Hay promesas que suenan a amenaza o, al menos, a advertencia. Demetrios Papademetriou, estadounidense nacido en Grecia, migrante desde 1965 -¿Cuándo se deja de ser migrante? ¿Cuando dejas de sentirte extranjero? ¿Cuando tu prestigio hace que seas aceptado? ¿Nunca?- es una de las voces académicas más prestigiosas del mundo en el campo de las migraciones. Y hablar con él sobre Centromérica es hacerlo del cinismo con el que las fronteras discriminan, del sufrimiento de quienes mueren cruzando esas líneas políticas, y de la esperanza en que una calculada reforma migratoria —la promesa— humanice las condiciones legales y laborales de los 11 millones de indocumentados que, se estima, viven en Estados Unidos. Y hablar con él también es hacerlo del estancamiento económico de los países centroamericanos, de sus miopías.
El Migration Policy Institute (MPI), un tanque de pensamiento con sede en Washington, D.C. e influencia en la administración estadounidense, ha impulsado durante los últimos tres años, junto al Wilson Center, un “Grupo de Estudio de Migracion Regional” copresidido por el expresidente mexicano Ernesto Zedillo, el exvicepresidente de Guatemala Eduardo Stein y el exsecretario de Comercio de Estados Unidos Carlos Gutiérrez, para analizar la migracion entre México, Centroamérica y Estados Unidos. Papademetriou es presidente y cofundador del MPI y visitó El Salvador hace dos semanas junto a Doris Meissner, que fue comisionada del Servicio de Inmigración y Naturalización (INS) de Estados Unidos durante todo el gobierno de Clinton, para presentar la investigación y conclusiones de ese grupo. Su estudio denuncia mitos, afirma que las políticas migratorias estadounidenses han de adecuarse a la realidad del mercado laboral -“Si no acomodas la ley a la demanda del mercado y a la necesidad de la gente de reunirse con su familia, creas las condiciones perfectas para la migración ilegal”- y se lanza a anunciar lo que puede ocurrir -la advertencia- si los países centroamericanos no invierten más en educación de calidad y, de paso, entrenan a sus futuros migrantes para satisfacer las futuras necesidades de mano de obra en Norteamérica.
Bromista y directo, Papademetriou habla como un académico y a veces como un humanista, pero por momentos asoma entre sus palabras un político que anuncia y reivindica con pragmatismo contable las nuevas reglas del juego en proceso de aprobación en el Congreso estadounidense. Sin embargo, más relevante que la proporción en que se mezclan en él conclusiones, pasiones o intereses es el hecho de que lo que dice tiene sentido. Y debería servir para reimpulsar un debate pendiente desde hace décadas en El Salvador: el de las políticas de desarrollo y estrategias migratorias de un país que -cruelmente, con un silencio vergonzoso- expulsa a su gente.
¿Considera que la migración es un problema? ¿Perciben en general las sociedades que la migración es un problema?
Depende. En los países receptores la opinión pública tiende a ver con excepticismo una inmigración que crece muy rápido, y de gente que es muy diferente a la población de la sociedad a la que llegan... Y ese excepticismo oscila entre la sospecha y la preocupación sobre la forma en que los migrantes serán capaces de incorporarse; en otras palabras, convertirse en miembros de la comunidad, aprender el idioma, o adaptarse a los elementos clave del ethos de la sociedad receptora y hacer contribuciones visibles a la economía. Esas variables determinan la forma en que la gente percibe la migración.
Habla de contribuciones “visibles”. Cualquiera diría que es un problema de comunicación.
Hay muchas variables que pueden hacer que la actitud hacia la migración sea neutral tendiendo a positiva, como en Canadá, neutral tendiendo a negativa, como en los Estados Unidos, o confusa, como en la mayoría de países de Europa. El estatus legal, por ejemplo, es una variable crítica en Estados Unidos. Otra variable es la capacidad del Estado para comunicar al público quién está a cargo de la situación. Canadá no tiene una reacción negativa hacia la migración -50 % la acepta, 30 % la apoya y solo el 10 % se opone profundamente a la llegada de migrantes- porque el Estado constantemente persuade y habla a su gente sobre la migración, asentando la idea de que la necesita para el desarrollo del país y de que los migrantes son seleccionados para que hagan la mayor contribución a largo plazo al país. La habilidad para persuadir a tu población lo que estás haciendo y de hablarles en términos positivos sobre migración hace la diferencia.
