí te ayuda, yo lo he visto en mí y en otra gente como los que participan en La Cachada. Aunque debo decir que la necesidad de contar esas historias viene de mi mamá, ella siempre nos decía que uno en la vida tiene que intentar hacer algo por cambiar las cosas, ella lo hizo luchando, esa era su manera, yo no lo voy a hacer así. En el teatro hay un gran debate entre el entretenimiento, la estética y el contenido, pero a mí el tipo de teatro que me gusta y el que quiero hacer es el que mezcla el contenido y la forma, uno en el que el tratamiento no sea meramente artístico y de belleza. Como decía César Brie, el exdirector del Teatro de los Andes: “El arte nos permite ver el horror porque lo ilumina a través de su belleza sin edulcorarlo”. Yo con ese tipo de teatro me identifico mucho. Yo creo que todas esas influencias vienen de mi madre. En el documental que hice con Marcela, con mi mamá al lado, lo pude corroborar. Mi mamá tiene un complejo sobre el hecho de que ella no nos pudo educar mucho porque ella estuvo luchando durante ese tiempo, pero yo le digo que ella a mí me ha influenciado mucho para que yo crea que estas cosas que ahora hago son importantes, aunque luego no pase nada.
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