Un toque de queda voluntario
Con un machete al cinto, un hombre canoso y de ojos verdes se aproxima a paso lento a la ventana del vehículo y advierte con voz serena a los visitantes: 'Acá a las 4 de la tarde se cierran los portones. Nadie puede entrar ni salir a partir de esa hora'. La regla es inamovible. “No queremos gente indeseable'. La carretera que de San José Las Flores conduce a Nueva Trinidad luce un paisaje deshabitado. A orillas de la calle y a pocos pasos de llegar al puente sobre el río Sumpul que separa los dos lugares, se erige una placa que da la bievenida, un portón de metal oxidado y un camino empedrado que conduce a las cabañas a orillas del río donde el hombre canoso termina de explicar las condiciones para permanecer en el lugar. El hombre levanta la pluma para que ingrese el vehículo y pide a los visitantes que hablen con el administrador, quien repite la regla de oro. “Acá cerramos temprano”. Y proporciona su número de teléfono: “En caso de emergencia que se atrasen unos 15 minutos o 20 minutos tal vez podemos hacerles una espera. Es cuestión de que avisen”.
Las cabañas del balneario del río Sumpul son el único lugar cerca del casco urbano de San José Las Flores donde los visitantes pueden hospedarse, y se encuentra en un terreno en los límites del municipio, lejos del pueblo. El pueblo no es hostil con los visitantes, pero sí muy receloso de ellos.
El balneario es administrado por la directiva de la comunidad de San José Las Flores y su actividad económica sirve para hacer sostenibles los programas sociales del municipio. De los fondos que recogen, los administradores apartan recursos para cuidar a los adultos mayores y el resto es para mantenimiento del lugar que cada fin de semana se llena de personas que llegan a bañarse. Llegan buses y camiones llenos de familias. La cafetería se llena de un centenar de jóvenes que departen con cervezas y que gritan los goles que ven en las pantallas de plasma. Pero luego llega la hora límite. Y todos comienzan a salirse del agua, los jóvenes terminan la fiesta y se disponen a marcharse del lugar. Y el sitio vuelve a quedar desierto.
San José Las Flores es un municipio pequeño, con poco más de mil 300 habitantes. Durante la guerra, sus habitantes fueron perseguidos por las fuerzas del gobierno y desde 1981 anduvieron en 'guindas', huyendo durante cinco años de los operativos de tierra arrasada que ejecutaba el ejército para eliminar todo vestigio de posible apoyo a la guerrilla, aunque las víctimas fueran población desarmada y no combatiente. Fue hasta el 20 de junio de 1986 cuando, con ayuda del arzobispo de San Salvador, Arturo Rivera Damas, decidieron asentarse en un territorio donde no había más que escombros y donde solo con la cooperación de todos los que formaban la comunidad se podía conquistar la sobrevivencia.
Terminada la guerra, Las Flores combate una nueva amenaza. Es uno de los últimos territorios que mantiene un modelo de seguridad comunitaria cuyos frutos saltan a la vista. El fenómeno de la no violencia lo comparten otros municipios de El Salvador, y El Faro decidió visitar este corredor en la zona nororiental de Chalatenango, para tratar de desentrañar los secretos que guardan. San José Las Flores, Nueva Trinidad, Arcatao, Las Vueltas y San Antonio Los Ranchos comparten un origen similar, pues fueron pueblos cruelmente castigados durante la guerra civil y sus habitantes son repobladores que en algunos casos son originarios de otros municipios.
Pero los habitantes de San José Las Flores se resisten a hablar sobre la seguridad del municipio con gente que no es del municipio. Creen que la clave de su tranquilidad está en su aislamiento y en mantener un bajo perfil en un país donde en 2014 la tasa de homicidios alcanzó los 61 por cada 100 mil habitantes, una de las más altas del mundo. Uno de los líderes de la comunidad que pide se reserve su nombre nos previene sobre lo que vamos a encontrar antes de comenzar a hablar con la gente. 'No nos gusta que consideren a este lugar libre de violencia, o que nos presenten como el mejor lugar de las repoblaciones, no queremos dar la impresión de que somos un municipio inmune o perfecto, también tenemos nuestros propios problemas'.
No les gusta que extraños lleguen después de las 4 de la tarde, ni que se les ponga demasiada atención como un municipio libre de violencia y tampoco les gustan otras cosas.
