Daniel Quirós es un académico y escritor costarricense que nació en 1979. También es un agudo crítico de la 'Suiza centroamericana'. Sus dos últimas novelas escritas en las claves de la novela policiaca —Verano Rojo y Lluvia del norte— nos presentan a una Costa Rica alejada del desarrollo y progreso humano, pero más cercana a la carencia y a un país xenofóbico con una hostilidad abierta hacia sus vecinos nicaragüenses.
En estas novelas hay un mismo protagonista: don Chepe, un exguerrillero costarricense que peleó en Nicaragua y que hoy se muestra desencantado con el presente, pero aún amigo de las causas perdidas. Él investiga asesinatos en Costa Rica. Un detective nicaragüense como protagonista en una sociedad xenófoba. El escritor coloca en primer plano la situación que sufren los nicaragüenses en su propio país.
Quirós ha publicado tres libros: la colección de cuentos A los cuatro vientos (EUNA, 2009) y las novelas Verano rojo (Editorial Costa Rica, 2010; Premio Nacional Aquileo J. Echeverría) y Lluvia del norte (Editorial Costa Rica, 2014). Su tercera novela, Mazunte, será publicada por la Editorial Costa Rica en este 2015. Una traducción de Verano rojo al francés fue publicada por la editorial l’Aube a finales de 2014. También aparecerá una traducción de Lluvia del norte con la misma casa editorial en este 2015.
En la actualidad, Quirós reside en Easton, Pennsylvania, Estados Unidos. Ahí es profesor en Lafayette College y ahí obtuvo su grado en ciencias políticas de Santa Clara University. También coronó una maestría en estudios latinoamericanos y un doctorado en literatura de University of California de San Diego.
Esta entrevista surgió como un ejercicio a distancia: hacer una pregunta por correo electrónico y a vuelta de respuesta, reformularle otra. Este es el resultado de esos intercambios, una especie de conversación ensayística que sirve para explorar desde sus incisivas ideas nuestra región: en cada respuesta habla de su obra literaria, pero al mismo tiempo habla de la realidad que la provoca.
Al terminar de leer Verano rojo y Lluvia del norte, uno piensa que esas novelas policiacas las ha escrito un hombre entrado en años, con experiencia en el campo y con un conocimiento profundo de Costa Rica. Pero las escribiste a los 30 años y has vivido fuera mucho tiempo.
¡Será que tengo un alma vieja! En parte creo es la temática: la guerra y posguerra en Centroamérica. Don Chepe, el personaje, como exguerrillero, responde más a esa época de ilusión y desencanto; algo que estudié mucho en mis cursos de la universidad durante el doctorado, precisamente esa transición en la literatura y sociedad centroamericana. A esto añadiría que aunque soy de la capital (San José), pasé mucho tiempo en Guanacaste durante mi adolescencia. En este sentido, he visto con mis propios ojos los cambios dramáticos que han acontecido en esta región durante los últimos años. En alguna entrevista, Castellanos Moya decía que hay dos tipos de autores: los visuales y los orales. Me considero más del primer grupo. Cuando escribo, necesito ver mis alrededores de una manera muy fuerte: visualmente, claro, pero también casi de manera visceral con todos los sentidos. Si no puedo sentir o ver esos alrededores en los que se desenvuelven mis personajes, se me hace muy difícil escribir con honestidad sobre ellos.
¿Cómo se te ocurrió la creación de don Chepe? Él es un tipo desencantado, solitario, alcohólico, que no duerme...
Una gran base de don Chepe son los detectives del hardboiled o el estilo duro norteamericano: el “Op” y Sam Spade de Hammett, el Marlowe de Chandler o el Archer de Ross Macdonald. Hombres cínicos, desilusionados, más cómodos en un bar de mala muerte que en una biblioteca llena de libros (en oposición a los anteriores detectives más intelectuales y racionales como Dupin, Holmes o Poirot). Después a estos hay que añadir la influencia del inspector Laurenzi de Rodolfo Walsh, el Heredia de Díaz Eterovic, el Belascoarán Shayne de Taibo y el Conde de Padura. También hay una buena dosis de la historia de Centroamérica. Durante mis estudios graduados, leía muchas novelas negras-policiacas (casi hice mi tesis doctoral sobre esto); también estudiaba la transición en Centroamérica después de las guerras. Se hablaba mucho del cinismo y el desencanto (aún se habla mucho de esto) y pensé que sería buen material para una figura detectivesca a lo 'tico', que sirviera como medio para explorar los cambios socio-económicos en mi país (y por extensión la región) durante los últimos 30 años. Sin embargo, todo esto es algo en lo que tal vez he reflexionado más a posteriori. O sea: lo más importante para mí es siempre el personaje genuino, que lo sintás real. Un día tuve la idea de empezar un cuento con una mujer que aparecía muerta en un pueblo costero. De repente, imaginé a un hombre sentado en un bar, entre un calor infernal, fumando y tomando cerveza. Imaginé Guanacaste —provincia de Costa Rica— y el polvo de los días secos del verano. Por ahí empezó la cosa…
El territorio en tus novelas juega un papel importante, es un hastío atmosférico y geográfico para don Chepe: si hace calor, lo odia; si llueve, maldice la lluvia.