De hecho suele haber muchos prejuicios sobre la migración. Ustedes acaban de hacer un extenso estudio sobre los procesos migratorios entre Estados Unidos, México y Centroamérica; ¿qué no sabemos sobre nuestra migración y deberíamos saber?
Desafortunadamente muchas cosas. Lo que no sabemos -y a menudo no queremos saber- es que la gente migra hoy por las mismas razones por las que lo hacía hace 50 años, hace 100 años o hace 5,000 años: sobrevivencia. Y eso incluye a gente que teme por su vida, a gente que no puede comer o que es objetivo de persecución y discriminación sistemática por su apariencia, por su orientación sexual, su religión, su etnia, etcétera. Eso ha impulsado la migración a través de la historia. Aunque hay otro fenómeno relativamente reciente: en los últimos 20 o 25 años ha aumentado la cantidad de gente que se desplaza para tomar ventaja de las diferencias entre países. Mucha de la migración de México a Estados Unidos en los últimos 30 años, y los estadounidenses no lo saben, y probablemente tampoco los mexicanos, fue de gente que ya tenía un trabajo en México -a veces un trabajo de clase media- pero que pensó que era mejor para ella, y particularmente para su familia, probar suerte en otro país. Y eso apunta a otra constante en la migración: la gente no migra solo por sus intereses, sino por los de su familia.
El migrante se suele separar de su familia para sacar adelante a su familia.
La migración es siempre un sacrificio. En todo sistema en el que nos fijemos. En los últimos 30 años hemos hecho 350 estudios sobre políticas migratorias, y en toda mi carrera he participado en, quizá, 500 o 700 investigaciones. Cuando edité la mayor publicación internacional en el campo de la migración, tenía que leer 152 artículos cada tres meses para decidir qué publicar... y hay cientos de libros que se publican cada uno o dos años sobre migraciones. Ya sabes, ¡como si fuera un fenómeno nuevo! Saqué un doctorado especializado en migraciones en los años 70. Solo cuatro personas sacamos un doctorado en migraciones en toda aquella década. Y conozco a los otros tres, ja, ja, ja. Ahora es diferente: si pones la palabra migración en un buscador probablemente encuentres miles de libros escritos sobre el tema. Pero hay algo que no ha cambiado: el sacrificio que la migración implica. La gente, bajo cualquier sistema migratorio, sufre un significativo -y medible- descenso tanto en estatus como en ingreso relativo respecto al resto de la sociedad. Por supuesto, hay excepciones, hay superestrellas, como los profesores universitarios, pero en términos de porcentaje esos casos son muy pocos. La mayoría de los migrantes primero caen para después comenzar a remontar su situación. Y lo hacen por sus hijos. Eso no ha cambiado. Aunque se incrementa -es aún pequeña en porcentaje- una nueva clase de migrantes: los que son móviles. No son propiamente emigrantes o inmigrantes, sino personas que pueden viajar a Estados Unidos, o a Canadá, o a El Salvador, por dos o tres años, en algunos casos dentro de su misma empresa, en otros para poner en marcha un nuevo negocio, y que después de algunos años, cuando aparezca una oportunidad mejor, se moverán al siguiente lugar. Y tengo la sensación de que en los próximos 20 años esta movilidad, que no necesariamente es de ida y regreso, va a hacerse notar. Los números se han incrementado dramáticamente. Ese sector seguirá siendo una minoría, quizá un 10 % del fenómeno migratorio global, pero probablemente hablemos de millones de personas, o de decenas de millones de personas.
Por la forma en la que se refiere a ese tipo de traslados, parece que los considera un modelo aspiracional.