Cuando se le consulta a la secretaria del juzgado si el juez puede hablar sobre la seguridad del municipio, ella no tarda ni dos minutos en hacer la consulta y en dar una respuesta negativa. 'El juez dice que no quiere pronunciarse al respecto sobre ese tema'. Y luego se cierran una a una las puertas. El único que acepta hablar es uno de los concejales, quien al ver una grabadora, sin embargo, se queda callado y serio. No dice una palabra hasta que ve que esta se apaga. Entonces, de manera cauta comienza a explicar el trabajo que se ha hecho en este municipio, sobre cómo han procurado mantener a los jóvenes ocupados y sobre la historia de organización de la comunidad. 'La alcaldía y la Asociación de Desarrollo Comunitario hemos sabido contener las conspiraciones de personas con intereses de meter a jóvenes en las pandillas', dice Tobías Orellana.
San José Las Flores antes de 2008 tenía comités de patrullaje de vecinos que se encargaban de hacer guardias nocturnas. Los vecinos se repartían esa responsabilidad. Estos patrullajes desaparecieron. 'Comenzamos a darnos cuenta de que era mejor dejarle esta tarea a la policía. Ellos están mejor capacitados', comenta uno de los vecinos, que también accede a hablar con la condición de que no se divulgue su identidad.
Algunas prácticas que son norma en cualquier parte del país, en San José Las Flores no existen. 'Acá no hay cantinas. Nunca se han permitido. Eso viene a degenerar demasiado la vida de las gentes. Acá solo se da la venta de cerveza', dice Tobías. Nada de licor. Y los pobladores lo aceptan. Tanto en Las Flores como en Nueva Trinidad los pobladores están convencidos de que el alcohol es un factor de violencia y presionaron a los concejos municipales para que emitieran restricciones en ese sentido.
En Nueva Trinidad están a punto de vedar la producción artesanal de chaparro, esa bebida alcohólica producida a partir de la fermentación del maíz. Un agente de policía en Nueva Trinidad explica por qué para estos municipios es tan importante esta prohibición. 'En estos municipios siempre que hay lesiones -de arma blanca- y amenazas, temas de violencia intrafamiliar, por lo general todo esto va combinado con bebidas de aguardiente'.
En Las Flores tienen una visión de que el municipio es de y para sus habitantes.
-¿Cómo hacen para prevenir que los jóvenes ingresen a pandillas? -pregunto a Tobías.
-Los que no van a la universidad o que no obtienen un técnico los metemos en pequeños proyectos de la alcaldía. Son proyectos de mejoramientos de calles, introducción de agua potable, de mantenimiento del parque y de infraestructura social.
Según Tobías, una de las virtudes de San José de Las Flores es que se trata de que las oportunidades de empleo las reciban habitantes del municipio. Los policías son todos originarios del municipio. Los profesores también viven en el municipio. Cada vez que la alcaldía tiene un proyecto temporal escogen a los jóvenes de los centros escolares. Sin embargo, esto no ha sido suficiente para solventar uno de los principales problemas que afrontan: la emigración. Están contentos con que no haya inmigración, pero la emigración sí les inquita. 'Es lamentable, pero siempre hay jóvenes que se nos van. A los jóvenes se necesita darles respuestas inmediatas', dice Tobías.
Las Flores es una gran excepción en El Salvador. La vocación de isleños de sus pobladores está correspondida por la que es una virtual extinción de los asesinatos. En más de una década, en Las Flores no se registra un solo homicidio, y aun así cada años disminuye la población. En 2005 la población era de 1 mil 740 habitantes. Una caída del 24 % en 10 años.
Tobías nos escolta a donde está uno de los líderes de jóvenes, que trabaja supervisando el trabajo de cuatro estudiantes del municipio. Los estudiantes están construyendo una entrada con gradas en un terreno para facilitar el ingreso a uno de los tanques de agua del municipio. ¿En qué consiste la coordinación de la alcaldía y las escuelas para prevenir la violencia en el municipio?
-En no permitir que se involucren en cosas que no deben y mantenerlos ocupados en cosas positivas -responde Tobías.