Don Chepe no está cómodo en ninguna situación. En parte creo esto es un reflejo del autor, que desde Vargas Llosa hasta Sergio Ramírez, ha sido descrito como un gran inconforme. Estaría de acuerdo con esto. Existe por medio del narrador una necesidad de explorar críticamente la historia y la realidad de mi país, de reflexionar en el precio social (o lado “negro”) detrás de la máscara de la “Suiza centroamericana”. Este “inconformismo” del personaje con lo que lo rodea, refleja un poco esto. Un deseo de cuestionar críticamente la Costa Rica actual. También hay un nivel de lo que mencionás con Baudelaire: un tipo de melancolía o disgusto con el mundo. Creo aquí se mezclan dos “fuentes” o intereses muy grandes en relación al género negro. Por un lado, lo político y lo material; por otro, una búsqueda o reflexión más grande, que muy torpemente describiría como “existencialista”. Esto viene de Borges, Piglia y otros autores.
En “La muerte y la brújula” por ejemplo, para mí uno de los cuentos más logrados del tipo “enigma” (nombre de Piglia para los “whodunnit” ingleses y norteamericanos: Conan Doyle, Agatha Chrsitie, etcétera. De hecho, Piglia describe este cuento como “el Ulises del cuento policial” o algo así), aprendí que la muerte o el asesinato —que pueden verse simplemente como un tipo de “puzzle” a resolver — también puede ser una invitación a una reflexión más grande: sobre la vida, la muerte, la existencia. Trato de no exagerar mucho con esto dentro de las novelas, pero sí me he dejado influenciar un poco. Hundir la mano en lo material, claro, en las diferenciaciones sociales que pesan sobre la sociedad actual. Pero también dejar un espacio para la reflexión más “metafísica” (¡odio estas palabras!). El polvo en Verano rojo, la lluvia en Lluvia del norte sirven como un tipo de leitmotiv que le da contexto a la búsqueda de don Chepe. Son un tipo de hilo conductor que media entre el personaje y la sociedad, pero también la historia, la existencia, la vida misma.
El otro compañero de don Chepe es el Gato. Él es una especie de Sancho Panza en tu novela.
Tiene que haber un Watson a veces, ¿no? Jaja. Primero, el Gato fue un personaje que surgió naturalmente. Por un lado, el Gato —tanto como Ligia, doña Eulalia y otros personajes cercanos a don Chepe— funcionan como una comunidad alterna, a veces como respuesta al abandono del Estado o la justicia más oficialista o a una necesidad de cuestionar las mismas ideas de justicia y funcionamiento jurídico-policial. Primero, don Chepe es una figura fuera de la ley del Estado. Esto para mí era muy importante. Esto sitúa a don Chepe en el terreno de la ficción. O sea: ya un detective privado o algo parecido, es terreno de la ficción en Costa Rica y Latinoamérica. Por supuesto, en Costa Rica casi no hay detectives privados. Además, más del 90% de sus casos son cuestiones de adulterio. Investigar un asesinato o un crimen es una función del OIJ (Organismo de Investigación Judicial), ni siquiera de la policía o Fuerza Pública (el Gato es un policía).
¿Y cuál es 'la misión' de don Chepe y compañía?
Don Chepe, como él mismo menciona, investiga todo “extraoficialmente”, en parte porque los medios oficiales de justicia han fallado o se muestran desinteresados en los casos. En este sentido, lo que hacen él y el Gato sería visto por el Estado como ilegal. Una de las cosas que siempre me ha interesado de la figura detectivesca es su existencia liminal, entre el bien y el mal, entre lo legal e ilegal, entre el crimen y el “orden”. A esto habría que añadir que mucha de la literatura tica se escribe sobre y desde la capital: San José. Yo quería desplazar esa mirada un poco, explorar regiones del país en las que ha fallado más el discurso de la “Suiza centroamericana”. En la región en que se mueven el Gato y don Chepe casi no hay presencia policial. Si algo pasa en el pueblo de La Florida o Lagarto, Guanacaste (lugares históricamente muy rurales y pobres), pues buena suerte tengan llamando a la policía. A veces llegan; a veces no llegan del todo. Las delegaciones policiales en estas zonas no cuentan con los recursos para lidiar con crímenes o una presencia criminal fuerte. El personaje del Gato muestra una figura que trabaja para las instituciones del Estado, pero que se la tiene que “jugar” a como puede con lo que tiene. Esto tal vez signifique ir en contra de la ley a veces o hacer cosas no sancionadas por los circuitos oficiales. Así, se exploran formas alternas de justicia; formas de vida que no responden a lo “oficial” o que muestran el límite de lo oficial o un reto a este.
¿Qué tanto hay de vos en don Chepe?
Creo habrá algo de mí en todos los personajes. A la misma vez, creo que los personajes de uno también son exactamente lo opuesto: lo que uno no es. En este sentido, pueden ser una forma indirecta, hasta divertida, de dejarse llevar un poco por otra piel, por otra manera de existir en el mundo. Tal vez vi muchas películas de acción con mi padre cuando era adolescente, pero siempre he disfrutado mucho de los “héroes de acción”: el Bruce Willis de Duro de matar, el Clint Eastwood de Sergio Leone, los samuráis japoneses, etc. Por supuesto, muchos de estos hombres representan una masculinidad problemática, a veces demasiado machista. Por eso hay que matizarla, cuestionarla un poco. Desde un comienzo fue muy importante este personaje en el sentido de disfrutar la escritura, de dejarse llevar un poco por un personaje que inclusive hasta podría tener algo al borde del cliché. Estoy consciente de esto y de la muy poca relación conmigo y mi vida.