Acaba de usar una palabra maravillosa: aspiracional. En ella se resumen nuestros sueños, nuestras esperanzas, nuestras experiencias... cómo nos vemos a nosotros mismos, y se aplica no solo a los migrantes sino a los gobiernos que aspiran a un sistema migratorio que funcione bien y que los servidores públicos puedan aplicar de forma consistente para que, como resultado, haya un buen cumplimiento de la ley y oportunidades para que la gente se desplace legalmente. Una de las lecciones que hemos aprendido en Estados Unidos es que si no acomodas la ley a la demanda del mercado y a la necesidad de la gente de reunirse con su familia inmediata, creas las condiciones perfectas para la migración ilegal. La legislación que se está impulsando en el Senado y que ojalá se apruebe el año que viene, toma en cuenta esto. ¡Por primera vez! Durante 50 años he defendido que una ecuación que tenga a un lado a los burócratas gubernamentales tomando decisiones en lo abstracto y al otro lado a la naturaleza humana unida a las necesidades del mercado laboral, condena a cualquier gobierno a fallar. Universalmente. En esta nueva legislación vamos a tratar de hacer encajar los elementos naturales, humanos, al permitir que los migrantes se reúnan con su familia inmediata, no después de convertirse en ciudadanos sino desde que son residentes permanentes. Y vamos a permitir a nuevos trabajadores temporales llegar a Estados Unidos con su familia inmediata, si lo desean. Y todavía estamos luchando por conseguir una fórmula que asegure que la demanda laboral, los negocios que puedan demostrar que necesitan trabajadores y no logran encontrarlos, puedan solucionarlo de forma inmediata con gente que llegue del exterior para trabajar. Esas son las lecciones que creemos haber aprendido en los últimos 15 o 20 años en Estados Unidos.
Usted habla de conectar la legislación con el mercado laboral. En su informe destacan que para encarar el fenómeno migratorio no basta con pensar en el mercado laboral de Estados Unidos: hay que incorporar a la ecuación el mercado regional, los mercados de los países de origen.
Así es. La migración es un asunto regional. Europa recibe la mayoría de sus migrantes del otro lado del Mediterráneo y del Este. Estados Unidos recibe una gran parte de sus migrantes del Sur y de Canadá. Como Estados Unidos en un poder global, con tentáculos globales, y tiene relaciones coloniales extremadamente importantes, y como también se proyecta en Asia, en Europa, etcétera, atrae migrantes de todo el planeta...
Las películas que todos vemos se producen en Hollywood.
Ja, ja. Así es. Somos un referente cultural, sí. Pero aun así, las relaciones migratorias más cercanas son con la región. Y cuando miro a la región -he de ser cuidadoso con cómo digo esto- yo tengo afecto por su gente, porque independientemente de que hayan entrado a Estados Unidos legal o ilegalmente los migrantes han contribuido a la economía estadounidense, a la sociedad, a la cultura estadounidense... Ellos, los migrantes, son nosotros, se han convertido en nosotros. Lo digo con afecto. Pero cuando miro al futuro no lo hago con lágrimas en los ojos. Lo hago de una forma muy pragmática.
¿A qué se refiere?
A que, para bien o para mal, Estados Unidos no va a invertir tan sistemática o profundamente como debería en preparar a los millones de potenciales trabajadores que pueden llegar a contribuir a su economía. No invertimos en la educación de sectores marginales. Hablamos de los niños que se quedan atrás, que son marginados... pero en realidad no hacemos mucho al respecto. Y todavía creemos que la forma de hacer crecer la economía es incrementando la fuerza laboral. Ese es nuestro motor. Otra gente incrementa su PIB, y mucho, invirtiendo en su gente, construyendo el capital humano de su país, especialmente incorporando a las capas marginales, y entrenando y reentrenando a gente constantemente, y abriéndose cuidadosamente a la migración, etcétera. Estados Unidos no hace eso. Hay un ethos en los Estados Unidos que equipara el crecimiento de la fuerza laboral con el crecimiento de la economía.
Entendido.
Pero desafortunadamente, la demografía no está de nuestro lado. Como en muchos otros lugares, los migrantes tienen más hijos que los nativos y en este momento casi todo el crecimiento vegetativo de la población en los Estados Unidos se debe a la migración. Así que miras a tu alrededor y dices: si vamos a seguir con este modelo, tenemos que ver el perfil demográfico de la región. Porque podemos recibir a todos los ciudadanos de Bangladesh que queramos -de hecho lo hacemos- y podemos mirar a África, pero la mayor migración ha sido hasta hoy desde la región. Y si miras a tu alrededor, Canadá no va a darte la población que necesitas, porque tiene una tasa de natalidad que está por debajo de 1.3 o 1.4. Y México no va a seguir haciéndolo por muchos años más, porque está en plena transición demográfica. La comenzó a finales de los años 60 y las proyecciones indican que a partir de 2013 la incorporación de mexicanos jóvenes a la fuerza laboral de su país se va a reducir cada año. Y si México sigue creciendo al ritmo que lo ha hecho los últimos seis o siete años, cerca del 3 % anual, la mayoría de esa gente se quedará en México. Esa es en parte la explicación de por qué la tasa de migración entre Estados Unidos y México se ha reducido casi a cero.