En 2014, en San José Las Flores el responsable de llevar a cabo las actividades de prevención y de evitar que los estudiantes se involucren en cosas que puedan alterar la paz local es un comité de líderes donde participan representantes de todo el municipio. En los otros municipios existen organismos similares. En Nueva Trinidad y Arcatao le llaman Comité de Desarrollo Comunitario; en Las Vueltas, Concejo Ciudadano de Desarrollo Municipal, y en San Antonio Los Ranchos, Asociación de Desarrollo Comunal Histórica. Estos organismos han tenido en común que desde su nacimiento se dedicaron a tareas que han ido desde hacer patrullajes ciudadanos hasta ir a hablar con una familia para llamarle la atención sobre la conducta 'indeseable' de uno de sus hijos, pasando por autorizar o denegar que alguien llegue a vivir al municipio e investigar quiénes son las personas nuevas que han llegado.
Con los años han ido ablandando algunas de estas atribuciones, pero continúan teniendo el poder de convocatoria para sesionar y hacer comparecer a las autoridades formales como jueces, concejales y policías y obligarles a atender a las audiencias para que la comunidad evalúe su trabajo. Quizá sea esta la razón por la que estos cinco municipios en todo el año pasado no registraron homicidios. Quizá sea esta la razón por la que de 2005 a 2014 -aunque en los últimos cinco años hayan habido casos aislados- estos cinco municipios hayan quedado a la zaga en el ránking de los 262 municipios de El Salvador ordenados por incidencia de asesinatos.
Ya a inicios de 2009 El Faro había publicado un reportaje sobre ocho municipios que para entonces se resistían a la epidemia de violencia salvadoreña. San José Las Flores estaba en aquella lista de territorios privilegiados.
Reclamos al señor jefe policial
El concejal señala la pizarra, indicando que es el momento de tocar el tercer tema de la agenda. A juzgar por la respuesta de la comunidad reunida en esta pequeña cochera de la alcaldía, el tres es uno de los puntos más esperados. Y no es necesario que el moderador solicite la participación de la gente. Esteban, quien lleva una camisa marrón con mensajes en contra de la minería, toma la palabra y se dirige a las 20 personas que sesionan.
El que está reunido es el Consejo de Desarrollo Comunitario de Nueva Trinidad. “Miren, ahí andan unos babosos a media noche por todo esto”, dice Esteban. Y describe con sus manos lo que parece ser la carretera principal que desde Arcatao recorre Nueva Trinidad y que desciende hasta el municipio de San José Las Flores. “Ahí andan en motos, con pistolas y con escopetas. Buscan horas, a las 2 a.m. ahí pasan. Van motos adelante, van carros atrás. En esta zona pasa el contrabando de armas, de cigarrillos, de drogas. Es preocupante”.
El militar y los dos policías que han sido citados por el comité de líderes de la comunidad se ven entre sí. El sargento toma nota. Mientras Jorge, un hombre con sombrero, vuelve su mirada hacia ellos. Les dice que a él le gustaría que coloquen a un agente en una zona que él considera que puede ser estratégica. “Los que vienen de allá de Los Pozos ahí se van a acorralar a la cancha. Fuera bueno que tuvieran a alguien escondido ahí. Van a ver que cae”.
Una señora toma la palabra: 'Allá', refiriéndose a la calle, 'pasa un muchacho desconocido en moto y se lleva de todo. Ahí lleva un gran contrabando'. Esteban aprovecha para regañar al sargento de la policía, que hasta el momento ha permanecido callado. “Yo no sé qué pasa, pero ya llevan días anunciando el puesto de la policía comunitaria, pero no se ve claro. Aunque sea un policía con unos cuatro soldados deberían poner”. Sube su voz: “¡En la playa se dan el lujo de estar probando armas!”.
La playa: así le llaman a las riberas del Sumpul, el río que baña a Las Flores y a Nueva Trinidad y que recorre esta región montañosa, deforestada y erosionada, donde las quemas con que ganaderos y campesinos limpian la tierra son usuales. Al Sumpul la historia reciente lo ha convertido en un destino de peregrinaje y un lugar para honrar la memoria de las víctimas de la guerra civil. Fue a orillas de ese río, en la región fronteriza con Honduras, donde el Destacamento Militar No. 1, en Chalatenango, y la Guardia Nacional y paramilitares de la Organización Democrática Nacionalista (Orden) masacraron a alrededor de 600 campesinos, entre niños, mujeres y ancianos, el 14 de mayo de 1980.