En Verano rojo el existencialismo de don Chepe roza la desesperación, pero en Lluvia del norte lo hiciste más estoico a pesar “de esta vejez de mierda”. ¿Qué te hizo menguar la carga existencial de tu personaje?
No había pensado que hubiera menguado mucho. Sin embargo, sí hay un poco de cambio en él. Creo fue más bien un intento de darle un poco más de profundidad al personaje, quizá humanizarlo un poco más. Ver que en su casa nunca hay nadie y en la nevera solo una Coca-Cola vieja y una lata de atún mitad vacía. También creo hay un peligro en lo opuesto: en ser demasiado transparente con los personajes. Leo muchas novelas policiacas contemporáneas en las que “la psicología” del protagonista es muy importante: este tipo es así porque su mujer fue asesinada por un narco hace 15 años o porque asesinó sin culpa a su compañero hace un año. A mí no me interesa tanto esa transparencia psicológica. Todos cargamos algo de opacidad adentro. Las acciones del ser humano no pueden ser siempre adscritas a la racionalidad. De hecho, en parte contra eso era que se rebelaban escritores como Hammett y Chandler, quienes veían en figuras como Sherlock Holmes (quien podía hablar de tu condición moral al analizar tu sombrero), demasiado racionalismo; un racionalismo casi mecánico. Por eso sus detectives parecen que van de un lado a otro chocando con la vida y los problemas casi al azar. Algunos me han preguntado: ¿qué le pasó a don Chepe en la guerra? ¿Cuál es su pasado? Creo que los personajes necesitan tener su opacidad también. Un profesor mío siempre citaba, creo a Aristóteles (si no, le inventamos la cita), quien decía que la mejor poesía debería ser clara y oscura a la vez. Esto para mí siempre ha sido una muy buena meta para la ficción en general.
Hay otro punto importante: a don Chepe también lo hiciste un desencantado ideológico. De exguerrillero que luchó por una causa, pasó a ser una especie de detective “outsider” de una causa perdida como ser justiciero de los nicaragüenses en Costa Rica.
Don Chepe es en parte un producto de la desilusión de la época de las guerras en Centroamérica, de la generación traicionada, como me la describió alguna vez Margarita Rojas. Hay por supuesto un desencanto ideológico en él, en ver caerse a pedazos ciertos ideales por los que luchó y murió gente (mucha gente), a veces de las manos de aquellos mismos que prometieron defenderlos hasta la muerte. Me atraía mucho esa idea; también la de un hombre que aunque desilusionado y cínico, no puede dejar de luchar por el “lado de los buenos”, sea lo que sea que signifique eso hoy en día. En don Chepe hay un código ético aún muy fuerte, heredado tal vez del heroísmo algo romántico de figuras como Marlowe (un heroísmo problemático a veces, que inclusive podría ser conservador). También en él existe un tipo de idea de “hacer política por otros medios”. Don Chepe ya no lleva la bandera de ningún partido, pero a la misma vez no es “apolítico”, si definimos lo político como una intervención en lo social; un tipo de praxis que se despega de la concepción política más tradicional de partido. En fin, quizás en él hay una búsqueda que podría describirse como política, de afectar y participar en el mundo, en la sociedad, sin necesariamente tener que pintarse con los colores de un oficialismo. Creo es algo que se ve también en los detectives de Taibo y de Díaz Eterovic, por ejemplo.
¿Sos de izquierda o de derecha? ¿O creés que hablar de esto ya es un desfase político?
Mi primera reacción es decir de izquierda, pero creo que estos términos han sido tan usados y abusados que de cierta manera han sido vaciados de su contenido. ¿Quién representa a la “izquierda” en Estados Unidos, por ejemplo? ¿Son los sandinistas o el FMLN un partido de izquierda hoy en día? También es una cuestión de posición. En el doctorado me gradué de un programa que en algún momento se caracterizaba como muy de “izquierda”. Estuvo Fredric Jameson por ahí y otros que se describirían como marxistas o posmarxistas (al mundo académico le sigue encantando esto de los “pos”). A la misma vez, algunos de estos izquierdistas (que llamábamos “Nieman-Marxists”, en honor a una tienda de departamento gringa, por lo general muy cara: Nieman-Marcus) vivían en algunos de los barrios más ricos del área. Escribían sobre la opresión de las minorías o la clase baja y trataban terriblemente a las secretarias del departamento. No todos eran así, por supuesto. Tuve profesores muy comprometidos con un proyecto de “izquierda” que luchaban con el corazón en la mano y trabajaban muy duro políticamente. Pero sí creo que es importante tomar conciencia de la posición en la que uno está, habla, escribe y actúa. En mi caso, yo me sentiría incomodísimo describiéndome como un “militante de izquierda” o algo así, específicamente siendo profesor de literatura en una universidad de Estados Unidos, es decir: una posición de privilegio sumamente clara. Es importante también estar consciente de que la llamada “derecha” existe en muchas maneras. Creo lo único que puedo decir, de manera algo cliché, es que uno hace lo que puede cuando puede, desde dónde está. Por eso es importante ser crítico, informarse, participar y cuestionar. No simplemente dejarse llevar por la apatía o el cinismo. Tal vez no se pueda cambiar el mundo de un solo machetazo, pero tampoco puede uno desentenderse de una realidad en la que existe una gran desigualdad en las estructuras de poder.
