Hemos presenciado una clara evidencia del nivel de nuestra democracia. El debate presidencial organizado por ASDER confirmó que debemos elegir a un gobernante entre cinco políticos que no creen siquiera necesario decirnos hacia dónde pretenden llevar el país si los elegimos.
A dos semanas de la primera vuelta, ninguno de ellos nos ha dicho cuál es su visión de país, cuál es su propuesta estratégica para encabezar una apuesta integral, cómo hará frente a la situación económica y cuál es su plan de seguridad nacional. Ninguno. El debate fue una acumulación de promesas sin sentido y sin vinculación a un proyecto central que las vuelva coherentes. Un debate en el que todos los candidatos omitieron información, mintieron o se negaron a abordar los principales problemas del país.
Ninguno habló siquiera de narcotráfico; ninguno de dio cifras elementales para una propuesta económica; Ni Saca, ni Quijano, ni Sánchez Cerén hablaron de corrupción.
La democracia no es una cuestión de votos sino de argumentos, de debate político y de participación ciudadana en las cuestiones del Estado. Por eso es tan lamentable que la urgencia de los candidatos por conseguir votos les lleve a ocultar propuestas, lanzar descabellados ofrecimientos o tergiversar la realidad.
Acaso lo más grave sea la actitud ante la seguridad pública adoptada en las últimas semanas por el candidato de Arena, Norman Quijano, que coronó en el debate prometiendo militarizar la seguridad pública y dar de alta a pandilleros para someterlos a la ley militar y no a la ley civil. Es una burda manipulación de la desesperación ciudadana ante la delincuencia, y no una solución. No solo no es posible legalmente porque es inconstitucional; es contraria a los acuerdos de paz, uno de cuyos principales logros fue la separación del ejército de la vida política y de la seguridad pública; y es sobre todo un engaño, una propuesta facilista que lejos de aspirar a solucionar los problemas estructurales que han dado origen a la violencia y a las pandillas, retrocederá los logros de la democracia nacional medio siglo y desencadenará nuevas dinámicas políticas y sociales cuyas consecuencias evidentemente no han sido medidas por los asesores de campaña del candidato, que proponen más gasolina para apagar el fuego.
El ex presidente Saca, que sigue confiando en su carisma y su manejo de los medios de comunicación para abanderar su propio proyecto, es sin duda el político mejor preparado para esta clase de intercambios. Hace parecer sus promesas como verdaderos puntos de partida para la construcción de un mejor país. Pero carece de explicaciones sobre cómo llegar a esos estadios. Por ejemplo, pretende aumentar el crecimiento económico mediante la creación de empleos pero sin explicar cómo generará esos empleos. Y miente en las valoraciones sobre su propio gobierno, diciendo, por ejemplo, que durante su gestión hubo un efectivo combate al crimen mdiante la captura de 5 mil pandilleros.
Saca olvida que durante su gestión la tasa de homicidios creció 20 por ciento, y que su Plan Super Mano Dura lejos de doblegar a las pandillas las sofisticó; que la mayor parte de esos 5 mil pandilleros capturados pasaron apenas unos días detenidos porque los jueces no encontraron causa que perseguir.
Desde la aplicación del Plan Mano Dura de la administración Flores, hasta el final de la aplicación de la Super Mano Dura de Saca, se capturaron 19 mil personas, de las cuales apenas 5 por ciento llegó a juicio. Es decir, 950 entre las dos administraciones. Y solo un pequeño porcentaje recibió condenas.
Su intervención en el área de Salud es aún más grave, porque apeló a la construcción de hspitales bajo su gestión, cuando es uno de los puntos más controversiales debido a la corrupción en el manejo de los fondos que llevó incluso a una investigación judicial y varias capturas.
Y Sánchez Cerén, el candidato del partido de gobierno, habló de continuidad en materia de salud, educación y seguridad. Es un discurso totalmente vacío de contenido porque no explica a qué se refiere. El mejor ejemplo es su planteamiento en el área de seguridad.
Esta administración pasó de la apuesta por la prevención y atención a las poblaciones en riesgo, bajo el ministro Melgar, a la eliminación de los planes preventivos, la apuesta en la tregua con las pandillas y la negación del narcotráfico del ministro Munguía Payés; y por último, con el actual ministro Perdomo, al rechazo de la tregua, el combate a las pandillas y al narcotráfico. Es decir, un gobierno que no ha tenido una estrategia para combatir la seguridad, en la cual el presidente ha dado un bandazo tras otro a merced de las decisiones de su funcionario de turno. ¿Es esa la continuidad que promete Sánchez Cerén?
Acaso su mensaje más importante no fue para los electores, sino para los empresarios: les garantizó estabilidad jurídica y mantener las reglas del juego. Les ofreció crear climas propicios para sus inversiones.
Pero si a algo ha aportado ese debate es a la desilusión de muchos votantes que no encuentran entre los cinco a ninguno capaz de generarles esperanzas en que este país tendrá un mejor rumbo bajo su liderazgo. Acaso la razón sea que los partidos políticos se han pasado más tiempo calculando cómo dañar a su enemigo que cómo solucionar los problemas del país. El Estado es su campo de batalla.
Es lamentable que los que aspiran a presidir el Estado salvadoreño hayan desperdiciado una oportunidad extraordinaria para darnos a conocer sus proyectos. Que no hayan sido capaces de articulr una propuesta de Estado. Pero uno de ellos será nuestro próximo presidente.