En la posguerra, ese río es un sitio que con los años se ha convertido en motor de la economía de la zona, debido a su atractivo turístico. Pero su posición geográfica, dentro del corredor fronterizo, también tiene atractivo suficiente para otra clase de visitantes, que no desean estas comunidades.
“Ahí –en el río- andan pandilleros que vienen de otros lados. ¿Y de dónde son? De Chalatenango, de Los Pozos y de todos los conectes de esta zona”, dice Esteban, este 24 de marzo de 2015. Cada vez más indignado se dirige a los líderes que representan los intereses de las 11 comunidades de Nueva Trinidad y que escuchan atentos su intervención. “¡Todos los líderes que estamos acá no solo es de venir –a las reuniones- a comernos el almuerzo!”, les exhorta. Y sus palabras provocan la risa de todos.
Por los reclamos hechos por Esteban y por los comentarios de los líderes de la comunidad podría asumirse que Nueva Trinidad es un municipio convulsionado por la violencia y que lo que aquí sucede no es más que la realidad de El Salvador. Pero no es así. En Nueva Trinidad la gente aún conserva lo que en el resto del país se ha perdido: la confianza en las autoridades de seguridad pública.
-Este que es un día muy importante de reflexión y de acción –porque se celebra el 35o. aniversario del asesinato de monseñor Romero-, ¡hay que denunciar! -concluye Esteban.
El sargento asiente y admite que la escasez de personal es un problema. Se compromete a que en las próximas reuniones va a presentar a los tres policías comunitarios que van a estar permanentemente en Nueva Trinidad. Pero para mientras pide a la gente su colaboración. “Es importante que den esta información. Si no informan, yo asumo que el lugar está sano, y entonces mando patrullajes a otros lugares donde me dicen pasa esto y pasa esto”.
El sargento cuenta una historia a los líderes de la comunidad para motivarlos a que denuncien si detectan la presencia de pandilleros de otros municipios en la zona. La historia es del resto del país. “En esos lugares a las 7 de la noche tienen que estar todos encerrados. Los niños no pueden salir. Para ir a clases, los niños tienen problemas'. El sargento ha trabajado en ciudades con altos índices de violencia como Soyapango y partes de San Salvador. Conoce cómo son las zonas dominadas por pandillas. Así que trata de exponer cómo es la vida en esos lugares a un pequeño grupo de personas que parece desconocer esa realidad como si se tratara de algo que ocurre en otras latitudes. “¡Ustedes no quisieran vivir lo que vive la gente en esos municipios!”, les advierte.
No hay que dejar que siembren la semilla
En los últimos años, ha detectado casos de jóvenes 'visitantes' que vienen de visita a intentar organizar jóvenes. El policía le adviete a la gente en Nueva Trinidad sobre la necesidad de prevenir antes de que sea tarde. 'Si aquí dejamos que siembren la semilla, después de aquí ya no los sacamos', les advierte. Las intenciones de jóvenes desconocidos son una preocupación constante, pero cada municipio tiene su forma de afrontarlo.
En San José Las Flores, ningún joven cuya procedencia se desconozca puede acercarse a merodear a las escuelas y a los espacios públicos. El agente de policía dice que si alguien observa a una persona de fuera de la comunidad, inmediatamente le avisan a las autoridades y que eso ha ayudado a que en el municipio no se hayan podido instalar grupos delictivos. “Yo creo que estar unidos no permite (que se instalen), porque si no fuera así, Las Flores ya estaría contaminado”.
“Los jóvenes visitantes” son un tema de conversación en los municipios vecinos. En Nueva Trinidad hay reglas no escritas que están presentes en las reuniones de la comunidad. “Siempre se hace énfasis en que no den alojamiento y que no permitan que gente desconocida llegue a la comunidad, y que tampoco permitan que sus hijos traigan amigos de otros lugares que no conocen su procedencia”, dice la profesora Rina Alemán.
Alemán dice que a veces se ve a jóvenes que vienen a fiestas y a las actividades que a veces organiza la comunidad, pero que no se quedan. “Acá no tenemos jóvenes de otros municipios que hayan venido y se hayan quedado, sino que solo de paso”.
-¿Por qué les preocupa la llegada de estos jóvenes “visitantes”?