En Lluvia del norte muere el nicaragüense, Antonio Rivera. La voz narrativa exclama: “un nica menos”. O dice, también: “Nadie sufre por los nicas muertos en Costa Rica”. ¿Qué pensás que sienten tus paisanos por los nicaragüenses?
En Costa Rica existe mucho racismo y xenofobia contra nuestros vecinos. Es una situación que va desde lo macro a lo micro, desde las pequeñas violencias hasta una violencia más institucional. Es también una situación que va muy en contra de la construcción de Costa Rica como igualitaria, pacífica y democrática. Muchas de las anécdotas en relación a esto en Lluvia del norte son todas reales. El epígrafe que abre la novela, de hecho, lo leí en el periódico La Nación hace unos años: un nicaragüense indocumentado que había sido encontrado asesinado a puñaladas, lleno de heridas y con los ojos sacados. El caso de Natividad Canda, ficcionalizado en la novela, también es un caso real: un hombre nicaragüense que entró a un taller (algunos dicen que a robar, pero en verdad esto no es lo que importa) y fue devorado por dos perros rottweiler en presencia de varios policías, el vigilante del lugar y algunos vecinos. Recuerdo visitar Costa Rica durante esa época y ver camisetas de rottweilers que se vendían en el centro comercial o en la calle. Durante ese tiempo en mi casa trabajaba una empleada nicaragüense (porque tampoco yo me eximo de las desigualdades de clase): María. María caminaba con su esposo e hija por el centro de mi pueblo, Escazú, cuando alguien le grita: “Ojalá tuviera un rottweiler para soltarlo por aquí”. Me chocó mucho todo esto. No tanto por ingenuidad, sino por verlo tan frontalmente. Tampoco quiero vilificar a mi país. En Costa Rica también hay muchos hijos de familias tico-nicaragüenses, hay comunidades de gran mezcla cultural e identitaria. En fin, no todos los lazos entre los países vienen por medio de la discriminación y la violencia. Sin embargo, el racismo y la discriminación también son reales y son parte del imaginario y de la actualidad en mi país. Es, además, una situación histórica, un “otro” que Costa Rica ha creado para diferenciarse culturalmente, racialmente. El académico tico Carlos Sandoval-García ha escrito mucho sobre esto. Me ayudó mucho su investigación para la novela, especialmente un libro que se llama Otros amenazantes, muy recomendado.
Me da la impresión que los nicas siguen viéndose en Costa Rica como la mano de obra barata que contratan los ticos. ¿Me equivoco?
Depende desde dónde se ve. Por ejemplo: alguien como Sergio Ramírez en Costa Rica se ve de manera sumamente positiva. De lo que estamos hablando, entonces, son de relaciones de poder y de desigualdad, muchas veces ligadas a clase y raza. En este sentido, por lo general, yo contestaría que sí a tu pregunta, especialmente desde la perspectiva de una clase media-alta, quienes al final se convierten en los patrones (patrones que por cierto muchas veces se rehúsan a inscribir a sus empleados en el Seguro Social. Esto es un gran problema; también interesante porque invierte la idea de que los nicaragüenses vienen a “robar el Seguro Social”. Todavía se puede tener una de esas conversaciones terribles con señoras mayores (como las abuelas o tías abuelas), quienes te cocinan un gran almuerzo, te llenan de atención y amor, y después son capaces de volverse en un susurro para hablarte de su empleada: “Esta nica me ha salido muy buena, vieras que no me ha robado nada”.
En el imaginario tico-xenofóbico (que se relaciona al discurso xenofóbico en todos los lugares del mundo), muchos ven a los nicaragüenses como un tipo de “inundación” que viene al país a robar los recursos de la Caja (el Seguro Social) y los trabajos. En uno de sus estudios, por ejemplo, Carlos Sandoval-García habla del vocabulario de “agua” utilizado mucho por los medios de comunicación para describir a los nicaragüenses durante 1990. Por ejemplo: palabras como “ola” o “inundación”. De hecho, el título de Lluvia del norte es en parte una inversión o cuestionamiento de este discurso racista-xenofóbico. La “lluvia” o “inundación” que viene del “norte” no son los nicaragüenses, sino el sistema socio-económico impuesto desde el “Norte global” que crea las condiciones de desigualdad que sirven de motor para esta migración.
Tus novelas también tienen una denuncia y es contra una especie de progreso salvaje que termina cultivando la injusticia y desigualdad social en Guanacaste y casi podría decirse que lanzás una advertencia: no nos convirtamos en San José. ¿Me equivoco?
Guanacaste para mí sirve como un tipo de microcosmos en el que se exacerban algunos de las cuestiones socio-económicas de desigualdad de la Costa Rica actual. Costa Rica se construye como el gran ejemplo de la región: los índices más altos de PIB per cápita, de crecimiento económico, alfabetismo y expectativa de vida. La idea no es negar que estas cosas existen en mi país, sino cuestionar cómo y para quién existen. Lo que ha visto Costa Rica en los últimos 30 años, más o menos, de hecho empieza a acercar más al país (aunque a una escala menor), a los problemas compartidos con el resto del istmo: diferenciación más pronunciada entre los ricos y los pobres, ha crecido la desigualdad en general, específicamente en relación al acceso a la educación y la salud, ha habido crecimiento en la criminalidad y en la violencia. En 2000 hubo, según las estadísticas oficiales del OIJ, unos 251 homicidios dolosos en el país. En 2009 hubo más de 500. Estas cifras aún son bien bajas comparadas a El Salvador, sin embargo, el incremento es notable. A esto se agrega la presencia más marcada del narcotráfico, entre otras cosas.