Quedan El Salvador, Guatemala...
El Salvador está donde México estaba hace 10 años, no solo en términos de fertilidad y demografía sino también en su esfuerzo por invertir en educación, etcétera. Es cierto que una parte de la población rural no tiene acceso a educación, pero este es un país pequeño, y aunque siga contribuyendo con algunos cientos de miles de personas, no va a impactar profundamente en la necesidad de población de Estados Unidos. Y Guatemala, que tiene una población más joven y está todavía en el comienzo de su transición...
Por no mencionar que para hablar de demografía en Guatemala hay que incorporar la cuestión indígena, que el país se niega aún a encarar.
Estoy de acuerdo. Y además Guatemala tiene que extender su gobierno a vastas áreas donde no está presente... En todo caso, la cuestión es que la región no va a poder resolver las necesidades de Estados Unidos en términos de demanda laboral. Pero lo interesante es que si la región toma ciertas medidas, puede participar en un sistema migratorio totalmente diferente, en el cual se fomenta la movilidad, en el cual industrias y sectores económicos deciden trabajar juntos a lo largo y ancho de la región, y en el cual la gente puede decidir trabajar por unos años en otro país -quizá opten por hacerlo en México y no en Estados Unidos- con el respaldo de una experiencia y capacidades certificadas: trabajé para esta empresa construyendo casas, o trabajé en este hospital y aquí están mis credenciales, o soy ingeniero, o hablo inglés, o participé en estos equipos internacionales trabajando para empresas estadounidenses o europeas, o voy a ser transferido por una de estas compañías a Estados Unidos, o quiero trabajar tres o cuatro años aquí porque alguien me hizo una oferta laboral...
Es obvio que alguien cualificado podrá sacar provecho del nuevo modelo, pero, ¿hasta qué punto es eso representativo? La mayoría de nuestros migrantes en Estados Unidos trabajan como jornaleros, en agricultura. ¿O es eso un mito?
No lo es. Esa es la realidad hoy en Estados Unidos. Y la nueva legislación debe, como mínimo, hacer legal y segura la migración menos cualificada, y tomar menos ventaja de la situación de esas personas, que a menudo sufre abusos. Pero lo que también hará esa ley es, por primera vez, regular a los reclutadores, y por primera vez perseguir a quienes hacen falsas promesas. Sí, por un tiempo la figura del jornalero va a representar la realidad migratoria de la región. Pero creemos que se puede crear una realidad diferente dentro de seis o siete años. O quizá en 10 o 15, dependiendo de cuándo salga la economía de Estados Unidos del agujero en el que se metió. No estamos creciendo con la continuidad y solidez con que lo hacíamos hasta 2007 y eso me impide decir cuándo va a comenzar a cambiar el escenario migratorio, y frena a los autores de la nueva legislación a la hora de tomar ciertas decisiones importantes. Porque el nuevo sistema debe desarrollarse subido en una ola de demanda demostrada que permita a los empleadores conectarse rápidamente con la oferta de trabajadores. Y esa conexión se basará en el clásico estándar de la migración: redes.
¿Redes?
“Oye, Dimitri, el negocio va bien y queremos expandirnos. ¿Conoces a alguien como tú que trabaje duro, tenga tus habilidades, pueda hablar algo de inglés...?” Hablar inglés se va a volver muy importante, a pesar de que en Estados Unidos se hable cada vez más español.
Es una paradoja.
Sí, pero es parte de la nueva realidad. Porque todavía no hemos incorporado ese elemento -el impulso del español- a nuestro modo de pensar como país.
Ya.
El asunto es que hemos de prepararnos para cuando se abran las puertas de ese nuevo escenario.
Un escenario que, según usted, favorecerá la movilidad y cada vez más a los trabajadores calificados.
Así es. Sé que hay quien pensará: “Nosotros los formamos y ustedes se los llevan”. Y es un pensamiento legítimo. Pero hay muchos antídotos para que eso no ocurra.
¿Como cuáles?
El mejor es aumentar el suministro, la oferta de gente educada. Mire el modelo indio: se enfocaron en la construcción de capital humano. Parte de ese capital humano se irá del país, pero muchos volverán tras haber tenido éxito en otros países. Y en el caso de la India vuelven para montar empresas. Todos sabemos que la India es un país muy desigual, tanto o más que El Salvador, y en proporción tiene probablemente la misma población formada, educada, que El Salvador. Pero como país tomó la decisión consciente de encarar la realidad de que mucha de su mejor gente se iría, y siguió cultivando su diáspora al mismo tiempo que cambiaba su legislación para facilitar la inversión, e invitó a invertir no solo a los migrantes que se fueron, sino a la segunda generación de quienes se fueron. Uno de los motores más importantes de desarrollo en la India no es la gente que se fue, sino sus hijos. Y no es que regresen para quedarse y morir en el país, sino para abrir un negocio allí y otro en Estados Unidos.