-A veces vienen con la intención de organizar… y también traen droga en pequeñas cantidades para consumirla. Esta es una zona de paso…
Un grupo de jóvenes está sentado en el suelo jugando con sus computadoras frente a la alcaldía de Nueva Trinidad, mientras dos niños pasan con sus bicicletas frente a ellos a toda velocidad. Uno de los niños se detiene y mira el reloj: no quiere perder el autobús o tendrá que esperar dos horas a que pase el siguiente. Falta media hora para que pueda regresarse a Arcatao.
“Antes había jóvenes que se agarraban a golpes para las fiestas. Más que todo era cuando los de abajo (los de los cantones) iban para arriba (al casco urbano)”, dice uno de los niños que estudian en Nueva Trinidad pero que viven en Arcatao.
Uno de ellos recuerda que hace poco tiempo comenzaron a llegar a Arcatao jóvenes de fuera, a organizar jóvenes del lugar. “Ellos se agredían y se tiraban piedras en medio de los bailes”, dice. Por ser municipio fronterizo, Arcatao es también un punto ciego, un posible punto de entrada de droga ilegal que viene desde Honduras.
Es una amenaza latente que también perciben en los otros municipios excepcionales, que han tomado precauciones para protegerse: El oficial de policía dice que en los últimos años se ha visto presencia de pandillas en Arcatao. “La comunidad ahí –en Arcatao- se ha estado desorganizando, porque sí hay presencia de algunos pandilleros, o son bastante imitadores de los pandilleros”. Y Arcataos ha dado señales de alarma -en los últimos cinco años- a los municipios vecinos. En 2011 registró un homicidio, algo que no había sucedido al menos en los seis años anteriores; en 2012 y 2013, hubo dos por año. Pero en 2014 todo regresó a la normalidad y ya no volvieron a ocurrir este tipo de episodios violentos. La clave estuvo en la participación de la comunidad y su coordinación con las instituciones estatales y no estatales, como la Iglesia.
Esteban, uno de los líderes de Nueva Trinidad, acompaña a los comités de los municipios de Chalatenango como parte del Comité de Comunidades Repobladas. Estos municipios con un historial común de la guerra se mantienen unidos en este comité. “(En Arcatao) se está perdiendo un poco la organización por temor a los grupos criminales y a gente que trafica con ilícitos. No queremos que se pierda. Por eso andamos encima”.
-Hace unos dos años se daba que algunos grupos de jóvenes se peleaban. Lo resolvimos con coordinación de la policía, la parroquia, el juzgado, las organizaciones comunitarias y la alcaldía. Y los más problemáticos, los que traían cipotes de Apopa, Aguilares, Suchitoto y Nueva Concepción, esos están presos por andar en cuestiones ilícitas.
-¿Son solo imitadores los que han quedado en Arcatao?
-Sí. Son imitadores. Aquí en Nueva Trinidad no se les ha tenido miedo. Si les hubiéramos tenido miedo, aquí no podrían entrar ustedes. La gente disfruta que aquí es tranquilo. La organización es la parte fundamental.
En el municipio de Las Vueltas también tienen su propio comité de seguridad. Tienen un Comité Ciudadano de Desarrollo Municipal (Cocidem) con las mismas funciones que el Comité de Desarrollo Municipal de Nueva Trinidad. Este comité aglutina a todos los líderes de este municipio. Rosa Cándida, la alcaldesa del FMLN, dice en broma: 'Aquí deberían venir las cámaras de televisión de TCS a ver lo que se está haciendo', refiriéndose a la poca atención que recibe este municipio que, para ella, es un ejemplo de hacer las cosas bien.
Las Vueltas comparte la misma historia que sus cuatro municipios vecinos. Sus habitantes peregrinan cada 14 de mayo para conmemorar a las víctimas de la masacre de Las Aradas, a orillas del río Sumpul. Este municipio fue repoblado por campesinos que fueron desplazados por la guerra y que vivieron como refugiados en Honduras. En la posguerra se ha mantenido como uno de los municipios más seguros del país y al menos desde 2005 no registraba asesinatos hasta 2012, cuando ocurrió uno, e igual sucedió en 2013. Este es un motivo de orgullo para la alcaldesa. 'Tenemos un municipio libre de delincuencia porque tenemos buena organización'.