El género policial de cierta manera siempre ha estado interesado en esta lado más “negro” u “oscuro” de la modernidad; desde Asesinatos en la calle morgue de Edgar Allen Poe (1841). El género no se puede desentender de los cambios profundos que acontecían en el mundo durante esa época: el crecimiento de las ciudades, de los imperios, de la presencia de las instituciones del orden social y del crimen y la desigualdad a escalas sin precedente. Para mí, el género explora el “lado oscuro” de esta modernidad; el lado inverso de la moneda del “desarrollo” y “progreso”. Después de todo, Marx ya lo había dicho muy bien: “el criminal produce crímenes”. El crimen no existe fuera del sistema, sino que es también ese sistema. Por eso uno ve novelas como Plata quemada de Piglia, que cita a Brecht en el epígrafe: “¿Qué es robar un banco comparado con fundarlo?” En alguna de las novelas de Taibo también se habla de que el criminal en verdad es el sistema.
Alguien de Costa Rica me dijo algo que me llamó la atención: “Costa Rica no es que sea sana solo porque invierte en educación, salud y desarrollo. Está así porque aquí el narco y la corrupción se toman el café. ¿Cómo van a llevar a la quiebra el espacio donde hacen su ‘lobby’?” ¿Vos qué pensás?
Puede ser. Por eso uno ve películas como Casino de Scorsese o Heat de Michael Mann, donde los narcos o criminales siempre se van a jubilar a Costa Rica. La “diferenciación” de Costa Rica es un tema de larga discusión que se relaciona a toda una serie de factores: sociales, económicos, históricos, etcétera. Sin embargo, a lo que lleva tu pregunta es tal vez a la presencia del lavado de dólares (o legitimación de capitales, como está de moda decirle ahora). Alguien me dijo que, después de Panamá, Costa Rica es el segundo país con la presencia más grande de lavado de dinero en Centroamérica. Esto tiene que ver mucho con mi respuesta anterior, ya que todo formaría parte del “lado oscuro” del desarrollo. No hace mucho que cayó Liberty Reserve, por ejemplo, una compañía basada en Costa Rica que fue acusada de lavar más de $6 mil millones de dinero ilícito durante su historia. ¿Qué dinero está detrás de las torres de apartamentos en Escazú, en Guanacaste y el Pacífico Central? ¿Es dinero lícito o ilícito?
Algo que abordás en Lluvia del norte.
Parte del problema con el sistema global económico, es que cuando dineros ilícitos se ponen a circular entre los mercados financieros es casi imposible llegar a su fuente. Así se mezcla lo legítimo y lo ilegítimo, muy rápidamente. Ponele un desarrollo gigante para el turismo se construye en Guanacaste. Esto da cientos de trabajos, levanta la economía un poco. ¿Pero qué hay detrás de ese dinero? A veces la respuesta es algo que Costa Rica no quiere ver, que no se quiere discutir mucho. Por eso me interesó tratar este tema un poco en Lluvia del norte. Creo es una cuestión muy importante. Y no solo es el “white collar crime”, como le dicen en inglés. Ya la violencia física del narcotráfico está alcanzando Costa Rica también. En este año pasado, cayó un narcotraficante conocido como “el Indio” y ha habido toda una serie de asesinatos y violencia relacionado a esto en la capital.
Tus dos novelas tienen esta advertencia que devela la corrupción, el lavado de dinero y el progreso que se desprende de la “bondad” del capitalismo: “ninguna riqueza es inocente”. ¿Quién crees que fomenta estas facturas: el capital mismo o la ausencia de un Estado que no puede solventar el “a, b, c” de las necesidades de una población?
Lo de “ninguna riqueza es inocente” lo tomé de un epígrafe de Taibo, que lo tomó de Eduardo Galeano. Para contestar a tu pregunta, creo son las dos cosas. Por un lado, el sistema capitalista, en vez de crear una distribución más equitativa e igualitaria como nos harían pensar los que apoyan el “libre mercado”, crea más desigualdad y tiende hacia el monopolio y concentración de dinero en las esferas más altas de la sociedad. Hace poco, un artículo del New York Times mencionaba que el 1% de la población del mundo llegará a controlar más de la mitad de la riqueza mundial para el próximo año. La ilusión del “trickle down economics” es una farsa. A la misma vez, en los últimos 30 años, ha habido una desarticulación (o intento grande de esto) del Estado Benefactor, tanto en Costa Rica como en mucho del mundo. La desigualdad crece, y a la misma vez, el Estado se cruza de manos y dice: ustedes se la tienen que arreglar solos.
Hay algo curioso en don Chepe: no tiene o no se menciona que tenga una pareja sentimental. ¿Hay alguna intención con esto?
