Agradezco la excelente entrevista que hace algunos días me hicieron en El Faro los periodistas Malu Nóchez y Tomás Andréu; terminó siendo una columna en la que dejo ver mis percepciones y valoraciones sobre el quehacer teatral en El Salvador. Pero me extiendo aquí sobre puntos que, a mi juicio, tal vez no quedaron suficientemente bien reflejados en una conversación franca -de cerca de tres horas- que, al fin y al cabo, transcurrió sin control de mi parte pues se trató de eso, de un intercambio fluido de ideas.
Siento que la frase '¡Todos me han decepcionado!', citada dos veces, no refleja mi verdadero pensar. En relación a nuestro país, soy un eterno optimista, creo mucho en el trabajo que muchos jóvenes, a pesar del marasmo del ambiente, están realizando por su cuenta en muchísimas áreas. Esa frase, fuera del contexto en que la dije, es algo que definitivamente no se puede aplicar ni a mí ni a mi trabajo ni a mis actitudes, ni a mi política.
Con relación al Premio Ovación, otorgado cada año por Fundación Poma a un proyecto por desarrollarse, mantengo que su importancia radica en el formidable desarrollo posterior de los ganadores y no solamente en el resultado del proyecto ganador. La manera como aparece formulada la pregunta en la entrevista puede dar a suponer que es el premio lo que me decepciona, y no es así. No me decepcionan ni el premio, ni los ganadores. Jorge Avalos es hoy uno de los mejores dramaturgos latinoamericanos; Eunice Payés, una directora de teatro capaz de grandes logros; Alejandra Nolasco está ganando premios literarios en el área centroamericana; Catalina del Cid ha pasado de ser, no solo un artista visual sino también una conceptora de proyectos teatrales. (Por cierto, el 16 de octubre se estrenó en el Teatro Luis Poma “El Resplandor del Anónimo”, obra diseñada por ella para el dramaturgo y director Enrique Valencia, con elenco que incluye a jovensísimos talentos). Todo esto quizá no sucedería sin el Premio Ovación.
Podré estar triste, colérico, furioso e indignado por el trato de la sociedad hacia el artista, por la falta de visión y voluntad política del Estado, eso sí; pero, decepcionado, ¡jamás!
Con relación a mi crítica de la obra “Roberto Zucco”, creo haber sido claro con mi opinión acerca del texto. Sin embargo, quiero aclarar, en cuanto a los actores, que si bien tienen talento evidente –pienso especialmente en Ronald Maravilla y Marlen Argueta- se embarcaron en un proyecto que estaba, en este momento, más allá de sus posibilidades actorales.
Si los directores vamos a pedir a jóvenes actores que efectúen clavados sofisticados, tenemos la responsabilidad de asegurarnos de que el río al que les pedimos lanzarse sea suficientemente profundo.
Siempre con relación a Zucco, El Faro me pregunta: ¿Esto ha modificado su manera de curar las obras, pues antes más que filtros tenía fe en los artistas? Aparezco contestando: “Definitivamente. No confiaré ni en mis amigos”. El espíritu de esta respuesta es que los proyectos tendrán que concretarse más antes de comprometernos. En ningún momento dejaré de tener fe ni en mis amigos ni en los artistas.
A propósito de las preguntas por el monto del premio, sostuve que lo importante es el reconocimiento, el prestigio que conlleva. He decidido utilizar la mayor parte de los fondos que otorga el premio para ayudar a distintos grupos de teatro emergentes y profesionales de la capital y del interior del país; que la ayuda material que les pueda proporcionar sirva de motor para buscar financiamientos adicionales.
Como ya lo saben, aprecio mucho el trabajo de El Faro, su calidad investigativa, su aspecto indagador y provocador, su manera de querer ir al fondo de las cosas para tratar de encontrar juntos caminos para que esta sociedad decepcionante en que vivimos salga adelante.