Interesante.
¿Quiere un futuro admirable para El Salvador? Dentro de 25 años los salvadoreños que vayan a los Estados Unidos serán, o al menos la parte más visible de ellos, hombres de negocios, investigadores, científicos, personas con habilidades, que entrarán y saldrán y que crearán negocios allí y aquí. Sé que hay muchas emociones involucradas en este asunto, pero no se me ocurre otra manera de que El Salvador crezca si no es invirtiendo en su gente. Y El Salvador puede optar por no jugar en esta cancha, claro, puede decidir no participar del modelo migratorio de Estados Unidos, por supuesto. Pero mire, tenemos un sistema de lotería de visas que beneficia a 50 mil personas al año... y recibimos 10 millones de solicitudes para participar. Estados Unidos no va a sufrir si El Salvador decide seguir como hasta ahora. Incluso asumiendo que el gobierno pudiera impedir que su gente aproveche las ventajas del nuevo sistema.
Mensaje recibido.
Estoy convencido de que El Salvador, o Guatemala, o cualquier otro país, no va a moverse hacia adelante sin invertir en su gente.
Otro posible escenario es que, si Estados Unidos abre las puertas a profesionales calificados y El Salvador no ha formado a suficiente gente de ese perfil, pierda a los pocos que tenga.
Sin duda.
Porque estamos en un país con altos niveles de violencia y un profesional puede preferir criar a sus hijos en otro lugar, si se le ofrece la oportunidad.
Esa debería ser otra de las prioridades del gobierno y la sociedad, porque te puedo garantizar que Estados Unidos va a seguir deportando a gente relacionada con pandillas o que haya cometido crímenes allí. Lo que se va a frenar es la deportación de personas solo por el hecho de estar ilegalmente en Estados Unidos.
En cierto modo usted está diciendo que va a haber un cambio en la forma en que se produce la migración regional y que podemos adaptarnos a ello o empeñarnos en luchar contra la realidad.
O tratar de cambiarla. Efectivamente. Pongámoslo así: dentro de cinco años, ¿prefieres que los salvadoreños que migren terminen trabajando en Chiapas por un dólar al día o sean detenidos en el tránsito -porque Estados Unidos va a seguir reforzando sus fronteras- o vas a desarrollar tu sistema educativo para que tu población sea más atractiva para quienes crean oportunidades de empleo? Cada vez que hablo con hombres de negocios, en cualquier país, piden dos cosas: un entorno seguro para sus inversiones y una fuerza laboral que haga su trabajo. ¿Por qué Volkswagen solo produce vehículos para la región en una fábrica en México? Porque creen que tienen resueltos los asuntos de seguridad y tienen trabajadores capaces. Lo que voy a decir suena grosero, pero el futuro de El Salvador no puede descansar en contratos con hoteles, maquilas y call centers. El futuro del país está en su capacidad para tener trabajadores y ciudadanos educados.
No creo que ningún gobierno vaya a decir que está en desacuerdo. Pero la práctica es otra cosa.
Mire, estuve en China el mes pasado. China tiene 15 millones de titulados universitarios por año. Piense en ello. 15 millones. ¡Dos veces, más un millón, la población de El Salvador! Pero están preocupados porque solo 300,000 de esos 15 millones tienen lo que ellos llaman “talento de nivel internacional”. China produce a un montón de ingenieros, pero la mayoría están desempleados porque su producción en masa va en contra de la calidad. Ustedes, aquí en El Salvador, tienen todos estos técnicos, personas que en teoría deberían conseguir un trabajo aquí y en el resto de la región más fácilmente que un titulado universitario. Porque le puedo asegurar que un sociólogo o un titulado en ciencias políticas no es lo que anda buscando el sector empresarial regional, ja ja. Ahí lo tiene: además de formar a gente para el desarrollo de El Salvador puede pensar en que estén preparados para competir a nivel internacional. Y si El Salvador mantiene sus asuntos domésticos en orden, y mantiene contacto con su gente, y hay miembros de las familias que pueden ir, verse, volver, etcétera, básicamente estarán creando una realidad salvadoreña internacional que traerá beneficios al país. A no ser que el gobierno diga “No voy a invertir en la gente. Cuesta demasiado dinero”. O diga “No quiero educar a mi gente porque si están más educados se politizarán más”. Porque eso es en realidad lo que sucede siempre. Hace 20 o 30 años, en México, pensaban así: “Bien, los que causan problemas se están yendo”.