Hay sin duda una intención ahí. Soy gran fanático de los escritores del 'hardboiled' norteamericano, y por extensión, del cine noir. Sin embargo, donde siempre siento que se caen a pedazos estos autores y directores es en sus representaciones o relaciones con las mujeres. El otro día veía la adaptación de Farewell, My Lovely (1975) de Chandler, por ejemplo, con Robert Mitchum. Marlowe (Mitchum) ni ha conocido al personaje de Charlotte Rampling cuando la mujer ya se le ha tirado encima (sin ninguna explicación) y se empiezan a besar de la manera más absurda e irreal. En fin, la visión de la mujer como santa o 'femme fatale' me molesta en el género. Creo que a veces destruye un poco sus posibilidades críticas. Además, ¿cuánta literatura en el mundo ha sido basada ya en la relación de la pareja heteronormativa? No digo que no sea importante, tal vez hasta de lo más importante, pero también hay otras relaciones interesantes: de amistad, de hermandad, qué sé yo. Esto no significa una representación ingenua o puritana de mi parte, sino una forma de abordar el género negro de manera autoconsciente y crítico; también de explorar otros aspectos de la complejidad de las relaciones humanas. Por eso en Verano rojo don Chepe investiga el asesinato de “la Argentina” (que es gay) por amistad, simplemente. Igual en Lluvia del norte, investiga el asesinato de Antonio Rivas, hijo de su amiga María Rivas, más por solidaridad y porque hay que hacerlo. Esto no quiere decir que sea un “monje budista”, como bromeaba un amigo. De hecho, ya en Lluvia se desarrolla un interés con Ramona, la personaje prostituta. Me gustaría desarrollar esto en el futuro, pero al principio no fue una prioridad.
¿Cómo es tu proceso de creación? A José Saramago lo buscaban las ideas. ¿A vos?
Difícil hablar del proceso creativo, tan opaco a veces. Creo lo que yo necesito es una imagen muy fuerte para empezar. También muchas veces acompañada por una primera oración. En relación a Lluvia del norte, por ejemplo, había tenido la idea de continuar después de Verano rojo, de inspirarme en Padura Fuentes y sus novelas negras escritas alrededor de las cuatro estaciones. Pensé que sería bonito por lo menos escribir una novela más con don Chepe, en la época de lluvias. Apenas terminé Verano rojo escribí una página o algo así de don Chepe viendo llover. Luego lo dejé. Empecé a leer cosas para mis clases, tenía que terminar mi tesis doctoral. Me puse a escribir otra novela que verá la luz ya este año (no es policiaca). En algún momento me interesé por el tema de la migración; luego un día me encontré con el artículo en La Nación que sirve como epígrafe a la novela. Ya tenía mi primera imagen: ese cuerpo anónimo abandonado bajo la lluvia. Hice varios viajes a la zona. En uno de ellos una local me contó de un cuerpo que había sido encontrado cerca de la escuela en Hernández. Ya ahí podía empezar. Empecé a la misma vez a leer más sobre migración, sobre los nicaragüenses en Costa Rica, sobre legitimación de capitales y otras cosas. Escribí y reescribí. Desde la idea de la novela (2009) hasta el final de la escritura (fines de 2013). Es decir: algo así como 4 o 5 años, muy concentrados entre 2012-2013.
¿Regresará don Chepe en una próxima novela?
Creo que sí. Estoy ahorita pensando en una novela que podría ser suya. Sin embargo, no he tenido tiempo de entrar de lleno en el proyecto. Aún trabajo en otra novela: Mazunte. He terminado de escribirla y ya ha pasado por dos procesos de edición, incluida la diagramación, así que saldrá pronto, sin duda este año. Después de eso, veremos si quiere volver el don Chepe.
¿Qué enseña un tico en Estados Unidos?
Buena pregunta. En el mundo académico gringo es muy difícil buscar trabajo como profesor de literatura tica. De hecho, inclusive como “centroamericanista”. Cuando hacía mi doctorado, los profesores allá me asesoraban que ampliara un poco mis concentraciones para que pudiera conseguir trabajo. Terminé concentrándome mucho en cine latinoamericano, en literatura del Cono Sur (Argentina, Uruguay, Chile), entre otras cosas. Ahora doy clases más como “generalista”. En mi universidad, que es un “liberal arts college” pequeño, enseño un poco de todo, desde español intermedio, hasta composición y clases de cine o de literatura policiaca.
Pareciera que la academia gringa ve con menosprecio a la centroamericana. ¿Es así?
Hay un poco de esto, pero no tanto desde los académicos mismos, sino de parte de la institucionalidad académica gringa. Te doy un ejemplo. Si yo publico un libro académico con la Universidad de Costa Rica en vez de con Duke University Press, esto me puede contar menos para el famoso “tenure” o la plaza académica fija (por lo general uno acá trata de buscar un trabajo “tenure-track”, en el que vas pasando por una serie de revisiones hasta la del “tenure”, a los 6-7 años). Recuerdo un profesor mío, Jaime Concha, gran intelectual y experto en Neruda, que decía que cuando vino a Estados Unidos peleó mucho con la universidad para que le contaran las publicaciones en Latinoamérica. ¡Esto de un hombre que era uno de los grandes expertos en su campo!
Si así es con un experto en Neruda, uno en Centroamérica no tiene mucho futuro.