Cada dos meses, los líderes de las comunidades que integran el municipio de Las Vueltas se reúnen con el Concejo Municipal, la Policía Nacional Civil y el resto de instituciones. Juntos integran un comité de seguridad ciudadana, donde los integrantes de todas las comunidades juegan un rol muy importante: son los ojos y los oídos de la comunidad. 'En el Cocidem participan todos estos actores y el resultado ha sido tener un municipio libre de delincuencia', repite la alcaldesa.
Pero estar cerca de municipios fronterizos es también una fuente de preocupación, por el tráfico de drogas. 'No somo un municipio meramente fronterizo, pero este es un municipio que conecta con otros. Y por ahí pasa algún producto, y algunos jóvenes son víctimas de esta situación. En ese proceso estamos trabajando con jóvenes que caen en consumo de drogas. Ese es el problema más serio que se da en los municipios de Chalatenango y que también nos está afectando'.
Los 'visitantes' son también un asunto de mucha controversia.
-En cierta medida sí. Estos municipios son visibilizados por estas personas que a lo mejor tienen problemas, y los ven como zonas liberadas, zonas tranquilas. Y dicen a lo mejor nos podemos ir ahí, estar tranquilos, podemos hacer nuestro propio trabajo allá, entonces acá quizá no tengamos un gran porcentaje de ese problema, pero sí se han dado algunos casos, personas que han venido, que no sabemos qué antecedentes tienen.
-¿Cómo lo han resuelto?
-Hemos tratado la manera de orientar a la gente, de orientar a las familias que puedan identificar bien a estas personas como tener una comunicación directa con ellos, de dónde vienen, quiénes son. No solo ver pasar sino que averiguar qué andan haciendo, qué andan buscando. Tratamos de coordinar esos aspectos con las directivas comunales, y con las familias también.
La herencia de la guerra
San Antonio Los Ranchos forma parte de este quinteto excepcional en la esquina oriental de Chalatenango, que también fue abandonado durante la guerra y repoblado cuando esta aún no había terminado. Durante años conservó formas de organización similares a los municipios vecinos. 'Acá antes había una junta directiva conformada por los líderes de la comunidad. Esa junta la hacía de juez, alcalde, policía, de todo', relata Ángel Serrano, quien fue presidente de la directiva cuando repoblaron en 1988. Esa junta directiva provenía de Mesa Grande. Ahí la organización cuidaba de sus miembros y vigilaban que en las incursiones que hacía el ejército hondureño en los campamentos de refugiados salvadoreños no se llevaran a sus compañeros para matarlos. Cuando decidieron regresar a El Salvador para vivir en San Antonio Los Ranchos esta organización se mantuvo.
Ángel Serrano formó parte de la organización que surgió en Mesa Grande, Honduras. Esta organización coordinó la repoblación del primer grupo de refugiados salvadoreños que decidió regresar a Los Ranchos el 16 de agosto de 1988, cuando aún faltaban tres años y medio para que acabara la guerra. 'Llegando acá el ejército venía y si lo veían joven decían que era guerrillero. Lo capturaban y lo interrogaban'. Por este motivo, la comunidad se inventó sus propios códigos de comunicación. Utilizaban la campana, el único vestigio que quedaba de que había existido una iglesia en ese lugar para comunicarse. 'La señal era que si había algún movimiento del ejército acá un responsable le daba un sonido a la campana. Si había dos sonidos, todos nos concentrábamos en la plaza. Así se logró que el ejército no se llevara a muchos compañeros', dice Ángel.
Amadeo López es un profesor de tercer ciclo, y en 1988 fue una de las personas que lideró la repoblación. 'En ese entonces había una causa para estar organizados, ser solidarios, ser unidos y ser fuertes. Era la única forma de sobrevivir. Aquí no había nada. Todo estaba destruido'. Pero cuando acabó la guerra, cada habitante consiguió la propiedad de su terreno. Y se deshicieron las organizaciones que se encargaban de cultivar los granos básicos, conseguir agua para los cultivos y repartir los frutos del trabajo colectivo entre toda la comunidad, como sucedía durante la guerra. Fueron despareciendo cada una de las formas de organización.
El poder de influencia de las organizaciones dentro de este municipio -conforme ha transcurrido el tiempo- ha ido disminuyendo. Antes, si alguien quería venir a vivir a este municipio, se debía convocar a una asamblea general con todos los habitantes y ahí se aprobaba o denegaba la solicitud. 'Si la asamblea decía sí, se quedaba esa familia. Pero si se sacaba cierta información de que la familia era problemática y se averiguaba de que venía de otro lado, posiblemente contaminada de ciertos problemas, no la aceptaban', dice Ángel Serrano.