En El Salvador se suele hablar de migración desde la superioridad moral que da el representar a las víctimas. Tu gente es la que está haciendo el sacrificio, la que pierde la vida en el camino, la que sufre dificultades y es incomprendida en Estados Unidos... se asienta la idea de que Estados Unidos ha de aceptar que la migración es un proceso natural y ha de recibirnos, adaptarse...
Lo entiendo.
¿Lo que usted dice es que Estados Unidos va a ponerse al día con la realidad y hacer su tarea pendiente con esta reforma migratoria, y que ahora les toca a los países de origen revisar sus asuntos pendientes?
Es una buena manera de plantearlo. En parte, los países de la región han estado parados en este asunto. Aunque cuando hablas con la gente, entienden que el planteamiento de los derechos humanos no es relevante en Estados Unidos.
Eso es fuerte.
Lo que quiero decir es que Estados Unidos no reconoce ni reconocerá la migración como un derecho humano. Ninguna sociedad avanzada va a hacerlo. Por supuesto, quiere minimizar las muertes y otro tipo de situaciones en la frontera, trabaja duro en eso, pero al mismo tiempo sospecho que la gente que trabaja en ese campo -no importa lo que los políticos digan- asume de forma natural que cuando más cerrada esté la frontera más personas morirán tratando de cruzarla.
Por curiosidad: ¿piensa usted que la migración debería ser un derecho?
No. Pienso que proteger los derechos de las personas -no explotarlos, no dejarlos morir- es una responsabilidad de todos, y que los países grandes tienen más responsabilidad que el resto. Pero no lo entiendo como un derecho como los que están recogidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y volviendo al punto: creo que en la región hay cada vez mejor conciencia de que el reclamo de los derechos de los migrantes empieza a quedarse corto, porque Estados Unidos no va a entrar en ese campo. Estados Unidos se está abriendo al diálogo internacional sobre el asunto migratorio, en Naciones Unidas, por ejemplo, pero la líneas rojas que defendía tres o cinco años atrás siguen vigentes.
¿Cree entonces que su estudio, que defiende a medio plazo ese nuevo modelo de movilidad, está en sintonía con el espíritu de la reforma en Estados Unidos?
Es consistente. No solo en su espíritu sino en sus recomendaciones. Lo que no puedo asegurar es que todos los actores decisivos para esa reforma, empresarios, políticos, sociedad civil... lo vean de la misma manera. Muchos de los actores políticos están en este momento decidiendo si tiene o no sentido para ellos todo esto, y nuestro objetivo principal es el sector privado.
¿En Estados Unidos?
En todos los países de la región. Porque es el sector que puede hacer que todo lo que he dicho suceda y tome un rumbo. Un sector privado que trabaje con el gobierno y que entienda que esto no tiene que ver con fines nobles ni con responsabilidad social, sino con sus propios intereses. Movida por sus intereses, una fuerza productiva mejor formada, mejor entrenada, será más competitiva, aumentará su productividad, elaborará mejores productos y los venderá en el mercado internacional.
En su informe hablan de superar el concepto de “el Norte” como rito de paso en los países de la región. ¿A qué se refieren?
En México, y creo que también sucede en El Salvador, los adolescentes, con 12 o 13 años, piensan a menudo que la oportunidad para ellos es irse al Norte. Y eso tiene un lado perverso, porque hemos comprobado que los jóvenes que tienen en Estados Unidos a familiares que se fueron con 16 años para trabajar, abandonan la escuela en un porcentaje significativamente mayor que los que no los tienen. Quien no hereda esa realidad y esa filosofía, asume que sus oportunidades están atadas a conseguir al menos un diploma de bachillerato. Muchos niños cuyos padres y hermanos se fueron de México piensan “¿Para qué estudiar? Mejor me voy al Norte y gano allí dinero”.
Lo que está proponiendo es no solo cambiar la narrativa sobre la migración en los países desarrollados, sino también en los países de origen.
Efectivamente. Eso mismo.