También, dentro de la academia hay modas, círculos de amistad que a veces parecen más unas mafias y grandes desigualdades institucionalizadas. La literatura centroamericana y su estudio, por ejemplo, eran casi inexistentes hace unos diez o quince años. También tiende a ser vista por muchos círculos como una “literatura menor”. Esto está cambiando, de hecho es un campo que ha crecido muchísimo en los últimos años, pero aún se ve. En general, la literatura de la región es aún muy poco conocida. Recuerdo una clase que di de literatura en traducción en San Diego State University en la que incluí algunos autores centroamericanos. Uno de los estudiantes vino a decirme que le gustaba mucho la clase, que inclusive la había discutido con su papá en casa, quien le comentó, completamente serio: “no sabía que tenían literatura en Centroamérica”.
Por eso creo que la posición en Estados Unidos del académico-escritor centroamericano es también importante. En verdad se está escribiendo sobre temas que nadie discute o que están muy poco estudiados. En relación a Centroamérica, aparte de la atención que han acaparado las guerras, el desconocimiento del istmo y su literatura es aún muy grande. En relación a Costa Rica, pocas veces he encontrado a alguien que pueda nombrarme algún escritor del país, sea nuevo o viejo.
¿Por qué te interesa la obra de Horacio Castellanos Moya, Claudia Hernández o trabajos académicos como los de Beatriz Cortez?
Empecé a interesarme en ellos durante mis estudios, creo en parte como herencia de mi director de tesis, que ha escrito sobre los tres. Castellanos Moya fue una gran influencia para mí. He leído gran parte de su obra e inclusive he escrito sobre él. De hecho, la semana pasada participé en el Congreso de Literatura y Cultura Centroamericana (CILCA) y expuse sobre la relación de El asco con Thomas Bernhard; una relación que siempre se menciona, pero que no se ha, en mi opinión, desarrollado extensamente. El artículo saldrá en una colección de ensayos que organizan dos profesores de Virginia Tech (Vinodh Venkatesh y María del Carmen Caña Jiménez) sobre Castellanos Moya. En cuanto a Beatriz Cortez, durante mi doctorado, su teoría de “Estética del cinismo”, se discutía mucho entre los círculos “centroamericanistas”. Fue también una gran influencia en mi crecimiento intelectual…
Alguien me dijo que fuera al siquiatra porque dije que Claudia Hernández podría ser la mejor escritora latinoamericana. ¿Vos qué pensás? No de lo primero, sino de lo segundo.
Mediodía de frontera es una de las mejores colecciones de cuentos que he leído en los últimos años. Inclusive escribí sobre ella en uno de los capítulos de mi tesis doctoral. Admiro mucho la literatura de Claudia. De hecho, no hace mucho me puse en contacto con ella. Hemos intercambiado libros y espero poder leer su nueva colección (Causas naturales) muy pronto. Los del siquiatra deberían ser ellos.
¿Crees que hay una literatura centroamericana construida a partir de la mirada de la mujer o estamos en pañales en eso?
Es un tema difícil ese. Creo que tu frase “mirada de la mujer” va por mejor camino, porque cuando oigo caracterizaciones como “literatura femenina” o cosas así, me pongo a pensar: ¿y eso qué es? Creo lo que hay es relaciones de desigualdad a nivel social. En este sentido, sin duda el género (palabra que extraigo del inglés y la academia gringa) es una de las construcciones sociales por las que pasan estas relaciones de desigualdad. En Latinoamérica y Centroamérica seguimos siendo muy machistas, y es importante cuestionar esto desde la literatura, sea desde la perspectiva de un hombre o de una mujer. Por supuesto, no son lo mismo; nunca lo serán. Es muy diferente cuando uno lo vive en persona. La diferenciación de género, las estructuras sociales que rodean esto, se viven muy diferente desde donde uno está posicionado. Anoche terminé de leer una novela negra en inglés de una escritora de la India ( Witness the Night de Kishwar Desai), por ejemplo. En ella se trata la esclavización de mujeres en el país, la persistente valorización negativa de las hijas, entre otras cosas. Una novela brutal, la verdad. ¿Pudo un hombre haber escrito la novela de la misma manera? Seguramente no. Se nota que la temática se acerca a lo que la autora vivió y sigue viviendo. En este sentido, tal vez sí sea desde “la mirada de una mujer”. Más que todo porque la protagonista y personaje principal es una mujer. Lo difícil en hablar de esto, es que uno de alguna manera siempre se empieza a acercar a ciertos esencialismos o estereotipos. He leídos novelas de escritoras con grandes personajes o narradores masculinos y viceversa. Creo lo importante es cómo se posiciona el escritor o escritora en relación al mundo. En Centroamérica hay y siempre han habido excelentes escritoras. Ya si su literatura es desde “la mirada de una mujer”, es difícil de decir. Creo que dependería de si ellas quisieran caracterizarla de esa manera.
A ver, dije literatura centroamericana y no te inmutaste ¿Existe la literatura centroamericana?