Miguel Serrano, el alcalde de San Antonio Los Ranchos que tomó posesión del cargo este 1 de mayo, dice que por muchos años estuvo esa regla, pero la comunidad dejó de aplicarla. 'La comunidad se dio cuenta de que iba contra la ley negarle a una persona elegir donde quiere vivir'. Para Ángel, este ha sido el origen de una serie de sucesos negativos que ha tenido el municipio. 'Hoy en día no se hace eso. Y hemos tenido problemas. Ha venido gente de Soyapango, de San Martín y que se han arrimado a otras familias. Acá hemos tenidos dos casos de muertes (en 2010) y los han causado gente que ha venido de fuera'.
Ángel dice que confía en las personas que comenzaron a reconstruir el municipio en 1988, pero que desconfía de quienes vienen de fuera.
-¿Qué lo hace confiar en la gente que desde la repoblación ha vivido en este municipio, Ángel?
-La confianza es porque hemos vivido juntos, unos años en Honduras, otros acá en la guerra. Eso lo hace tener a uno confianza, porque se conoce. Todos estos municipios de por acá (San José Las Flores, Nueva Trinidad, Las Vueltas, Arcatao) que estuvimos involucrados en la guerra, que la vivimos, es como que la gente es menos violenta, hay menos problemas, porque ya sabemos qué es una guerra y no queremos llegar a ese punto otra vez.
El agente de policía comenta que si sorprende lo visto en Nueva Trinidad, el caso de Las Flores es aun más sorprendente. “Deberían ir a una reunión en Las Flores. Ahí si yo cometo un error, no van a andar con paños tibios. Ahí me dicen la regaste aquí, tenías que haberlo hecho de esto modo. ¿Y por qué no pediste apoyo?”. El sargento dice que San José Las Flores es hoy por hoy el municipio más organizado en el que ha trabajado y que eso ha impedido la llegada de grupos delictivos.´“A Las Flores han empezado a llegar y se han sacado. La organización es lo que ha ayudado”.
Según el oficial, en Nueva Trinidad la gente es más abierta a dar información. Es muy diferente a lo que ha visto en la ciudad capital en la que la gente no se acerca a la policía. “Acá si uno va caminando la gente lo saluda, ya si entra uno, lo invitan a entrar en la casa, le dan su vaso de agua y entonces empiezan a platicar con uno y a dar información. La gente es bien cercana a la policía”.
-Allá se han detenido pandilleros y la misma gente dice hey aquí hay un sujeto que no es de este lugar. Y tiene tantos días que lo veo que está en tal casa. Llegamos a la casa, detuvimos y se nos corrieron dos. Les decomisamos droga y se les decomisó armas. Y se detuvo a esas personas. Eran pandilleros de la Mara Salvatrucha. Luego nos volvieron a hablar. Ya a los días. Y nos dicen: hey en tal lugar viene gente sospechosa en un bus. Se para el bus. Se registró. Otros pandilleros. Eran de la 18 y los que detuvieron anteriormente eran de la MS.
“Deberían ir a una reunión en Las Flores”, insiste. Le comento que allí la gente es demasiado recelosa y se niega a hablar con periodistas. Entonces relata que hubo una reunión en Las Flores. Las personas mostraron su preocupación de que el municipio estaba recibiendo demasiada atención en la televisión debido a que tiene uno de los índices de violencia más bajos del país. “Es cierto. Ellos quieren mantener al municipio de escondiditas, que nadie escuche, que nadie sepa. Puede que digan los pandilleros 'bueno, estos...' Eso medio se habló en una reunión y mejor se quedó de que mejor se mantuviera así”.
Reportaje relacionado:
El Salvador sin muerte. (Publicado a inicios de 2009, este reportaje, que incluye vídeos, retrataba ocho municipios de El Salvador que no habían caído víctimas de la ola de asesinatos)
Esta historia fue producida en asociación con Round Earth Media, organización de la sociedad civil de Estados Unidos que impulsa a la próxima generación de periodistas internacionales. Ruxandra Guidi colaboró con esta publicación.