Opinión /

El voto 'in' de la izquierda exquisita


Lunes, 17 de febrero de 2014
Ricardo Ribera

Maldigo la poesía
concebida como un lujo
cultural por los neutrales,
que lavándose las manos
se desentienden y evaden;
maldigo la poesía
de quien no toma partido,
partido hasta mancharse.
(Gabriel Celaya)

Repentinamente, han aparecido los que propagandizan la idea de anular el voto, adjudicándole al voto nulo toda clase de atributos. Es la nueva moda. En ciertos medios y determinados círculos (que se suponen “progresistas” o “izquierdistas”) lo que está “in” es ir a las urnas para manchar la papeleta o, mejor aún, escribir en ella alguna leyenda, dibujo o frase de protesta, si es ingeniosa, mejor. Después, se le saca una foto con el celular para subirla al facebook y presumir de original y rebelde. Incluso hay quien ha llegado a defender el voto nulo para así “mantener la dignidad y la coherencia entre lo que se piensa y lo que se hace”. El asunto amerita un análisis.

Un primer problema práctico a señalar es que esos votos que se pretenden in-satisfechos, in-sumisos o in-surrectos, en el cómputo electoral resultarán fatalmente mezclados con los votos in-válidos de gente que por torpeza o estulticia manchó o marcó de modo equivocado la papeleta. Están también los in-decisos, gente tan alejada de la política o tan ignorante que llegando a la urna aún no sabe por quién va a votar y “se inspira” a última hora. Por último están los in-diferentes, quienes sencillamente se quedan en sus casas o se van al mar porque a ellos “la política no les interesa”.

Esta variedad de voto in-válido que pretende ser in-teligente en realidad es un voto in-útil. De hecho, termina en el mismo saco donde se amontonan los de in-conscientes e “idiotas” (en el sentido griego del término, sin afán de insultar: aquellos que no se interesan por la polis ni por la política).

Pero aparece nuestro izquierdista de salón (de salón de clases, más bien) que cita a José Saramago y nos invita a leer “Ensayo sobre la lucidez”. Ni falta que hace en un país donde eso lo vivimos: durante la dictadura y en los ochenta, en plena guerra civil, había elecciones y el gesto de anular el voto tenía sentido político, hasta revolucionario. Tras cincuenta años de dictadura, doce de conflicto armado y veinte de elecciones en democracia el país ha cambiado y el escenario es otro.

¿Es tan difícil de comprender? ¿Acaso no se entiende que la trama que construye Saramago se refiere a una situación de dictadura? La obra que habría que citar es “Ensayo sobre la idiotez”. Pero ésa no es de Saramago. Ésa está pendiente todavía de ser escrita. Tal vez alguno de los que “eligen no elegir” se anime a hacerlo.

El libro a recomendar que lean es “El izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo”, de Vladimir Illich Ulianov (Lenin). Tal vez les atempera la cabeza caliente a esos de “extrema izquierda”. Pero, ¿existe de veras una extrema izquierda en este país? En todo caso resultan ser más de extrema, que de izquierda. Y la coyuntura los ha dividido.

Dago se pronunció por apoyar a Tony Saca, para “despolarizar el país” y oponerse a “las dos oligarquías”. Salió después afirmando que un gane en primera vuelta suponía un “cheque en blanco” mientras el voto en segunda podría imponer compromisos con los sectores populares. Sin embargo con quienes después se le ha visto es con terratenientes cafetaleros en la firma del Pacto Nacional por el Café.

Algunos izquierdistas se plegaron a apoyar al FMLN, única opción real de izquierda que hoy por hoy existe en el país, mientras otros mantienen un vergonzoso silencio. Además han surgido los de izquierda exquisita, los desencantados, que afirman que “todas las opciones son igual de malas”, que se niegan a “votar por el menos peor”.

Gente que publica en espacios de opinión, que asume la responsabilidad de orientar a un público, debería meditar un poco más las cosas que escribe. En la campaña vemos políticos cuyo cerebro pareciera quedarles más lejos de la boca de lo que les queda el hígado; lamentable que columnistas adolezcan de lo mismo. Columnistas que parecen escribir por desahogo, para verter en el papel pasiones y fobias, agravios y frustraciones. No se esperan a digerir los acontecimientos y su posible interpretación, que ya se lanzan a vomitar lo que les revuelve las entrañas. Podrían aportar, puesto que inteligencia para ello tienen, pero les falta inteligencia emocional para decidir qué conviene decir y cómo conviene decirlo. El que aplican no es materialismo histórico sino “materialismo histérico”.

Flaco favor le hacen al país. Los 34 mil 310 votos inválidos que hubo (que no alcanzarían para legalizar un partido) le faltaron al Frente para ganar en primera vuelta. Al país la broma le costará más de 25 millones de dólares y cinco semanas más de inaguantable campaña. Lo positivo: la victoria puede que sea más abultada y la derrota más devastadora.

En un editorial de Contrapunto leo razonamientos del siguiente tenor: “la situación dejó a FMLN y Arena en la necesidad de hacer alianzas”. Parece correcto, una afirmación de realismo político: ese es el escenario. Mas a continuación se afirma que esto refleja el “pragmatismo poco ético y moral al que estamos acostumbrados en El Salvador” y se enlaza argumentando que el pragmatismo implica “la degeneración de la política”. En un solo párrafo se ha recorrido la distancia del realismo al purismo más extremo. Quizás una personalidad bipolar podría seguirle la lógica; difícilmente lo conseguirá una mente normal.

Contrapunto culmina su razonamiento con la pregunta ¿qué necesidad tendría una fuerza de izquierda de aliarse con fuerzas de derecha? Es un buen interrogante como para esclarecerlo para las masas, si es que hubiera alguna intención pedagógica u orientadora. Pero no es así. Lo que hace es pura argumentación falaz, manipulación burda. A la palabra izquierda añade los adjetivos “revolucionaria y ética” y a la expresión “fuerzas de derecha” le ha agregado el calificativo “oscuras”. Completa la pregunta retórica con el añadido: “cuando tiene sectores populares con los que hacer compromisos para sacarlos de la exclusión”.

De manera que ha dejado así la pregunta: “¿qué necesidad tendría una fuerza de izquierda, revolucionaria y ética, de aliarse con fuerzas oscuras de derecha, cuando tiene sectores populares con los que hacer compromisos para sacarlos de la exclusión?”

Además de manipulador, el autor demuestra ser alguien que no entiende de política. Parece no comprender que a veces los compromisos son necesarios, que si se quiere “hacer política” de izquierda y no sólo hablar sobre ella, habrá que ver cómo mantener dividida a la derecha, cómo atraer a una fracción y cómo dificultar la posibilidad de que concilien entre ellas. Obviamente, todo esto no haría falta si los “sectores populares” fueran tan fuertes y conscientes, y la correlación tan favorable, que se les pudiera “sacar de la exclusión” sin necesidad de “ensuciarse”.

El problema es que el mundo de la realidad está a tal distancia del mundo de fantasías, ético e inmaculado, que hay en las cabecitas de la izquierda exquisita, que razonar así con ellos probablemente resultará tan inútil como lo es el voto nulo por el que ahora ellos claman.

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