Otra pregunta difícil. Sí y no, sería mi respuesta. Es una cuestión problemática que me recuerda mucho a la discusión anterior. En fin, depende de donde uno se posiciona. ¿De qué Centroamérica hablamos, por ejemplo? ¿De siete países, de cinco? Además, estamos en un momento en que se ha cuestionado mucho la idea misma de la Nación como límite socio-político. En Costa Rica, Quince Duncan responde más a una influencia afro-caribeña que a la capital. También hay literaturas indígenas; literatura en inglés en Belice. Creo la idea de “Centroamérica” siempre es una construcción. Es un imaginario construido a base de una historia general (que no es para nada homogénea) compartida. A veces el término es útil; otras veces no. Por ejemplo, dentro de la academia estadounidense creo es importante hablar de una literatura centroamericana como cuestión casi política. Hay fuerza en números. Esto significa visibilizar el istmo dentro de estructuras institucionales que lo han excluido históricamente. Es, en fin, buscarle una voz a nuestros países. Una presencia. Es en parte una cuestión de identidad, que se relaciona mucho a otras construcciones sociales como el concepto de “raza”, por ejemplo. La raza, biológicamente, no existe: todos somos humanos. Pero es obvio que no todos somos iguales en este sentido. En Costa Rica, yo soy blanco, pero en Estados Unidos, soy latino; lucharía por los derechos de los latinos (aunque el término me parezca absurdo). Lo de una literatura centroamericana es similar. Hace poco Warren Ulloa, Vanessa Nuñez Hándal y Denise Phé-Funchal viajaron a la Feria de Fráncfurt como escritores centroamericanos, a la vez representativos de sus países. También fueron unas ocho editoriales centroamericanas, por primera vez. Si solo uno de ellos hubiera ido, se hubiera identificado como solamente de su país, quizás no habría creado tanto impacto. Pero en conjunto, como centroamericanos, llamaron la atención y volcaron la mirada sobre el istmo y su literatura.
En una entrevista, la secretaria General de la CECC-SICA, María Eugenia Paniagua, me dijo que Centroamérica no existe culturalmente. ¿La razón? Porque no nos conocemos entre nosotros mismos. ¿Vos qué pensás?
Creo son dos temas diferentes. El primero se relaciona más a una idea de “Centroamérica” que siempre será una construcción; a veces útil y a veces no. Sobre no conocernos es cuestión de una institucionalidad cultural que enfrenta muchos problemas en el istmo. Te pongo el ejemplo del escritor y las editoriales. ¿Acaso se pueden encontrar mis libros en librerías de El Salvador, Guatemala o Honduras? Ni sé si los habrá. Es, en fin, muy diferente escribir desde México o Buenos Aires que desde Managua o San José. El otro día me pasaron una ponencia de Isolda Arita —directora de la Editorial Guaymuras en Honduras — para el II Encuentro de Talento Editorial en Xalapa, México. Ella habla de cómo la industria editorial centroamericana “ha permanecido aislada y escasamente reconocida”. El sector enfrenta muchos problemas, entre ellos, los pocos o nulos incentivos de los Estados para el fortalecimiento de la industria editorial. También la escasez de librerías —especialmente fuera de las capitales— y la resistencia por muchas de ellas a colocar en sus catálogos la literatura nacional. A estos problemas se pueden añadir un sistema deficiente de bibliotecas públicas, escasez progresiva de lectores, la piratería, y la falta de una política a nivel nacional y regional para el fomento literario. Para Arita, esto implica constantes “apuros económicos”, pero también una realidad en la que “los autores centroamericanos no son conocidos en la región y [en la] que es muy difícil encontrar nuestros libros en las librerías y bibliotecas de los países vecinos”. Esto se relaciona mucho con el comentario que citás. Existimos culturalmente, pero es muy difícil que nuestra cultura circule.
¿Creés que el gran hilo conductor de la obra literaria de Centroamérica es el desencanto?
El desencanto, como tema, es importante dentro de cierto contexto, especialmente para discutir la producción cultural en algunos países de Centroamérica (El Salvador, Guatemala, Nicaragua) más que todo durante los años de 1990. Obviamente, esto también está muy relacionado a las guerras y la llamada posguerra. Sin embargo, después esta idea del desencanto tomó vida propia, se “mercantilizó” de cierta manera como un tipo de “mercancía intelectual” que se utilizaba para discutir todo lo centroamericano. Inclusive, yo escribí sobre el desencanto político y social en mi tesis doctoral. En algún momento creo que fue muy importante. El peligro de esto es reducir la complejidad de un momento histórico o de una producción cultural solo a esto. Hay una gran heterogeneidad, tanto cultural como política y social, que no cabe dentro o responde exclusivamente a esta caracterización. Entonces, llegamos a territorios problemáticos, a momentos en los que quizás se valoran más ciertas obras sobre otras, en donde la academia escribe más sobre un cierto tipo de literatura que otra. En fin, donde se “canoniza” el tema, siempre en exclusión a otros temas; no necesariamente por su calidad literaria, sino por su atracción como “mercancía” en los mercados intelectuales, en revistas académicas, etc.
¿Por qué creés que este desencanto vuelve la mirada hacia la izquierda?
Creo fue una reacción natural, especialmente en los años de 1990 cuando la “izquierda” como proyecto global y regional cae en crisis. Es la época de la caída del Muro de Berlín, de la Unión Soviética, del Período Especial en Cuba y la caída de los Sandinistas en las elecciones de 1990. Para muchos de esta generación, que lucharon y vieron a sus seres queridos morir, tendría que ser un sentimiento terrible de desilusión. Recuerdo, cuando trabajaba en mi tesis, leer sobre una encuesta en Nicaragua durante los años de 1990 en la que la mayoría de las personas opinaba que el país estaba peor que antes de la guerra. ¡Esta era la época de Somoza! Además, esto después de todas las muertes, los exilios, toda la devastación. También hubo una desilusión y desencanto con los mismos partidos de “izquierda”, personas que al final se mostraron más interesadas en el poder y el arribismo que en el progreso social. ¿Cómo no iba a haber cierto desencanto?